Abel Ferrara: “Me gusta lo poco civilizado que es Estados Unidos, pero lamentablemente no respetan a los cineastas”
El inconformista y original director de Maldito Policía y El Rey de Nueva York llega este sábado al Festival Sanfic con Siberia, su nueva película con Willem Dafoe. La sexta colaboración con el actor de Pelotón es también la más atípica e inesperada: en las nieves eternas de Asia, un estadounidense busca su destino.
El cineasta estadounidense Abel Ferrara (1951) es un hueso duro de roer. Se mueve a su propio ritmo y jamás baila con la melodía de moda. Tiene un temperamento inconfundible y combativo, a contrapelo con el ordenado mundo de las facturas y los negocios que respiran los ejecutivos de Hollywood. Sólo una vez trabajó con los estudios y la experiencia no fue fácil. Fue la película Body snatchers (1993), la más desbordada de todas las adaptaciones de la novela pulp de ciencia ficción La invasión de los ladrones de cuerpos (1955) de Jack Finney.
Tras dos décadas de trabajo en Estados Unidos y poco después del 11 de septiembre del 2001, Ferrara se instaló en Italia, el país de sus ancestros. Vive en Roma, a poca distancia de Willem Dafoe, su actor favorito, quien también es un expatriado estadounidense en Europa y que, como el propio Ferrara, está casado con una actriz italiana. Sus vidas son paralelas, ambos tienen hijos nacidos allá y tal vez esa relación detona una colaboración tras otra.
La última de ellas, la sexta, es en la película Siberia (2020), estrenada en febrero en el Festival de Berlín. Es la más rara y atípica de las cintas de Abel Ferrara. Nada de policías, callejones o ciudades en decadencia, como su cine más conocido. Sólo un gran personaje y la inmensidad del paisaje blanco siberiano.
Esta es la producción que este sábado se exhibirá en el 16 Santiago Festival Internacional de Cine (Sanfic), en su versión online y de acceso libre. En el encuentro organizado por CorpArtes y producido por Storyboard Media, Ferrara es un viejo conocido: estuvo acá invitado en el 2010 y, entre otras cosas, aprovechó de sellar un pacto con la productora chilena Fábula que le permitió hacer 4:44, Last day on Earth (2011), también protagonizada por Willem Dafoe.
Con escasos diálogos y una inclinación a la puesta en escena más que a la acción, Siberia es el tipo de películas que Abel Ferrara sólo puede hacer fuera del circuito norteamericano. Con productores dispuestos a financiar sus ambiciones y a respetar su integridad, sin intervenciones. Acá fueron financistas italianos, mexicanos y alemanes. Pero en realidad da lo mismo. Al director de Maldito policía (1992) no le importa de dónde venga el dinero en la medida que lo dejen trabajar.
“Es muy simple para mí. El director debe tener el derecho a cómo quede la película. No el productor. Es lo que llamamos final cut (el último corte)”, comenta desde su casa en Roma, en conversación vía Skype. “En Europa eso es una ley. En Estados Unidos, no existe”, agrega con su tono de voz rasposo y grave.
Del Bronx a Siberia
Conocido fundamentalmente por la mencionada Maldito policía y por El rey de Nueva York (1990), Abel Ferrara nació y se crió en el sector del Bronx neoyorquino. Conoce aquel territorio como la palma de su mano y fue capaz de plasmar en aquellas dos cintas una mirada original sobre el crimen organizado y la corrupción policíaca.
Pero sus intereses son demasiadso y nunca deja de escarbar en otra parte: exploró la ciencia ficción (Body snatchers), el horror (The addiction), la religión (Mary) o los episodios biográficos de personajes públicos como el malogrado ex presidente del FMI Dominique Strauss-Kahn (Welcome to New York) y el cineasta Pier Paolo Pasolini (Pasolini).
Siberia, que fue rodada en Italia, Alemania y México, es básicamente la parábola de Clint (Willem Dafoe), un estadounidense que regenta una posada en medio de las nieves de la región del norte asiático. No habla el idioma de los rusos ni de los inuit (esquimales) que beben vodka o toman un café, pero eso lo tiene sin cuidado. Se relaciona a señas y, en rigor, su verdadero problema de comunicación es consigo mismo: desesperado, Clint decide emprender un viaje sin destino en un trineo tirado por sus cinco perros huskies.
