Primer chileno repatriado desde Ucrania: “Aviones rusos, tanques y soldados se movían entre nosotros; fue dramático”

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Rodrigo Espinoza y su familia posan desde el aeropuerto de Varsovia, minutos antes de volar a Chile. Foto: Archivo personal

En 2017, el programador chileno se mudó a 14.000 kilómetros de su natal Talcahuano, al país del este de Europa. Allí conoció a su actual esposa, Alexandra, y tuvo una hija, Solomia, de dos años. Su vida la describe como apacible, hasta que escuchó por primera vez las alarmas antiaéreas. Esta es la historia de un chileno que escapó de una guerra que nunca imaginó posible.


Aunque en Kiev, la capital de Ucrania, desde 2014 se reportaban violentas manifestaciones, una guerra parecía improbable. Eso, al menos, creía Rodrigo Espinoza (42), el primer chileno en ser repatriado desde la zona, luego de que estallara el conflicto armado con Rusia.

El programador, oriundo de Talcahuano, llegó a Europa en 2015, decidido emprender nuevos rumbos. Viajó por países nórdicos aprendiendo idiomas; pasó por Rusia y llegó a Ucrania, donde conoció a Alexandra Kohr (39), una mujer que lo flechó con su cercanía, atípica en los ciudadanos de Europa oriental. El romance siguió creciendo y, tras regresar a Chile en 2016, Espinoza decidió volver a Ucrania a casarse con ella.

La pareja formó una familia junto a la hija de Alexandra, Alina (18) y Solomia (2), quien nació cuatro años después. Se establecieron en Kiev, donde su vida transcurría sin mayores sobresaltos. Eso hasta el 23 de febrero, cuando Rusia invadió Ucrania y los dejó atrapados en medio de una guerra y justo en el blanco enemigo. Lo que vino después, cuenta, fue un entramado de miedo y angustia, hasta que lograron abandonar el país, cuatro días después del inicio de los bombardeos.

¿Cómo vivió los últimos días antes de volver a Chile?

Cada día se veía que la invasión era inminente. Porque, además de Rusia, había ingresos de tropas por las fronteras con Bielorrusia y Moldavia. Entonces, le dije a mi señora que tuviéramos nuestros documentos a mano, en caso de cualquier cosa. Llevábamos varios días con la advertencia de un posible ataque, pero no pasaba nada, hasta que un día comenzaron los bombardeos en la madrugada, en el aeropuerto de Boryspil. Nosotros vivíamos a 15 minutos de ahí y llegamos a sentir, incluso, el aroma a pólvora, muy intenso. La gente salió a las calles para saber qué pasaba, fue un caos. Así que tomé mis cosas, a mi familia, y le pedimos al novio de mi hija, que tenía auto, que nos llevara lo más lejos posible, a Polonia.

¿Cuánto tiempo le tomó llegar a Polonia?

Muchísimo. Toda la gente estaba saliendo de Kiev. Nosotros partimos a las seis de la mañana y a la una de la tarde seguíamos en Kiev, casi en el mismo lugar donde comenzamos el viajes. Veíamos los aviones rusos sobrevolar, los tanques y los soldados ucranianos moverse entre nosotros. Era un gran taco de gente intentado trasladarse, fue dramático. Llegamos a las nueve y media de la noche al pueblo de Rodvno, que queda a tres horas de la frontera con Polonia. Debimos pasar entremedio de casas para poder seguir avanzando.

¿Cómo siguió la travesía?

Allí, en Rodvno, un amigo nos ofreció duchas y comida, para estar listos a las cuatro de la mañana y tomar un bus hacia Varsovia. Esa noche llamé al consulado, para avisar que iba a llegar a la mañana del día siguiente. Traté de tranquilizar a mis hijas, a mi señora, pero pasaron los rusos y también bombardearon el aeropuerto de esa ciudad, que estaba a cinco minutos de donde nos alojamos. Así que recogimos nuestras cosas y empezamos el viaje a la frontera.

¿Cuánto tiempo demoró en llegar a Polonia?

Bastante. Llegamos a la frontera, en Lviv (Leópolis), al mediodía y había una gran cola para ingresar. En el mapa decía que estábamos a 10 kilómetros de Polonia, pero estuvimos todo ese día y toda la noche en la fila para poder cruzar, los soldados no nos dejaban pasar. Había familias con bebés, gente de muchos países, y la promesa era que nos iban a venir a buscar en buses para llevarnos a Polonia.

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De izquierda a derecha: Alexandra Kohr, Solomia Espinoza, Rodrigo Espinoza y Alina Kohr. Foto: archivo personal

¿Los ucranianos imaginaban esta guerra?

Antes de que comenzara, la gente no esperaba que se viniera un conflicto. En 2014, cuando fueron las protestas del Euromaidán, comenzaron a calentarse los ánimos, porque ahí murió mucha gente a manos de las fuerzas especiales de la policía y de mercenarios prorrusos. Entonces, siempre hubo un sentimiento de tristeza o rabia frente a esto. Pero de ahí a imaginar una guerra, no se creía que fuera a pasar.

¿Por qué tanta confianza en la vía pacífica?

