Golpe al corazón: la última ruptura entre el Presidente y la derecha
No es solo que les haya ocultado que iba a anunciar en su postrera Cuenta Pública lo del matrimonio igualitario. Su sector, sobre todo una despechada UDI, siente que ya no puede seguir confiando en él con este tipo de trato.
Como a las 10 de la mañana del martes, el Presidente se subió a un helicóptero y salió de Santiago rumbo a la costa. Solo lo acompañaban su esposa, Cecilia Morel, y su exjefa de gabinete Magdalena Díaz. Viajaban con un secreto bajo llaves que unas cinco horas más tarde desataría otro cataclismo en su sector, que -sobre todo en la UDI- tiene gusto a no tener mucha vuelta atrás. También zamarrearía las paredes del Segundo Piso de La Moneda.
Ninguno de las y los ministros que se habían retratado con él a las 9:10 -la protocolar previa a la Cuenta Pública de esa tarde- sabía a ciencia cierta lo que iba a pasar.
Después de aterrizar, el Mandatario pasó unos 10 minutos a probar el telepronter al Salón de Honor del Congreso -como a las 11:05- y luego partió a Viña del Mar. Por lo que sabe hasta ahora, esa mañana terminó de decidirlo en el Palacio Presidencial de Cerro Castillo, junto a Magdalena Díaz, su exasesor Benjamín Salas y su jefa de prensa, Carla Munizaga.
Al almuerzo se les unió el ministro del Interior, Rodrigo Delgado, que había viajado por tierra. Pero según la madeja de testimonios, él tampoco se enteró allá que su jefe iba a anunciar en su cuenta que se jugaba por el matrimonio igualitario, con urgencia legislativa y todo. En ese almuerzo no se habló del contenido del discurso. Delgado se fue antes al Congreso, donde lo vieron llegar a las 14:20. Se enteró de la sorpresa poco antes de que arrancara la ceremonia.
Piñera se quitó la mascarilla y comenzó a desgranar su última cuenta presidencial a las 15:05. Los precandidatos presidenciales no habían sido invitados, se dijo, por el aforo. Dirigentes y parlamentarios de Chile Vamos seguían esto por televisión; unos pocos en el salón. Doce de sus ministros hacían lo mismo sentados de piernas cruzadas en el Salón Montt Varas.
Casi al mismo tiempo comenzó a circular una copia del mensaje presidencial. Ni una sílaba sobre la inminencia. Después, cuando ya estaba todo consumado, en La Moneda explicarían que excluyeron ex profeso el anuncio para que no se filtrara.
Piñera estaba hablando que el desarrollo se construye “sin falsas promesas, sin propuestas demagógicas y sin populismo irresponsable”, “sin buscar aplausos fáciles”, “desatando y no asfixiando las fuerzas de la libertad”, cuando se desvió del libreto.
Llevaba 13 minutos y 25 segundos cuando largó su “pienso que ha llegado el tiempo del matrimonio igualitario en nuestro país”. Su gabinete quedó estupefacto. En el Salón de Honor, la mascarilla del senador UDI Juan Antonio Coloma no tapaba su molestia. Su compañera de bancada, Ena von Baer -que entre la primera y segunda vuelta del 2017 había recorrido regiones a la caza de votos evangélicos en manos de José Antonio Kast-, había dejado en pausa una reunión para observar el evento por tevé. Perpleja, decidió dejar de verlo y volver a sus asuntos.
El pueblo gremialista, amanecido de luto por la muerte de Jovino Novoa, no lo podía creer. Amigos suyos se lo tomaron como otra afrenta, porque ese día el Presidente no hizo ningún gesto, declaración ni tuit en su memoria (el Senado, que había presidido del 2009 al 2010, y la Cámara le habían dedicado un minuto de silencio horas antes). Cuando el 2020 murió otro de sus grandes adversarios políticos, Sergio Onofre Jarpa, tardó tres días en difundir una declaración escrita; le hizo un homenaje en Palacio.