El largometraje es un viaje existencialista en territorio salvaje, aunque el realizador odie dar explicaciones y etiquetar. Sus palabras son más bien provocadoras, chúcaras, tal vez esquemáticas, pero siempre con carácter. Lo que sí le entusiasma con honestidad es la anatomía comparada entre Italia y Estados Unidos, sus dos patrias. Y, claro, su diagnóstico del mundo en pandemia
“Todos los países son pobres en este momento. El mundo entero es un gran país pobre. No importa si estás en Chile, Alemania o Estados Unidos, estamos todos metidos en la era del sufrimiento y no se ve fin. Es como si el infierno estuviera a punto de ser liberado”, comenta.
Usted vive en Italia, que al principio era el país más afectado por el coronavirus, pero que ahora ni siquiera está entre los diez con más casos.
Es un país curioso. Durante mucho tiempo todo pasaba en Milán, pero en el resto de Italia no había casos. Milán es una ciudad industrial. Hay muchos trabajadores chinos que volvían de sus vacaciones y probablemente traían la enfermedad. Pero al mismo el norte es zona de esquí, una atracción turística para los extranjeros. Se produjo una tormenta perfecta: nadie sabía lo que estaba pasando y la enfermedad de expandió. Por otro lado Italia es una sociedad donde todo el mundo cuida de los viejos. Los acompañan y están junto a ellos. Cuando voy a Nueva York no veo gente mayor. Llego allá y el viejo soy yo. Ni siquiera tienen mucho interés en sus padres o madres. O no saben de ellos. Difícilmente podrían preocuparse de sus abuelos. En Italia, en cambio, la gente vive con los abuelos, los quieren, los respetan. Y fue todo muy triste: los niños querían estar con ellos, quizás les transmitieron enfermedades y, bueno, murieron rápidamente. Ahora, no nos olvidemos que este es el país donde nació el fascismo. Hay algo de eso aún en sus habitantes. Les dijeron que se pusieran las máscaras y que se quedaran en casa y lo hicieron. Y eso que estamos en pleno verano.
Nueva York, por otro lado, es su ciudad, ¿Qué le parece el manejo de la pandemia ahí?
Al menos entendieron la lección. Lograron controlar la situación. Pero eso es sólo Nueva York. En el resto del país, nada funciona muy bien. Es el concepto de la libertad. O más bien, el concepto de la libertad del cowboy. Cada uno hace lo que se le dá la gana y el gobierno alienta eso. Trump quiere que te manejes a tu gusto y no da un centavo por nada. Así es como fue elegido y así es también como todo el país se enfermó. Ahora tienen una pesadilla en sus manos. Es decir, hay que ser muy estúpido para no entender que hay que usar una mascarilla. Como eso puede ser confuso. ¡Los doctores han usado mascarillas en las cirugías en los últimos cien años! Hay una razón. ¿Qué es lo que no se entendió? Afortunadamente en Italia no existe ese problema. Pidieron cuarentena y todos se guardaron. El problema es que el coronavirus es en realidad dos enfermedades: para los viejos y para los jóvenes. Los viejos como yo se mueren y los chicos quizás apenas se sientan mal una semana y después se olviden. Es todo un mundo nuevo y nadie tiene idea de lo que está pasando ni adónde vamos con esto.
¿Usted esta tomando precauciones?
Sí, las tomo. Pero también hice una película en medio de la cuarentena. Es un documental y se llama Sportin’ life. Trabajé en el montaje remotamente desde Italia, pero confieso que rompí levemente las medidas sanitarias: tenía que salir de mi casa y caminar un par de cuadras hasta llegar al edificio donde controlaba la edición. Nadie me dijo nada. Siempre llevaba mi mascarilla, mis guantes y no tocaba absolutamente nada. El trabajo de montaje fue hecho de forma separada: yo estaba en este edificio del que hablaba y mi editor en Nueva York.
¿De dónde vino la idea de hacer Siberia, probablemente su película más atípica?
Bueno, obviamente la película parte de un territorio ya explorado antes por Jack London. En este caso es Siberia, pero para un americano promedio esa palabra quiere decir lo mismo que Alaska, con sus trineos, sus nieves eternas y sus perros semi-salvajes. En este caso usamos a Siberia como una especie de metáfora del exilio interior y exterior. No sé exactamente de dónde vino la inspiración si es que eso es lo que estás preguntando con exactitud. Lo único que sé es que el personaje de Willem Dafoe se confunde con el propio Willem Dafoe. Supuestamente Willem debería interpretar a Clint, pero tal vez es Clint quien interpreta a Willem.
