Christina Lamb, corresponsal británica: “La violación es el crimen de guerra más olvidado del mundo”
Corresponsal del Sunday Times, la periodista británica estuvo recientemente en Ucrania, donde recogió testimonios de mujeres abusadas por las tropas rusas. Su libro Nuestros Cuerpos, Sus Batallas relata historias de sobrevivientes, desde Irak a Kosovo y Argentina.
Por la noche fue a una gala de ballet. Cerrado, debido a la guerra, el majestuoso teatro de ópera de Lviv, uno de los más bellos de Ucrania, volvió a abrir sus puertas. Antes de la función el público recibió instrucciones: si sonaban las alarmas de bombardeo, debían correr al búnker. Por lo mismo, solo se vendieron 300 boletos, que es la capacidad del refugio antiaéreo. Antes de abrir las cortinas, el público cantó el himno ucraniano de pie y con la mano en el corazón: fue un momento particularmente emotivo, recuerda la periodista británica Christina Lamb. La música y las delicadas coreografías de La Bayadera y Don Quijote alejaron durante una hora las imágenes de la guerra. Pero la guerra no estaba lejos: a las 4.30 a.m., Christina Lamb despertó en su hotel con el sonido de sirenas y misiles cayendo sobre la ciudad.
Corresponsal del Sunday Times, Christina Lamb (1965) volvió hace unas semanas a Londres. Durante un mes recorrió Ucrania, desde Kiev, donde la primavera ofrece imágenes surrealistas, con gente en los cafés o en el parque con sus mascotas, hasta ciudades devastadas por los ataques rusos.
-Viajé por todo el país y me sentí honrada por la determinación de la gente de enfrentarse a este gigante militar vecino. Por supuesto, fue impactante ver en persona toda la destrucción, tantos hogares destruidos, así como escuelas, hospitales y edificios históricos, y conocer a personas que habían perdido hijos, hijas, esposas, esposos, madres y padres o habían sufrido atrocidades, incluida la violación. Y al pasar un tiempo en Donbas en el Este, era claro que esta guerra podría durar mucho tiempo.
Con más de 30 años de trayectoria, Christina Lamb es una reconocida corresponsal de guerra. Se graduó en Oxford y en 1988, durante la ocupación soviética, se trasladó a Afganistán. Desde entonces ha cubierto conflictos en Medio Oriente, desde Irak a Libia, Israel, Palestina, Egipto y Siria.
Ciertamente ha vivido riesgos: en 2006 sobrevivió a una emboscada de los talibanes en Afganistán, y al año siguiente salvó de un ataque suicida en Paquistán. Pero su interés no está en las explosiones, sino en “la manera en que la gente sigue con sus vidas, alimentando, educando y protegiendo a sus hijos y dando cobijo a sus ancianos mientras a su alrededor se desata el infierno”.
Autora de libros como Waiting for Allah y Farewell Kabul, alcanzó una audiencia internacional con las biografías de Malala Youzef (Yo soy Malala) y Nujeen Mustafa (The Girl from Aleppo). Y en 2021 recibió el premio Orwell, y fue finalista del libro del año de la Biblioteca Pública de Nueva York, por Nuestros cuerpos, sus batallas, un estremecedor libro sobre la violencia sexual contra las mujeres en la guerra.
“La violación es el arma más barata de la que se tenga constancia”, escribe. Desde la antigüedad hasta nuestros días, “la violación es un arma de guerra como el machete, el garrote o el AK-47″. Y “en los últimos años, grupos étnicos y sectarios, de Bosnia a Ruanda, de Iraq a Nigeria, de Colombia a la República Centroafricana, han utilizado la violación como una estrategia deliberada”.
Sobrecogedor, a veces incómodo, el libro recoge testimonios de víctimas de diferentes conflictos y épocas. Desde las mujeres esclavizadas por los japoneses en Filipinas, durante la Segunda Guerra Mundial, a las adolescentes yazidíes sometidas a brutalidades por ISIS o las jóvenes asaltadas sexualmente en Kosovo, Cristina Lamb les da rostro y voz a las sobrevivientes.
“Es el libro más impactante y perturbador que he leído”, comentó el historiador Antony Beevor.
Un crimen que la periodista volvió a encontrar en Ucrania.
-Cuando escuché por primera vez los informes de Ucrania sobre violaciones por parte de soldados rusos, me entristeció, pero no me sorprendió. En la investigación para mi libro fue difícil encontrar un conflicto en el que no hubiera habido violación. Y los rusos tienen experiencia en esto: en 1945, durante la Liberación de Berlín, hasta dos millones de mujeres alemanas fueron violadas por soldados del Ejército Rojo en busca de venganza. Del mismo modo, hubo muchas violaciones en la guerra civil rusa.
¿Es violencia sexual sistemática?
Inicialmente pensé que tal vez eran solo casos esporádicos, soldados frustrados porque las cosas no iban bien. Pero ahora ha habido tantos informes de todo el país y tanta similitud de casos, muchas violaciones en grupo y con tanta maldad: violar a niñas frente a sus hermanas mayores o madres que rogaron a los soldados que se las llevaran en su lugar, y muchas veces violándolas una y otra vez durante días hasta que morían. También informé sobre un caso en el que, en una pequeña calle, los rusos habían atado sábanas blancas a las casas donde había mujeres, luego el oficial al mando fue allí con sus jóvenes soldados y dijo: “Mis hombres han bebido vodka, ahora necesitan entretenimiento”. Así que parece sistemático: el fiscal general ucraniano ciertamente lo cree así.
