Isabel Plá a cinco años del estallido: “A fines de ese año, y cuando la violencia contra mi persona fue recrudeciendo, pensé en renunciar”
En el marco de la docuserie “El mes más tenso: regreso a un país estallado”, disponible en las plataformas de La Tercera, la exministra de la Mujer recuerda cómo se vivieron los primeros días de las manifestaciones, recuerda cómo enfrentó las denuncias de violencia sexual y las repercusiones de un ataque con molotovs que terminó con dos carabineras quemadas. Además realiza un balance a cinco años de octubre de 2019.
Isabel Plá era la ministra de la Mujer cuando las primeras manifestaciones del estallido social, que se iniciaron el 18 de octubre de 2019, se tomaron las calles. Entrevistada en el marco de la docuserie “El mes más tenso: regreso a un país estallado” -disponible en las plataformas de La Tercera-, la exsecretaria de Estado recuerda cómo se vivieron los primeros días de movilizaciones, además de las críticas que recibió por su postura frente a las denuncias de abusos contra mujeres durante ese periodo y que, en parte, explicaron su renuncia al cargo solo meses después, en marzo de 2020. A cinco años del estallido, Plá realiza un balance de las consecuencias y también una autocrítica a su sector.
Acá la conversación extendida:
¿Cómo recuerda el 18 de octubre, el inicio del estallido social?
La primera percepción mía fue de profundo estupor. Esto no era una movilización más. Estaba terminando un día, que efectivamente había sido de mucha tensión, pero terminaba con cerca de 30 estaciones del Metro quemadas al mismo tiempo. O sea, no estábamos frente a una movilización social, estábamos frente a otra cosa. En segundo lugar, con preocupación e incertidumbre por lo que podía ocurrir, qué venía, qué era esto. Y probablemente sentí mayor preocupación cuando vi a algunos dirigentes de la izquierda celebrar este momento, que era una noche negra para Chile, y celebrarlo e identificarlo como que Chile había despertado. A mí la verdad es que me cuesta mucho encontrar algo positivo de ese día. Para mí fue un día de mucha oscuridad, de incertidumbre, de estupor y sobre todo de muchas preguntas. No dormí la noche del 18, del 19, pensando ¿por qué ocurre esto?, ¿por qué este nivel de violencia?, ¿por qué lo que yo sentía que eran 30 años, efectivamente de mucho progreso para millones de familias, estaba siendo recibido de una manera tan diferente desde la perspectiva de este estallido?
¿Pero algunas de estas demandas sociales le hacían sentido?
Todas las demandas sociales yo creo que son legítimas siempre. Por eso separo la reflexión en torno al estallido respecto de las demandas a la reacción. Creo que son dos cosas distintas. Todas las demandas me hacían mucho sentido. Yo era ministra, y además venía trabajando con el mundo social y en el mundo público desde hacía 25 años, así que era testigo de que efectivamente había problemas que se arrastraban desde hacía años y que se habían convertido en un problema estructural, que costaba mucho resolverlo. El estallido es otra cosa. Creo que es muy importante mirarlo desde otra perspectiva también, porque el elemento de violencia no puede aislarse. El único momento realmente que uno podría decir que fue virtuoso, bonito, fue la marcha del viernes 25 de octubre, a la que efectivamente concurrieron cerca de un millón de personas de todas las condiciones sociales, de todas las generaciones y que estaban exigiendo al Estado distintas demandas. No hubo violencia, fue una marcha que terminó bien. Pero aparte de esa marcha no hay otro momento tan convocante desde el punto de vista social como ese.
En su calidad de ministra, el 28 de octubre emite una declaración sobre las denuncias que se habían hecho por violencia sexual en contra de las mujeres durante las manifestaciones. Hasta ese momento a usted se le acusaba de una especie de silencio cómplice. ¿Cómo vivió ese momento, cómo tomó esa decisión y cómo recuerda la presión que sentía de las organizaciones feministas?
