Desde Rusia con dinero: Los negocios y vínculos políticos que persiguen a Trump desde Moscú
Cuando el mandatario estadounidense tiende puentes hacia Vladimir Putin para intentar finalizar la guerra de Rusia y Ucrania, los cuestionamientos sobre la cercanía pasada entre Trump y la nación que invadió a su vecino en febrero de 2022 vuelven a surgir.
Al igual como ocurrió durante su primer mandato, la simpatía de Donald Trump hacia Vladimir Putin quedó en evidencia cuando mostró una postura mucho más cercana a la de Moscú que a la de Kiev. ¿Qué tan cercano es el actual Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a Rusia?
Tanto sus negocios con rusos -que se pueden rastrear a partir de 1984- como la posible injerencia de Moscú en las elecciones presidenciales de 2016 incluso condujeron a que se realizara una investigación especial llevada adelante por el fiscal especial Robert Mueller.
Una de las conclusiones a las que llegó esa investigación fue que si bien Rusia intentó intervenir, “no se estableció que los miembros de la campaña de Trump hubieran conspirado con el gobierno ruso en sus actividades de interferencia electoral”, pese a que se “identificaron numerosos vínculos entre el Kremlin y la campaña de Trump”.
El periodista Craig Unger señaló en 2019 que “al menos 13 personas con vínculos conocidos o presuntos con la mafia rusa poseían las escrituras, vivieron o dirigieron operaciones delictivas desde la Torre Trump u otras de sus propiedades”. The New York Times planteó el mismo año que “18 de sus asociados tuvieron al menos 140 contactos con ciudadanos rusos o sus intermediarios durante la campaña de 2016 y la transición presidencial”.
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Varios expertos en delitos financieros y espionaje dijeron al Financial Times en un reportaje de 2018 que “la parte más preocupante de la interacción entre el pasado de Trump en los negocios y su presente en el cargo público era su potencial susceptibilidad al chantaje”. Tom Keating, exbanquero de JP Morgan y experto en finanzas ilícitas, llama a ese escenario “el temor número uno de cualquier agencia de inteligencia”, indicó el periódico.
Fue justamente esa posibilidad de que Trump pudiera ser chantajeado o que hubiese un kompromat (término ruso para describir los materiales comprometedores sobre un político o alguna figura pública) lo que se señalaba en el expediente del exoficial del MI6 Christopher Steele, divulgado en enero de 2017, sobre las conexiones rusas del magnate, en el que se indicaba que la inteligencia rusa tenía imágenes de él ordenando a prostitutas orinar en la cama del hotel de Moscú en el que alguna vez durmieron los Obama.
Las primeras pistas
Para encontrar los primeros rastros de la relación financiera entre Trump y los rusos, es necesario remontarse a la década de 1980, cuando el rubio magnate se esforzaba por crear la “Marca Trump” mediante los negocios inmobiliarios.
Así llega 1984, y el primer cliente sería David Bogatin, un presunto mafioso ruso que compró no uno, sino cinco departamentos en la Torre Trump por US$ 6 millones. Sin embargo, el comprador había llegado solo un par de años atrás, sin un peso en los bolsillos. A precios actuales, serían unos US$ 16 millones, indicó el diario The Washington Post.
Lo interesante de la transacción, señaló David Cay Johnston en su libro The Making of Donald Trump es que, lo supiera o no, Trump ayudó a blanquear dinero de la mafia rusa, según la oficina del fiscal general del estado de Nueva York, añadió el periódico.
Una investigación del portal BuzzFeed reveló que más de 1.300 departamentos, es decir, una quinta parte de todos los vendidos por la marca Trump en EE.UU. desde la década de 1980, fueron resultado de “transacciones secretas y totalmente en efectivo que permiten a los compradores evitar el escrutinio legal ocultando sus finanzas e identidades”.
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La Organización Trump siempre ha rechazado esas acusaciones, argumentando que no hay pruebas que indiquen un lavado de activos del que hayan sido cómplices.
