Bítacora de una ciudad detenida
En menos de una semana, el coronavirus dejó de ser una amenaza latente y forzó tanto a las autoridades como a la población a tomar medidas sin precedentes para frenar todo
En menos de una semana, el coronavirus dejó de ser una amenaza latente y forzó tanto a las autoridades como a la población a tomar medidas sin precedentes para frenar todo.
En el Chile de hace una semana, la palabra “cuarentena” solo había hecho su aparición en el discurso público para señalar a gente de zonas muy afectadas por el coronavirus, como China o Europa, o a los desafortunados pasajeros de los cruceros que llegaban hasta las costas del país, como en Caleta Tortel.
Apenas un día antes se había entrado en la denominada Fase 3, con solo un par de contagios no trazables al extranjero. En Santiago se podía sentir una creciente inquietud por la expansión del Covid-19, aunque todavía lejana a una conciencia cabal del problema. Las preocupaciones de la ciudadanía se enfocaban en la falta de alcohol gel y papel higiénico, en los precios de escándalo de las mascarillas en las farmacias y en la necesidad de llenar carros de supermercado con productos desinfectantes.
Hasta ese domingo, el riesgo de contagio no parecía radicar en reuniones familiares o de amigos, sino solamente en eventos verdaderamente masivos, de más de 500 personas, como Lollapalooza o los partidos del Torneo Nacional de fútbol. El derecho a concurrir a restoranes, pubs o cines no estaba en discusión. El tránsito por la ciudad era más calmo, pero seguro.
La primera señal de que algo muy concreto se había trastocado fue el encontrón de los alcaldes y el gobierno por la suspensión de las clases, que iría escalando con el transcurso de los días (ver págs. 22-23). Ese domingo, solo se debatía si los colegios de la capital debían quedarse cerrados, cuando el brote estaba concentrado en un par de establecimientos del barrio alto. El Minsal y su comisión de expertos decían que la medida podía ser algo excesiva, considerando que las escuelas son claves para alimentar -y vacunar- a millones de estudiantes de forma ordenada.
Como casi toda la semana, los ediles terminaron empujando su agenda: el gobierno anunciaba la suspensión de clases en todo el territorio nacional por dos semanas. Algunas empresas hacían eco de la decisión llamando a sus empleados a quedarse en casa. Estas medidas hacían prever días extraños para la capital.
Lunes 16 (156 casos)
A menos de 48 horas de haber declarado el paso a la Fase 3 de la pandemia de coronavirus, el gobierno anunciaba la Fase 4 tras observar que los casos se habían duplicado en un día. Se asumía una dispersión comunitaria de la enfermedad, que su trayectoria era muy difícil de trazar. La Región Metropolitana acumulaba 123 contagiados.
Mientras el Ejecutivo ordenaba cerrar las fronteras y prohibía eventos de más de 200 personas, miles de adultos mayores se aglomeraban en los vacunatorios por el comienzo de la campaña de inmunización contra la influenza. Filas igual de largas se veían al mediodía en los supermercados, que mostraban estantes vacíos en diversos pasillos, en especial los de productos de limpieza.
Durante el día, muchos indicadores subían y bajaban por la volatilidad del momento. El cobre caía en 5,8%; el dólar cerraba en $ 854,8. Por su parte, el Banco Central bajaba la tasa de interés de 1,75% a 1%, un recorte cuya magnitud no se veía desde la crisis subprime de 2008.
El cierre de las fronteras impactaba seriamente a Latam, que veía cómo el valor de la empresa se derrumbaba un 26,47%. Sus operaciones mundiales se reducían al mínimo, con la cancelación del 90% de sus vuelos internacionales y 40% de los vuelos domésticos. Desde la Asociación Chilena de Empresas de Turismo (Achet) se solicitaba al gobierno “implementar con carácter de urgente medidas que impidan el colapso de las empresas del sector”.
Varios alcaldes de la Región Metropolitana tenían sus propias demandas. Algunos exigían el cierre inmediato de todo el comercio, como el edil de La Florida, Rodolfo Carter, acaso el más vociferante de todos, que les daba un “ultimátum” a los malls de su territorio. En paralelo, otro jefe comunal, Daniel Jadue, de Recoleta, anunciaba la importación de una droga retroviral a base de interferón beta, hecha en Cuba, argumentando sus “buenos resultados en China y España”.
Pasadas las 18 horas, la Contraloría se transformaba en la primera repartición pública en la que todos sus funcionarios harían “trabajo remoto y la atención de usuarios sería a través de canales digitales”. Muchas otras reparticiones los seguirían.
Esa prudencia aún no se veía en los rincones más bohemios de la ciudad, donde los locales seguían abiertos, pese a una evidente baja de público.
Para la noche, prácticamente había unanimidad entre partidos de gobierno y oposición para aplazar el plebiscito constituyente del 26 de abril, un reconocimiento que daba cuenta de la gravedad de la situación.
Martes 17 (201 casos)
“Aplanar la curva”, era la expresión que repetían los expertos a través de los medios de comunicación, tras las sombrías proyecciones del gobierno: un tope de 100 mil posibles contagiados en algún momento entre abril y mayo. Con las dramáticas referencias de Italia y España en la mente, los santiaguinos parecían tomarse en serio la meta. Las calles se veían más despejadas y la frecuencia de la locomoción colectiva era más escasa. Según los datos del Transantiago, todas las validaciones del sistema de transporte capitalino bajarían notoriamente respecto del lunes, de 3.255.667 a 2.550.056. Comparadas con las cifras de los mismos días de la semana anterior, el descenso era aun más notorio, de 23% (lunes) y 43% (martes).