Esta es la sexta película que hace con Willem Dafoe.
Si, algo así.
¿Qué le acomoda de trabajar con él?
Creo que tú sabes esa respuesta.
Probablemente porque es el actor que mejor canaliza sus intenciones artísticas y hay intereses en común. ¿O tal vez no?
No, está bien. Es todo eso que dices. Los directores siempre están buscando algún actor o actriz con quien trabajar de la mejor manera, con quien hacer esta especie de simbiosis artística. Una vez que encuentras a esa persona, ¿por qué deberías detenerte? Hay toda una tradición de cineastas que trabajan con los mismos actores. Al menos los realizadores que a mí siempre me han interesado como Hitchcock, Ford o Kurosawa, por nombrar algunos, siempre lo hicieron así.
En Siberia, el personaje de Willem Dafoe sólo parece tener una especial conexión con sus perros, ¿Por qué? ¿Representan algo?
Los perros representan sólo a los perros. Desde un principio sabíamos que nos interesaba mostrar mucho la naturaleza en todo su esplendor. No debía haber nada urbano. Y, en ese contexto, trabajar con los animales fue bastante divertido. Algunos eran perros huskies y otros eran lobos. Tuvimos la suerte, además, de que Willem venía de hacer una película llamada Togo (para Disney), con perros y trineos. Tenía experiencia y además tuvo el tiempo suficiente para adiestrar a los animales. El problema es que también tuvimos que ir a filmar a México y debimos usar otros perros. Eso fue una locura.
¿Siempre tuvo la intención de contrastar los diferentes paisajes?
Claro, esa era la intención de la película. La nieve eterna, los bosques profundos o las arenas del desierto cuando el personaje de Clint pasa del clima frío al árido.
¿Por qué no hay subtítulos cuando hablan los inuit o los rusos que llegan a la posada de Clint?
Porque Clint tampoco entiende lo que ellos dicen. Ese es el sentido de aquellas escenas. Es decir, habría sido algo desafortunado introducir subtítulos, cuando mi intención es lograr justamente que el espectador no entienda nada, como Clint. Si le poníamos los subtítulos al inuit o a la chica rusa diciendo “Quiero una taza de café, por favor” y veíamos a Willem preguntando “¿Qué?, ¿Cómo?, ¿Esto de acá?” habría sido ridículo, sin sentido. Ni siquiera es una decisión, es una cuestión práctica.
El público está acostumbrado a que el cine tradicional de Hollywood le ponga subtítulos a cualquier personaje que no hable inglés si es que el protagonista es angloparlante.
Claro. El público está acostumbrado a un montón de porquerías en el cine tradicional.
¿De qué trata Sportin’ life, la cinta que estrenará dentro de una semana en el Festival de Venecia?
Es un documental que hicimos motivados por la experiencia de llevar Siberia al Festival de Berlín este año. Básicamente hicimos una gran fiesta, juntamos a dos mil personas y tocamos con una banda de amigos. Nadie tenía mascarillas. Tenemos un grupo de blues con Joe Delia (responsable de la música de la mayoría de las películas de Abel Ferrara) y ya habíamos hecho juntos el documental Alive in France (2017), que fue estrenado en Cannes. Creo que esquivamos la bala, porque una semana después de terminado el rodaje comenzó el infierno de la pandemia. Fue algo así como la última gran fiesta. Pero también logré incorporar la crisis por el coronavirus en la película. Es parte de ella. El título es de una canción del blusero Brownie McGhee, un clásico que cantamos. Al mismo tiempo es una ironía.
¿Cómo recuerda la experiencia de 4:44, Last day on Earth, la película producida por los hermanos Pablo y Juan de Dios Larraín?
Amé esa película. No sé si tenga mucho que ver con la pandemia de ahora, pero lo que me atraía es la idea de enfrentarse a un final definitivo en un día específico. Me parece que logramos muy bien el clima de oscuridad.
El año pasado estrenó en el Festival de Cannes, el filme Tommaso, donde Willem Dafoe interpreta a un estadounidense viviendo en Italia. ¿El personaje es básicamente usted, no?
