Juan Pablo Luna: “Si lo que el Frente Amplio quería era transformar, deberá hacerse cargo de sus evidentes limitaciones”
El cientista político piensa que el quiebre en la sociedad chilena -más allá de las diferencias izquierda/derecha- hizo que la Convención se farreara la legitimidad que tuvo en su origen, y que “perdió a los sectores populares que al inicio del proceso estaban muy ilusionados”. Con todo, Luna sostiene que el camino de reparación es largo, mucho más que una nueva Constitución.
-¿Cómo evalúa el clima político?
Invivible. Tan crispado como superficial en sus debates. Zancadilla contra zancadilla, al son del escándalo diario. Si no fuera trágico, sería una gran comedia.
Quien habla es Juan Pablo Luna, cientista político, profesor de la UC, uruguayo y agudo observador de los tiempos que corren en Chile. A partir del estallido y sus diagnósticos, su voz comenzó a ser escuchada con atención por la clase política, entre ellos por el Presidente Boric. Con él, Luna comenzó a forjar una relación por Zoom durante la pandemia, que luego se intensificó durante la campaña presidencial. Después el contacto ha sido menor.
Desde Galápagos, donde se encuentra con varios académicos de otras universidades desarrollando proyectos sobre políticas para América del Sur -entre ellos, unos sobre el crimen organizado-, responde esta entrevista por correo.
Mañana se entrega formalmente el borrador de la nueva Constitución. ¿Cuál es su lectura final de este proceso?
Que es un proceso sin final a la vista.
“Si la Convención es capturada por el sistema político y sus lógicas, estamos perdidos”, decía en mayo del 2021. ¿Envejeció bien ese diagnóstico?
No sé, yo sigo pensando eso. En ese mismo texto argumenté que lo que había era un movimiento destituyente, y escribí también que entre eso y un movimiento constituyente había un trecho. Pienso, además, que la “captura” de la Convención por el sistema político tradicional habría generado un texto más pulido, pero seguramente ilegítimo socialmente. Por su inclusividad, el proceso que tuvimos hizo patente los conflictos de una sociedad quebrada, resentida, enfrentada mucho más en términos sociales que en clave izquierda-derecha. Y las consecuencias de ese quiebre terminaron propiciando que se farreara la inédita legitimidad de origen de la Convención. Tal vez no había una solución, sino dos formas distintas de embarrarla.
Da la impresión de que hay un anhelo de vuelta a la política, como si el experimento de las fuerzas independientes en la Convención no hubiese resultado. Se escucha decir que la Convención ha sido “la gran farra de Chile”.
Que el clima de opinión actual sugiera que el proceso constituyente fracasó, no significa que la gente esté demandando un retorno a la antigua política de los consensos, a los apellidos vinosos y a los hombres sabios. En Chile, la élite de la que formamos parte quienes hoy tenemos el privilegio de debatir el proceso constitucional, tropieza continuamente con dos obstáculos. Primero, queremos soluciones fáciles para problemas que son profundos, complejos y vienen de lejos. Por diseño y por contexto, la Convención no podía generar una solución. A lo más podía abrir un camino para seguirla buscando. Segundo, sobreinterpretamos climas de momento y los resultados electorales que los cristalizan. Pero esos climas, en la política actual, alternan cada vez más rápido y ocultan una fragmentación profunda. Nosotros, sin embargo, los pensamos como giros estructurales. Le pasó a Piñera, le pasó a Bachelet, le volvió a pasar a Piñera, y también le ha pasado a la Convención. El problema que tiene Chile, como buena parte de las democracias liberales contemporáneas, es que tiene partidos políticos escuálidos e inoperantes. Y nadie sabe cómo hacer funcionar a la democracia representativa sin partidos. Entonces, mientras unos buscan revivir partidos que están muertos en la práctica, otros apuestan mágicamente a independientes. Ni los partidos realmente existentes ni los independientes solucionan los problemas que tenemos. Es hora de asumirlo y de pensar formas más constructivas de llenar ese vacío, aunque hoy nadie sepa cómo hacerlo. Mientras tanto, seguiremos asistiendo a un circo con personajes de cada vez peor calaña, pujando por avanzar su carrera política individual. Ya hay casos bien elocuentes de políticos que fundaron partidos prometiendo renovar la política y que hoy han devenido en mentirosos tan contumaces como patéticos.
Hay analistas que sostienen que la Convención se quedó pegada en el estallido, que se internó en un microclima desconectado de la realidad.