A eso de las 11.30, los bancos del sector Pedro de Valdivia con Bilbao, en Providencia, lucían prácticamente vacíos. A través de una cinta de seguridad instalada un metro antes de los mesones de atención, las funcionarias buscaban mantener la distancia con los clientes. Muchos de ellos eran adultos mayores que usaban mascarillas. Algunos locales del sector Oriente, como la sucursal Movistar de El Golf, se negaba a atender público que llegara sin mascarilla.
Donde la actividad se había detenido por completo era en los malls, cuyos trabajadores protestaban por las escasas medidas de protección y exigían el cierre de todo el recinto. “Que se vayan pa’ la casa”, se les oía gritar. Rápidamente, Providencia y Las Condes decidían el cierre de sus centros comerciales, a pesar de que el ministro de Economía, Lucas Palacios, aseguraba que no tenían potestad para hacerlo. En La Florida, Carter también llegaba a un acuerdo con la administración de los malls de su comuna.
A la medianoche, finalmente se hace efectivo el cierre de la frontera, salvo para chilenos y residentes extranjeros.
Miércoles 18 (238 casos)
A media mañana, Chile entraba en estado constitucional de catástrofe, para darles al gobierno y a las FF.AA. facultades extraordinarias para enfrentar la crisis sanitaria.
El espacio público se iba vaciando a cada instante. La oferta de actividades culturales prácticamente había desaparecido en los días anteriores y solo quedaban algunos cines, que no recibían más de 50 espectadores por sala y debían preocuparse de mantener la distancia entre ellos. A la larga, ese día solo asistirían 276 espectadores a ver 15 películas en todo el país, dejando poco menos de $ 560 mil pesos de recaudación.
Con el comercio establecido fuera de competencia -se había decretado el cierre de todos los malls-, iban apareciendo nuevas posibilidades. Por ejemplo, Sergio -prefiere no dar su nombre completo- no tenía que ir a su trabajo esa mañana. El fin de semana anterior había comprado una caja de 50 mascarillas a $ 680 la unidad. Apostado afuera de Metro Manquehue, ahora buscaba venderlas a $ 1.000 . “No me ha ido tan bien. Hay poca gente”, confesaba. Momentos después, una mujer se paraba frente a él y se frotaba las manos con alcohol gel. “Muy caro”, sentenciaba tras pedir precio.
En los alrededor apenas quedaban un par de sucuchos para comer y una que otra peluquería donde las responsables atendían de rigurosa mascarilla. En los supermercados, ya se veían filas en el exterior, pues no podía haber más de 50 personas adentro al mismo tiempo.
Lejos del brote, al suroriente de la ciudad, aún quedaba parte del comercio establecido en la Plaza de Puente Alto, pero los ambulantes estaban mermados. Algunos vendedores novatos -como Sergio- vendían mascarillas a $ 500.
Al caer la noche, el debate seguía dando vueltas alrededor de medidas aún más estrictas, como una cuarentena nacional.
Jueves 19 (342 casos)
Un par de cortes menores de agua en Santiago, seguidos de un motín en el penal Santiago I (ver págs. 26-27) y luego un corte masivo de luz debido a una falla en el Sistema Interconectado Central que afectaba a un millón de usuarios en las regiones Metropolitana, Valparaíso, Maule y Biobío.
La ciudadanía presenciaba esta seguidilla de pequeñas crisis a través de la TV y por internet. El tráfico de datos se disparaba. De acuerdo con la subsecretaria de Telecomunicaciones, Pamela Gidi, el tráfico de datos había aumentado en un 25% respecto de la semana anterior, mientras que la vieja y olvidada telefonía tradicional había crecido en un 50%.
El tiempo puertas adentro de los santiaguinos seguía vaciando el transporte público. Entre las 6 y 16 horas, el Metro registraba una afluencia de 455.739 pasajeros, un 63,38% menos que el jueves anterior. Los pasajeros del Transantiago caían también en un 51,9%, más de un millón de viajes.
Por la tarde, se anuncian decisiones: que el plebiscito constitucional se llevará a cabo el 25 de octubre y que el gobierno presentará un paquete de emergencia económica de US$ 11.750 millones, equivalentes a un 4,7% del PIB.
Viernes 20 (342 casos)
En el último día hábil de la semana, se cerraba lo que faltaba: restoranes, cines pubs y discotecas. “El negocio ya venía muy golpeado por cinco meses desde el 18 de octubre”, señalaba Máximo Picallo, de la Asociación Chilena de Gastronomía (Achiga). “Las ventas se habían resentido de forma importante, entonces nos pilla en un pésimo momento y esto es casi como la tormenta perfecta”. La Cámara de Comercio, por su parte, anticipaba caídas de dos dígitos. “Prácticamente el único segmento que mostrará cifras positivas será el de alimentos, farmacias y productos de primera necesidad, reflejo también de los temores”, decía George Lever, gerente de estudios de la CCS.
Durante la jornada, incluso la justicia comenzaba a limitar sus operaciones, con un llamado de la Asociación Nacional de Magistrados a teletrabajar.
Más tarde, se hacía evidente que parte del movimiento de la ciudad se había trasladado a distintos balnearios del litoral central, cuyos habitantes respondían con molestia, al punto de levantar barricadas para impedir el paso de los autos. Quienes se habían quedado en la ciudad, despedían la semana con aplausos para los profesionales de la salud, a las nueve de la noche.
Luego se escucharía un caceroleo breve, un sonido de otra crisis reciente, pero que parece de otra época.
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