Encierro en 42m2
El retroceso a la Fase 2 en la RM evidencia, una vez más, el hacinamiento que hay en varias comunas de Santiago. ¿Cómo tolera el encierro una familia de ocho personas con un baño? Nadie sabe responder, pero la familia Torres lo tendrá que volver a descubrir.
Cuando Edith Torres (57) se sienta a repasar cómo estuvo 2020, lo hace serena. A ratos recuerda malos momentos y se quiebra, pero inmediatamente suspira y sigue relatando con calma cómo ha pasado todos estos meses encerrada junto a su familia. Lo hace sentada en la mesa del único espacio común que tiene en su departamento, ubicado en el tercer piso de uno de los blocks de la Villa San Miguel IV, en Bajos de Mena.
No está sola. En su casa viven siete personas más: sus tres hijos y cuatro nietos.
Mientras habla, Christian, de cuatro años, se asoma y con una herramienta le empieza a pegar al borde de una ventana.
-Christian, cuidado, no le vayas a pegar al vidrio -le advierte su abuela, y agrega después:
-Son sus herramientas de juguete. Él quiere ser maestro, le gusta, porque mira cómo andan haciendo unos arreglos aquí.
Esas ventanas son nuevas. Entre los tres hijos las cambiaron con sus retiros del 10%, porque las de antes no abrían. Solo se podía ventilar con la puerta de entrada.
Minutos después, María Acevedo -su segunda hija- sale de una de las tres piezas que dan al comedor, cada una de ellas separadas por una cortina de género color burdeo. Entre la mesa, el refrigerador y el televisor, hay que hacerse a un lado para que pueda pasar. Va hacia el baño -el único lugar con una puerta en todo el espacio- a darse una ducha. Pero aún ahí igual participa de la conversación. No tiene que alzar la voz cuando su mamá le pregunta, desde la mesa, algunos datos que olvida mientras cuenta su experiencia con la pandemia.
En la misma pieza de la que salió Acevedo, Isidora, otra de las nietas que cursa segundo básico, participa de una clase por Zoom en el único computador del hogar y se escucha de cerca su voz. El hijo mayor de Edith, Miguel Malhues (40), también entra en la escena: abre otra cortina burdeo y se une al diálogo.
El espacio en el que viven los ocho integrantes de la familia Torres es de 42 metros cuadrados: la cocina en un rincón, un espacio común decorado con fotos y lleno de objetos del equipo de fútbol Universidad de Chile, tres piezas y un baño que comparten entre todos. “El baño es lo más complicado, porque va uno y empiezan a querer todos”, cuenta María Acevedo.
No siempre fueron tantos. Hace 25 años que llegaron ahí desde el otro lado de la loma del cerro Las Cabras, ubicado en la misma comuna de Puente Alto. Habían estado viviendo con una amiga de Edith Torres que les ofreció alojamiento hasta que les saliera el subsidio. Por esos días ella llegó sola con sus tres hijos, y hasta el día de hoy cuenta que el ambiente no ha cambiado mucho: “Estos blocks son lo más tranquilos que hay aquí. De mis vecinos no tengo nada que decir, son gente buena, de trabajo. Las peleas son más allá, para el fondo es donde se producen las balaceras”.
Pese a que hace rato se acostumbraron a vivir apretados, jamás pensaron que este año el hacinamiento sería aún más duro. Sobre todo porque los problemas comenzaron justo al principio del confinamiento que los tendría casi seis meses encerrados: la única que no perdió el trabajo fue Francisca Acevedo, la hija menor de Edith, que es técnica en Enfermería del Hospital Sótero del Río. Su sueldo de $580 mil fue el ingreso para los ocho durante todo el año, más el IFE que recibió cada uno. Pero ese no fue el único golpe: el 12 de mayo el hermano de Edith, Miguel Torres, fue internado en el Sótero del Río con ventilación mecánica. Hasta la fecha sigue hospitalizado. Seis días después murió su padre, en San Joaquín, contagiado de Covid, a los 87 años.
Del día de su funeral, Edith recuerda algo más. Que cuando regresaron a Bajos de Mena a encerrarse por la cuarentena, se encontraron con el suelo del departamento mojado por la lluvia y el viento.