Estoy de acuerdo y según los estudios que realizamos en Plataforma Telar del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos, es lo que percibe una parte importante de los sectores populares. La Convención perdió a los sectores populares que al inicio del proceso estaban ilusionados. Esa ilusión pivotaba en que la Convención, por su conformación, era vista como diferente a la política tradicional. Y en esto nuevamente se ve el carácter de la desconexión social a la que me refiero. Por un lado, la clase política y los amarillos ven a la Convención como un exabrupto. Por otro, varios convencionales se autoperciben como ejecutores de la revancha del pueblo contra la élite. También hay otros que son voceros maximalistas de causas relevantes, pero ajenas a la sensibilidad de la mayoría. Y mientras tanto, los ciudadanos de a pie ven a esos convencionales, a la clase política y a los amarillos como igualmente lejanos y desconectados de sus problemas cotidianos.
¿”Apruebo para reformar” es una oferta satisfactoria a un 78% que aprobó el cambio constitucional?
Eso se verá el 4 de septiembre y en los próximos años.
¿Qué falló en el camino?
Apostar todo al proceso constitucional. Pensar que desde arriba, a punta de leguleyadas y declaraciones de principios se arreglaban los problemas del país. Esos problemas son los de un Estado anémico y desbordado y los de un modelo de desarrollo estancado y sin futuro.
¿Qué explicación da al auge del Rechazo?
Hay varias explicaciones. En el plano de las expectativas, los sectores populares demandan mejoras tangibles a la salud, vivienda, pensiones, seguridad. Y eso en el corto plazo eso no depende de la Constitución. Al interior de la Convención, creo que el interés de cada convencional como criterio para la conformación de comisiones generó muchos problemas en la relación entre comisiones y pleno. El no haber recogido el guante a los sectores de derecha constructivos también fue un tremendo error. El material que generaron varios de los convencionales del Apruebo es también un gran lastre. Ellos son responsables de que hoy se discuta mucho más su actuar que el contenido del texto. Y el profuso material que generaron fue hábilmente instrumentalizado por los sectores conservadores. Esos sectores también han instrumentalizado a los amarillos, que no tienen un voto, pero tienen mucho más prensa que convencionales serios.
¿Cuáles son los riesgos que ve en esta desafección de la gente con un proceso constituyente “del pueblo”, como fue el que nació del estallido?
La gente está desafectada de la política hace décadas. Esta es una frustración más, pero en un contexto que cambió. La gente hoy vive mucho más apretada que hace cuatro o cinco años. Está temerosa por la situación de seguridad, cansada de la incertidumbre. Pero también sabe que el recurso a la protesta violenta fue lo único que funcionó en el pasado para hacerse escuchar ante un sistema que vivía encerrado en su propia lógica. Es cuestión de sacar cuentas.
Eugenio Tironi plantea que el proceso constituyente fue la genialidad de la clase política para encauzar una serie de demandas distintas en un paraguas común. ¿Era una nueva Constitución la respuesta, o se pone en duda si es que no gana el Apruebo? La crisis social sigue…
No estoy de acuerdo. Hoy el gobierno enfrenta una gran cantidad de demandas atomizadas, que llegan sin mediación a La Moneda. Todas urgentes. Por otra parte, creo que a las protestas las bajó primero el verano y luego la pandemia, no el pacto del 15 de noviembre. Más tarde, el 80-20 y el resultado de la elección de convencionales, por la catarsis que generaron y por la incorporación de sectores políticamente excluidos, le dieron aire a la Convención. Un aire que por diseño no tenía, porque ese pacto fue el de una política muy poco legítima.
Uno de los objetivos es formar una “casa de todos”. ¿Qué tan posible es eso con este nivel de polarización?
Yo no veo polarización en Chile. Veo un sistema político acorralado y polarizado en torno a un debate rasca y a una sociedad que anda por otro lado. Algunos están viendo cómo irse de Chile. Los que no pueden, están viendo cómo seguir con sus vidas en medio de las nuevas vulnerabilidades que seguirán generando la crisis social y la deriva política. Por otro lado, la utopía de la “casa de todos” o del “una que nos una”, con el trasfondo de la profunda grieta social que tiene Chile, siempre me pareció de una ingenuidad propia de quien nunca salió del oasis. Es otra versión del buenismo, un buenismo de centro, de quienes tienen nostalgia de poder dirigir a la sociedad como si se tratara de su viejo country club. Es un buenismo que no tiene quién le escriba, aunque ha propiciado una miopía bien dañina.
Aunque el Presidente ahora intente tomar distancia, el gobierno y la Convención están bastante unidos. ¿Cómo sortea Boric esa derrota, en caso de ganar el Rechazo, y dónde debe ubicarse al día siguiente?
