El hara kiri de Alexis
El chileno asoma como único responsable de su desastroso presente. Priorizó la plata, eligió mal el destino, se distanció de la Roja y se olvidó del balón. El arreglo suena difícil.
La FIFA celebró el lunes su pomposa fiesta anual (otra vez más mercadotecnia que otra cosa, una pantomima) y el nombre de Alexis Sánchez no se escuchó ni como murmullo. Era el delantero chileno un habitual entre los candidatos a ocupar un puesto al menos en el once ideal de la temporada, como Arturo Vidal, pero esta vez no se coló ni entre los 55 aspirantes. El tocopillano vuelve a la primera plana cuando se hacen rankings de salarios (es, con US$ 28,1 millones de sueldo al año, el mejor pagado de la Premier y el cuarto mejor del mundo, solo por debajo de Neymar, Messi y Cristiano), pero ha desaparecido de las clasificaciones por rendimiento. Por juego ya no se le menciona.
Europa se reparte entre los que se están hartando de él (viejas glorias del fútbol inglés o fanáticos de ese Manchester al que aterrizó hace apenas diez meses tras declararse hincha incondicional de sus colores desde niño), y los que directamente lo están olvidando. En el United ha pasado de jugar discretamente y aburrirse a perder el sitio entre los titulares en la Champions y la Copa de la Liga. Tres goles como todo bagaje, cero elogios y un montón de críticas. Y en la Roja, esa Selección por la que cada vez le apetece menos asomarse, no le va mucho mejor. Ni un gol en la era Rueda y un puñado de plantones mucho más caprichosos que justificados.
Y no hay conspiración posible a la que agarrarse. En uno y otro lado, el Niño Maravilla es víctima de sus propias decisiones. O de quienes le asesoran a golpe de jugosa comisión, que en el fondo es lo mismo. Cuando Alexis se cansó del Arsenal, un equipo en el que era amo y señor sobre la cancha y que potenciaba sobremanera sus virtudes, no midió las consecuencias de su bostezo. Quería ganar más títulos, estar más cerca de las conquistas importantes y se sabía muy apetecido. Hubo batalla por hacerse con sus servicios. Felicevich se movió con pericia para poner a su disposición las cajas de caudales de los equipos más llamativos del orbe. El City de Guardiola, con millones suficientes para seducir y una propuesta de juego de lo más atractiva, sobre todo para el perfil de Alexis, creyó haber ganado con autoridad ese combate. Pero el representante, se supone que con su consentimiento, desvió al futbolista hacia la acera de enfrente. Un United rebosante de historia y lleno de plata, pero en crisis futbolística, conducido por un entrenador, José Mourinho, más bien pasado de moda y un estilo visiblemente contrario a la libertad y vuelo ofensivo que demanda el gusto del emblema chileno. Alexis priorizó el dinero, punto en el que son indiscutibles sus ganancias. Pero desatendió sus cualidades y finalmente dilapidó su proyección.
Lo suyo fue un pecado de elección. No es tanto que con su paso reabriera el debate de si es mejor ser cola de león o cabeza de ratón (en el United, si se le quiere tildar de león, también se le fichó para ser cabeza). Simplemente es que confundió las variables principales a atender a la hora de escoger equipo. Y Alexis es de los futbolistas que puede escoger. Sobre todo no reparó Alexis en el contraste que existe entre su sensibilidad y la de su destino. Desde el pupitre del periodismo se le auguró que lo iba a pasar mal, por puro fútbol, y así está ocurriendo. El chileno no es un futbolista para enredarlo en tácticas sofisticadas, sino para favorecerle un escenario para improvisar.
Es verdad que los aspectos personales también influyen, y más en un futbolista que se divierte jugando, que se relaciona con su oficio desde un estado de ánimo. Y que Manchester no es una ciudad con la alegría y las opciones que ofrecen Barcelona o Londres. Pero las razones de la palidez actual de Alexis hay que buscarlas en el fútbol y en la pelota. También en la profesionalidad, en entender de nuevo que para triunfar hay que trabajar, y que nadie está por encima de un equipo o unos compañeros. Que la mirada debe fijarse en la portería y no en otras distracciones. Que con soberbia (esa lección ya se la dio el Mundial que tuvo que ver por la tele) se funciona peor que con humildad.
Alexis está mal, eso es una evidencia. Y las razones están más o menos claras. El problema es cómo escapar de su deterioro, porque con 29 años son pocos para darse por vencido. No lo tiene fácil. Un entrenador que no le conviene, un entorno que le espera con las escopetas cargadas y un presente depresivo para un futbolista que sólo sabe crecer a partir de la sonrisa. Volteretas más complicadas se han visto, pero parece difícil un arreglo sin cambiar de aires. El asunto está para que Felicevich se prepare una nueva comisión.
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