El pueblo se apaga: Las balas zumban cerca de Capitán Pastene
Lo que antes era una colonia italiana, llena de vida y sabor, hoy es un poblado gris, atemorizado por la violencia. Las familias intentan partir, pero por mientras se arman para defenderse solas. El Estado, sienten, hace rato los dejó botados.
Jorge Covili, ahora, mientras conduce su camioneta roja por los alrededores de Capitán Pastene, no es un hombre feliz.
-¿Sabes lo que pensé cuando mataron a Segundo Catril?
Covili, de 40 años, habla de lo que pasó el 24 de mayo, cuando un bus forestal fue emboscado en sector de Relún: un cruce minúsculo en la Ruta 90-P, que es el camino que conduce hacia Quidico. Catril ese día iba a plantar árboles nativos en la ribera del lago Lleu Lleu cuando un balazo le perforó la cabeza. Tenía 66 años.
-Yo dije, en las próximas dos semanas nadie va a querer venir.
La camioneta entra a un terreno y sube por una huella de tierra barrosa aún por la lluvia.
-Yo quería hacer algo turístico acá, porque en Pastene no tenemos nada que hacer. Sólo está la comida. Pero mira: ¿Quién va a querer venir acá con esto?
Covili apunta al camping que no pudo echar a andar, luego de invertir 150 millones. Al domo a medio terminar, las tinajas vacías, los baños de contenedores nunca usados y la cuerda para canopy en el suelo. Por eso, explica, tuvo que empezar a lotear el terreno de 67 hectáreas en pequeñas parcelas de media hectárea. La decisión obedecía a dos propósitos: sacarle algo de dinero a ese terreno perdido y evitar que alguna comunidad se lo tomara por encontrarse desocupado. Demarcar sitios pequeños en la tierra es una forma de mantener a las comunidades lejos. A ninguna, dice, le interesan los sitios chicos.
-¿Quieres ver dónde me apalearon el auto?
La camioneta roja ahora baja. Jorge Covili dice que todo pasó un fin de semana, hace poco, cuando estaba con su pareja y sus hijos dando vueltas por el campo. Vio a un grupo tratando de tomarse uno de sus terrenos y manejó hacia ellos. Ahí fue que le abollaron el auto con palos. Entremedio de todo, logró reconocer a uno.
-Era un auxiliar del colegio. Cuando mi mujer va a buscar a mi hija, la mira feo. Entonces yo no quiero eso. Me quiero ir de aquí por mis hijos.
Los Covili llegaron en 1905 a Capitán Pastene. Lo hicieron de la misma forma que las 88 familias italianas que fundaron el pueblo: viajando desde ciudades campesinas de Módena hasta Talcahuano en barco, luego en tren y, finalmente, en carreta hasta este rincón de la comuna de Lumaco que un empresario italiano había conseguido del Estado chileno para que la colonizaran.
En la historia oral que se repite en Pastene, esa migración guarda ciertas cosas de épica. En su oficina, Joel Castagnoli, de 66 años, muestra fotos de sus abuelos recién llegados de Pavullo.
-Mira -dice-, mi nonno tuvo que cruzar el río Lumaco a pata. Cuando llegaron, vieron que este lugar no era lo que les habían prometido. Por eso le decían Monte Calvario.
Sólo que esa narrativa, que se convirtió en el sello de la colonia por más de un siglo, de pronto dejó de ser bienvenida en esta parte del Malleco, dice Mabel Flores, nieta de italianos, mientras toma café en su trattoria.
-Es difícil decirlo. Yo tengo amigos mapuches que entran aquí a vender merkén todos los domingos. Y son bienvenidos. Pero también tengo amigos mapuches que hoy día han desconocido esta buena hermandad y que te dicen ‘ustedes los colonos, ustedes los usurpadores’.
El proceso de descomposición del tejido social fue lento. Flores tenía 25 años para el primer atentado en la zona, cuando la CAM quemó tres camiones forestales en Lumaco. Esa convivencia comenzó a ser rutinaria para los pasteninos. Nicolás Cartes, el asesor comunicacional del alcalde Richard Leonelli, muestra un cerro desde su oficina municipal:
-¿Tú sabes que ahí es donde entrena la CAM?
Ahí también, dice, fue el funeral de Pablo Marchant: el hombre de 29 años que murió de un disparo policial durante un enfrentamiento en el fundo Santa Ana, el 12 de julio pasado. La tarde en que velaron sus restos, recuerda Cartes, las balas zumbaron.
-Dispararon toda la noche.
El problema era que, a esa altura, el peligro había dejado de ser una opción circunstancial en sus vidas. Ya no era algo que se limitaba a los alrededores del fundo Pidenco o a la CAM solamente. Con el tiempo fueron apareciendo otros grupos armados, como la RML o la WAM, que fueron avanzando desde la costa de Quidico hacia el Malleco, siguiendo las rutas forestales, como la 90-P, explica Cartes.