Dirigentes y legisladores UDI se volcaron a sus celulares. Algunos llamaron directamente al jefe de asesores del Segundo Piso en demanda de una explicación. En vano. Cristián Larroulet también se había enterado por televisión.
Diga “traición”
Haría falta un tomo y medio para el inventario de reclamos, desahogos y otras comillas que se comenzaban a apilar en Chile Vamos, y que siguieron en la semana. Si alguno se había aguantado las ganas durante la tragedia del tercer retiro de pensiones y el Tribunal Constitucional, o tras la paliza electoral del 15 y 16 de mayo, ahora ya no.
“No me gusta ser sorprendido”, “cuando se pierden las confianzas, cuesta mucho creer las cosas”, se descargaba el senador Coloma ante los micrófonos. “Una falta de criterio político, falta de sintonía con la coalición”, protestaba por la TV el jefe UDI, Javier Macaya. Jacqueline van Rysselberghe hablaba de “desilusión” y, al día siguiente, que el gobierno de Piñera “ojalá que termine luego” y que “si sigue así, se puede quedar gobernando solo”.
Hasta al senador Iván Moreira, que se quejaba que Piñera le había propinado “una bofetada al mundo cristiano y al pueblo evangélico, al que le fue a pedir el voto”, se le acababa el cariño.
El diputado UDI Guillermo Ramírez -muy cercano a Joaquín Lavín- dijo lo que tantos pensaban: que “para muchos esto es una traición del Presidente, y el divorcio definitivo con parte de la coalición”, porque “en ChileVamos hay diferencias sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo. El Presidente también lo sabe y por eso es grave que haya ocultado este anuncio”.
Lo de “parte de la coalición” es cierto. En RN hubo quejas también; las más airadas de sus diputados de la bancada evangélica, como Leonidas Romero (“me habría retirado del salón ya que traicionó a los cristianos que votamos por él”), pero la senadora Marcela Sabat y otros nombres celebraron la nueva.
Y mucho más en Evópoli, donde se declaraban felices y decididos a votar a favor el proyecto. Pero como esto no es una mera lucha entre derechistas más o menos valóricamente conservadores, sino una pugna política de fondo, allá se dicen entusiasmados si esto deja a la UDI en la pista contigua al Partido Republicano y a ellos en la más liberal, aunque tengan que defender a Piñera en la vía pública.
Pista. Como en medio de la polvareda el gobierno tardó hasta el jueves en confirmar que le ponía suma urgencia al trámite legislativo, algunos Evópoli presionaron a Palacio, temiendo que la indignación gremialista echara marcha atrás todo. Según una versión, el mensaje fue que si cedían, el partido abriría fuego.
Pero más allá de que el sector -a seis semanas de sus primarias presidenciales- se balcanizara todavía más con el obsequio del Mandatario, que la facción ofendida comenzara a culparlo de “traición” quebró un molde. El reguero de heridos que dejó esto en la UDI ha clamado en estos días que la médula de todo no es que entre los suyos no toleren el matrimonio igualitario (algunos lo votarán a favor), sino que después de “poner la cara por tantas cosas indefendibles”, lo ocurrido les impide -insisten varias voces- seguir confiando en el Presidente.
Un ventrículo destrozado
Si Piñera sabía que iba a quedar la que quedó en Chile Vamos y en pleno alboroto por su sucesión, ¿por qué lo hizo? El martes corrían tesis en la derecha y en la UDI. Una, que era un truco para desviar la atención de las incesantes críticas, con su sector culpándolo de la derrota electoral.
Otra, que quería trepar ya unos puntos en las adversas encuestas, o más profundo: que él sigue buscando “ser querido”. También, que se estaba desquitando con el bloque después que la mayoría le diera la espalda en los retiros de pensiones. No olvidan aquí el capítulo en que el propio Mandatario se puso a llamar por teléfono a parlamentarios para pedirles su voto contra del retiro del 10% y que no le hicieron caso. Tampoco cuando el gobierno envió su proyecto del segundo retiro y la jefa de la bancada de diputados, María José Hoffmann, advertía entonces que la relación entre ellos y La Moneda cambiaría pues no podían seguir pagando los costos de una línea poco clara. El huevo o la gallina; en la UDI insisten en que él los abandonó al llegar tarde con las ayudas financieras.