¿Trump, agente soviético?
Hasta aquí, el vínculo es eminentemente financiero, pero eso empezaría a cambiar en 1987, año en que Trump visita Moscú y la entonces Leningrado (hoy San Petersburgo), como parte de una invitación de la propia Unión Soviética para discutir inversiones inmobiliarias. Pero un miembro del KGB llegó a plantear una trama digna de un thriller: que Donald Trump fue tanteado como espía ruso.
La historia fue relatada por Alnur Mussayev, exagente de la famosa agencia secreta soviética, quien incluso dijo que Trump había recibido como nombre clave el apodo de “Krasnov”. El empresario -con conocimiento o no- habría sido parte de un entramado de la URSS que buscaba penetrar en la esfera occidental a través de empresarios como Trump, señaló el antiguo alto funcionario kazajo. Su relato fue citado por separado por los periodistas Craig Unger y Luke Harding.
En el viaje a tierras soviéticas, Trump iba con la idea de un posible proyecto hotelero, pero Mussayev afirma que las reuniones del magnate y el Kremlin tenían como verdadero objetivo reclutarlo como agente de la inteligencia soviética.
Según el medio Times of India, existen informes de inteligencia de la década de 1980 que “confirman que el KGB intentaba activamente reclutar a prominentes occidentales para convertirlos en informantes o espías”.
El actual presidente de EE.UU. ha dicho que las acusaciones son “ridículas”, mientras Mussayev insiste en que el expediente de Trump en el KGB sigue abierto y está en manos de un amigo íntimo de Vladimir Putin.
Dineros rusos
La década de 1990 encontró a Trump en una pésima situación financiera. Muchos de sus negocios habían quebrado y ya no había bancos estadounidenses dispuestos a financiar sus proyectos. Pudo pedir préstamos esporádicamente al Deutsche Bank, con el que tuvo una larga y conflictiva relación, pero, aproximadamente a partir del cambio de milenio, también adoptó un nuevo modelo, bajo el cual otorgó licencias de su marca a desarrollos de rascacielos que luego la Organización Trump administraría bajo contrato.
En aquella época, los nuevos oligarcas de la ex Unión Soviética buscaban refugios extranjeros para sus riquezas. Según indicó el diario Financial Times, en 2008, el hijo de Trump, Donald Jr., dijo en una conferencia sobre bienes raíces: “Los rusos constituyen una proporción bastante desproporcionada de muchos de nuestros activos... Vemos que llega mucho dinero de Rusia”. Parte de ese dinero se obtuvo a través de la venta de unidades individuales en propiedades de la marca Trump, de las que a veces Trump tenía derecho a una parte.
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Por ejemplo, el diario señaló que una supuesta red kazaja de lavado de dinero canalizó millones de dólares a través de ventas de departamentos en el Trump SoHo; un oligarca ruso compró una propiedad de Palm Beach a Trump en 2008 por US$ 95 millones, más del doble de lo que Trump había pagado por ella cuatro años antes; en Florida, 63 rusos, algunos con conexiones políticas, gastaron US$ 100 millones en la compra de propiedades en siete torres de lujo de la marca Trump, según estableció Reuters. El dinero no procedía exclusivamente de la ex Unión Soviética: en el Trump Panamá, parte de él supuestamente pertenecía a narcotraficantes latinoamericanos.
Tras la inauguración de la Trump World Tower en Manhattan en 2001, el magnate inmobiliario empezó a buscar nuevos compradores en Rusia a través de Sotheby’s International Realty, una firma de inmuebles de lujo. Sin embargo, también se asoció con una marca rusa. La agente inmobiliaria Dolly Lenz dijo a USA Today que “tenían contactos en Moscú que querían invertir en Estados Unidos”, y “todos querían conocer a Donald”.