Siempre pensé que este gobierno debía tener como tarea principal estructurar un pacto social que acompañara al proceso constituyente. No era fácil, pero era lo único que podía hacer para intentar sacarnos de la deriva en la que estamos. Eso en mi opinión era y sigue siendo más importante que la Constitución.
¿Fue una mala idea no enarbolar un Plan B desde el gobierno, considerando lo que hoy muestran las encuestas?
Más que un Plan B, se necesita un proceso de concertación paralelo que apuntale lo que termine siendo el desenlace del proceso constitucional.
El plebiscito ha hecho que personas que caminaron juntas por años, estén en veredas contrarias. ¿Puede ese hito redibujar las alianzas políticas de las últimas décadas?
Lamento la dureza de lo que voy a decir, pero me parece obvio que quienes caminaron juntos por años hoy están más cerca de la muerte, al menos en términos políticos, que de poder enchularse y reinventarse. En la izquierda, más que con corrientes ideológicas profundas, los cambios que hemos visto estos últimos años tienen que ver con un proceso de reemplazo generacional y con la todavía tímida articulación electoral de nuevos liderazgos sociales que antes no participaban de la política electoral. La derecha tradicional y Evópoli están hoy desfondados y peleando una guerra fratricida. He ahí el legado, por si alguien todavía lo anda buscando.
¿Cómo evalúa los primeros cien días del gobierno?
El liderazgo del Presidente tiene cuatro patas: un compromiso profundo con un proceso de cambio social sostenible en el tiempo, una empatía bien inusual y que no es impostada, un marcado talante republicano, y una fuerte conciencia histórica. Los errores de los primeros cien días dejan en evidencia que el resto de los elencos de gobierno está cojo en uno o más de esos aspectos. El shock de realidad que recibió el gobierno al llegar a La Moneda tendría que haber cortado de cuajo con la soberbia generacional y la superioridad moral, pero eso aún no parece haber alcanzado para transferir las cualidades presidenciales al resto del equipo. En esa deficiencia pesan también, dentro del Frente Amplio, lógicas de acción individual y de grupos de amigos que operan muchas veces desde la desconfianza hacia los otros y apalancando ambiciones individuales. Es de perogrullo a estas alturas, pero lo mejor del gobierno ha sido el Presidente. Y lo peor emerge cuando, como lo ha hecho con frecuencia, el Presidente sale de escena. En eso veo un temor a parecerse a Piñera. Ese temor es infundado, porque a Piñera le faltaban las cuatro patas.
¿Demostró el Frente Amplio estar apto para gobernar?
El Frente Amplio es mucho más “sistémico” de lo que se piensa. No tiene bases sociales ni organización a nivel popular. Quiere gobernar para un pueblo que en rigor no conoce y al que en el mejor de los casos solo le llega “Gabriel”. Hoy nos olvidamos, pero en una campaña en que hacía falta conectar con el territorio y lo popular, la que más aportó eso fue una independiente que se fue a recorrer el norte en un bus. El Frente Amplio hace política por aire, por RR.SS. y con operaciones comunicacionales. Toma decisiones desde arriba, en base a diagnósticos poco densos, a consignas simplistas. Piensa, por ejemplo, en los boomerangs que generó la extensión de las vacaciones de invierno, pasando a llevar, en la práctica, los derechos de muchas mujeres. O el cierre de Ventanas, plenamente justificable, pero en un comienzo mal trabajado políticamente. Con el desembarco del Socialismo Democrático transó capacidad de gobierno por continuidad, sin asegurar, en mi impresión, mucha lealtad en el Congreso. Muy rápido, por la ausencia de una narrativa más amplia, está viviendo al día. Lo veo preso de lo que le impone la contingencia. Ante eso, intenta retomar agenda con proyectos de ley, por lo que inmediatamente se embarrará en el pirquineo de votos en el Congreso y en el debate comunicacional. En términos de la agenda de seguridad pública fue rápidamente subordinado por la brutal dependencia que tiene de las fuerzas de orden para poder controlar la violencia y la criminalidad. Ahí yo veo una limitación muy relevante, además de un riesgo significativo. Pero en todos esos sentidos, el gobierno del Frente Amplio es un calco de los gobiernos anteriores. Es evidente, entonces, que estaba apto para gobernar, al menos si asumimos que gobernar es lo que hicieron Bachelet y Piñera en los dos períodos previos. Eso sí, si lo que el Frente Amplio quería era transformar, deberá hacerse cargo de sus evidentes limitaciones.
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