Desde del sábado 19 de octubre empezamos a diseñar un plan de contingencia para hacer frente a las protestas. El rol del Ministerio de la Mujer es la protección de los derechos y la integridad de todas las mujeres, sin distinción, en coordinación con el resto de las instituciones del Estado. Entonces, desde ese sábado empezamos a trabajar en un plan que fuimos profundizando con los días y que fue desde la coordinación con el Ministerio del Interior, con la Subsecretaría de Derechos Humanos, con Carabineros. Me acuerdo que el primer llamado que se hizo fue a la subsecretaria de Derechos Humanos, Lorena Recabarren, y luego a la coronel Sosa, que era la encargada de Derechos Humanos de Carabineros, con el propósito justamente de conversar sobre los protocolos y asegurarnos que se estaban cumpliendo. Luego con los días fuimos profundizando, fuimos adaptando los servicios del Sernameg para responder a las mujeres que así lo requirieran; concretamos un convenio con el INDH, trajimos una misión especial de ONU Mujeres, hicimos un convenio con la Defensoría, en fin. Trabajamos muchísimo. Pero me di cuenta que nada de lo que hiciéramos, que ninguna de las decisiones que tomáramos y ninguna de las declaraciones que hiciera como ministra iban a ser suficientes, porque lo que había era un objetivo político, que no era probablemente contra mí, únicamente, sino para demoler al gobierno, para desacreditarlo. Y que había ciertos sectores, probablemente minoritarios, pero muy vociferantes, que lo que querían no era resolver problemas, sino que utilizar este momento de enorme conmoción para el país para instalar una narrativa. Así que cuando yo entendí que nada de lo que hiciéramos sería suficiente, me focalicé en hacer nuestra tarea, en hacerla lo mejor posible y garantizar que el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género y su servicio estuviera siempre disponible para los requerimientos de las mujeres y para la coordinación con el resto de las instituciones del Estado.
¿Por qué decide emitir esa declaración?
Nosotros estábamos trabajando en ese tema desde hacía ya varios días. Las primeras denuncias fueron desde el 20, el 21 de octubre. Pero ese día me pareció que era muy necesario externalizar ese trabajo, esa preocupación, que no era suficiente con la respuesta pública que estaba dando el Ministerio del Interior, que tenía comunicaciones todos los días, en las que se incluía, por supuesto, la recepción de todas las denuncias de vulneración de derechos y de todo lo que hubiera sido cierto atropello a los derechos esenciales de las personas. Me pareció que la situación y que el enfrentamiento del que estaba siendo objeto ameritaba una declaración, particularmente desde el Ministerio de la Mujer. Pero como digo, y repito, veníamos trabajando ya desde el sábado 19 de octubre en la tarde, preparándonos y organizando un plan de respuesta y asegurándonos personalmente que Carabineros tenía totalmente presente los protocolos de actuación en la calle y el cumplimiento estricto de esos protocolos, y los canales a través de los cuales la ciudadanía, y particularmente las mujeres que eran mi responsabilidad, podían denunciar.
Otro momento sensible para el ministerio fue cuando dos carabineras resultaron heridas con una bomba molotov. ¿Cómo recuerda ese momento?
Yo seguía la protesta a través del teléfono. No me acuerdo si en los canales de televisión o redes sociales, me aparece alrededor de las 8:30, estaba ya oscureciendo, las imágenes de dos carabineras en llamas. Fue un momento muy fuerte, muy duro. Hubo muchos episodios que fueron angustiantes, pero creo que ese es uno de los de mayor angustia: ver dos mujeres jóvenes, que estaban en llamas y que estaban haciendo su trabajo. También me llamó mucho la atención cómo se celebraba ese hecho en las redes sociales, cómo se les desconocía a estas mujeres su derecho a trabajar, su derecho a la integridad, por el simple hecho de llevar un uniforme. Yo creo que lamentablemente es uno de los episodios más simbólicos del estallido. Las fui a ver con el Presidente Piñera al día siguiente al hospital, conversé con ellas, conversé con sus papás. Fue lamentablemente, me parece, que una de las imágenes que simbolizan con más claridad lo que implicó el estallido.
¿En algún momento, con toda esta presión que sentía del mundo feminista, pensó en renunciar?
Cuando uno está en un cargo de alta responsabilidad, siempre está enfrentando presiones, porque uno llega a ese lugar también con el carácter y la preparación para tener claro que siempre va a haber un mundo que no va a estar de acuerdo con las decisiones que se están tomando. Ya a fines de año, y cuando la violencia contra mi persona fue recrudeciendo, pensé en renunciar. Empecé a pensar en renunciar con un propósito que era único, que era permitir que se oxigenara la agenda del ministerio, que tenía todavía una cartera muy grande de proyectos en el Congreso. Por eso renuncio a mediados de marzo, después de haber conversado durante varios días con el Presidente Piñera y teniendo la claridad de que el Ministerio de la Mujer necesitaba oxigenarse y necesitaba tener una persona a cargo que pudiera destrabar la agenda y que pudiera garantizar que los dos años que seguían de gobierno pudiera hacer su tarea, cumplir con su hoja de ruta y, en definitiva, responderles a las mujeres de acuerdo a los compromisos que se habían hecho.
