De la emoción de Los Jaivas a la frialdad de La Ley: los otros grandes regresos de la música chilena
La inminente reunión de Los Bunkers revivirá un fenómeno que cada cierto tiempo se da en la música local: el fervor por disfrutar de la vuelta de los grandes clásicos que alguna vez se dijeron "hasta siempre". Eso sí, no todos los casos terminaron bien.
Los Bunkers alistan su retorno en grande -tal como lo anunció Culto el pasado domingo- y la escena nacional se sacude: los fans celebran, sus seguidores más jóvenes y tardíos ven la opción de saldar una deuda, y en general se aplaude la vuelta luego de siete años del último gran clásico del rock chileno.
Pero no es la primera vez que una banda que ha dejado huella sobre al menos una generación reactiva funciones y abre una segunda vida donde las expectativas se funden con la emotividad. ¿Qué pasó en otras de las grandes resurrecciones de nuestro cancionero? ¿Siempre hubo vítores y buenos resultados? ¿O algunos se estrellaron con la frialdad y con la dificultad de revivir una química juvenil que simplemente ya se había extinguido?
Fue permanente emoción
El primer gran ejemplo lo dieron Los Jaivas, aunque en rigor no se trató de una reunificación tras años distanciados. Más bien, fue un vuelo de vuelta al origen y a la patria. En 1981, y luego de siete años en el exilio, el quinteto decidió regresar al país con dos shows en el Teatro Caupolicán de Santiago.
Aunque ya se habían presentado ahí en 1975, en plena dictadura, lo de esta vez fue totalmente distinto: en el aeropuerto, tanto prensa como seguidores los esperaban como si fueran verdaderas estrellas internacionales, en un fervor efectivamente sólo reservado para figuras foráneas. Según se cuenta en sus biografías, latía una genuina emoción por ver a Los Jaivas más maduros y adultos, con algunos de sus mejores discos ya editados -El Indio (1975), Canción del sur (1977)- y tocando en un país donde nunca habían podido dar un show con una organización más moderna y acabada.
Por lo demás, en paralelo al operativo de retorno, preparaban su obra maestra: Alturas de Machu Picchu. El recordado especial televisivo a cargo del escritor Mario Vargas Llosa se grabaría después de ese comentado paso por Chile.
“Nos sobrepasaba todo lo que estábamos viviendo. Nos reencontrábamos con esta cantidad de afecto, arreglamos los problemas contractuales, musicalizamos a Pablo Neruda en estudios europeos”, recordaba Claudio Parra en la biografía Los caminos que se abren, de Freddy Stock.
“Gato” Alquinta también hacía lo propio en el mismo texto: “La última vez que estuvimos fue en 1975, donde el público era el de siempre. Pero esta vez era distinto, con mucha juventud, muy heterogéneo y masivo. Cuando llegamos a hacer prueba de sonido, las colas también daban dos vueltas a la manzana”.
Los espectáculos se sucedieron el 21 y 22 de agosto, con un repertorio que cubrió lo más granado del grupo: partieron con Del aire al aire, para seguir con Tarka y okarina, Pregón para iluminarse, Mira niñita, Todos juntos y Sube a nacer conmigo hermano, canción del álbum que saldría un mes después. Para la prensa, y hoy visto en perspectiva, fue uno de los hitos más disruptivos acontecidos por esos años en dictadura, cuando efectivamente las manifestaciones populares aún asomaban de manera muy tímida y paulatina.
En el propio recinto de calle San Diego se escuchó de forma recurrente el grito de “¡y va a caer!, ¡y va a caer!”.
Son hermosos ruidos
Los seguidores de la música volvieron a expetrimentar algo parecido recién dos décadas más tarde, con la vuelte al mundo real de Los Prisioneros, cuya formación original se desmembró en 1990 bajo un lío privado que suponía que nunca más serían capaces de mirarse las caras.
Pero el negocio de la música hace milagros: Jorge González, Claudio Narea y Miguel Tapia, junto al mánager de toda la vida, Carlos Fonseca, estuvieron todo 2001 fraguando el renacer de la otra banda mayor de la cultura chilena. Eso sí, el punto de inicio estuvo un poco antes, a fines de los 2000: la salida de dos proyectos relativos al trío - El caset pirata, que reunía viejas presentaciones en vivo, y el Tributo a Los Prisioneros, con invitados como La Ley, Makiza o Lucybell- los volvió a acercar, con un primer llamado de González al resto para lanzarles una propuesta tan simple como decisiva: “¿y por qué no nos juntamos a tocar?”.
Tras un par de reuniones, acordaron que efectivamente los shows debían manejarse a largo plazo, sin apuros, por lo que quedaron agendados para el 30 de noviembre y el 1 de diciembre de 2001. A tanto llegó el secretismo, que Fonseca reservó el Estadio Nacional a nombre de Inti-Illimani: quería despejar toda sospecha de una posible reunión de los sanmiguelinos.
Pero los rumores empezaron a correr rápido, los ensayos dieron paso a las especulaciones y filtraciones en la prensa, y finalmente el 9 de octubre los músicos anunciaron en grande los recitales en una masiva conferencia en la Feria del Disco de calle Ahumada. Fue una locura. mucho público joven, y también de los 80, por fin sentía que podían disfrutar sin miradas de recelo a los hombres de El baile de los que sobran en une estadio de fútbol gigantesco.
