Andrés Velasco: “La emoción es demasiado importante en política para dejársela a los populistas”

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Para el exministro de Hacienda, que acaba de publicar un ensayo sobre el futuro del centro político en el libro The centre must hold de Yair Zivan, ese sector tiene mucha responsabilidad en la crisis que enfrenta. En muchos países, dice, el centro terminó siendo un espacio “puramente geográfico y transaccional”, que negociaba para moderar algunas políticas públicas. Pero el problema, asegura, es que “no basta con ser fuente de moderación para que alguien vote por ti, eso no entusiasma a nadie”.


“El centro en Francia no puede resistir”, tituló en portada la revista The Economist poco antes de la reciente elección francesa, con la imagen de la bandera de ese país sin el blanco del centro. Pero el colapso de ese sector no es un tema que sólo afecte a la política gala. En un mundo cada vez más polarizado, los partidos de centro perdieron fuelle. Chile no es la excepción. El desplome de las colectividades que ocupan ese espacio se ha vuelto evidente en las elecciones.

Algunos, sin embargo, no pierden la esperanza de revivir el centro político y proponen algunos caminos para lograrlo. Eso es lo que hace The centre must hold (El centro debe resistir), un libro recién publicado en Reino Unido y editado por Yair Zivan, asesor del exprimer ministro israelí Yair Lapid . La obra reúne ensayos de figuras como el exprimer ministro británico Tony Blair, el exjefe del gobierno italiano Matteo Renzi o el exministro de Hacienda y decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics (LSE), Andrés Velasco, quien firma con Daniel Brieba el ensayo Centrist Economic Policies and Identity Politics (Políticas económicas centristas y políticas de identidad).

Libro centro político

Para Velasco -quien además publicó recientemente una columna con el propio Zivan, titulada “La promesa del centro político en un mundo polarizado”-, una de las causas del desplome está en los propios partidos de centro, que en algunos países terminaron encarnando “un centro puramente geográfico y transaccional”. Y el problema de eso, comenta el exministro a La Tercera, es que “no basta con ser fuente de moderación o prudencia para que alguien vote por ti”, porque eso “no entusiasma a nadie”.

“El centro debe resistir”, así se titula el libro de Yair Zivan, pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de centro?, ¿cómo se define?

El centro no es solamente un punto geográfico equidistante de las derechas e izquierdas tradicionales. El centro tiene ideas propias y distintivas: la defensa de las libertades personales, el pluralismo, el reconocimiento de que la realidad es compleja y que, por lo tanto, no admite soluciones simplistas, el rechazo de toda forma de demagogia, la desconfianza respecto de aquella política identitaria que divide al mundo en buenos y malos.

A la luz de eso, pareciera que el centro está encarnado por aquellos que defienden la democracia liberal, pero de ser así hablamos de un centro amplio, que va desde la centroizquierda socialdemócrata a la centroderecha. ¿Es así, estamos hablando de un centro amplio o el centro es algo distinto?

Puede haber centros más de un lado o de otro, que siguen siendo centros mientras compartan esos principios de los que hablaba recién. Ahora, esa es una definición doctrinaria. Otra cosa es la práctica política. Si esos centros deben o no buscar gobernar juntos dependerá de las circunstancias. Hay casos en que la respuesta es afirmativa. Qué bien que le haría hoy a Francia, por ejemplo, una coalición que vaya desde el Partido Socialista, pasando por Ensemble de Macron, hasta los elementos moderados de Los Republicanos en la centroderecha. Así podrían dejar fuera tanto a la derecha extrema de Le Pen como a la izquierda extrema de Mélenchon.

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Foto: Andrés Pérez

¿Cómo se defiende y se promueve el “centrismo” en un mundo dominado por las emociones, donde parece más fácil movilizar las emociones de los votantes con los planteamientos de los extremos, ya sea de derecha o de izquierda, que con las ideas del centro?

