El científico de los datos Covid
Demián Arancibia se formó como ingeniero, obsesionándose con los datos. Pero nunca había tenido la oportunidad de mostrar que, con esos mismos números, también podía cambiarle la vida a la gente. La pandemia y el Ministerio de Ciencias, curiosamente, le dieron esa posibilidad.
Hace tiempo que Demián Arancibia (38) sabía que el estudio de la astronomía podía aplicarse a muchos otros campos más allá de entender el universo. Esa ciencia que llevaba obsesionándolo desde que se tituló de ingeniería, pensaba él, también podía mejorar la calidad de vida de las personas. Pero esa no era una idea simple de explicar. Sobre todo a personas que no participaban de la comunidad científica. “Éramos un poco los marcianos”, dice él. Lo que necesitaba Arancibia, entonces, era la oportunidad de poder demostrar su idea con algo concreto.
Cuando empezó a trabajar con su equipo en la Base de Datos Abiertos de COVID-19, sintió que podía ser lo que estaba buscando. Aunque el contexto esta vez era más difícil: había que construir algo totalmente de cero y con el tiempo en su contra. Pocas veces en su carrera las cosas habían sido tan urgentes.
Antes de que Arancibia -un ingeniero civil de la Universidad de Chile con Máster en Ingeniería de los Sistemas de la Universidad de Cornell en Estados Unidos- fuera jefe de la Oficina Futuro del Ministerio de Ciencia y Secretario de la Mesa de datos COVID-19, había pasado casi toda su carrera profesional construyendo telescopios. El misterio de los agujeros negros y el hecho de que fuéramos el único planeta que albergara vida, eran preguntas que llamaron su atención desde que estudiaba en el Colegio Francisco de Miranda, en Peñalolén. Hacia eso quiso llevar su carrera universitaria y no dudó cuando le ofrecieron formar parte del equipo de construcción del Observatorio ALMA en 2010. Había algo en esos instrumentos de observación que le hacían sentido, no solamente para entender lo que había fuera del planeta: “Son como una ventana para volver a contactarnos con la naturaleza. Pero también es poder, a través de la observación, complementar las capacidades de un grupo humano para encontrar evidencia que permita explicar cosas, crear conocimiento y tomar medidas”, explica.
Hasta hace poco, esa afición por los números no podía compartirla más que con su círculo de amigos científicos. Después de trabajar en ALMA, su vida en Socorro, un pueblo en EE.UU. ubicado en el estado de Nuevo México, giraba en torno a eso. Ahí casi lo único que había -además de desierto- era el Observatorio Nacional de Radioastronomía, lugar donde trabajó un tiempo y tuvo a su hija, Rosa, en 2016. “Era como estar el far west. Iba de mi oficina a la cantina a conversar con los astrónomos”, recuerda. Más tarde su trabajo cambió y llegó a Corfo para trabajar con el entonces vicepresidente ejecutivo, Eduardo Bitran, en el Programa Estratégico de Astronomía. Tras el cambio de mando en el gobierno, ese proyecto le interesó a la administración de Sebastián Piñera. Se quedó ahí hasta que le encomendaron formar parte del equipo encargado de inaugurar el nuevo Ministerio de Ciencia. Pero siempre con la sensación de que, en todos sus trabajos, “había estado jugando un poco a explicar estos procesos”, dice Arancibia.
En eso estaba cuando llegó la pandemia y, con ello, la tarea de construir una base de datos que pusiera a disposición de todos los números para investigación científica, clínica y epidemiológica.
El desafío no era menor, pero Arancibia tampoco lo sintió como algo nuevo: “Era hacer un telescopio. Pero en vez de mirar el cielo, era mirar la salud pública”.
Aprender sobre la marcha
La Base de Datos Abiertos del COVID-19 es una plataforma de libre acceso que en tiempo real abarca más de 91 sets de números. Van desde el detalle de fallecidos por el virus hasta índices de movilidad y la efectividad de las vacunas. Estos son descargables y están diseñados para consumo de software, además de tener una sección en donde se pueden hacer requerimientos y responder preguntas online. Pero lo que se ve ahora al ingresar a la página dista mucho de lo que había al principio. Si bien se inauguró en abril del año pasado, lo cierto es que de a poco se han ido añadiendo distintos conjuntos de datos que antes no estaban disponibles. Básicamente porque no existían.
El encargo de recopilar información de buena calidad, en realidad, también era del Minsal. Arancibia, junto a su equipo, eran quienes tenían que generar un sistema complejo de orden y clasificación para que estos estuvieran en un formato amigable, dispuesto para todos los ciudadanos. Pero lo cierto es que ningún departamento estatal estaba preparado para abarcar tanta información de manera tan inmediata y urgente como lo era una emergencia sanitaria, explica Arancibia. “En la salud pública, los datos que teníamos eran pocos. No tienes como un dato asociado a la salud de la población, como cuál es la temperatura corporal promedio de la gente, etc. Antes de la pandemia, incluso, para saber cuántas personas habían fallecido en determinado momento tenía que pasar un año y medio para que el dato estuviera disponible”.