La otra tesis que pesa -más en el entorno de Lavín- es que detrás de esto estaría la intención del gobernante de dañar su candidatura y favorecer a la de Sebastián Sichel. Que este último e Ignacio Briones no hayan tardado en enrostrarle al candidato UDI que es el único que cree que el matrimonio solo es entre hombre y mujer les dio -sienten- la razón.
Lavín y Piñera lo hablaron al día siguiente del anuncio. El Presidente lo llamó y una versión dice que le explicó por qué lo había hecho; otra, que el aún alcalde le hizo ver que para él problema es que la figura se llame “matrimonio”.
Gremialistas con jinetas van más allá. Siguen convencidos de que el 2013 La Moneda filtró el dato que Laurence Golborne tenía inversiones en el paraíso fiscal de Islas Vírgenes para sacarlo de la presidencial porque aunque perdiera contra Michelle Bachelet, habría sido óbice para que Piñera volviera el 2018. Y no olvidan que el mismo 2013 le infirió un corte a la candidatura de Evelyn Matthei con lo de los “cómplices pasivos” de la dictadura.
Piñera dijo en las entrevistas televisivas del miércoles que la vida le hizo cambiar de opinión ante el matrimonio, y que “no era una revancha, tampoco un secreto”. Pero el barrido de consultas entre su gente arroja lo siguiente.
Uno, se sabe, esta decisión fue solo fue entre él, Salas, Díaz y Munizaga. Dos: hace poco más dos semanas, cuando comenzaron a armar la cuenta pública, Díaz y Salas redoblaron su insistencia. Una versión dice que en esos encuentros se lo dijeron e incluso en presencia de Larroulet; él se habría opuesto tajantemente.
Tres, le dieron razones. Que tenía que dejar algo que perdurara después quitarse la banda, y que el propio Piñera se había ido convenciendo en varias conversaciones íntimas. Que le serviría para distraer aunque fuera por unos días la agenda en su contra. Que, claro, incendiaría a la derecha, pero si se trataba de lealtad recíproca -volvemos a lo mismo- sus partidos tampoco habían sido fieles a él en los últimos meses. Y que era la última oportunidad que tenía de usar esta bala.
¿Que si iba a perjudicar a Lavín y favorecer a Sichel? Pues -siempre según el análisis que ha trascendido-, sería un efecto colateral que el Presidente no estaba urdiendo. Y cuatro, que para que esto funcionara, no debía saberlo nadie más.
“Algunos, y les pedimos discreción” contestó Piñera cuando el miércoles le preguntaron en CNN Chile cuántos ministros sabían antes. El lunes en la tarde había estado en una reunión de repaso del discurso con el vocero Jaime Bellolio. Ahí, el Presidente le esbozó la alta posibilidad -pero aún no resuelta- de hacer el anuncio, a lo que Bellolio le hizo ver las consecuencias políticas que tendría. La respuesta de Piñera fue que cuando hay cosas que se hacen por “convicción y principios”, la calculadora es secundaria.
Esa tarde del lunes, Piñera aun no estaba 100% seguro de lanzarse. Si bien llevaba un buen tiempo masticándolo -algunos ministros recuerdan que en comités políticos antiguos que el Presidente les planteó que reflexionaran en torno al tema- no fue sino hasta mediodía del martes 1 de junio, en Cerro Castillo, cuando le dio el vamos definitivo. Y la imagen no deja de ser simbólica: Piñera no da ese “vamos” delante de su equipo político, ni de su jefe de asesores, ni de un presidente de partido. Sebastián Piñera lo hace con su núcleo más estrecho, cuyo principal trabajo es la figura del Mandatario. No los partidos, ni la coalición, ni siquiera el posible sucesor en La Moneda.
A nueve meses de terminar su turbulento gobierno, Piñera deja claro que busca salvarse a sí mismo.
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