Cuenta regresiva de un crimen por encargo
El 18 de mayo, Alejandro Correa (60) fue asesinado afuera de su casa, en Concón. Víctor Gutiérrez, un colombiano que ingresó de forma irregular a Chile, fue imputado por el homicidio. Sin embargo, la investigación no termina ahí. Para descubrir al autor intelectual, la fiscalía ha puesto la mira en los conflictos por un terreno que la víctima tenía en Quilpué.
La primera vez que Víctor Gutiérrez Londoño (34) mencionó su “misión” fue la tarde del jueves 14 de mayo. Lo hizo con un tono seco, sentado en la mesa que durante semanas compartió con Jairo Cortés, un feriante local al que le arrendaba una pieza en el sector de las tomas de Ramón Ángel Jara, en El Belloto Sur, Quilpué. Por momentos, el diálogo se volvió tenso, en especial cuando Gutiérrez, a quien apodan “Parcero” -“amigo” en la jerga de la región colombiana de Antioquia-, dejó sobre la mesa un revólver Arminius calibre .38, de color negro y cañón corto.
- “Le dije: ‘¿Hermano, estás seguro de lo que vas a hacer?’. Y me respondió: ‘Por la plata voy a ir a la misión. Me van a pagar cinco millones’. Le dije si no había otra forma, y me dijo que no, que no estaba ‘ni ahí’”, relató Cortés a la PDI.
Un par de días después, cerca de las 21 horas del sábado 16 de mayo, Gutiérrez se acercó a Claudio Riveros, un colectivero de la ruta corredor de Reñaca. Riveros reparó en la dureza de su rostro: una frente ancha surcada por arrugas profundas y pómulos afilados.
“Se me acercó un sujeto con acento colombiano que me preguntó dónde podía comprar pitos”, declaró el chofer. “Luego me conversó preguntándome si yo hacía carreras especiales en el colectivo, a lo que le señalé que sí, y me pidió si el lunes 18 de mayo de 2020 yo le podía hacer una ‘peguita’. Es decir, llevarlo a un lugar en el colectivo y luego pasar a dejarlo, a lo que intercambiamos números de teléfono”.
De acuerdo con su versión, “Parcero” también le solicitó un reconocimiento del trayecto, que se concretó la tarde del domingo 17 de mayo. Según la fiscalía, el objetivo era analizar posibles rutas de escape. Ambos llegaron al sector de Bosques de Montemar en el auto de Riveros, un Toyota Yaris negro, y se estacionaron a unos metros de la casa del ingeniero Alejandro Correa. Tras retirarse del lugar, Gutiérrez le exigió puntualidad a Riveros para la mañana siguiente y envió un audio de WhatsApp para confirmar la hora del “encargo”. Quedaba poco tiempo.
El terreno en disputa
Alejandro Correa (60) llegó a Concón en 1996. Su gusto por la zona de Bosques de Montemar lo convenció de establecerse ahí cuando el banco en que trabajaba lo trasladó a la Quinta Región. Compró un terreno y delineó el plan para la construcción de la casa donde pasaría los últimos 24 años de su vida.
El vínculo con su familia era estrecho. Casado hace 36 años con Laura Uribe y padre de tres hijas -una de ellas actualmente en Italia-, Alejandro Correa era el sexto de siete hermanos que crecieron en Malloco. Tras cursar sus estudios en el colegio San Ignacio El Bosque, ingresó a Ingeniería Comercial en la Universidad de Chile.
Correa, dicen sus familiares, combinaba una abundante vida espiritual -practicaba meditación y yoga- con su pasión por los negocios. Después de incursionar en el rubro del transporte como gerente comercial de la empresa Vershae, se jubiló anticipadamente a los 58 años para emprender en solitario. Así creó una sociedad inmobiliaria, donde hacía de dueño y empleado. “Era él mismo quien hacía los trámites necesarios para mantener a flote su empresa, iba a remates, luego a Impuestos Internos, le encantaba hacer sus propios proyectos”, recuerda Valentina Correa, una de sus hijas.
Esa afición por la compraventa de propiedades no era nueva. Justamente ese interés lo había llevado, en 1996, a ofertar por un terreno de 13 hectáreas ubicado en la comuna de Quilpué. Entonces, la parcela estaba ubicada en una zona rural, pero un posterior cambio en el uso de suelo y las mejoras a la conectividad del sector revalorizaron la propiedad.
Mantener ese terreno le acarreó distintos problemas a Alejandro Correa. Desde 2019 estaba sumido en un litigio civil con una empresa de rellenos que, según dijo a la justicia, acopiaba material en una parte de su predio.
A esa preocupación se había sumado, en las últimas semanas, una alerta de su abogado, Vladimir Arenas, quien le alertó que el paño había sido ocupado por un grupo de personas. El 11 de mayo, Correa hizo el viaje de 22 kilómetros entre Concón y Quilpué para saber quiénes estaban detrás de un supuesto loteo y venta ilegal de una parte de su propiedad.
