El juego del calamar: Su dura radiografía de la sociedad surcoreana
Más allá del juego y la violencia, la serie del momento es una verdadera alegoría a la sociedad capitalista moderna. “Creo que los personajes, sus historias y los problemas que enfrentan no solo reflejan la realidad y los problemas de la sociedad surcoreana, sino también los míos”, dice su director.
Es el fenómeno del momento. Al punto que el codirector ejecutivo de Netflix, Ted Sarandos, dijo que hay “muy buenas posibilidades” de que El juego del calamar se convierta en la mayor serie de televisión de todos los tiempos. Estrenada el 17 de septiembre, está muy por delante de Bridgerton en el mismo punto después de su debut. La serie de época es actualmente la más vista del servicio de streaming, con 82 millones de hogares que la visualizaron en sus primeros 28 días. Un liderazgo con los días contados.
(Spoilers de El juego del calamar a continuación). La serie es un drama surcoreano intensamente violento con una trama que se ha comparado con el escenario distópico de Los juegos del hambre. Pero la sangrienta historia de sobrevivencia, que enfrenta a los desamparados endeudados entre sí, también puede verse como un “microcosmos de Corea del Sur y su complicada historia”, “una alegoría social” basada en la historia del país, como escribió el columnista Jae-Ha Kim en Teen Vogue.
El propio director de la serie, Hwang Dong-hyuk, ha dicho que El juego del calamar es una alegoría de la sociedad capitalista moderna. “Creo que los personajes, sus historias y los problemas que enfrentan no solo reflejan la realidad y los problemas de la sociedad surcoreana, sino también los míos”, admite. “Los juegos y cómo los jugadores juegan y reaccionan en ellos es lo que solía hacer con mis amigos en mi infancia. Este trabajo contiene todo de mis 50 años de vida: recuerdos, experiencias, familias y amigos; todos los nombres de los personajes vienen de mis amigos, incluido Seong Gi-hun”, señala en alusión al protagonista de la serie.
El juego del calamar, de nueve episodios, muestra la vida de cientos de personas que representan a las comunidades más marginadas de Corea del Sur: un padre endeudado, una desertora norcoreana y un trabajador inmigrante de una fábrica, entre otros, y que compiten en juegos para niños, con la esperanza de ganar US$ 38 millones en premios.
“Su elenco de inadaptados son personas que no encajan en la narrativa de alta tecnología en lo que se ha convertido Corea del Sur desde sus décadas de pobreza durante y después de la Guerra de Corea. Son gánsteres de poca monta y ladrones borrachos. Pero también son trabajadores migrantes que intentan mantener a sus familias, víctimas de violación que buscan sobrevivir, desertores norcoreanos que escapan de la pobreza y ciudadanos comunes que intentan saldar deudas insuperables. En resumen, hay más en el juego que la competencia y la violencia”, como resume Jae-Ha Kim.
El protagonista principal, Gi-hun, que interpreta al jugador 456, es un hombre deprimido que lucha con su vida. Después de perder su trabajo en una empresa de fabricación de automóviles, un claro recordatorio de cómo SsangYong Motor despidió a más de 2.600 trabajadores en 2009, decidió abrir su propia tienda de pollo frito, pero acumuló más de US$ 335.000 en deudas. Se une a los otros 455 competidores de El juego del calamar para ganar dinero y así pagar la cirugía de su madre diabética y obtener la custodia de su hija de manos de su exesposa.
“A los surcoreanos les encanta ser el número uno, pero el número uno a costa de ventilar la ropa sucia es algo diferente”, comentó a NBC News CedarBough Saeji, profesor asistente de estudios de Corea y Asia Oriental en la Universidad Nacional de Pusan en Busan, Corea del Sur.
Park Sae-ha, estudiante de último año de Economía en la Universidad de Yonsei en Seúl, dijo a la cadena de televisión estadounidense que El juego del calamar es “fascinante porque es muy explícito y contundente”. “Aunque soy joven, podría identificarme fácilmente con la dura realidad de una sociedad muy competitiva”, agregó.