El problema puertas adentro
Edith Torres y sus hijos son parte de los 122 mil habitantes del barrio Bajos de Mena, en Puente Alto. Como su departamento hay más de 25 mil, distribuidos en 29 conjuntos habitacionales. Según datos del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, el promedio de cada una de estas viviendas sociales es de 42 m2. En cada una de ellas, se estima, habitan 4,8 personas.
Los Torres están muy por sobre esa cifra. En su departamento, el promedio por persona es de 5,25 m2. Un reo en Santiago 1, sólo en su celda dormitorio, y sin contar patio y comedores, cuenta con 3,8 m2 disponibles.
Por eso hubo momentos durante la cuarentena en los que no pudieron permanecer todos juntos. Uno fue cuando Francisca, la técnico en Enfermería, se contagió -a finales de mayo- en el hospital. Torres se fue con sus dos nietos menores donde su mamá, a San Joaquín, y las otras dos nietas se fueron a vivir donde otro familiar. Solo quedaron en el departamento María, Miguel y Francisca, que se tuvo que encerrar en su pieza por 20 días. No era fácil protegerse del virus. En el marco de la entrada de ese espacio instalaron, hasta la mitad, una tabla de madera y pegaron una capa de nylon que iba hasta el techo para que hiciera de puerta. “De repente, con Miguel estábamos almorzando y la Francisca gritaba: ¡Voy al baño! Y teníamos que salir de ahí y encerrarnos en la pieza de al lado, para después volver a desinfectar todo”, cuenta María Acevedo.
Miguel Malhues también es presidente de la junta de vecinos de la Villa San Miguel IV, que contempla 492 departamentos. Por eso fue contabilizando todos los contagios. Hasta ahora han sido 20, más una vecina que falleció. Su trabajo todos estos meses fue preocuparse de cubrir las necesidades de sus vecinos. Aunque los problemas no fueron precisamente de alimentos. Las ayudas llegaban constantemente, no solo del gobierno y de la municipalidad, sino que incluso de empresas o fundaciones que traían implementos para las ollas comunes que se organizaron en el sector. Eso ayudó bastante, pues en Bajos de Mena no hay comercio ni servicios. Lo más cerca es la Plaza de Puente Alto, a cuatro kilómetros. El supermercado más cercano que tenían lo saquearon para el estallido social y sigue sin abrir.
El problema es que había asuntos, como el hacinamiento y la violencia intrafamiliar, que no podían solucionarse con subsidios o cajas. “Yo soy hipertensa y tengo una insuficiencia cardíaca. Entonces, el encierro me empieza a desesperar, a ahogarme. Pero aquí los chiquillos no me dejaban salir a comprar nada, porque me podía contagiar”, cuenta Edith Torres.
Quienes más lo resintieron fueron sus nietos. Al no tener un espacio para jugar, terminaban peleándose entre ellos y haciendo enojar a los mayores. María Acevedo empezó a notar algo más: su hija Isidora, de nueve años, mostró actitudes que no había visto antes. “Tuvo una reacción agresiva al encierro. Como es hiperactiva, su mal genio y pataletas hacían que entre todos termináramos peleados”, dice.
Por eso, en agosto cedieron. Acevedo concluyó que, al menos para los más chicos, el encierro ya no era viable. “Nos aburrimos y sacamos a los chiquillos para afuera, porque ya no dábamos más. Al final dije, ya, nos vamos a contagiar igual, porque el virus está en el suelo”, recuerda ella.
Las consecuencias, asegura, no eran peores que seguir viviendo así: “Si nos tocaba, nos tocaba no más”.
Agrandar la casa
María Acevedo tenía razón: las viviendas sociales de Bajos de Mena nunca fueron pensadas para que una familia se encerrara las 24 horas del día. Así lo cree el académico Luis Fuentes, director del Instituto de Estudios Urbanos UC. No solo por el hacinamiento, también la calidad de las estructuras de estos blocks hace que las condiciones en las que las familias se encuentran sean insoportables por los problemas de aislación, ventilación y amplificación de las temperaturas. “Es importante mirar el caso de Bajos de Mena con los ojos de los 90. En ese tiempo existía en Chile un déficit habitacional gigantesco, entonces la política pública que se generó para enfrentar eso fue privilegiar la cantidad por sobre la calidad, al costo más bajo posible, para que se pudieran construir más viviendas”, explica.