A cinco años del estallido, ¿cuál es su balance?
Creo que todavía, aun cuando vamos a conmemorar cinco años, es prematuro para tener un balance totalmente consolidado. Pero, por ahora, mi balance es negativo. Creo que las consecuencias que ha tenido el estallido se alejan pero sideralmente de las demandas sociales que entre comillas lo justificaron, y que todavía no hemos terminado de digerir. La primera es la validación, la legitimación de la violencia política, que creíamos que era algo que estaba totalmente superado en nuestro país. El PC y el Frente Amplio, junto con algunos sectores que han sido en estos años bastante consignados como que venían desde el mundo de ciertos sectores de la cultura, algunos medios de comunicación, fueron protagonistas de esa violencia política, o porque la celebraron, la justificaron o definitivamente se sumaron a ella. Y eso es bien complicado para un país, porque una sociedad lo que necesita justamente es tener reglas. Yo creo que la regla básica en democracia es la tolerancia cero a la violencia de toda especie, pero particularmente a la violencia política. En segundo lugar, el debilitamiento de la democracia, que creo que nos acompaña hasta hoy, por los niveles de polarización y sobre todo porque las confianzas que existían durante 30 años entre los sectores políticos, ya fuera de oposición u oficialismo, se quebraron. No sé si alguna vez se van a restituir totalmente. Me parece que fue muy grave que, por primera vez desde el año 1990, se acusara constitucionalmente a un Presidente de la República y se intentara derrotar a un gobierno a través de esa vía. Y en ese mismo eje del debilitamiento de la democracia, creo que para muchas personas fue una decepción que esa izquierda que se autodenomina democrática, hasta ese entonces, se hubiera plegado de alguna manera al discurso, a las decisiones, de una izquierda radical, que es la que representa el Partido Comunista y el Frente Amplio. A mí me dio incluso pena ver cómo el socialismo, especialmente el Partido Socialista y el PPD, se sometieron de alguna manera a lo que dictaba esta izquierda radical, a pesar de que tenían una experiencia, de haber sido los coautores de los 30 años de progreso de Chile. Y yo valoro que en los últimos años algunas personas de ese mundo socialista hayan hecho un mea culpa. Pero me parece que también es un hecho que va a quedar ahí, que va a tener consecuencias. Una tercera consecuencia: yo creo que el crimen organizado avanzó en esos meses. No sé si participó de las protestas y de los hechos de violencia. No tengo ese antecedente. Pero sí doy fe, y muchos especialistas así lo han dicho, que fueron meses durante los cuales el crimen organizado probó la institucionalidad, probó la respuesta que tenía el Estado de Chile, probó cuán efectiva o inefectiva eran los sistemas de inteligencia. Y después del estallido, de hecho, el crimen organizado se instala con bastante más comodidad en Chile. Cuarto, yo creo que Chile pasó de formar parte de aquellos países que habían podido sacar adelante, durante décadas, una agenda para ir derrotando la pobreza, para garantizar igualdad de oportunidades, para consolidar mejores condiciones de vida para una amplia clase media, a formar parte del club de los países del resto de América Latina, con inseguridad, con reglas inestables, con incertidumbre. Dejó de ser ese milagro económico y social. Y eso sí tiene consecuencias, paradójicamente, en aquellas demandas sociales que, insisto, me parecen muy sentidas y me parece necesario que la ciudadanía las exprese. Pero tenemos hoy un país que está en peores condiciones para responder a esas demandas sociales de lo que estaba el 17 de octubre del año 2019. Y no quiero dejar de reconocer también una responsabilidad en la derecha. Yo creo que la derecha tiene una responsabilidad en el estallido, en lo previo del estallido. Creo que la derecha en Chile, de la cual yo formo parte, le ha costado mucho entender que el progreso tiene una dimensión subjetiva. Y en esa subjetividad están las demandas, los enojos, las iras, la esperanza, la desesperanza. Y la derecha tiene que desarrollar una capacidad, una mayor sensibilidad para identificar esas emociones y esos sentimientos oportunamente y hacerse cargo de ello. Y la segunda responsabilidad, es una responsabilidad ya de proyecto político. La derecha venía desde hacía muchos años no haciendo el trabajo que es confrontar el populismo, confrontar la demagogia, explicarle permanentemente al país que el progreso no es un milagro. Ese es un trabajo que a mi juicio le corresponde y le correspondía a la derecha, y no lo hizo.
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