Un cementerio y 222 narcofunerales
De los 1.767 "entierros de alto riesgo" registrados en Chile, el 12,5% ha sido realizado en Lo Espejo. En el Cementerio Metropolitano, donde se realizan estos sepelios, y en sus alrededores, trabajadores y vecinos comparten la misma tragedia: cuando se trata del narco, ni siquiera la muerte es capaz de traer calma.
Cristián Manríquez está parado frente a una lápida de mármol. En este cementerio, el Metropolitano de Lo Espejo, hay muchas, todas similares, una al lado de la otra. Mientras habla, el sepulturero de 32 años enciende un cigarro.
— Mira, acá está enterrado el “Cogote de Toro”— dice mientras bota un poco de humo—. Para ese funeral llegaron como 400 personas afuera del cementerio, pero dejaron entrar a unas cien, no más. Cerraron el cementerio durante dos horas para ellos.
Manríquez hace una pausa. Luego dice:
—Ese día fue complicado. A ninguno de los chiquillos le gusta ir a esos funerales. Pero tienes que atenderlo nomás.
La tumba que mira Manríquez es la de Vladimir Soto, un conocido narcotraficante del sector sur de Santiago. Fue acribillado por una banda rival el 21 de agosto del 2020 en La Pintana. Seis días después, una procesión acompañó su féretro, que salió desde el Servicio Médico Legal, pasó por la población La Victoria, en Pedro Aguirre Cerda, y terminó acá, donde está parado el sepulturero.
Ese funeral Manríquez lo recuerda como uno de los más difíciles que le tocó asistir. Las autoridades los llaman “funerales de alto riesgo”, aunque popularmente se les conoce como narcofunerales: una masiva procesión que acompaña al cuerpo de un ladrón, narcotraficante o familiar cercano de una banda de crimen organizado.
—Estos no son funerales de gente tranquila— explica el sepulturero—. Ahí ves de todo. Vienen fumando marihuana, o se pegan los saques ahí mismo. Andan con pistolas. Entonces, de repente estamos sepultando y pa, pa, pa, se ponen a disparar.
La escena se repite con frecuencia, dice Manríquez. Mientras camina por las calles del cementerio, asegura que a él y a los 50 sepultureros que él representa como secretario del sindicato que los agrupa, el trabajo se les hace cada vez más difícil. Ahora hay otra tumba frente a él. Está adornada con autos de juguete.
— Esta es la tumba de Diego Marchant. El que tenía un narcomausoleo en una plaza. A este funeral vino mucha gente, sobre todo cabros chicos. Se paraban arriba de las otras tumbas. Le gritaban ‘te recordaremos’, y le ponían unos temas de reggaetón. Hay uno que siempre colocan. Es de Rakim y Ken Y. ¿Lo has escuchado? ‘Amigo, ya que al cielo tú has partido…’. Fíjate encima de la tumba. ¿Viste que le dejaron dos pititos ahí encima?
Según información de Carabineros obtenida a través de Ley de Transparencia, en Chile ha habido 1.767 “funerales de alto riesgo” entre el 22 de mayo de 2019 -cuando se empezaron a medir- y el 28 de junio de 2023. Es decir, durante los últimos cuatro años, en Chile puede contabilizarse más de un narcofuneral diario.
La comuna que más entierros de ese tipo ha albergado es, precisamente, Lo Espejo: suman 222. Supera a otras comunas como Maipú, que tiene 172; Puente Alto, con 146; Recoleta, con 124; San Bernardo, con 91, y Huechuraba, con 53. Las primeras nueve comunas de esta lista aglutinan más de la mitad de los funerales del país. Todas esas comunas también tienen cementerios dentro de sus límites.
Lo Espejo también lidera en otras cifras. Es la comuna del país que más funerales de riesgo extremo (20) y alto (78) ha albergado. El puntaje crece dependiendo de los antecedentes del fallecido, de cómo murió y de qué tan peligroso es el entorno del velatorio.