-Hasta hace dos años uno transitaba por ahí y se encontraba con muchos camiones que venían cargados con madera. Hoy ya no, es un camino desierto.
Cada uno de esos camiones, dice un contratista, va cargado con unos 36 m3 de madera. Eso en el mercado se vende a $ 1.500.000. Por eso, la tentación de robarlos y reducirlos en aserradores a la mitad del precio era mucha. Y eso, asegura el contratista, fue justamente lo que hicieron.
Sólo que en el camino, además de quemarse camiones y robarse camionetas, también empezaron a morir personas, como Segundo Catril. Y con eso, claro, como sostiene Mabel Flores, ya nadie quiso venir a Pastene.
-Yo tengo primas que viven en Traiguén que me dicen que les da miedo venir. De repente me angustio, porque es como si tuviéramos lepra: nos hemos ido quedando muy solos y yo entiendo que es porque no somos significantes.
Mabel Flores hace una pausa.
-Si somos un pueblito de 3.500 habitantes.
***
A Dino Aguilar le gusta decir que fabricó su propia suerte. Que partió trabajando como hachero en una faena forestal a los 16 años, que luego se graduó a motosierrista y que a los 18 ya transportaba operarios en un furgón. A Aguilar le gusta remarcar eso para decir que en sus 38 años nadie le regaló nada. Que él, un tipo salido de Relún, en medio de la 90-P, llegó a comprar dos camiones forestales y dos autocargadores sin más ayuda que sus propios ahorros y créditos bancarios.
Esa flota la completó en 2017. El mismo año en que la Encuesta Casen clasificó a Lumaco como la octava comuna más pobre de Chile, con un 52,8% de pobreza multidimensional: 17,5 puntos porcentuales más que en la medición anterior.
En ese mundo Aguilar les daba trabajo a seis otros operarios y, con ellos, comenzó a hacerse una pequeña fama. Lo llamaban de fundos desde Los Ángeles hasta Carahue para retirar los troncos de los bosques de pino, para luego trozarlos y llevarlos hasta los aserraderos.
En mayo de 2021 su equipo estaba trabajando en un fundo cerca del cruce Santo Domingo de la 90-P, a cargo de su hermano, mientras él iba camino al hospital regional para acompañar a su esposa a un examen.
-Cuando iba en Victoria me llamaron, pero no supe quién. Era un número desconocido y me dijo: Dino, ¿dónde estás? Yo le dije que iba para Temuco. Tus camiones, me dijo. ¿Dónde los tienes? Le dije que estaban arriba, en el campo. Él me dijo escóndelos, huevón. Van quemando de Pastene a Relún. Después me cortó.
Dino Aguilar llamó a su hermano y le dijo. Él le respondió que estaban terminado, que sólo le faltaban unos minutos.
Aguilar siguió manejando y llegó a Temuco. Allá, en el centro médico, uno de sus trabajadores lo llamó. Le contó que una camioneta con seis o siete personas armadas los cruzó, les disparó y los obligó a dejar los camiones y autocargantes antes de que les prendieran fuego.
-Fue un balde de agua fría, porque yo sabía que no tenía seguro. Los camiones los estaba pagando aún. Le llegué a deber 100 millones al banco. Espero poder ponerme al día en unos tres años más -recuerda Aguilar.
No era la primera vez que la 90-P dañaba a su familia. Meses antes, el 19 de enero, su primo Mauro Aguilar, de 23 años, recibió un balazo en el cuello y en la boca mientras manejaba su camión en la mañana.
-Le desarmaron toda la cara -dice ahora, mientras bebe una cerveza-. Lo trataron de rehabilitar, pero no quedó igual.
Aún así, Aguilar siguió usando la ruta. La verdad es que tampoco tiene otra alternativa para llegar a su casa en Relún.
-Yo les decía a los cabros que había que ser valiente. Que si me salían a atajar, me iban a tener que disparar. Porque yo no iba a parar y le iba a tirar la camioneta encima al que se me cruzara.
El 27 de mayo de 2021, Aguilar iba pasando por el cruce Los Coihues cuando una camioneta se le cruzó. Dos tipos, cuenta, se bajaron armados de la cabina trasera y comenzaron a dispararle al parabrisas.
Ese día, en vez de acelerar, Aguilar puso reversa.
-Avancé 10 metros, cuando sentí ocho o nueve tiros por atrás. En el espejo vi que eran cuatro o cinco tipos más. Así que paré. ¿Qué iba a hacer?
Lo bajaron del auto, le quitaron las llaves y también el celular. Ese día, Dino Aguilar tuvo que regresar caminando a Pastene, masticando una idea que ahora repite:
-Nos queman los camiones, nos roban las camionetas y ahora nos disparan. ¿Sabes lo único que falta? Que nos violen.