Así como la guerra es demasiado importante como para dejarla en manos de los generales, la emoción es demasiado importante como para dejársela a los populistas. Los centristas hemos cometido el error de pensar que la razón es el único elemento de persuasión válido en el debate democrático. Este es un error práctico: cualquiera que haya sido candidato a presidente de curso sabe que en la política las emociones importan. También es un error conceptual: los psicólogos y los científicos cognitivos enseñan que las personas toman buenas decisiones cuando la razón y la emoción van de la mano. Ahora, no hay razón alguna por la que el liberalismo de centro no pueda emocionar tanto o más que la retórica de los demagogos. La visión de una sociedad libre e inclusiva a mí, por lo menos, me parece emocionante. Los centristas también pueden apelar a la emoción de la esperanza, que es constructiva, en contraste con los populistas que apelan a la rabia, que resulta destructiva. En resumen, lo que necesitamos es un centrismo emotivo.

En una columna que escribió junto a Yair Zivan ustedes también afirman que allí donde los populistas venden miedo, los centristas deben ofrecer esperanza. ¿Cómo se ofrece esperanza, porque hay algo de fe en eso y la gente espera soluciones concretas más que sólo promesas futuras?

No creo eso de que la gente sólo espera soluciones concretas. Obviamente, quien gobierne debe gobernar bien, pero eso no basta para generar afecto o apoyo político. Mira el caso de Biden, quien ha tomado decisiones audaces en materia económica, ha gastado más que nadie en la transición verde, ha creado empleos en zonas deprimidas, ostenta un desempleo récord por lo bajo, ha reducido la inflación, y ya antes del desastroso debate del 27 de junio iba derecho a perder la elección frente a un demagogo clásico como Trump. Lo que genera apoyo político es la sensación de que estamos en esto juntos, en el mismo barco, que remamos para el mismo lado, y que aunque hoy sea difícil, el mañana será mejor. Esa es la narrativa esperanzadora e indispensable que a los centristas —y esto incluye a los Demócratas de Estados Unidos— nos ha costado tanto construir.

“En algunos países terminaron siendo un centro puramente geográfico y transaccional, negociando para “moderar” algunas políticas públicas, pero sin identidad o personalidad propia. No basta con ser fuente de moderación o prudencia para que alguien vote por ti. Eso no entusiasma a nadie”.

Andrés Velasco

El centrismo está desafiado y parece haber perdido fuerza, ¿por qué cree que se llegó a esta situación? ¿Por qué crecieron los extremos y se desplomó el centro? ¿Qué responsabilidad les atribuye a las propias fuerzas de centro?

Les atribuyo mucha responsabilidad a las propias fuerzas de centro. En algunos países terminaron siendo un centro puramente geográfico y transaccional, negociando para “moderar” algunas políticas públicas, pero sin identidad o personalidad propia. No basta con ser fuente de moderación o prudencia para que alguien vote por ti. Eso no entusiasma a nadie. En otros países, el centro se volvió un engendro puramente tecnocrático, que andaba por la vida con la planilla Excel bajo el brazo, incapaz de explicar qué valores deben animarnos o cómo debe ser nuestra vida en común. Ese es el mismo centro que no entiende la importancia para las personas de sus comunidades y de los grupos intermedios, y que fracasa a la hora de generar emociones o vínculos afectivos. Los populistas de derecha e izquierda, por contraste, entienden muy bien el carácter emotivo y tribal de la política, especialmente en la era de las redes sociales. Así las cosas, los extremos han llevado todas las de ganar.

En este mundo de redes sociales, al que se refiere, donde las tribus se potencian y se hace más difícil encontrar espacios de consensos, ¿cómo sobrevive el centro?, ¿qué estrategia debe seguir?

Las tendencias tribales y la naturaleza emocional del ser humano nos acompañan desde la época de las cavernas. La pregunta entonces es por qué se manifiestan con tanta fuerza en la política de los últimos 15 o 20 años. No hay respuesta a esa pregunta que no pase por el impacto de las redes sociales. Solo un ejemplo. Daniel Kahneman se ganó el Premio Nobel por ser el primero, junto a Amos Tversky, en catalogar los diversos sesgos que afectan el raciocinio. Uno de ellos es el sesgo de la confirmación: le prestamos más atención a aquella información que confirma lo que ya creemos. Este sesgo se vuelve más poderoso —y es más fácil caer en él— en la era de las redes sociales. Los algoritmos nos llenan de azúcar y cafeína cognitiva y terminamos viviendo en un silo informativo en que todos piensan igual que uno. ¿Cómo sobrevive el centro en estas condiciones? No puede enterrar la cabeza en la arena a la usanza del avestruz y hacer como que la política emotiva e identitaria no existiera. Los centristas deben practicar la política identitaria, pero de la buena y sana. No la política identitaria que segrega por raza, religión o comuna en que nacimos, sino una política que aspira a crear una identidad amplia y compartida, basada en valores comunes como la libertad, el igual respeto, la tolerancia y la inclusión. Es lo que Daniel Brieba y yo argumentamos en nuestro capítulo del libro El centro debe resistir.