También esta comuna es la que más detenidos ha tenido en estos eventos. Van 268 versus los 133 de Maipú, que es la que le sigue.
Cuando llegó a trabajar el año 2015, dice Cristián Manríquez, la situación no era así. Ese año, luego de egresar de técnico en Electrónica, el tío de su esposa le dijo que había un puesto vacante en el Cementerio Metropolitano.
Al principio lo dudó, pero se dio cuenta que de esa forma podía tener un empleo que le permitiera evitar algo que le incomodaba: trabajar encerrado. En este parque, dice, se sentía tranquilo. Estaba todo el día rodeado de naturaleza, al aire libre.
Pero con el tiempo, dice Manríquez mientras se termina el cigarro, las cosas empezaron a cambiar. El sepulturero señala que no se puede olvidar de uno de los primeros funerales donde vio violencia explícita. Era de un barrista de Colo Colo. Mientras bajaban el ataúd de la carroza, el grupo que lo acompañaba se descontroló.
— Los tipos sacaron los extintores que había en el lugar y los usaron, arrojando el polvo al aire. Los guardias tuvieron que encerrarse con rejas en una oficina, para protegerse.
Luego, mutaron. Fue apareciendo cada vez más gente. Se hacían más seguido, también. Y ya no eran barristas, sino narcotraficantes. La situación para Manríquez se desbordó en el 2019. Fue en uno de esos funerales cuando sintió temor por primera vez.
— Estábamos haciendo ese entierro con tres colegas más. Y cuando estaban los familiares despidiéndose, tomamos la urna y le pusimos las huinchas para bajarlo a la fosa. Ahí un tipo se me acerca y me dice, déjame sepultarlo.
Manríquez le respondió que no podía hacer eso.
—Le dije: si se te cae, me despiden a mí. El tipo volvió a los dos minutos, me mostró un cuchillo así de largo y me dijo: ¿me vas a dejar sepultarlo o no, conchatumadre?
Un ataúd roto cubierto de cocaína
Los funerales de bandas organizadas no eran así hace 30 años.
Ainhoa Vásquez es investigadora de la Facultad de Filosofía y Letras de la U. Nacional Autónoma de México (UNAM). Es doctora en Literatura de la PUC, pero vive hace 16 años en México. Allá decidió estudiar los fenómenos ligados al narcotráfico. Dice que los narcofunerales son algo reciente.
— Antes esos funerales eran un ritual muy pequeño e íntimo. Iban sólo los amigos. Eran sumamente recatados. Y aunque todos supieran que eran narcos, se hacían pasar como que eran empresarios, por ejemplo. No hacían alardes.
Vásquez dice que se suele pensar que esta tradición de despedir de forma masiva y bulliciosa a un caído fue importada desde México. Pero ella lo refuta.
— Acá en México no existen narcofunerales. Eso es un fenómeno muy chileno. Acá son mucho más reservados y asisten pocas personas. En cambio, allá dicen voy a ir al territorio enemigo, voy a hacer alarde, voy a decir que voy a cobrar venganza por la muerte de alguno de los míos.
Javiera López (RD), concejala de Lo Espejo, ha vivido toda su vida en esa comuna. Afirma que si bien las balas al aire y los fuegos artificiales han marcado la historia reciente de ese lugar, esto es algo nuevo. Y da razones.
— Por un lado, las bandas tienen mayor poder de fuego —indica—. Y por otro, lo que ellos quieren es hacer una demostración de fuerza. Quieren mostrar quién controla el territorio. Y una de esas formas es interrumpir la cotidianidad que tienen las vecinas y vecinos.
El poder que consiguieron las bandas es patente para los sepultureros del Cementerio Metropolitano. Lo ven en la fastuosidad de los funerales. Para el funeral de Vladimir Soto, por ejemplo, contaron 36 coronas de flores gigantes que, estiman, costaron en total unos $ 43 millones de pesos.
