Peter Turchin, académico: “La competencia entre las élites allana el camino a crisis graves”

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Nacido en 1957, hijo de un físico soviético disidente, en 1980 se exilió con su familia en Estados Unidos.

El científico ruso-estadounidense, ungido como el “predictor” del agitado año 2020, habla con La Tercera sobre este y otros temas, sobre el pasado y el presente.


El don de la profecía es moneda sin valor entre los científicos. Raro sería de otro modo. Pero en lo que toca al resto del mundo hay viejas fascinaciones que persisten, y pocas fascinaciones persisten tanto como la que da por ciertas a algunas voces presuntamente anticipatorias de un futuro aún no escrito. Voces que dicen que este ya está definido, al menos en parte. Algo así como la negación de la historia y la exaltación del mito.

Dado lo anterior, alguien podría imaginar que un doctor en zoología, autoridad mundial en escarabajos de pino, fundador del banco de datos Seshat y creador de la cliodinámica (el abordaje de fenómenos y procesos históricos a partir de modelos matemáticos basados en grandes bases de datos y estadísticas), mal podría estar feliz de que lo traten de profeta. Pero Peter Turchin dice, vía Zoom desde Storrs, Connecticut (EE.UU.), que es poco lo que puede hacer al respecto. Que no va a andar pidiéndoles a los medios ni a los periodistas que se desdigan.

Por otro lado, contar con esa fama durante este último par de años crea un cierto halo pop en torno a este nacido en la URSS, hoy académico en tres departamentos de la U. de Connecticut (Antropología, Matemáticas y Ecología y Biología Evolutiva). Algo que probablemente Turchin intuye, más aún después de la aparición de artículos como uno de hace 10 meses en la revista ICON, de El País (“Quién es Peter Turchin, el Nostradamus de la historia que hace 10 años ya predijo que 2020 sería atroz”, rezaba el titular), cuya bajada es elocuente:

“Sus extravagantes vaticinios eran acogidos por la comunidad científica con perplejidad desdeñosa. Hasta que empezaron a cumplirse”.

Todo comenzó con un brevísimo artículo en la revista Nature, publicado en 2010, que había solicitado a Turchin y a varios más imaginar el estado del mundo en 2020. Entre otras cosas, el académico destacó allí los aumentos en la inestabilidad producidos en EE.UU. en 1870, 1920 y 1970, agregando que esto podría repetirse hacia 2020. Una serie de ciclos, previó, alcanzarán su peak ese año. Y ese, dijo también, sería sólo el comienzo.

¿Acertó Peter Turchin? No pocos creen hoy que sí, hartos más que ayer, dadas las agitaciones, convulsiones, inestabilidades y crisis político-sociales en varios países. Para explicarse a ese respecto asume un tono profesoral, directo e ilustrativo, de modo que su contraparte no se empantane y siga el hilo de lo que dice a través de expresiones del tipo “¿ve hacia dónde voy?”, o “este es un buen ejemplo, ¿no?”.

Hay al menos tres tipos de predicción, explica. La última que menciona es la señalada profecía, que le parece “completamente inútil, porque, incluso si acierta, no explica en qué se basa, no te dice cómo se obtuvo y no hay nada que puedas hacer al respecto”. Otra es el pronóstico: “Cuando se tiene un buen modelo, cuando se comprende bien cómo evoluciona una dinámica o un proceso, se puede usar el modelo para pronosticar cómo irá la trayectoria. Estas previsiones se basan en un conocimiento, pero dejan margen a la incertidumbre, como en el caso de los pronósticos meteorológicos”.

Y está, finalmente, “la predicción científica, que no consiste en predecir el futuro, sino en averiguar cómo funciona el mundo”. En este escenario, “normalmente tenemos dos o más teorías de explicación, así que tenemos predicciones diferentes, pero luego usamos los datos para ver cuál de las teorías es correcta. Eso nos ayuda a construir el motor de la predicción”. Y en el caso de sus predicciones para 2020, sostenidas en lo que ha llamado “teoría estructural-demográfica”, establecieron que aun con un nivel decreciente de inestabilidad interna entre 2000 y 2010, “tanto en Norteamérica como en Europa Occidental, iba a haber un cambio de tendencia”.

Una teoría alternativa a la de Turchin fue la del sicólogo Steven Pinker, quien propuso en Los ángeles que llevamos dentro (2011) que la violencia estaba disminuyendo y seguiría esa tendencia. “De hecho, hizo esta predicción en una conferencia a la que fuimos juntos, hacia 2007: dijo que la violencia estaba disminuyendo en diferentes escalas de tiempo, incluyendo los próximos 10 años”. He ahí dos teorías puestas a prueba, y adivinen cuál acertó, pareciera querer sugerir.

Dicho todo lo dicho, Turchin no es ajeno a las miradas escépticas o suspicaces. O a que una historiadora como Jo Guldi –coautora en 2014 de un célebre Manifiesto por la Historia- le comentara a The Atlantic que algunos historiadores “consideran a Turchin como los astrónomos consideran a Nostradamus”. Porque no la tiene fácil en ese medio, que descree necesariamente de la futurología, pero al que bien podría hacer un aporte desde un campo transdisciplinar como la cliodinámica (“Clio” era, en la Grecia antigua, la musa de la historia).

Podría serles útil, piensa, “porque ahora podemos poner a prueba las teorías” y porque la cliodinámica “hace a la historia más relevante”.

