Quería ser un escritor, pero ser escritor en Miami era como ser torero en Tokio: probablemente estabas en la ciudad equivocada.
5 nov 2022 10:26 PM
Quería ser un escritor, pero ser escritor en Miami era como ser torero en Tokio: probablemente estabas en la ciudad equivocada.
Cuando repasa la lista y repiensa los nombres, Barclays se cuestiona a Boris. No es mi amigo realmente, piensa. No es leal a mí. Es leal al mundo de las frivolidades, la moda y los chismes. Vendría a mi fiesta y al día siguiente hablaría mal de mí. Le espantaría verme gordo. No me lo perdonaría.
Por lo pronto, le apena que no jueguen en el mundial las tropas deportivas de Colombia, Chile y Perú. Por razones familiares, Barclays desea que Inglaterra haga un gran mundial. Por razones sentimentales, su corazón está también con Uruguay, país de gente noble y hospitalaria, y con Portugal, nación herida de melancolía, tierra fértil de poetas.
No es completamente inexacto decir que la señora Dorita Lerner se ocupa de pagar las cuentas más onerosas de sus hijos: los viajes, las universidades y los colegios de sus nietos, las deudas bancarias, las tarjetas de crédito.-Son todos unos mantenidos -le dice Dorita a su asistenta Milagros Aoki.
"La señora Josefina se sintió traicionada por el finado Joselito. Le había sido fiel toda la vida, cuarenta años largos. Joselito era el único hombre con el que había tenido comercio carnal. Le había entregado su virginidad. No lo había engañado con otro hombre. Por eso estaba furiosa con su marido. Por eso decidió incinerarlo en la funeraria y no sepultarlo".
No es desusado que alguien me pida dinero prestado o donado. Ocurre con cierta frecuencia. Por lo general, se trata de espectadores de mi programa de televisión, o de lectores de mis libros y mis columnas. Son, pues, personas que no conozco.
Cuando pienso en ella, en mi hermana que estaría cumpliendo sesenta años estos días, nos veo tomando desayuno en casa de los abuelos, tan felices de ser hermanos, tan risueños; y la veo desmayándose a menudo en el periódico porque solo comía raciones minúsculas de vegetales crudos; y la veo despidiéndose de mí, partiendo en autobús a los Andes, dispuesta a ser monja.
Uno de estos días voy a cambiar mi foto de portada en Facebook. Me vestiré como mujer, me maquillaré como diva, sonreiré como diosa helénica y subiré la foto sin dar disculpas ni explicaciones. ¿Por qué debería disculparme? ¿Por qué debería dar razones, explicarme, defenderme?
Excitado porque su teoría conspirativa de que el expresidente peruano Alan García no se suicidó hace tres años (y por consiguiente vive en la clandestinidad) ha calado hondo entre muchos desconfiados y ganado adeptos entre los ejércitos de maliciosos, un abogado español, residente en Madrid, que investiga obsesivamente el caso y escribe un libro al respecto, le envía numerosos correos electrónicos al periodista Barclays, tratando de persuadirlo de que Alan está vivo.
Recién entonces, torpe y lento, sordo y miope, Barclays comprende que la mujer que le hace el reproche es la viuda del expresidente peruano Alan García, quien se suicidó tres años atrás, de un disparo en la cabeza, cuando los fiscales llegaron a su casa en Miraflores para arrestarlo.
La gran pregunta es, sigue siendo: ¿por qué se mató el actor? ¿Qué angustias lo torturaban antes de arrojarse a la muerte? ¿Estaba enfermo, deprimido, arruinado? ¿Sufría una honda pena de amor, un terrible conflicto familiar?
Barclays, diecinueve años recién cumplidos, reportero del periódico conservador “La Prensa”, viajó a Frankfurt, Bonn y Berlín, invitado oficialmente por el gobierno alemán, elegido joven talento o joven promesa, una proyección optimista que el tiempo se encargaría de desmentir.
Como Dorita es muy rica, como es en extremo generosa, como no tiene demasiada noción del valor del dinero porque su fortuna proviene de herencias de familia, como solo sabe ver el alma y no la angurria de sus curas pedigüeños y sus amigas menesterosas, repartía su fortuna entre todos quienes le pidiesen una contribución, una donación, un óbolo piadoso.
Si bien extraña a su madre y a sus hijas mayores, Barclays es razonablemente feliz, tanto que a veces le da pudor decirlo, temeroso de convocar a los duendes de la mala fortuna: es feliz porque escribe cuentos y novelas sin pensar un segundo en el dinero.