Enriquez, Lamberti y Schweblin: El boom del horror en la literatura argentina

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Mariana Enriquez, Luciano Lamberti y Samanta Schweblin son tres de los más destacados autores argentinos jóvenes.

Las obras de los jóvenes narradores trasandinos son el síntoma del saludable estado de un género que en el resto de los países latinoamericanos nunca brilló demasiado. Desde la muy premiada a Nuestra Parte de Noche a El Loro Que Parecía Adivinar El Futuro, hay bastante tela que cortar.


Fue el segundo volumen de cuentos de Luciano Lamberti (Córdoba, 1978). En un panorama lleno de novelas realistas sobre la dictadura y la memoria nacional, su libro parecía una declaración de principios: El loro que podía adivinar el futuro. “Cuando lo publiqué estaba terminando la carrera de letras y sentía que me estaba sacando una mochila de prejuicios sobre géneros como el terror y lo fantástico”, cuenta Lamberti. “En esa época yo no me animaba a decir que leía a Stephen King. Hoy es otra la percepción que se tiene de King. Pero entonces no me animaba. Y con este libro decidí cambiar, y volcarme con más fuerza al género”.

Era 2012 y El loro que podía adivinar el futuro apareció en varias listas de los mejores libros, entre esos el de la Revista Ñ. Esto visibilizó a Lamberti dentro del mapa literario argentino; y más tarde, con la publicación de más cuentos y novelas, en el latinoamericano. “Igual puede que lo mío sea realismo transfigurado”, aclara Lamberti desde Buenos Aires, donde hoy vive, escribe y dirige talleres literarios. “Porque mis cuentos vienen de un realismo donde la cámara siempre la ponen los monstruos”.

Catalogado como “un escritor sorprendente” por Mariana Enriquez (“cada uno de sus libros es un acontecimiento”), los relatos de Lamberti superan los géneros. O los mezclan. “A mí, por ejemplo, no me interesa escribir sobre una invasión extraterrestre”, dice. “En cambio sí sobre extraterrestres que van a terapia”.

Todo esto se puede comprobar en Grandes éxitos, libro de relatos recién publicado en Chile por Banda Propia. Ahí, entre sus páginas, está el ya mencionado loro que podía adivinar el futuro. Y también un niño ruso que descubre por casualidad un portal. Un asesino de chanchos. Un hombre con máscara que noche tras noche se mete en la casa de sus vecinos. Y unas hormigas carnívoras.

Tendencias escalofriantes

Grandes éxitos se publica en medio de una corriente de renovación dentro de la ficción argentina. Una que así describió el crítico y escritor Elvio Gandolfo, a principio de este 2020 en el diario La Nación: “De pronto, en los últimos años parecieron multiplicarse las huellas en la literatura argentina de un florecer del género popular menos favorecido por críticos o academias: el terror”.

A parte de Lamberti, otros dos nombres muy reconocibles son Mariana Enriquez (sí, su apellido es Enriquez sin acento) y Samanta Schweblin. La primera es una autora que viene cultivando el terror local desde sus primeros cuentos. Y que con sus crónicas sobre cementerios, y su gran novela Nuestra parte de noche (Premio Herralde), ha expandido todavía más las posibilidades del género.

“Creo que, en general, hay una lectura de la literatura argentina muy monopolizada por la política”, le dijo Enriquez, en 2017, a la revista argentina Humo. Cuando si vos pensás en la historia de la narración, el terror es el género que más se mantiene. Si vos juntás tres o cuatro personas y les decís ‘pasó algo re raro’, todo el mundo te va a prestar atención y, si es de noche, se van a ir todos sugestionados”.

A su vez la segunda autora, Samanta Schweblin, se mueve entre lo surreal, el thriller y situaciones de pesadilla. “Me gusta mucho el terror”, le dijo Schewblin a la web ArteZeta. “Pero el terror de lo no dicho, o de lo construido junto al lector”. Algo que justamente sucede en Kentukis, su última novela, donde unos peluches con cámaras incorporadas se convierten en un sombrío reflejo de la tecnología y redes sociales.

Lamberti, Enriquez y Schweblin son parte de una literatura argentina que trabaja con el horror y lo sobrenatural. Una literatura que también incluye a nombres como Santiago Craig, Tomás Downey, Mariano Quirós, Diego Muzzio, Gabriela Cabezón Cámara, Ricardo Romero. Y la que, de igual forma, sirve para releer el canon argentino con una clave diferente a la puramente realista o política.

“Si vos pensás, El matadero, que inaugura la literatura argentina, es como el primer cuento completamente gore”, dice Lamberti. “O esas escenas del Martín Fierro donde los indios agarran un bebé del cordón umbilical y lo empiezan a revolear”.

Ya en 2013, en el prólogo de la novela El mal menor, Ricardo Piglia vislumbraba esta nueva corriente: “El relato de terror es quizá la forma más devaluada y más activa de la cultura actual”. Publicada en 1996, y finalista del Premio Planeta, el libro de C. E. Feiling (1961-1997) es una de las pocas novelas de terror argentino de esos años. Una que sin embargo hoy propone nuevas lecturas.

“Lo que pasa es que la literatura argentina, por lo menos cuando yo empecé a escribir, estaba muy volcada a mirarse el ombligo”, dice Lamberti. “Por un lado fue liberador que no haya habido tanta literatura de terror local. Porque entonces me sentía completamente original”.

Tanto para Lamberti, como para Enriquez y Schweblin, el desafío a la hora de escribir cuentos con terror, thriller, gore o lo sobrenatural, es no simplemente imitar referentes anglos. Sino aterrizar esos referentes y localizarlos. O incluso personalizarlos.

“Me interesan, sobre todo, los miedos locales y no los del terror internacional o el anglosajón, que es el más importante”, le dijo Mariana Enriquez, al diario La Nación, sobre su novela Nuestra parte de noche. “Fue muy buscado lo mío. San La Muerte, San Huesito, y esa clase de santos populares argentinos, y algunos que inventé yo: los ubico en la trama de modo intencional”.

Por su parte Schweblin –quien vive en Berlín–, abarca los géneros desde un contexto global. Por eso Kentukis sucede en ciudades como Vancouver, Hong Kong, Tel Aviv, Barcelona y Oaxaca. “Y hay un miedo generalizado, cuando se piensa en el peligro de las tecnologías, asociado a esta especie de gran hermano orwelliano que todo lo sabe y todo lo controla, asociado a su vez quizás a una compañía perversa y global, o a algunos gobiernos”, sostuvo Schewblin a la revista Letras Libres. “Pero antes que este monstruo inminente, el gran peligro somos nosotros mismos, los usuarios, con todo nuestro sistema de prejuicios, equívocos y violencias”.

Según Ricardo Piglia, “la experimentación a partir de los géneros es una de las grandes vías de renovación de la novela contemporánea”. Por eso, sin duda, la literatura que hoy destaca tanto adentro como afuera de Argentina echa mano de géneros que hace dos décadas críticos y académicos miraban en menos.

“Igual, cuando yo escribí El Loro… estaba bien consciente de que no podía escribir un cuento de ciencia ficción con un capitán en una nave espacial rumbo a matar aliens”, dice Lamberti respecto a cómo adaptar el terror a su realidad. “Porque soy argentino. Digo, a lo sumo iba a escribir sobre el portero de esa nave espacial, ¿no? Hay que pensar los géneros desde el lugar donde se escriben”.

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