***
Jorge Covili todavía tiene cosas que quiere mostrar.
-Esa era la Casa Salvestrini. Fue la primera casona del pueblo.
Lo que se ve es un sitio con maleza, árboles y cimientos, y una pared de ladrillos.
-La quemaron en 2017.
Su camioneta roja ruge por la calle Pedro Montt.
-Esa era la Casa Ballota. Estaba desocupada y un pastenino que tiene un minimarket la compró. Creo que quería montar una ferretería ahí.
Detrás del alambre de púas hay una construcción endeble de pilares carbonizados.
-La quemaron en marzo.
Según la Municipalidad de Lumaco, se han siniestrado siete casas patrimoniales en Pastene. Mira, esa la van a quemar pronto. Hasta la rayaron.
La casa que Covili señala es de madera. En uno de los tablones alguien marcó “Se kemará” con rojo. A pesar de que pintaron con blanco encima, el mensaje aún se distingue.
-Nosotros no mostramos esto generalmente, porque queremos que la gente venga. Pero es la realidad que vivimos.
Un portón verde se abre y la camioneta roja entra a un galpón que es donde el padre de Jorge, César Covili, guarda parte de su flota. Se ven, al menos, los restos de 10 camiones quemados.
-Hemos perdido 94 máquinas en 58 atentados. Cada uno de sus camiones no sale menos de 100 millones de pesos.
Todos en Capitán Pastene tienen alguna relación con esos camiones forestales: o son dueños, o tienen a algún amigo o pariente arriba de ellos.
Dinelli Leonelli lo ve todos los días en la Escuela Básica República de Italia, donde es la rectora a cargo de los 335 estudiantes.
-Esta violencia afecta la convivencia escolar. Nuestros estudiantes y sus familias muchas veces no duermen tranquilos, ¿cierto? Sienten miedo, tienen temor.
Leonelli dice que también le pasa: su esposo maneja una de ellas.
La conversación sobre la violencia y las cosas que pueden pasar en la 90-P no es algo que los padres de Pastene puedan evitar mucho tiempo. El hijo de cinco años de Jorge Covili, según él, le pregunta si los mapuches son malos y él le responde que no. A Dino Aguilar su niña le insiste si van a aparecer los encapuchados cada vez que salen en auto, y Mabel Flores no puede olvidar el pasado 31 de marzo, cuando venía de buscar a su hija del preuniversitario en Traiguén y quedó a dos metros de un ataque a camiones forestales:
-Ella me gritaba sácame de aquí, vienen los encapuchados. Y yo sólo podía decirle que se tirara al suelo, que íbamos a salir de esta.
La angustia de la violencia también permeó a los funcionarios públicos. Los médicos, kinesiólogos y enfermeras del Cesfam de Pastene no quieren ir a hacer su ronda semanal a la posta de Manzanar por miedo, dicen en el municipio de Lumaco. Lo mismo pasa con la escuela básica de la ruta. La única profesora que la asiste ya anunció que no quiere seguir trabajando por el sector, porque es demasiado riesgoso.
La solución, hasta ahora, ha sido que los mismos vecinos vayan a buscar y a dejar a los profesionales, escoltándolos en sus autos particulares. La semana pasada, agrega Nicolás Cartes, tuvieron que hacer eso para que la empresa eléctrica Frontel accediera a reparar un poste de luz caído en la zona, porque no había resguardo policial disponible:
-El Estado ha estado faltando a su deber durante muchos años, que es brindar seguridad. Y lo estamos supliendo nosotros, los particulares. Eso del poste de luz pasa siempre por acá. Mínimo una vez al mes. ¿Cómo va a ser que los mismos vecinos tengan que ir a resguardar los trabajos?
Lo triste es que, al menos, las estadísticas le dan argumentos al temor. En lo que va de 2022, la Tenencia de Carabineros de Pastene registra tres homicidios. Al mismo mes del año pasado, eran cero. Lo mismo pasa con los robos con violencia y los robos de vehículo. Comparándolos con el año anterior, han subido 75% y 150%, respectivamente.
Ni siquiera los fiscales de la zona aconsejar adentrarse en la 90-P. Uno de ellos recuerda que solamente entre 2020 y 2021 quemaron 20 camiones ahí. Que ahora es territorio de la WAM y que mientras más cerca se está del límite con la Región del Biobío, más peligroso se pone.
-Ir es un riesgo -dice el mismo fiscal.
Pero eso, esta tarde, no le importaba a Jorge Covili.
-¿Quieres ir? Vamos, yo te la muestro.
***
-¿Te muestro lo que me compré?