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¿Qué quiere decir cuando afirma, en su libro Ultrasociety (2015), que “transformando el estudio de la sociedad humana en una verdadera ciencia aprenderemos a curar muchos males sociales”?

Los historiadores han hecho un magnífico trabajo develando lo que ha ocurrido en la historia, pero no siempre han hecho un gran trabajo explicando las causas. Hay unas 240 explicaciones de por qué cayó el Imperio Romano, y no sabemos cuál de ellas es la correcta. Por supuesto, los historiadores no son científicos: no confirman ni descartan teorías. Ahora, si entiendes por qué se derrumbó el Imperio Romano y quieres evitar el colapso de los Estados Unidos, por ejemplo, tenemos que entender cuáles de las muchas cosas que han estado sucediendo son relevantes y necesitan ser revertidas, y cuáles no lo son y no hay que preocuparse por ellas.

Asimismo, sabemos que la disminución del bienestar -económico, social- es mala, no sólo porque la gente está sufriendo, sino también porque socava los cimientos del Estado, de la sociedad. Que conduce a resultados realmente graves, como las guerras civiles y demás. Aunque no es lo único, porque la sobreproducción de las élites es aún más importante.

Mucha élite

Otra cosa que decía Turchin en el mencionado texto para Nature, de 2010, es que “las sociedades pueden evitar el desastre” y que deben “encontrar la manera de paliar los efectos negativos de la globalización sobre el bienestar de las personas”, partiendo por la desigualdad y la deuda pública. Y ojo, que también dice: “No debemos ampliar nuestro sistema de educación superior más allá de la capacidad de la economía para absorber a los graduados universitarios. El exceso de jóvenes con títulos superiores ha sido una de las principales causas de inestabilidad en el pasado”.

Esto lleva a dos conceptos caros al autor -”sobreproducción de élites” y “competencia entre las élites”- que expresan que hay demasiada gente preparada para los mismos puestos de influencia; gente que forma redes que acumulan gran cantidad de recursos de distinta índole, y que bien pueden enfrentarse entre sí cuando no hay lugar para todos.

Así las cosas, dice hoy Turchin, “las élites, la gente en el poder, pueden no estar muy motivadas para aumentar el bienestar de otros, porque podría ir en contra de sus propios intereses. Pero si puedes transmitir a esas personas la idea de que al hacer eso están socavando a la sociedad, y que a la larga ellos mismos padecerán por esta razón, le estás hablando al interés propio, pero a largo plazo”.

Usted y Jack Goldstone, en un artículo sobre estos “turbulentos años 20″, afirman que las élites “allanan el camino a la revolución”. ¿En qué sentido lo afirman?

En Estados Unidos hemos visto la sobreproducción de las élites. En todos los niveles hay demasiada gente educada luchando por muy pocos puestos que requieren un doctorado, por ejemplo. Hay demasiada gente rica luchando por cargos de elección popular. Así que ese es el motor. Y cuando la competencia por un número fijo de puestos se vuelve muy intensa, cuando hay tantos aspirantes y los puestos son tan pocos, la competencia empieza a ser malsana, porque la gente utiliza todo tipo de formas, violentas incluso, para salir adelante. Y lo que está ocurriendo es que, como resultado de esta competencia, las normas sociales que rigen la forma de hacer política en los EE.UU. han sido tiradas por la borda y hay una lucha descarnada.

¿Cómo se expresa esto en términos de radicalización?

Es una situación que se ha visto una y otra vez. Hemos estudiado más de 30 casos de crisis, desde el mundo antiguo hasta el mundo moderno, en muchas regiones diferentes, y el conflicto se vuelve cada vez más violento. Este es invariablemente el camino hacia una crisis grave. Y lo que sucede en EE.UU. está replicando la secuencia de eventos que en el pasado condujo a varios tipos de revoluciones, guerras civiles y colapsos de Estados en el pasado.

En este sentido, los países se crean problemas con sus élites...

Y a veces los sortean. Por ejemplo, el Imperio Británico no tuvo una revolución en el siglo XIX, entre otras razones, porque adquirieron un enorme imperio, lo que le permitió enviar excedentes de personas a lugares como Australia para que fueran funcionarios del Imperio. Pero eso es inusual, y una ruta más habitual es algún tipo de violencia, de guerra civil en la cual un grupo de las élites destruye a otro grupo. Es lo que ocurre en muchas revoluciones.

Una pandemia como la que estamos viviendo, ¿de qué modo altera lo que sus modelos permiten predecir?

La mayoría de las crisis que han ocurrido en el pasado tuvieron que ver con brotes de enfermedades como la peste negra o las plagas anteriores. ¿Qué está pasando ahora? Que estos brotes se han hecho cada vez más frecuentes en los últimos 30 años, así que era probable que ocurriera algo así. La pandemia cambia las situaciones, las empeora: en EE.UU. ha matado a mucha gente, mientras los ingresos de quienes no pertenecen a la élite han disminuido, al tiempo que los del uno por ciento más rico han aumentado. La pandemia ha hecho que las cosas sean aún más inestables de lo que eran antes.

¿Diría que es un optimista?

Soy un optimista, pero un optimista realista, porque creo que podemos entender por qué ocurren cosas horribles, y luego podemos solucionarlas. Mi optimismo se basa en que nosotros, los ciudadanos, tenemos realmente una oportunidad: si entendemos el problema, podremos encontrar soluciones.

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