Esa intensa competitividad puede ser una de las razones por las que Corea del Sur ha tenido tanto éxito, con un período de rápida industrialización que comenzó en la década de 1960 y la convirtió en la décima economía más grande del mundo. Pero como en muchos otros países, dijo Saeji, un título universitario y un trabajo administrativo no garantizan la seguridad financiera que solían tener, como le sucede a Sang-woo, el jugador 218, un estudiante talentoso que es el orgullo de su madre y del vecindario porque pudo ir a la Universidad Nacional de Seúl. Con un ingreso promedio de alrededor de US$ 42.000 al año, muchos surcoreanos ahora encuentran que tienen que pedir prestado para mantenerse al día.
Impulsada por las bajas tasas de interés, la deuda de los hogares en Corea del Sur ha crecido significativamente en los últimos años y ahora es igual al PIB anual del país. En EE.UU., por el contrario, es cerca del 80% del PIB. Se estima que este índice de la nación asiática superó los US$ 1,5 billones, alcanzando un máximo histórico a finales de julio pasado.
Las personas pueden acumular deudas debido al gasto en tarjetas de crédito, el desempleo o las pérdidas de juego, pero una gran parte está vinculada a los bienes raíces. Los precios de la vivienda han aumentado rápidamente, especialmente bajo el Presidente Moon Jae-in, y el precio promedio de un departamento en Seúl se acerca al millón de dólares, según NBC News. Las restricciones a los préstamos y los esfuerzos por enfriar el mercado de la vivienda han contribuido poco a frenar el endeudamiento de los hogares. “Los precios de la vivienda han subido a un nivel en el que la asequibilidad se ha convertido en un problema político. Cuando la refugiada norcoreana Sae-byeok (la jugadora 067) le confía a Gi-Hun que su sueño había sido ganar lo suficiente para comprar una casa, la futilidad del sueño subraya su vida condenada”, comenta a La Tercera Sung-Ae Lee, experta en cine y televisión coreanos de la Universidad Macquarie de Australia.
Además de la vivienda, algunos surcoreanos, especialmente los jóvenes, piden prestado dinero para invertir en criptomonedas. Muchos surcoreanos comienzan pidiendo préstamos a instituciones financieras legítimas como los bancos, dijo Koo Se-Woong, comentarista de la cultura coreana con sede en Alemania. Cuando esa vía se agota, pueden pasar a prestamistas de segundo nivel que cobran intereses más altos. En el peor de los casos, recurren a operaciones de usureros que pueden cobrar tasas de interés de tres dígitos, “y luego te ves empujado a situaciones de las que realmente no puedes salir”. Se estima que hay 400 mil surcoreanos endeudados con usureros. “Para hombres sin educación como Gi-hun, que no tenían dinero familiar en el que confiar, su única opción era una serie de préstamos bancarios, seguidos de préstamos de usureros, quienes lo obligaron a ceder sus órganos (para vender en el mercado negro) como garantía”, señala Jae-Ha Kim.
La brecha entre ricos y pobres también se ha ensanchado. Los datos oficiales, señala el diario The Strait Times, muestran que el patrimonio neto del 20% superior de los que obtienen ingresos fue 166 veces más que el 20% inferior el año pasado, en comparación con 105 veces en 2018. El coeficiente de Gini del país, una medida de la desigualdad de ingresos en una escala de cero a uno, alcanzó a 0,602 en 2020, el mayor índice en siete años. Una cifra más cercana a cero significaría ingresos distribuidos equitativamente. Muchas personas que trabajan por cuenta propia, que representan el 24,6% de todos los perceptores de ingresos en Corea del Sur, dicen que su situación no es diferente a la de Gi-hun.