Así recuerda todo ese éxtasis Claudio Narea en su autobiografía Mi vida como Prisionero: “(En la Feria del Disco) ahí estábamos los tres y las cámaras que nos encandilaban con sus flashes. Nunca vi tantos periodistas y fotógrafos reunidos en un solo lugar. Como si fuera poco estaba todo el Paseo Ahumada repleto de gente que quería vernos y saludarnos. Luego de firmar muchos autógrafos, tuvimos que salir por una vía alternativa. Finalmente nos fuimos custodiados por la policía”.
Ambos espectáculos fueron un éxito, y por primera y última vez una agrupación chilena repletó por partida doble el principal coliseo de Ñuñoa. Y casi sin publicidad, ni carteles pegados en la calle, ni frases en la radio o la TV. A la antigua.
Lástima que la burbuja se rompio demasiado pronto. Luego de un álbum homónimo más que competente, Claudio Narea dejó a sus compañeros en 2003, para más tarde el grupo transitar por un derrotero creativo y artístico apenas irregular.
De hacerse se va a hacer
Pero el público tenía el apetito abierto hacia nuevas travesías nostálgicas. ¿Quienes quedaban? Claro, si ya habían pasado los héroes de los 80, ahora era el turno de los emblemas de la generación noventera, Los Tres.
Disueltos en 2000, más por agotamiento creativo que por fisuras personales, los penquistas tenían todo para volver cuando quisieran. Y lo materializaron en 2006, por supuesto sin la épica emotiva e histórica de Los Jaivas y Los Prisioneros, cruzados por otra clase de circunstancias.
Eso sí, los hombres de Amor violento igual llenaron dos veces el Movistar Arena, con fechas el 7 y 8 de julio de ese año. Un par de días antes habían lanzado el disco Hágalo usted mismo. A diferencia también de Los Jaivas y Los Prisioneros, el reencuentro de Los Tres fue algo cojo: no lograron tener a su elenco original. Sólo aparecieron Álvaro Henríquez, Roberto “Titae” Lindl y Ángel Parra, con Manuel Basualto reemplazando a Francisco Molina en la batería.
Sus fans al menos lo lamentaron en silencio. Las dos noches en el recinto de Parque O’Higgins fueron pura buena vibra, con un repertorio letal de éxitos que ya en sus primeros cinco temas resumía la historia grande del conjunto: Somos tontos, no pesados, Sudapara, La torre de Babel, Hojas de té y El aval.
La banda continuó con proyectos y nuevos álbumes, aunque -tal como sucedió con Los Prisioneros- vio partir a una de sus piezas esenciales: Parra renunció en 2013. A partir de ahí, el camino se ha vuelto más pedregoso, aunque no han cesado las versiones de una posible junta de sus cuatro integrantes originales. Quién sabe: en el futuro inmediato, la escena chilena puede vivir otra reunión memorable.
Un nuevo día vendrá
Si se trata de girar hacia los 90, La Ley son los otros grandes referentes. Y el otro grupo que se volvió a abrazar en el siglo XXI. El trío concluyó su primera etapa en 2006, pero regresó en 2014 con un golpe de efecto mayor al hacer las paces en pleno Festival de Viña del Mar.
Lo anunciaron en octubre del año anterior y con una novedad: el ex Soda Stereo Zeta Bosio se integraría a sus filas, descartando además a dos integrantes históricos, Luciano Rojas y Rodrigo “Coti” Aboitiz. El mismo Rojas reclamó por la prensa la inclusión del argentino: “Hay muchísima gente que tuvo que ver con el éxito de La Ley y esa gente no ha sido precisamente Zeta Bosio”.
En Viña 2014 ofrecieron un espectáculo lleno de éxitos, con homenajes a Andrés Bobe y Gustavo Cerati. Pero el romance duró poco: apenas dos meses después, en abril, se anunció la salida de Bosio.
“Comunicamos a ustedes que más allá que estaba pauteada su presencia para los primeros conciertos de la gira, ha habido un cambio en su vida personal, dado que próximamente será padre, y ha decidido que lo mejor para él y su familia será estar al lado de su esposa y vivir junto a ella esta maravillosa etapa. La Ley agradece infinitamente a Zeta Bosio por su apoyo y aporte de talento a la banda en todas y cada una de las actividades y shows previamente realizados y a la vez, respeta totalmente su decisión”, decía el comunicado que oficializó el adiós del trasandino
Lo cierto es que Bosio nunca se sintió cómodo en el grupo ni los chilenos -Beto Cuevas, Pedro Frugone y Mauricio Clavería- encontraban que se desempeño fuera destacado. Por tanto, nadie se hizo mayor drama con su partida.
De alguna manera, ese primer tropiezo fue la señal de una marcha turbulenta para La Ley 2.0. Tras editar el disco Adaptación en 2016, el trío decide abruptamente poner fin a su historia. Cuevas informa de la determinación a nivel público, pero después Clavería replicó con un comunicado donde calificó el asunto como “unilateral”: “Ya han pasado algunos meses de todo este acontecimiento y queremos que sepan que lo ocurrido con La Ley, de alguna forma, escapó de nuestras manos, después de tanto trabajar y con un futuro próspero. De alguna forma todo esto se truncó por una decisión bastante unilateral. La verdad es que nos vimos muy perjudicados no solamente los integrantes de la banda, sino que también todo nuestro equipo humano, nuestros técnicos”.
En los meses previos, sus integrantes prácticamente no se hablaban. En la previa de las entrevistas la química era nula y las diferencias, elocuentes. La distancia se ha mantenido hasta hoy, donde lo que en algún momento fue amistad hoy simplemente no existe. Quizás, una nueva muestra de aquel viejo adagio que dicta que las segundas partes nunca son demasiado buenas.
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