Bueno, las similitudes son claras. Para esa película en particular el set fue incluso mi casa en Roma. La experiencia del personaje, los lugares a los que va y el mundo con el que interactúa tiene evidentemente que ver conmigo. Pero una vez que empiezas a hacer un largometraje, la historia cobra un sentido propio. El que está actuando en pantalla es Willem. No soy yo. Y él tiene su propia dinámica. Cuando veo esa película no me veo a mí, incluso aunque él pase por algunas de mis propias experiencias. Lo que hay en la pantalla es un personaje. Esa es la razón por la que vamos al cine. Para ver las vidas de otros, no las nuestras. Desde el momento en que empezamos a confundir todo, lo mejor es dejar de ver cine o dejar de hacer películas (risas).
Usted también alterna las películas de ficción con los documentales.
Sí, todo el tiempo. Pero no hay muchas diferencias para mí. Utilizo la misma caja de herramientas en la ficción y en los documentales. No hay muchas líneas divisorias. Tomasso podría haber sido perfectamente un documental. Es más, cuando hago no ficción, también realizo una recreación de situaciones, tal como en la ficción.
¿Willem Dafoe vive muy cerca de usted?
Al lado. O mejor dicho enfrente, cruzando la calle. Es el padrino de mi hija. Somos muy cercanos.
¿Extraña vivir en Nueva York?
No me doy el tiempo para extrañarla, porque cuando lo deseo, simplemente voy. Por otro lado me encanta estar en Roma. Pero nunca se sabe, tal vez sea el momento para volver. Ahora que todo el mundo es pobre de nuevo y todas esas grandes compañías se están yendo de la ciudad, es el tiempo en que los verdaderos neoyorquinos la tomen en sus manos de nuevo. ¡Por fin esas malditas oficinas estarán vacías!
¿Qué le parece el hecho de que los festivales se hagan por internet y las películas se vean en pantallas caseras?
Pienso que es mejor ver una película que no verla. Si alguien ve Siberia en su computador y le gustó, está muy bien. Eso siempre es preferible. El cine está hecho para quienes se preocupan del cine. No para los que lo ven como un pasatiempo mientras no hacen “cosas mas importantes”. Si tú quieres ver una película, la verás de todas maneras en cualquier formato.
¿Por qué sus películas son financiadas con productores de todas partes del mundo?
No se puede vetar el dinero para hacer cine. Esa es mi filosofía. No puedo darme el lujo si quiero hacer algo de acuerdo a mis intereses. A veces todo es muy “cool” y magnífico, como con los hermanos Larraín, pero no siempre he tenido esa oportunidad. He tomado dinero de otra gente, de todo tipo de gente. Del gobierno, de criminales de guerra, de gángsters. Incluso uno puede llegar a pensar que el acto de hacer una película es la manera definitiva de transformar el dinero sucio en algo positivo. Es la única manera de salir adelante.
¿No es algo peligroso tomar el dinero de criminales de guerra?
(Risas) Por supuesto. Pero alguien debe hacerlo, hermano.
¿Cómo fue su experiencia trabajando con el dinero de los estudios, como en el caso de la película Body snatchers?
Fue complejo. Siempre es difícil estar con los estudios. A veces son peores que los gángsters (risas). En ese caso hubo una suerte de guerra de cómo hacer la película y ningún bando ganó. En fin, de todas maneras, defiendo a Body snatchers. Pero, claro, si quieres trabajar con los estudios no tendrás el control total de tu película. En Europa es al revés: nadie se mete con el director. Pero en Norteamérica no y por eso en este momento para mí es imposible trabajar allá. Como cineasta siento que en Europa soy respetado como tal. Es cierto que hay productores jóvenes en Europa que se creen Harvey Weinstein (famoso por ejercer control excesivo entre los realizadores), pero a la larga acá el artista es el artista. Para mí es mucho más fácil hacer cine en Europa, donde lo que hago tiene interés, donde yo respeto al resto y donde tengo respeto por mí mismo. No quiero estar entre gente que no siente aprecio por el trabajo de los directores. Una sociedad que no tiene respeto por la los cineastas es una sociedad no civilizada. Y ese es mi país, lo que de alguna manera es “cool”. Es, contradictoriamente, lo que me gusta de Estados Unidos (risas). Somos incivilizados y somos un país de cowboys. Es más: tengo que confesar que adonde quiera que vaya, siempre la gente quiere ir a Estados Unidos. Incluso ahora, en medio de la pandemia, nueve de cada 10 taxistas de Roma me dicen que quieren ir a Nueva York. No les importa lo desquiciados o incivilizados que seamos, se mueren por ir. ¿Por qué? No lo sé. Eso lo deben saber ustedes.
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