Eso, sumado a que los hogares que se formaron en un comienzo se han ido agrandando con la llegada de los hijos y nietos. “Esas ampliaciones irregulares tipo palafitos que tienen algunos son una muestra de eso. Es una solución individual de las familias ante el problema del hacinamiento”, añade Fuentes.
Lo mismo hizo la familia Torres apenas levantaron la cuarentena: además de arreglar las ventanas, construyeron un espacio de 2,5 m2 pegado a la escalera por donde se entra al departamento. Gracias a eso pudieron despejar el otro espacio común que tenían: pusieron el árbol de Navidad, las bicicletas, una mesa, una jaula para sus canarios y un par de parlantes que Isidora ahora ocupa para bailar K-Pop.
Solo que ninguno de esos arreglos hace más tolerable un nuevo confinamiento. “Las autoridades te mandan a encerrar, pero no ven la realidad. Acá, en todos los departamentos hay hacinamiento, toda la gente con su 10% ha tratado de ampliarse, hacer algo para poder estar un poquito, entre comillas, más cómoda. Pero es imposible mantener un encierro en un lugar con tanta gente y menos con el calor que hace”, dice Acevedo.
Después de que comenzaron a salir en agosto, ya no hubo vuelta atrás. Más aún porque nunca hubo fiscalización en el barrio. Para los Torres es como si nunca hubiese habido cuarentena. “Aquí los niños en horario de toque de queda, tres o cuatro de la mañana, siguen jugando afuera”, comenta Edith Torres.
El alcalde de Puente Alto, Germán Codina, está consciente de esa realidad. Para él, la falta de dotaciones policiales en el sector es una falencia histórica en el barrio, sobre todo frente a casos de delincuencia o violencia intrafamiliar: “En Puente Alto tenemos la mitad de carabineros por cada 100 mil habitantes que en el resto de las otras comunas de la RM. Eso es una aberración, una discriminación, una injusticia”.
Si bien el problema del hacinamiento y aislamiento en Bajos de Mena se ha estado corrigiendo a través del programa de Regeneración de Conjuntos Habitacionales del Minvu, que implica la reconstrucción de viviendas, ensanchamiento de pasajes y demolición de blocks antiguos, para esta nueva cuarentena se hace compleja una solución más a corto plazo. Aunque hay algunas opciones: el Programa de Arriendo para el Hacinamiento, implementado en julio de este año, es una de las alternativas que tiene por objetivo sacar de manera más rápida a aquellas familias que están en situación crítica y ya tiene a 342 familias beneficiadas. “Lo hemos ido trabajando con los municipios y en el sector de Bajos de Mena se ha aplicado con muchas de las familias, cosa que en muy poquitas semanas tuvieron la oportunidad de dejar sus lugares y poder apoyarlos con un arriendo que dura un año. Sabemos que queda muchísimo por hacer, pero dentro del contexto Covid esto ha sido uno de los ejes de la cartera este año”, explica el subsecretario de Vivienda, Guillermo Rolando.
Codina sabe que reinstalar una cuarentena con las características iniciales no va a ser factible, especialmente por el cansancio emocional de los vecinos. “Sería muy iluso por parte de la autoridad sanitaria pensar que después de casi un año de lucha contra la pandemia se puedan establecer nuevamente cuarentenas en que la gente se quede todos los días en la casa. Es imposible, sobre todo en familias como esta. Cuando tienes a ocho personas viviendo en 40 metros cuadrados, no resiste análisis”.
Algo así pensó Edith Torres junto a sus hijos, mientras almorzaban el lunes sentados en la mesa del comedor de su departamento. Fue Francisca, la funcionaria del Sótero del Río, la que se enteró primero por las redes sociales de la noticia de que la RM retrocedía a Fase 2 y que el encierro volvía los fines de semana. La reacción de todos fue la misma: se rieron.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.