La amistad de Tomás Vidiella y Víctor Jara: días de teatro y maquillaje truncados por el Golpe
Ambos fueron compañeros a fines de los 50 en la Universidad de Chile y, en los años siguientes, el cantautor dirigió al fallecido actor en algunos de los montajes más relevantes de esos años. Tras el asesinato de Jara, Vidiella optó por un teatro mucho más lúdico y vinculado al café concert, quizás como una forma de evasión.
Tomás Vidiella y Víctor Jara poseen una historia en común. Dos figuras señeras de la cultura popular chilena unidas desde el comienzo de sus respectivas trayectorias: ambos fueron compañeros en la carrera de Actuación de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. Ingresaron a fines de los años 50, fueron cómplices y cercanos en esos días estudiantiles -según contó varias veces el fallecido actor-, pero el vínculo más fraterno se consolidó cuando egresaron de la entidad y desarrollaron diversos proyectos centrados en la dramaturgia.
Hace un par de años, en 2018, en el programa de Canal 13 Sigamos de largo, Vidiella, en su sentido del humor característico, recordó esos momentos de mediados del siglo XX en que compartió aulas con el cantautor, subrayando algo bastante lógico, aunque a veces resulte inusual con la perspectiva de los años: para él, Jara era un compañero más de su generación, sin suponer la fama y trascendencia que adquiriría después.
“Si tú eres compañero de Arturo Prat, cómo te vas a imaginar que se va a transformar en Arturo Prat”, dijo Vidiella en la entrevisra. “En primer año, Víctor era un compañero más, hacía las mismas leseras que hacíamos todos y tenía los mismos problemas que teníamos todos”, aseguró.
Ya egresados, Víctor Jara -quien tuvo un destacado recorrido en la escena teatral antes de convertirse en ícono de la Nueva Canción Chilena- dirigió en diversas oportunidades a Tomás Vidiella. A los 27 años, lo sumó al elenco de Parecido a la felicidad de Alejandro Sieveking -quien salió el mismo año de la Universidad de Chile-, una obra que llevaron de gira por todo Latinoamérica.
De hecho, la primera vez que se presentó fue el 12 de septiembre de 1959, como un montaje de estudiantes que se exhibió de forma excepcional en el Teatro Antonio Varas, reservado para obras profesionales, según consigna el sitio web de Memoria Chilena.
En este primer montaje no trabajó Tomás Vidiella; sin embargo, para las presentaciones posteriores, bajo el nombre de Nueva Compañía de Chile, él llegó a reemplazar a Luis Barahona, compañero de su generación, que había sido contratado por el Instituto de Teatro de la Universidad de Chile (ITUCH), grupo que surgió tras la fusión del Teatro Experimental de la casa de estudios con el Departamento de Teatro Nacional.
Así, Vidiella llegaba al elenco a encarnar a “Víctor”, amigo del “Gringo”. El grupo de estudiantes recibió el auspicio del Ministerio de Relaciones Exteriores y, con ese patrocinio, se fueron de gira por América Latina, presentando la obra en Cuba, Venezuela, Colombia, Costa Rica, Guatemala y México. Parecido a la felicidad, la historia centrada el triángulo amoroso entre Olga, Víctor y el Gringo, inauguraba un provechoso proceso de internacionalización.
Después, en 1965, Víctor Jara estuvo a cargo de la dirección de La remolienda, otra obra de Alejandro Sieveking y considerada una de las más importantes de la historia del teatro chileno. En el elenco original aparece el nombre de Tomás Vidiella como el intérprete del personaje de “Mauro”, uno de los parroquianos de la casa de remolienda.
La historia cuenta cómo una familia campesina, encabezada por la viuda Doña Nicolasa, llegan a un pueblo de la Región de la Araucanía en busca de un marido y esposas para sus tres hijos. En la localidad, se hospedan en un prostíbulo, la casa de remolienda, creyendo que se trata de un hotel. Bélgica Castro fue la “Doña Nicolasa” original y sus hijos fueron interpretados por los actores Mario Lorca, Juan Katevas y Luis Barahona.
“Era un tipo muy talentoso, él descubrió su vena de director después, una vez ya avanzado. Me acuerdo que una vez compuso una canción, llegó al camarín y dijo ‘Oigan chiquillos, compuse esta canción, ¿qué les parece?’”, recordó Tomás Vidiella en Sigamos de largo de Canal 13, mientras se pone a tararear la melodía de El cigarrito e imita el movimiento de mano que hizo Jara cuando le tocó la guitarra a sus compañeros. “Y nosotros lo escuchamos... Sí, más o menos”, dijo.
Vidiella y Jara volvieron a trabajar juntos en Viet rock (1969), un musical vanguardista de Megan Terry que posteriormente sirvió de inspiración para la legendaria ópera musical Hair. Una denuncia al rol de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam, iniciativa en que también trabajó la esposa de Víctor, la bailarina inglesa Joan Jara.
Con el Golpe militar, Víctor Jara fue asesinado y el teatro chileno cambió para siempre: muchos de sus exponentes fueron perseguidos, detenidos y desaparecidos. La cartelera también se esfumó y los estrenos desaparecieron por años.
Según el periodista y crítico de teatro Rodrigo Miranda, el asesinato de Jara golpeó profundamente la vida y las perspectivas profesionales de Vidiella: “Él superó el duelo de Víctor y se volcó con todo a la evasión, como si, en el fondo, no pudiera enfrentar esa pérdida tan dolorosa. El actor nunca se desprendería en público de esa coraza”.
De hecho, ahí sitúa una suerte de punto de quiebre: debido a la pérdida de sus compañeros y a la llegada de los militares al poder, Vidiella se volcó hacia un teatro distinto, de perfil más lúdico, menos experimental, estableciendo las bases de su gusto por el café concert y el humor revisteril, otra de sus marcas de fábrica.
Además, siguió trabajando dentro del país y luchó de manera independiente para seguir dándole un espacio al teatro en la escena nacional. Creó los teatros El Túnel, Hollywood, Anfiteatro Lo Castillo y El Conventillo. Eso sí, mientras duró el régimen militar, la censura y la persecución no permitieron el estreno de obras que tuviesen un acercamiento tan militante y crítico a la realidad chilena.
Tomás Vidiella y su hermana, Eliana, junto a otros actores, velaron por entretener y distraer a las personas de lo que estaba sucediendo. Y les fue bien: Cabaret Bijoux fue el “caballito de batalla” del actor, un montaje que, en términos cómicos, sí hablaba de la marginalidad.
Se estrenó en 1976 en el Teatro Hollywood y contaba las desventuras de un grupo de artistas marginales en un centro nocturno de entretención, donde las peleas, los desengaños y los desamores eran la tónica. El protagonista era el travesti Lulú, de ademanes exagerados, quien era interpretado por Tomás Vidiella, en el primer rol de un actor chileno encarnando a un transformista en la historia nacional. Su hermana actriz representaba a Miriam, una cantante y bailarina venida a menos que sufría por sus fracasos profesionales y amorosos.
La historia muestra las dificultades de los personajes para encontrar un estilo de vida mejor, que les haga felices, ya sea por su ignorancia o incultura.
De una u otra forma, las temáticas sociales y cotidianas que inspiraron a Vidiella en sus primeros años como actor, compartidos codo a codo con Víctor Jara, siguieron guiando gran parte de su ruta profesional.
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