En medio de las faenas que se realizaban en el lugar, Luis Alarcón, dirigente social de la zona, actuó como vocero y le aseguró a Correa que el grupo no estaba dentro de su propiedad. Fuentes ligadas a la toma aseguran que las familias son originalmente de Quilpué, que los lotes ocupados no coinciden con los señalados por Correa y que nadie está lucrando con la repartición del terreno.
Pese a que no hubo altercados ni amenazas, el empresario inmobiliario regresó inquieto a Concón. El destino de su propiedad, en la cual aspiraba a desarrollar un proyecto inmobiliario y comercial, había sido puesto en entredicho, le dijo a su familia.
Lo que vio ese día, lo resumió en una denuncia que presentó tres días después, el jueves 14 de mayo, a la fiscalía local de Quilpué: “Terceros ingresaron a terrenos de mi propiedad y están marcados sitios y comenzando a construir. Ingresaron con una máquina retroexcavadora y comenzaron a hacer caminos interiores (...) Son unas 30 personas que se encontraban limpiando los sitios, haciendo quemas y comenzando a construir”.
Ya con antecedentes concretos y con una denuncia en fiscalía en curso, el 15 de mayo Correa visitó la Municipalidad de Quilpué, donde se reunió con Rodrigo Uribe, director de la Secretaría de Planificación Comunal (Secplac), a quien le alertó sobre lo que ocurría en su propiedad. Y horas más tarde, la mañana del sábado 16 de mayo, el ingeniero regresó a su terreno junto a un constructor para calcular los costos de cercar el contorno del predio y hablar por 45 minutos con los dirigentes de la toma.
Según cuentan autoridades de la zona, en este momento hay seis o siete terrenos privados tomados. El loteo y venta ilegal de estos paños desocupados hicieron proliferar a grupos organizados en Quilpué. A tal punto crecieron estas bandas, que en redes sociales se ofrecen abiertamente “terrenos en situación de loteo irregular”, de 18 por 40 metros cuadrados, con servicios básicos de agua y luz, a cambio de $ 1,2 millones.
Carlos Gatica, dueño de un terreno tomado, asegura que en su última visita se encontró con un grupo de entre 50 y 60 personas. Algunas de ellas estaban armadas. “Después de lo que le pasó al Sr. Correa, no quiero ser yo quien enfrente esto”, dice.
Homicidio frustrado sin sanción
“El lunes 18 de mayo, el ‘Parce’ se levantó a las seis de la mañana. Lo vi salir con un polerón azul de polar y yo me quedé acostado”, declaró Jairo Cortés a la PDI. Esa mañana, Víctor Gutiérrez vistió también una chaqueta de mezclilla, un pantalón de color rojizo, un jockey y una mascarilla.
Cuando el reloj marcaba las 7.30, Gutiérrez subió al auto de Claudio Riveros, a quien apodan el “Ciego”. El viaje se realizó en silencio; solo fue interrumpido por las preguntas de Riveros. Una de ellas le permitió saber que Gutiérrez no tenía cédula de identidad, pues había ingresado ilegalmente al país en 2015. Desde entonces, su estadía en Chile quedó marcada por los problemas con la justicia.
Con estudios medios en Colombia y sin una profesión, el “Parcero” se instaló en Quilpué. Los oficios menores le permitieron sostenerse los primeros meses. Pese a ello, uno de sus primeros problemas surgió al ser detenido transportando drogas el 6 de mayo de 2018. Por nueve cigarrillos de marihuana y cinco envoltorios con cannabis recibió una condena menor y una multa de $ 47.396. Esa resolución bastó para que el Departamento de Extranjería rechazara, en octubre de 2019, su solicitud para regularizar su situación migratoria en Chile, lo que podía traducirse en una expulsión del país.
Sus delitos no cesaron después de la sentencia. Ese mismo mes, volvió a tribunales por agredir a una mujer, a quien -según la fiscalía- golpeó con los puños y le lanzó piedras. Tras no comparecer al tribunal, “Parcero" comenzó a ser buscado por la policía.
Luego, fue capturado otra vez en octubre de 2018, después de atacar con un arma blanca de 20 cm a Sider Rojas en el sector de la Plaza Vieja de Quilpué. Pese a que la fiscalía lo formalizó por homicidio frustrado, el persecutor Carlos Parra solicitó no perseverar al tribunal, “por no haber reunido antecedentes suficientes para fundar una acusación”. Una vez más, Gutiérrez recuperaba su libertad.
Un año y medio después, esa omisión del Ministerio Público le permitió aceptar el “encargo”.
Cerca de las ocho de la mañana del lunes 18 de mayo, el Toyota Yaris volvió a estacionarse a solo metros de la casa del ingeniero Alejandro Correa. Gutiérrez bajó del automóvil, cruzó un bandejón central en dirección a la casa esquina de color rojo y tocó el timbre. “Observé desde donde estaba que el ‘Parce’ tocó para ver si había alguien, pero volvió y me dijo que no estaba el dueño de casa y que nos fuéramos a dar una vuelta”, declaró Riveros a la policía. Tras el intento fallido, fueron a Viña del Mar para desayunar. “El caballero me va a atender de 9 a 10”, dijo Gutiérrez.