Cuando el Presidente Zelenski fue electo, anunció que se venían cambios en el gobierno, pero relacionados al combate contra la corrupción, porque en Ucrania ese tema es algo realmente complejo. Y como el antiguo presidente, Víctor Yanukovich, era amigo de Putin, la gente confiaba en que todo este tema anticorrupción también estaba ligado a Rusia. Por eso votaron por una persona joven, un humorista reconocido como Zelenski.

¿Qué tan profunda es la corrupción en Ucrania?

Hay políticos y gente que trabaja en el gobierno que tienen verdaderas mafias que operan para ellos. Por eso, cuando una persona quiere abrir un local comercial, un restaurante o lo que sea, debe hablar primero con la persona a cargo del sector, para así conseguir los permisos. Eso todavía pasa.

¿Y qué rol cumplen los prorrusos dentro de Ucrania?

Algo que quiero aclarar es que todas las personas en Ucrania hablan ruso, por lo que decir que quienes lo hablan son prorrusos es mentira. Mi hija habla ruso, mis vecinos hablan ruso, o en el supermercado se habla también el ruso. Lo que pasó es que, después de la revolución de 2014, cuando el Presidente Yanukovich escapó a Rusia, la gente comenzó a querer recuperar su cultura y a hablar más el ucraniano. Pero los prorrusos son la minoría, te puedo asegurar que en el Donbás la gente no quería guerra, pero de repente, de un día a otro, aparecieron los tanques, las armas y algunos soldados rusos.

¿Los ucranianos quieren anexarse a Rusia?

No, para nada. Tras la disolución de la Unión Soviética ellos han buscado hacerse parte de Europa. Quieren renacer, ser una nación grande y no un pueblo dentro de Rusia.

¿Hay nazis en Ucrania?

Pasa que, como en todos los países, hay grupos de ultraderecha. Estos son apoyados por los partidos de ultraderecha de Ucrania, que fueron los que combatieron en el Donbás contra los prorrusos y, por eso, Putin los acusa de genocidas y nazis, pero en verdad solo se defendieron de las acciones de Rusia y sus mercenarios en el territorio ucraniano, que es lo que haría cualquier país que se siente invadido y amenazado.

¿Es real el temor por un bombardeo nuclear?

Sí, es latente, porque Rusia ha mentido sistemáticamente en este conflicto, por lo que no es posible poder creer en ellos. La gente se espera cualquier cosa, porque todo lo que Putin ha dicho que no iba a hacer, lo hizo.

Se ha destacado mucho la valentía de los civiles ucranianos para combatir a los invasores rusos. ¿Es real?

Es así. Un amigo tuvo un accidente en moto hace poco, estuvo hospitalizado, en recuperación, y le pregunté cómo se encontraba; me mandó una foto de él con un fusil, preparado para disparar… ¡Tiene certificado de invalidez, pero igual está ahí, con una muleta en una mano y un fusil en la otra! Otro amigo, que es marino, está en un búnker protegiendo a su familia, su bebé y su esposa. Así, son muchos casos.

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Postal de la familia Espinoza Korh, en Kiev. Foto: Archivo personal

¿Y cómo ha sido la adaptación de su familia ucraniana en Chile?

Aún es todo muy nuevo. Ni mi señora ni mi hija mayor hablan español, solo mi bebé. Pero va bien. Teníamos planeado hace dos años viajar a Chile, pero por el coronavirus no pudimos, pero ahora se dio todo. Mi familia quería conocer a mi hija y yo casi viajé sin ellas, porque una semana antes de la invasión mi papá sufrió un ataque cardíaco; por suerte no fue tan grave y decidí esperar. Ahora mismo estamos disfrutando la naturaleza en Cabrero (Región del Biobío), en una parcela con mi hermana. Solo tenemos el sueño cambiado, pero despertamos agradecidos, porque estamos en paz. Aún no podemos ver a nuestros padres, por las restricciones por la pandemia, pero la próxima semana confiamos en que sí podremos.

¿Su idea es quedarse en Chile?

No tenemos un plan a largo plazo. A corto, solo estamos aprovechando el tiempo para disfrutar a la familia.

¿Cómo evalúa el rol que Chile tomó para repatriarlo?

Soy un agradecido de toda la ayuda que he recibido, de verdad. Pero el problema es que es uno el que debe dar las soluciones para que ellos actúen, lo que es muy difícil en un contexto de guerra. Creo que han faltado funcionarios que sepan qué hacer en este escenario de guerra, más allá de los diplomáticos que hacen el trabajo de oficina, porque muchas personas no tienen dinero ni saben qué hacer o dónde ir. Yo estuve 10 días en Polonia, esperando a que solucionaran la situación migratoria de mi familia, y cuando llegó el día de vuelo, me explicaron que necesitábamos el documento C19, y que mi señora y mi familia no iban a poder entrar sin él. Y, al final, resulta que se podía completar en el aeropuerto. Entonces, agradezco la ayuda que recibí, pero siento que falta más ayuda especializada, porque los chilenos que están arrancando de esta guerra no están bien sicológicamente, como todos los que la están sufriendo. Aún quedan muchos amigos allá, que no han podido llegar a Chile porque no tienen los contactos o el dinero. Por eso he criticado al gobierno, porque aún falta mucha ayuda.

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