David Rieff: “Si uno cree en la libertad de expresión, debe ser para todos, incluso los malos”
El ensayista norteamericano habla del debate en torno a la libertad de opinión y la idea de prohibir el negacionismo sobre las violaciones a los derechos humanos, como se propuso en la Convención Constitucional. Contrario a la censura, ve en ello “un gran riesgo social”.
Hay dos clases de hombres en el mundo, y solo dos, afirmó Víctor Frankl: los hombres decentes y los indecentes. “Ambas se encuentran en todas partes; penetran en todos los grupos de la sociedad. Ningún grupo está formado enteramente por personas decentes o indecentes”, escribió el autor de El hombre en busca de sentido. Pero de acuerdo con el ensayista David Rieff, gran parte de la izquierda norteamericana no cree en esa afirmación, más bien se sienten acaparadores de la virtud. O incluso más: “Son monopolistas de la virtud”.
Ensayista controvertido y perspicaz, Rieff (Boston, 1952) ha observado con atención al progresismo joven norteamericano. En una de sus columnas dedicadas a la ideología Woke, describió algunos de sus rasgos esenciales, entre ellos, la exaltación del sentimiento, que lo hace inatacable en sus propios términos (lo que importa es “mi verdad”), la subjetividad en tensión con la esencia identitaria, así como una visión utópica y simultáneamente retrógrada del mundo.
Intelectual liberal, formado en la tradición francesa y graduado de historia en Princeton, fue editor de Joseph Brodsky y Philip Roth y es autor de ensayos polémicos, como Elogio del olvido y Una cama por una noche. Rieff es crítico tanto del neoliberalismo como de las utopías de izquierda, y contrario al uso político de la memoria.
Hijo único de Susan Sontag y el ensayista Philip Rieff, el autor afirma que vivimos una revolución cultural empujada desde las filas del progresismo. “Una revolución en términos de género y raza, de derribar monumentos, de expresión de lenguas indígenas y de lenguaje inclusivo. El lenguaje inclusivo me parece una tontería absoluta, pero es el espíritu de los tiempos”, afirma vía Zoom desde Nueva York.
“Ahora, cuando se habla de arte, ya no se habla de trascendencia, sino de representación. Es una idea completamente diferente del proyecto cultural. Ahora tenemos que escuchar las voces ocultas. Entonces, cuando hablamos de un poeta mapuche, no importa la trascendencia, sino que es representante de un pueblo”, dice. “El progresismo en este momento está completamente alineado con estas ideas de representación y con la idea de que hay que censurarse, porque la libre expresión que daña a un pueblo o una minoría no es libertad de expresión; es agresión racista, clasista, sexista, etcétera. La Constitución en Chile parece que va a incluir todo este paquete de ideas radicales”, aventura.
David Rieff conoce nuestro país y ha seguido los debates vinculados con la Convención Constitucional, entre ellos la idea de prohibir la negación o justificación de las violaciones a los derechos humanos. Esta moción fue aprobada -con 18 votos a favor y 15 en contra- en la Comisión de Derechos Fundamentales de la Convención Constitucional.
En su opinión, ¿la libertad de expresión admite limitaciones?
Bueno, obviamente hay limitaciones. Ahora, la verdad, los jóvenes progresistas de hoy tienen una idea menos generosa de la libertad de expresión; para ellos los riesgos de una expresión absolutamente libre parecen más importantes que para mi generación. Creo que ellos ven en la libertad de expresión un pretexto para seguir con varias formas de represión, opresión, etcétera. Por ejemplo, burlarse de alguien es una versión de pegarle moralmente. El problema es que esta generación parece haber perdido la conciencia de los riesgos de imponer medidas para frenar, limitar o acorralar la expresión.
¿Qué riesgos ve en ello?
El punto de la libertad de expresión es que de un momento a otro tus enemigos ideológicos van a ganar. Hay un utopismo romántico, y no lo digo como elogio; hay una fiebre en la cual piensan que hemos pasado a otra dimensión de la historia. Entonces vamos a seguir en un mundo de 80 géneros y una política identitaria tan compleja, tan bizantina, y lo peor que va a pasar es que va a ganar un Boric. ¿Pero qué va a suceder cuando, en un momento u otro, gane un Kast? Porque la historia te enseña que tarde o temprano alguien de esta perspectiva va a ganar. Yo tengo este miedo en términos de los Estados Unidos: en este momento, el movimiento Woke domina todas las clases profesionales. Pero hay una gran probabilidad de que regrese un Trump o alguien como Trump. Entonces hay ingenuidad política, y creo que este utopismo te roba tu capacidad para mirar de manera fría la historia. Porque precisamente las ideas que dominan el debate de la Constitución son ideas milenarias: vamos a hacer justicia, vamos a ser los buenos. Esto es curioso en el contexto de un país católico, pues es una idea muy protestante, muy calvinista. ¿Y qué va a pasar cuando regresen los malos, entre comillas?