La euforia y el desorden en esas procesiones es tal, dicen los sepultureros, que a veces los ataúdes llegan rotos o con los vidrios quebrados. “Les van pegando como si fuera un bombo”, dice un empleado del cementerio.
Manríquez, en tanto, añade que es común que en esos funerales arrojen, además de flores, cerveza, camisetas de fútbol, joyas de oro y pistolas. “Hay veces que incluso han abierto bolsas con cogollos de marihuana y con cocaína, las abren y se las echan encima al ataúd”, cuenta. También dice que en el momento más fuerte del fenómeno, llegaron a realizar tres ceremonias de este tipo a la semana.
Lo que más lamenta Manríquez es que los asistentes de estos velatorios le perdieron el respeto a todo el mundo. Sobre todo a ellos.
— Tenemos que aceptar algunas reglas. Por ejemplo, no puedes llamarle la atención a nadie, aunque estén rompiendo flores de otras tumbas o haciendo desorden. Lo otro es nunca apurar. Cuando haces el amago de empezar a sepultar, te dicen, ¿qué hueá, andái apurado? Nos han pescado a patadas, a charchazos. ¿Y qué vas a hacer? Estás en tu pega, pero no te respetan. No respetan a nadie aquí.
Lo que dejó helado a Manríquez fue cuando descubrió que no iba a dejar de ver a la gente que lo agrede cuando se terminaba el funeral.
— Acá vienen a celebrar cumpleaños en las tumbas. Hacen asados, con cervezas y marihuana. Todos los meses celebran algo. Acá está prohibido hacer asados, pero lo hacen igual. Y los guardias no pueden hacer mucho, porque les pueden pegar.Ainhoa Vásquez dice algo preocupante. Sostiene que el narcotraficante está validado en la sociedad. Lo ve en el culto que les tienen las bandas a los muertos, que pasa a ser un protector de sus fortunas después de la muerte. Ha ido tan allá, dice, que hay mausoleos narcos en plazas públicas.
Esto tiene que ver, cuenta la investigadora, con la manera en que los jóvenes ven su futuro hoy en el país.
— Chile es un país tremendamente clasista. Y hay jóvenes que ven un futuro sin mayores oportunidades, donde no ven un mañana. Ahí entra el narcotráfico, que se presenta como una salida a eso. Hay una frase que se dice mucho acá: mejor vivir un año como rey a 10 como buey. O sea: si te mueres, te mueres, pero en tu ley. Por lo menos viviste feliz. Y con algo que nunca ibas a poder tener.
Las tres balas de Fresia
A una cuadra de la casa de Fresia Bueno hay un parque y una pandereta. Detrás está el Cementerio Metropolitano. Ella, una costurera de 79 años, ha vivido toda su vida en esa casa en calle Yucatán. Ahí vivieron sus padres, hoy muertos. Están enterrados en ese cementerio junto a su hermano mayor.
Para ella, un momento de recogimiento cuando se alejaba de su máquina de coser era ir a ese camposanto a visitar a sus familiares que ya no están con ella. Pero esa tranquilidad se rompió un sábado cuando, en pleno almuerzo familiar, con sus hijos y nietos sentados en su mesa, escucharon que una caravana se acercaba por la Av. Eduardo Frei, bordeando ese parque.
Primero escucharon los bocinazos. Después, los gritos. Al final, los disparos. Poco después, tres balas atravesaron su techo. Todas cayeron alrededor de la mesa donde estaba sentada su familia. Una de ellas perforó una baldosa en el piso, a centímetros de donde estaba sentada su nieta de 30 años.
Fresia Soto sintió que tenía que hacer algo.
— Recogí los tres casquillos de las balas y las llevé al cementerio. Me acerqué a un oficinista. Le dije oiga, mire. Cayeron tres balas en mi casa. Me dijo, señora, ¿qué quiere que le haga? Nosotros no podemos pararlos ni decirles nada. No tenemos la culpa. Yo le dije, bueno, ¿y si me hubieran matado a mi nieta en la casa?