Según The Washington Post, el icónico edificio Trump se convirtió en hogar de numerosos mafiosos rusos. La historia de Alimzhan Tokhtakhounov es un claro ejemplo. Cercano a Semion Moguilevich -considerado por agencias de la UE y EE.UU. como el “jefe de jefes” de muchos sindicatos mafiosos rusos en el mundo-, Tokhtakhounov fue acusado en 2002 de sobornar a jueces olímpicos de patinaje artístico y alcanzó a estar en el puesto cinco de los más buscados del FBI, dos puestos por detrás de Moguilévich.
En abril de 2013, el FBI desarticuló dos redes de juegos ilegales que operaban en el piso 63 de la Torre Trump, donde aparecía Tokhtakhounov entre los inculpados. Huyó del país para no ser procesado, pero ese mismo año apareció en el concurso de Miss Universo 2013 de Trump en Moscú.
Ese evento tendría consecuencias para las vinculaciones de Trump con Moscú. En un artículo de The New York Times de 2020 sobre los registros fiscales de Trump se señala que el concurso fue el más rentable durante el tiempo de Trump como copropietario, y que generó un pago personal de 2,3 millones de dólares, hecho posible, al menos en parte, por la familia Agalarov, que más tarde ayudaría a organizar la infame reunión de 2016 entre funcionarios de la campaña de Trump que buscaban “información sucia” sobre Clinton y un abogado ruso conectado con el Kremlin.
Aras Agaralov es un multimillonario que presume de tener estrechos vínculos con Putin, fue el socio de Trump en el evento.
Modo campaña
Así llegamos a la campaña de 2016. Por la relevancia de la posición a la que aspiraba, Trump fue objeto de un riguroso escrutinio por sus vínculos con Rusia. Y una figura es clave: el lobbista Paul Manafort, quien ofició como su jefe de campaña en 2016 y cuyos vínculos se extienden hasta la oligarquía rusa y ucraniana. En su historial destaca que fue condenado a siete años y medio de prisión por una segunda pena impuesta tras un caso de conspiración relacionado con actividades de lobby en Ucrania.
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En términos políticos, sin embargo, una de las acusaciones más graves se dio luego de que el Comité de Inteligencia del Senado concluyera que Manafort mantuvo “el vínculo más estrecho entre altos funcionarios de la campaña de Trump y los servicios de inteligencia rusos”, lo que creó “una seria amenaza de contrainteligencia” al haberle entregado información interna de la campaña de Trump, incluidos datos confidenciales sobre encuestas y detalles estratégicos de la campaña, nada menos que al oficial de inteligencia ruso Konstantin V. Kilimnik, un colega y amigo de años.
Peor aún, Kilimnik actuaba como enlace con Oleg V. Deripaska, un oligarca cercano a Putin que ha actuado “como apoderado del Estado ruso y de los servicios de inteligencia”, continúa el informe, al menos desde 2004, cuando Manafort lo habría conocido.
Según la revista Time, “la asociación entre Manafort y Deripaska fue especialmente rica en oportunidades para el Kremlin”. La agencia de noticias Associated Press aseguró que en 2005 el lobista estadounidense llegó a presentar a Deripaska un plan para influir en los acontecimientos políticos de Estados Unidos y gran parte de Europa con el objetivo de “beneficiar enormemente al gobierno de Putin”, con operaciones de influencia en varias capitales occidentales.
Trump, en tanto, siempre ha negado todo, pero su hijo Eric poco le ayudó: “No dependemos de los bancos estadounidenses. Tenemos toda la financiación que necesitamos fuera de Rusia”, aseveró el también ejecutivo de la Organización Trump. Tres años después, negó haber hecho ese comentario.
Días antes de su investidura, el republicano intentó dejar clara su idea. “No tengo nada que ver con Rusia. ¡Ni tratos, ni préstamos, ni nada!”, clamó en el entonces Twitter.
Numerosos datos verificables hacen dudar de aquella declaración política.
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