“La desigualdad es parte de la existencia humana, pero ha sido incrustada en la sociedad surcoreana por una estructura política y económica que deja el control de la riqueza en manos de los chaebol, unas pocas familias ricas. Esta fue una premisa básica de la película Parasite: es imposible moverse de un lado de la división al otro. Después del colapso financiero de la década de 1990 y la notoria intervención del FMI, el sistema se reintegró como capitalismo neoliberal, pero esto no redistribuyó nada”, apunta Sung-Ae Lee. “Como en el caso del mundo en general, donde solo el 1% de la población posee más del 80% de la riqueza global, en Corea del Sur también solo el 1% de la población posee la riqueza nacional. A menos que tengan dinero y poder, las personas no son seres humanos, sino un objeto de consumo o mercantilización. Los ricos y poderosos son consumidores y los pobres y los que no tienen poder son consumidos. Obviamente, esta es una metáfora de las condiciones sociales generales en el episodio siete, en el que los ricos disfrutan del juego mientras que para los jugadores es una cuestión de vida o muerte”, agrega.
La académica de la de la Universidad Macquarie lo grafica así: “Cuando, en el episodio uno, Gi-hun se ve obligado a firmar un documento renunciando a sus derechos físicos, esta es una metáfora de la impotencia de la población económicamente desfavorecida. El concurso en el que se está embarcando ofrece una fantasía de riquezas instantáneas y no ganadas que es el atractivo de cualquier tipo de prueba o juego de sobrevivencia”.
“Creo que uno de los principales factores del éxito y la popularidad global de El juego del calamar es la visión de la serie de los problemas socioculturales, por ejemplo, las desigualdades socioeconómicas, la competencia por los recursos, la aspiración a la movilidad ascendente, la dinámica de poder entre diferentes razas y géneros, que no solo afectan a Corea del Sur, sino también a otras partes del mundo”, explica a La Tercera Areum Jeong, profesora asistente de Humanidades y experta en cine coreano de la Universidad de Sichuan-Instituto de Pittsburgh.
En ese sentido, la académica destaca el papel de Abul Ali, el jugador 199, un trabajador migrante indocumentado de Pakistán. “Cuando Ali se encuentra por primera vez con los otros concursantes no pregunta sus nombres de inmediato, sino que se dirige a ellos como sajangnim que es un término respectivo como ‘señor’ o ‘señora’. También se inclina constantemente, mostrando respeto hacia la otra persona. En cierto modo, El juego del calamar puede verse como un comentario social sobre cómo los trabajadores migrantes siguen siendo muy discriminados en Corea del Sur, aunque muchos de ellos constituyen una gran parte del trabajo del país”, asegura.
En su columna, Jae-Ha Kim también destaca el fenómeno de la pobreza de los ancianos. “Los amigos de la infancia Gi-hun y Sang-woo tienen madres que han superado la edad de jubilación y tienen que trabajar sin parar para sobrevivir”, escribe. Aunque Hwang comenzó a trabajar en El juego del calamar en 2008, se estrenó en medio de una pandemia y cuando Corea del Sur superó a 33 países en pobreza de ancianos, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Incluso después de que el gobierno de Moon Jae-in creara puestos de trabajo para las personas mayores, señaló el Korea Herald, su tasa de pobreza superó el 47%, de acuerdo con los datos de Statistics Korea de 2019.
“El juego del calamar retrata no solo a Corea del Sur, sino a los problemas comunes que enfrentan muchas sociedades capitalistas. Muchas sociedades avanzadas están luchando con una cultura en la que el ganador se lo lleva todo y gana a toda costa, y la desigualdad económica está empeorando. Esto ha generado una masa sin esperanza, impotente y desesperada. Esta es la razón por la que la serie tiene tanto éxito, todos se puedan identificar”, dice a La Tercera Sangyoub Park, profesor de Sociología en la Washburn University, en Kansas. “Después de todo, es difícil de aceptar, pero vivimos donde se manifiesta la sobrevivencia del más apto”, remata.
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