A eso se le sumaba la incertidumbre de lo que se podía publicar y lo que no, por la privacidad de los datos. “Hubo muchas polémicas respecto al nivel de granularidad con que los datos se compartían. Es decir, qué tanto agregas del dato, si lo compartes a nivel de comuna o a nivel de calle y así”, cuenta Loreto Bravo, directora del Instituto de Data Science (IDS) de la UDD y miembro de la Mesa de datos Covid. Todo esto hizo que en abril, la tarea pareciera algo abrumadora. “Fue un poco agobiante porque había mucho por hacer”, dice el ingeniero.
Pero había otras aprensiones: la más importante era la inmediatez. Desde el Ministerio de Ciencia transmiten que una de las principales dificultades fue el que pudieran convencer a la comunidad científica de que esta era una base que se construía gradualmente y que se iban a ir incluyendo cada vez más datos que en un comienzo. De alguna manera, las expectativas del resto eran demasiado altas, y el tiempo, escaso.
Prueba de ello fue uno de los momentos más duros que vino ese mismo abril, cuando el Instituto Milenio Fundamentos de los Datos (IMFD) -que formaba parte de la mesa de datos- decidió congelar su participación. El argumento ya es conocido: acusaban falta de detalle respecto de los casos de Covid, responsabilizando al Minsal de no facilitar la información requerida para que la ciencia pudiera realizar su labor. “Todos queríamos llegar a lo mismo que es lo que hay hoy día. Pero, claro, esos investigadores de manera independiente me solicitaban que eso ocurriera en ese minuto y a mí me frustró no poder lograr eso como equipo en ese momento”.
Para avanzar, Arancibia se fue dando cuenta que había que convencer a otros dentro del Minsal de que esto era importante. “La postura inicial era un poco ‘convénceme de que yo tengo que destinar recursos para esto si estoy enfrentando una pandemia, velando porque la gente no se contagie -algo que suena mucho más relevante que compartir datos-”.
Por eso que Demián Arancibia tuvo que aprender algunas cosas: era necesario saber persuadir. “Uno como científico viene del mundo de la precisión, y esto es realmente el mundo de la persuasión”.
Después de los datos
Con el tiempo los esfuerzos fueron dando frutos y se empezó a notar: mucha gente fuera del mundo científico comenzó a descargar los datos de la plataforma para crear aplicaciones que facilitaran la vida en pandemia. Iniciativas, por ejemplo, como la creación de la página puedoir.cl, que recopila todos los datos del plan Paso a Paso y ofrece información de lo que se puede hacer y lo que no, dependiendo del lugar en donde el usuario esté ubicado. “Me ha impresionado mucho el fenómeno de la inteligencia colectiva. Es interesante ver cómo se crearon más de 40 aplicaciones distintas de personas que no conocemos, pero que usaron nuestra base. Es aquí donde nos damos cuenta de que si uno dispone estos datos y entrega las herramientas para que se genere una inteligencia colectiva, existe un impacto inmediato y muy real en las personas”, sostiene Arancibia.
Eso mismo ocurrió después: cuando el mismo equipo creó una cuenta en Twitter que contesta de manera automática las inquietudes de los usuarios, además de ir actualizando en tiempo real las modificaciones de la base. “Este bot (robot virtual que realiza tareas automatizadas en redes sociales) se encendió para prueba y no lo pudimos volver a apagar porque inmediatamente todo el mundo lo empezó a usar. La gente empezó a hacerle preguntas y, cuando lo bajamos, empezaron a alegar. Entonces lo tuvimos que dejar arriba y orgánicamente ha ido creciendo”, agrega Arancibia.
El trabajo de la Mesa de datos Covid ha sido valorado de manera transversal. Para Eduardo Engel, director de Espacio Público, “Demián Arancibia, junto a su equipo del Ministerio de Ciencias, han hecho un muy buen trabajo poniendo a disposición de la comunidad científica y el público en general los datos sobre la pandemia que el Ministerio de Salud decide liberar”. Aunque asegura que aún existe la oportunidad de seguir enriqueciendo estos datos que son fundamentales para que toda la sociedad pueda seguir y entender la evolución de la pandemia. En este sentido, agrega: “Sería muy positivo que las decisiones sobre qué información se hace pública fueran tomadas por una instancia técnica, independientemente del Minsal. Con esto podríamos realizar mayores análisis y mejorar, entre todos, la comunicación de riesgo”.
Ahora que la plataforma está más consolidada y las actualizaciones se hacen casi de manera automática, Demián Arancibia ha vuelto a volcarse a los números y la astronomía. Su trabajo en la Oficina Futuro es realizar investigaciones para anticiparse a eventuales amenazas u oportunidades y así priorizar medidas y políticas públicas para abordar lo que se viene. Dentro de esas anticipaciones, dirige al equipo que diseñó el Observatorio del Cambio Climático, la Política Nacional de Inteligencia Artificial, el Sistema Espacial Nacional y el Data Observatory.
En ese mundo su labor vuelve a ser compleja, porque Arancibia necesita, de nuevo, explicarse. Aunque, cuando regresa a casa, tiene un respiro: “Con mi hija de cinco años compartimos mucho esto. Vemos juntos el cielo, mucha de la literatura que ella consulta son libros de astronomía para niños. Yo le he mostrado mi trabajo, la he invitado a mi oficina. Ahora estoy leyendo un libro del naturalista Alexander von Humbolt y le hablo a mi hija de él. El trabajo está súper metido en mi vida, pero, a mis 38 años, he logrado que esté de una manera integral”.
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