Portada The Economist
La portada de la revista británica The Economist sobre las elecciones en Francia.

Y ¿cómo se logra ese equilibrio entre las políticas de identidad y las políticas centristas?, ¿son compatibles, porque las políticas identitarias tienden a fragmentar y pareciera que el centrismo busca más bien integrar, encontrar espacios comunes?

Ese es el punto clave. Hay identidades estrechas que fragmentan e identidades amplias que aglomeran. La clave de una sociedad que funciona bien es que sus miembros sienten que los une algo en común. Viven en lo que Margaret Levi llama una “comunidad de destino”. Nuestras suertes están atadas. Si a ti te va bien, es más probable que a mí también me vaya bien. La responsabilidad de los liberales y los centristas es ayudar a construir esta identidad compartida. Que los chilenos podamos ser del norte o del sur, más pobres o más ricos, ateos o creyentes, profesionales u obreros, pero que al final haya algo que nos une por virtud de ser ciudadanos de la misma nación. Un centrismo exitoso tendrá que dedicarse a crear y reforzar esta identidad compartida. Y creer por sobre todo en el Estado-nación, no en las posturas cosmopolitas que casi siempre terminan oliendo a elitismo. Ahora, lo que hace que este proyecto no deje de ser liberal es que esa identidad nacional compartida no es la única. No se trata de construir ciudadanos unidimensionales. En una democracia liberal está la capa de ciudadanía compartida, con los valores que conlleva, pero siguen existiendo otras capas identitarias que configuran la identidad individual. Nada impide que la gente sea de Colo-Colo o de la U, le guste el reguetón o la música clásica, le eleve plegarias al dios de su preferencia o no crea en dios alguno.

Pareciera que la democracia liberal atraviesa una crisis de la que, según algunos, es difícil salir. ¿Cree que es posible evitar el derrumbe de la democracia liberal si no se refuerza el centro?

Creo que el centro y la democracia liberal se necesitan. Por una parte, el proyecto centrista carece de sentido en un contexto autoritario. Por otra parte, a la democracia liberal le va mejor cuando el centro político, en sus diversas variedades, es fuerte. En el último cuarto de siglo, el declive de la democracia liberal en EE.UU. y en India, en Hungría y en Israel, y los altibajos de la democracia liberal en América Latina, van de la mano con la creciente fragmentación y polarización política y el debilitamiento del centro. Creo que en un centrismo que convoque, emotivo e identitario en el buen sentido de esa palabra, está la solución a muchos de estos problemas.

Esta crisis de la democracia liberal ha ido de la mano del desplome de los partidos, en especial de los partidos tradicionales.¿Como se enfrenta ese tema?

Es imprescindible reforzar los partidos políticos, de cualquier color. Eso de que “no hay democracia sin partidos”, no por ser cliché deja de ser cierto. La paradoja es que muchas reformas destinadas a fortalecer a la democracia –como la adopción de primarias, la mayor proporcionalidad del sistema electoral sumada a las listas abiertas, el financiamiento público que va directamente a los candidatos— han terminado debilitando a los partidos e indirectamente a la democracia. Así como De Gaulle dijo que Francia es un país ingobernable porque produce 200 tipos de queso, Chile se vuelve ingobernable cuando hay más de 20 partidos en el Congreso. O, en un contexto distinto, la democracia queda coja cuando los partidos son tan débiles que alguien como Trump puede hacer una toma hostil del Partido Republicano y acabar con muchas de sus posturas —como el apoyo al libre comercio— que tenían más de un siglo.

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