El ensayista advierte que “la libertad de expresión es una idea, pero también es una estructura. Y si te decides a empezar a limitarla, cambiarla, destruirla o al menos prohibir ciertas formas de expresión, el riesgo me parece absolutamente evidente. Pero tengo la impresión de que en el contexto progresista actual este argumento no tiene gran sentido. Hay un pánico moral al interior del progresismo: es la idea de que hemos pecado como sociedad. El problema es que todas las sociedades en la historia del mundo han pecado y nada ha cambiado. Es como la sorpresa en Europa ante esta guerra en Ucrania. ¿Por qué han pensado que la guerra era algo del pasado en Europa? Si entiendo bien, entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y ahora más o menos han pasado 70 años, y en ese tiempo no hubo una gran guerra, pero en términos históricos 70 años no vale mucho. Y la realidad es que históricamente la norma es la guerra y no la paz. La guerra es una atrocidad, y no digo esto para justificar la agresión de Putin, para nada, estoy ciento por ciento con Ucrania, pero no entiendo la sorpresa de los europeos”.
¿A qué se debe la pérdida de valor de la libertad de expresión actualmente?
En este momento hay varias fantasías utópicas; la fantasía cultural es que en la opinión de muchos jóvenes la posibilidad de justicia justifica la censura. Hemos llegado a un punto de la civilización que podríamos llamar la época de la justicia, y es una idea de justicia en términos casi bíblicos: los últimos serán los primeros, los primeros serán los últimos. Esta es la idea dominante en este momento. También hay una sobrevaloración de lo simbólico, entonces vamos a destruir la estatua de Pedro de Valdivia. Pero los pobres van a quedar igualmente pobres. Por eso pienso que esta es la primera revolución cultural sin radicalismo económico. Bueno, sí, hablan de que están en contra del clasismo, la desigualdad, etcétera, pero realmente no tienen ideas económicas revolucionarias. Boric dijo que va a respetar la independencia del Banco Central; en castellano eso significa que no va a cambiar nada.
Sociedad bienpensante
¿Qué piensa de la idea de prohibir por ley la negación de las violaciones a los derechos humanos?
Estoy absolutamente en contra. En Europa hacen más o menos la misma cosa sobre el Holocausto. Entiendo la motivación, puedo respetarla, pero creo que el riesgo es demasiado grande. Sobre todo en un país como Chile, en el cual, que yo sepa, las opiniones públicas no han cambiado tanto. Si entiendo bien, la proporción del voto en la última elección ha sido más o menos la misma que el voto pro Pinochet en el plebiscito. Después de tantos años de democracia eso no ha cambiado sustancialmente. Entonces, decirle a una parte grande del pueblo chileno “ustedes no pueden opinar” me parece un gran riesgo. En esto regreso a la sobrevalorización de lo simbólico, porque ¿cuándo van a terminar con esto, en qué generación? Creo que hablar de negacionismo en el contexto chileno es un gran riesgo social.
¿Estima que podría motivar más divisiones?
En Chile no hay un consenso sobre Pinochet. En la buena sociedad liberal progresista, sí, pero hay otro Chile, entonces es un gran riesgo decir a esta minoría “bueno, cállense. Y si abren la boca, vamos a llevarlos a la justicia”. El riesgo me parece más importante que la visión del mundo bienpensante, universitario, literario, cultural.
Quienes apoyan la idea de sancionar el negacionismo argumentan que es inadmisible que se nieguen o relativicen las violaciones a los derechos humanos, que deberían ser el pilar de la democracia y sobre todo cuando todavía hay personas que no han encontrado a sus familiares desaparecidos.
Sí, pero es un deber del Estado ocuparse de las víctimas y aclarar qué sucedió en muchos casos. El Estado tiene este deber, pero no veo cómo impedir que alguien diga el golpe de Estado fue bueno, cómo eso ayuda a un nieto a saber lo que sucedió. Es súper importante que lleguemos a saber lo que ocurrió, pero impedir las opiniones no va a cambiar esto. Me parece más bien una manera de presentar tu propia virtud, de resaltar, entre comillas, tu virtud. Yo recuerdo siempre la definición que dio Milan Kundera del kitsch, lo definió como una idea, un sentimiento, que te hace pensar mejor de ti mismo (el reino de las buenas intenciones y los lugares comunes). Y veo eso en esta censura. El problema es que finalmente, si uno cree en la libertad de expresión, hay que acordar esta libertad también para todos, incluso para los malos. Creo que el gran error de nuestra época, en el mundo progresista, es creer que la libertad de expresión es únicamente para los buenos. Y finalmente es una visión lógicamente totalitaria. Creo que hay un totalitarismo soft en la izquierda actual. Bueno, no van a matar a nadie, nadie va a morir. En este sentido, en un mundo en el cual muchos están muriendo de hambre, de guerra, hay que conservar las proporciones. Pero me parece que hay un totalitarismo soft y es el estado de ánimo actual progresista.
¿Legislar contra el negacionismo no ayudaría a crear ese consenso en torno al respeto de los derechos humanos?
Me parece poco probable. No creo que sea una manera eficaz, sobre todo en un mundo dominado por las redes sociales. Me parece más bien la fantasía de poder reprimir al malo. Es una idea muy, muy protestante, muy calvinista, y bueno, yo soy un buen pagano, entonces no veo mucho efecto en ella.
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