El que habla es un contratista forestal de 37 años. Minutos antes había contado cómo le robaron su camioneta el año pasado, cuando un encapuchado presionó el fusil que llevaba contra su sien. Y que por eso duerme todas las noches con una escopeta al lado del velador: teme que alguien quiera entrar a su casa y hacerle algo a su familia. Pero eso no fue suficiente para calmarlo.
-Mira esta cuestión.
La pantalla de su celular muestra un video de una AK-47 disparando, ráfaga tras ráfaga, a un enemigo imaginario.
El contratista dice que, por lo que sabe, la suya es una de las cinco que van a llegar a Lumaco. Un espíritu que ya había retratado el alcalde Leonelli en una entrevista con CHV, después del homicidio de Segundo Catril. Esa vez dijo: “Cuando vemos un abandono como el que tenemos en la comuna de Lumaco, la sensación que hay es que no hay otra alternativa que armarse”. Ni la Dirección General de Movilización Nacional ni Carabineros estuvieron disponibles para entregar información actualizada sobre la inscripción de nuevas armas en la comuna, pero la idea que se repite es que cuando Gabriel Boric no renovó el estado de excepción al asumir la Presidencia, muchos aquí se armaron.
El gobierno no demoró mucho en recular, aplicando una versión acotada de la medida, que permitía que las FF.AA custodiaran algunas rutas. El Ejército es el que patrulla, periódicamente, la 90-P con carros blindados.
-A la fecha -dice el general Edward Slater-, nuestra labor se ha desarrollado con absoluta tranquilidad. Esperamos que se mantenga en el tiempo.
Pero eso no frenó las compras. Jorge Covili, de hecho, habla de la llegada de unas 40 nuevas armas de fuego. Dino Aguilar no encargó ninguna, aunque, dice, no tendría problemas en disparar. La tragedia, en todo caso, es que debajo de esas capuchas debe haber gente que conoce:
-Algunos de esos cabros tienen que haber trabajado antes en forestales. Si es lo único que se hace aquí. Debo conocer a alguno de Paillaco, de Tirúa, de Peleco, de Cañete. Yo debo haber trasladado a algunos de esos cabros a los campos. Debe ser gente que conocemos de la faena, de la escuela. Pero si se reduce a eso, va a ser mi vida o la del otro.
***
La camioneta roja de Jorge Covili ahora sube por la 90-P. La lluvia golpea en el parabrisas y poca luz se cuela por entre las copas de los árboles de la cordillera de Nahuelbuta. El camino es angosto y, luego de cada vuelta, un poco más empinado.
-Después de esta curva ya no tienes espacio para girar -dice Covili.
No se va nadie más. Ni otros autos, ni militares.
-El robo de madera es 500 metros más allá.
Covili apunta a un bosque frondoso. Del otro lado sólo hay una quebrada.
-¿Cuánto más arriba se puede llegar?
-Un poco más.
Por la ventana se ve un letrero de un Cristo y Covili se persigna.
-Acá pueden botar árboles más adelante y ni te das cuenta, porque no se ve hasta que estás encima.
La camioneta sigue subiendo.
-O te pueden disparar. Mira, acá cortaron una antena. Más allá no tienes señal ni internet. ¿Te dije que una mujer de por acá me quiere comprar una parcela?
Covili toma su teléfono y reproduce un mensaje de audio de su WhatsApp. Se escucha la voz de una mujer. Dice que es de Relún:
“Yo estaba trabajando acá, puta, pero nos vinieron a meter miedo. Así que ya me dio miedo. Creo que voy a renunciar a este trabajo acá. Vivimos con la luz cortada, nos pasan miles de cosas. Me había dedicado a la crianza de animales, pero me los robaron de día. Los vi yo, entonces no. Esto ya es el colmo. Así que pucha, voy a hacer todo lo posible por volar de aquí. Ya no puedo más”.
Cuando el audio termina, Covili guarda su teléfono.
-Esa señora está dispuesta a dejar botado por irse de aquí.
-¿Cuanto más arriba se puede llegar?
-Todavía falta. Ojalá que no nos roben el auto, no va a ser ninguna gracia regresar caminando desde aquí.
Covili toma una subida por la derecha, que desemboca en un cruce.
-Esto es Los Coihues. Aquí ya se pone complicado.
Aquí fue donde Dino Aguilar perdió su camioneta.
Aquí, un poco más allá, es donde Segundo Catril perdió la vida.
Jorge Covili baja la ventana y enciende un cigarro. Los minutos pasan. El suyo, frente a los eucaliptos, es el único vehículo en todo el camino.
-Si nos quedamos aquí mucho rato más, va a venir una camioneta a preguntarnos qué andamos haciendo.
-¿Nos vamos, mejor?
La camioneta roja gira y se devuelve.
Jorge Covili ahora se ríe.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.