De lo que se queja Soto, como varios vecinos de Lo Espejo, es de la impunidad de este tipo de funerales. No puso una denuncia, ni fue al municipio. Pensó que si lo hacía, iba a perder el tiempo.
Cristopher Ferreira, director de seguridad de Lo Espejo, explica que hay una razón por la cual la suya es la comuna con más “funerales de alto riesgo” en el país.
— El Cementerio Metropolitano está dentro de nuestra comuna. Pero está en un límite intercomunal. Queda cerca de Pedro Aguirre Cerda, San Miguel, La Pintana y San Bernardo. Nosotros no tendríamos “funerales de alto riesgo” si no hubiera un cementerio acá.
Lo otro que explica Ferreira es que ellos, como municipio, solo tienen la facultad de prevenir delitos, pero no de controlar el orden público. Entonces, lo que hacen es, por ejemplo, suspender las clases en un colegio que puede verse muy expuesto.
El académico e investigador de la UDD Mauricio Bravo ha estudiado el impacto de los narcofunerales en los colegios. Dice que estos han generado un efecto negativo en la educación de los niños de Lo Espejo.
— Hay 50 establecimientos educativos ubicados a dos kilómetros a la redonda del Cementerio Metropolitano. Son 18.501 estudiantes con un índice de vulnerabilidad escolar de 86%. Entre el 2019 y 2022, estas escuelas redujeron su asistencia escolar en 2,3%, incluso algunas hasta en un 16%. Además, hay una rotación docente del 19%. Esos son profesores que se trasladan a otros establecimientos educativos o se retiran del sistema.
El coronel de Carabineros Gonzalo Urbina, de la 51 Comisaría de Pedro Aguirre Cerda, celebra una cosa: que los funerales de este tipo han ido a la baja por la intervención policial. Pero asume que se siguen realizando, porque no hay una ley que los prohíba, ya que son eso: funerales.
Lo que sí, es que hay controles: cuando muere un sujeto vinculado al crimen organizado -”son cada vez más jóvenes”, dice el coronel-, se ponen en contacto con la familia para saber dónde será realizado el funeral. Luego, miden el riesgo que puede tener. Si es leve, le asignan una patrulla. Si es alto, asignan drones e, incluso, hasta 40 efectivos policiales.
Lo otro que dice el coronel Urbina es que el trazado de los funerales en Lo Espejo lo hizo Carabineros pensando en tener el mayor control del orden público. Es el más ágil para llegar al cementerio desde, por ejemplo, la población José María Caro: Avenida Central, Eduardo Frei, Panamericana, Cementerio.
Pero este trazado hace que los funerales pasen por afuera de la casa de Fresia Bueno. Por eso, dice, se siente cada vez más encerrada. Le da miedo que les pase algo a sus nietos, que cuida todos los días.
— Ahora voy cada vez menos a ver a mis familiares. Cuando voy, lo hago a las ocho, para no pillarme esos funerales bulliciosos. Me vuelvo derechito para mi casa.
El gerente general del Cementerio Metropolitano, Leonardo Díaz, no accedió a una entrevista. A través de un correo, recalcó que el reclamo de los vecinos apunta a los velatorios de alto riesgo, que no se realizan en su cementerio. Además, sostuvo que solo Carabineros puede prohibir el ingreso a ese lugar, y con ellos coordinan la seguridad de su público y de su personal.
Manríquez, en tanto, ha pensado recurrentemente en renunciar. Los funerales de ese tipo lo afectan en lo psicológico. Su esposa lo notó y le dijo que buscara otro trabajo. Pero se ha mantenido ahí. Aún tiene fe en encontrar un poco de paz en el ambiente y en el apoyo de sus compañeros.
A veces piensa que lo logra, pero entonces sucede de nuevo. Los bocinazos, los gritos, los disparos. Ahí es cuando regresa el miedo. El sepulturero del Cementerio de Lo Espejo no quiere morir ahí.
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