¿Qué reacción ha visto en la comunidad internacional?
En general ha sido decepcionante. La violación es el crimen de guerra más olvidado del mundo: la Corte Penal Internacional (CPI) solo ha procesado con éxito a una persona en sus 20 años de existencia, incluso cuando decenas de miles de mujeres han sido violadas en el mundo. Espero que Ucrania pueda ser un punto de inflexión, que esta vez la comunidad internacional no solo denuncie las violaciones, sino que realmente haga algo. Nunca había visto tanta cobertura mediática, lo cual es excelente, y también informes en tiempo real mientras el conflicto continúa. Zelensky ha hablado al respecto y los ucranianos han estado avanzando con los casos de crímenes de guerra y la CPI envió su delegación más grande. Así que esperemos que sea más que palabras.
La justicia
“Hemos dado lo más preciado que poseíamos y hemos muerto por dentro muchas veces, pero no encontrarán nuestros nombres grabados en monumentos o memoriales de guerra”, dice una sobreviviente de la guerra de liberación de Bangladesh.
En un conflicto armado, ¿qué efecto tiene la violación en las mujeres y su comunidad?
Lamentablemente, es un arma muy eficaz: si quieres aterrorizar a una comunidad y expulsarlos de un lugar, es la forma más económica de hacerlo. También se usa para humillar, buscar venganza y cambiar el equilibrio étnico.
La violación ha sido un arma de guerra desde antiguo, ¿a qué se debe su persistencia?
Siempre ha habido violaciones en la guerra, desde los antiguos griegos y romanos, como una forma de recompensar a los soldados y vengarse. Pero en los últimos años he visto que se usa mucho más como arma, combatientes a los que se les ordena violar, ya sea por razones religiosas, étnicas o financieras. Fue porque lo estaba viendo en aumento es que decidí investigar.
Aun así, los historiadores han hablado poco de este tema, ¿por qué?
Es difícil hablar de ello, ya que la violación es el único delito en el que la víctima se avergüenza de haber hecho algo malo. Muchas mujeres alemanas se suicidaron después de la guerra en lugar de vivir con la vergüenza. Pero también las historias militares han tendido a ser escritas por hombres que se enfocan en la lucha y no en lo que les sucede a las mujeres. Antony Beevor, sobre Rusia, y Paul Preston, sobre la Guerra Civil española, son excepciones.
¿A qué atribuye el aumento de la violencia sexual hacia las mujeres?
Es difícil de responder, por eso comencé a investigar. Primero pensé que había más denuncias, pero creo que es más que eso. Estoy convencida de que en los últimos ocho años he visto mucha más violencia contra las mujeres que en cualquier momento de mis 35 años como corresponsal, ya sea que las yazidíes sean tomadas como esclavas sexuales por ISIS en 2014, o las niñas nigerianas secuestradas en Chibok por Boko Haram casi al mismo tiempo, o los rohingya sacados a rastras de sus chozas y violados por soldados birmanos en 2017. Por no hablar de Sudán del Sur, República del Congo, la República Centroafricana y Etiopía o los centros de detención en Bielorrusia o de uigures en Xinjiang. Creo que gran parte de la respuesta radica en el hecho de que, como dije, es un arma barata y efectiva, pero también casi nadie es llevado ante la justicia.
¿Cómo ha operado la justicia?
Casi todas las mujeres con las que hablé dijeron que querían justicia pero, lamentablemente, la rendición de cuentas es la excepción, no la regla. Ni un solo perpetrador ha sido procesado por lo que se les hizo a las mujeres en Nigeria, a los rohinyá o los yazidíes, aparte de un caso reciente en Alemania usando la jurisdicción universal. Ha habido algunos éxitos en los tribunales nacionales, como en Guatemala, pero es extremadamente difícil y requiere una gran determinación y coraje por parte de las mujeres (que a menudo tienen que testificar una y otra vez). Me parece que no puede ser una coincidencia que esos éxitos casi siempre hayan involucrado a jueces o fiscales mujeres, así que claramente necesitamos tener más mujeres en la justicia, como dijo la difunta jueza Ruth Bader Ginsburg, las mujeres pertenecen a todos los lugares donde se toman decisiones.
¿Entre la diversidad de testimonios, encontró puntos en común?
Los métodos son a menudo los mismos, la motivación diferente. Y casi todas las víctimas me dijeron que preferirían haber muerto antes que vivir con lo que pasó.
En el libro cuenta la historia de Mónica y María Laura Lavalle, una madre desaparecida y una hija secuestrada por la dictadura argentina. ¿Por qué la incorporó?
La violencia sexual no es solo violación, sino también esterilizaciones y embarazos forzados y secuestro de bebés. No había planeado incluir a Argentina, pero fui allí para dar una charla y conocí a abogados que representaban a mujeres secuestradas durante la dictadura en las décadas de 1970 y 1980 debido a sus opiniones políticas, y que solo ahora pueden buscar justicia por las violaciones. Algo que estuvo excluido de los juicios durante años, las mujeres incluso decían que cuando testificaban y mencionaban la violación, les respondían “no queremos oír hablar de eso”.
No habla de víctimas, sino de supervivientes. ¿Por qué?
Son, por supuesto, víctimas de crímenes horrendos, pero muchas me dijeron que vieron que esa etiqueta es demasiado pasiva y quieren ser conocidas como sobrevivientes, y yo respeto esa decisión.
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