Una hora más tarde volvería a la casa roja en Bosques de Montemar.
Respondiendo al presunto asesino
El timbre sorprendió a Alejandro Correa. Eran las 8.15 de la mañana del lunes 18 de mayo y ese día solo esperaba la visita de un constructor una hora más tarde. Se levantó de la cama y contestó el citófono.
- Buenos días, busco a Alejandro Correa, vengo de parte del vecino de atrás - dijo Víctor Gutiérrez.
- No lo puedo recibir ahora. ¿Puede volver a las 10? - replicó Alejandro Correa.
Aunque inesperada, la visita no preocupó al ingeniero. Tampoco hizo una conexión inmediata entre la denuncia que había presentado en la fiscalía cuatro días antes, la visita que hizo a la Municipalidad de Quilpué o el correo electrónico que había enviado esa misma mañana a la gobernadora Carolina Corti y al intendente Jorge Martínez para dejar por escrito lo que ocurría en Quilpué. Esa mañana, aseguran sus cercanos, la única preocupación de Alejandro Correa era cómo mejorar el cerco perimetral de su terreno.
La llegada del constructor C.M. ocurrió cerca de las 9.30. Su visita le permitiría avanzar en las mejoras a la seguridad. “Mientras veíamos esto, me contó que le había pasado algo raro. Me dijo que siendo cerca de las 8.30 horas le tocaron el citófono y era la voz de un hombre con acento extranjero, como colombiano. Preguntó por él con nombre y apellido (...). Me dijo que pensaba que era por la casa de atrás que estaba desocupada, pero después pensó que era por el terreno de Quilpué”, declaró el testigo a la PDI.
Apenas 10 minutos después de haber iniciado la inspección del cerco, los gritos de Alejandro Correa retumbaron en todo el barrio. “Alejandro dice en voz alta: ‘¡No, para, para, tranquilo!’. Me fijé qué pasaba con Alejandro, que estaba a dos metros de distancia respecto de mí; luego de que dijera eso, escuché dos sonidos de disparos. Yo me tiré al suelo boca abajo”, relató C.M.
Los disparos alertaron a la familia y a los vecinos. También la huida de un hombre con gorro y con pantalones rojizos, que corría mientras se colgaba una pistola en la parte posterior de su cinturón. “¡Vamos, arranca, arranca!”, le ordenó Gutiérrez, según confesaría Riveros.
Un disparo en la cabeza, en la zona parietal izquierda, había herido de muerte a Alejandro Correa. Javiera, su hija, fue la primera en auxiliarlo. “Lo vi tirado en la vereda, en agonía... Me arrodillé junto a él, lo abracé y lo acompañé con la pura gratitud que siempre he sentido por él, tranquilizándolo desde el cariño profundo", relató en redes sociales.
Correa fue trasladado a un Sapu y luego derivado al Hospital Naval, donde se intentó una operación que no alcanzaría a cambiar su suerte. “Las expectativas de vida eran bajas. Los doctores nos dijeron que, si lo operaban y salía todo bien, no volvería a caminar ni a hablar ni a reconocernos, por el daño que se le había hecho al tronco cerebral”, detalla Valentina Correa.
Alejandro Correa pasó sus últimas horas junto a su familia. Su muerte fue declarada a las 16.48. Pocas horas después del asesinato, a 22 kilómetros de distancia, Víctor Gutiérrez volvía a la casa de Jairo Cortés, en Quilpué.
“El ‘Parce’ llegó como a las 13 horas a la casa. Lo vi llegar en un colectivo negro, un Yaris, con llantas, que lo dejó fuera de la casa y se fue. Mientras, el ‘Parcero’ entró ‘rajao’ para la casa con una mochila verde oscuro, la que metió a la lavadora y la echó a lavar. Lo encaré y le pregunté qué hueá había pasado, y me dijo que le había ido bien (…), que le había puesto unos balazos”, declaró Cortés, testigo clave de la fiscalía.
La revisión de las cámaras de vigilancia, las interceptaciones telefónicas y la declaración de un testigo protegido que trasladó a Claudio Riveros en su auto, apenas horas después del crimen en Bosques de Montemar, le permitieron a la fiscalía avanzar en una investigación que hoy se mantiene bajo reserva.
El 21 de mayo, a las 4.30 horas, Gutiérrez fue detenido en la casa de su pareja, en Quilpué. Hasta la fecha, se ha negado a entregar una declaración oficial que permita descubrir quién ordenó el asesinato de Alejandro Correa.
Al día siguiente, el 22 de mayo, se celebró el breve funeral de Correa. Junto a unas 15 personas, su esposa y dos de sus hijas -y la tercera vía Zoom desde Italia- pudieron despedirlo con una tranquilidad a medias, sabiendo que al menos uno de sus dos asesinos ya estaba bajo la custodia de la justicia. “Vamos a estar bien,”, dijo Valentina Correa junto al féretro. “Nos diste las herramientas hasta para sobrellevar tu partida”.
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