Robert Oppenheimer, el arrepentido “padre” de la bomba atómica: los datos intrigantes del físico con “las manos manchadas de sangre”
Desde una supuesta manzana envenenada destinada a su tutor, pasando por una redención tras ser declarado persona non grata, hasta una pasión por la poesía y su adicción a los cigarros, marcaron la vida de un hombre que cambió el devenir de la humanidad en 1945, cuando dirigió la primera prueba de una bomba atómica.
Vestido de gris, con unos gastados zapatos negros y un icónico sombrero pork-pie color café, acompañado siempre de un cigarrillo, la imagen de Robert Oppenheimer volvió a la primera plana luego del estreno de la película del director Christopher Nolan y protagonizada por Cillian Murphy, donde este retrata la vida del físico y químico que lideró el Proyecto Manhattan y la creación de la bomba atómica.
Pero no es la primera vez que el hombre nacido el 22 de abril de 1904 en Nueva York, como Julius Robert Oppenheimer, acapara la mirada del mundo. Lo había hecho antes, cuando el 16 de julio de 1945, poco menos de un mes antes de los ataques nucleares en Hiroshima y Nagasaki, probó con éxito la primera bomba nuclear en la operación clave Trinity, y lo haría luego cuando, posiblemente apesadumbrado, se acercó al Presidente de Estados Unidos que ordenó el bombardeo atómico, Harry S. Truman, para luego ser tachado como persona non grata por la Comisión de Energía Atómica en 1954.
Una historia llena de contrastes, que mezcló los múltiples intereses intelectuales del científico con momentos de dudas tras el lanzamiento de la bomba en Japón –que dejó un saldo conjunto, considerando a Hiroshima y Nagasaki, de entre 105.000 y 120.000 muertos–, según han recopilado distintas biografías sobre el personaje. Descrito como un hombre “alto, elegante y guapo”, aseguraban crónicas del New York Times en la época, era, al mismo tiempo, considerado incluso errático en su actuar.
Una cuestión personal
El conocido antinazismo de Oppenheimer no era gratuito. Su padre, un fabricante textil de origen judío, emigró a Estados Unidos a los 17 años, muchos antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, pero el antecedente era evidente. Él junto a su madre, una artista de Baltimore, terminaron por hacerse con una buena fortuna, detalló el diario El Español.
El libro Robert Oppenheimer: A Life Inside the Center, describe al luego renombrado físico como encantador cuando quería, pero que arrastraba trabas de la infancia que lo hacían mostrarse como un niño mimado e impetuoso, con tendencias incluso depresivas. “Había momentos en los que incluso parecía loco”, asegura un pasaje de la obra.
Su pasión por el conocimiento lo llevó a estudiar filosofía, literatura e idiomas antes de convertirse en el “padre” de la bomba atómica. Para 1925 se graduó con honores en Química, período en que se empezó a interesar por la física experimental, detalló el medio Perfil. Continuó estudiando en Europa, donde obtuvo su posgrado en el prestigioso Laboratorio Cavendish, del Departamento de Física de la Universidad de Cambridge.
Hay un hecho narrado tanto en Robert Oppenheimer: A Life Inside the Center como en American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer, desde donde se inspira la película estrenada este jueves, y que habría ocurrido durante su estancia en Cambridge. En ambos se afirma que Oppenheimer habría estado supuestamente hastiado de Patrick Blackett, un tutor que lo obligaba a hacer trabajo de laboratorio a pesar de que su fuerte era la física teórica. Y, según los dos relatos, la primera no era su fortaleza.
A raíz de sus constantes episodios depresivos y su poca tolerancia a la frustración, se narra que el científico habría envenenado una manzana y que incluso la habría dejado en el escritorio de Blackett, quien nunca la probó. El tutor después ganaría el premio Nobel de Física en 1948.
El supuesto se debe a que no hay más pruebas de este relato que las palabras del nieto de Robert Oppenheimer, Fergusson, sumado a que el profesor no murió ni dejó de darle clases a su pupilo. Otros creen que no pasó a mayores porque el padre del científico intervino con su influencia. Pero de lo que sí hay certeza es que el físico debió aceptar visitar regularmente al psiquiatra y, tras terminar sus estudios, tuvo vacaciones de recuperación en Francia.
Cuestiones académicas
Estudioso, también se le atribuye haber hablado sobre agujeros negros antes de que el propio término se acuñara. Curioso mentalmente, cuando se enteró de la astrofísica empezó a interesarse por el tema, llegando incluso a publicar libros sobre objetos cósmicos teorizados.
Y si bien nunca nombró el concepto de agujero negro, sí habló de estrellas de neutrones y estrellas moribundas con una atracción gravitacional que excede su propia producción de energía. Años más adelante, cuando la idea se materializó, algunos físicos notaron que Oppenheimer había previsto la existencia de estos objetos, detalló el portal Tekcrispy.
También fue un políglota. Para el momento de su muerte, el científico hablaba seis idiomas: griego, latín, francés, alemán, holandés y una antigua lengua india conocida como sánscrito. Ese interés por el idioma y los estudios lo llevarían a recordar y decir una célebre frase extraída de la escritura hindú, en el Bhagavad Gītā, al momento de ver el destello cegador y el posterior hongo atómico en la primera prueba de la bomba. “Ahora, me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos”.
En una entrevista con NBC, en 1965, el científico recordó el momento tras la prueba conocida como Trinity: “Sabíamos que el mundo no sería el mismo. Algunas personas se rieron, algunas lloraron, la mayoría se quedó en silencio. Recordé la línea de las escrituras hindúes, el Bhagavad Gita. Vishnu está tratando de persuadir al Príncipe de que debe hacer su deber y, para impresionarlo, toma su forma de múltiples brazos y dice: ‘Ahora, me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos’. Supongo que todos pensamos eso de una forma u otra”.
Política y ciencia
Su labor científica le valió una cercanía con el padre de la Teoría de la Relatividad General, Albert Einstein. Fue este junto a Léo Szilárd quienes, un mes antes de la invasión de la Alemania nazi a Polonia, en 1939, enviaron una carta al entonces Presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, advirtiendo sobre el peligro que significaba la posibilidad de Alemania construyendo un arma nuclear.
La alerta dio paso a una urgencia en la carrera de investigación que dio paso a la bomba atómica, donde Oppenheimer lideraría los esfuerzos para supuestamente evitar una catástrofe. No sería el único punto en que sus historias se cruzaran. El equipo lo compuso un grupo de elite, donde cinco de ellos luego serían galardonados con un Premio Nobel. Entre ellos, destacaron Emilio Segrè, Isidor Rabi, Felix Bloch, Edwin McMillan y Hans Bethe. También compuso el equipo Edward Teller, quien luego crearía la bomba de hidrógeno.
Su cruce con la política llegaría después del lanzamiento de las bombas, nombradas como Fat Man –de implosión utilizando plutonio– y Little Boy –de uranio, lo que no fue testeado previamente en la prueba Trinity– en Nagasaki e Hiroshima, respectivamente. Dos meses después del brutal ataque, Oppenheimer llegó a la Oficina Oval para hablar con el Presidente Harry S. Truman de sus preocupaciones por una eventual guerra de corte nuclear con la Unión Soviética, lo que fue descartado por el mandatario, quien aseguró que nunca lograrían desarrollar aquella tecnología.
Fue en ese momento en que, según numerosos documentos, Oppenheimer se habría retorcido las manos y dijo, en voz baja: “Señor presidente, siento que tengo sangre en las manos”. La respuesta fue en el mismo tono. “Sangre en sus manos, maldita sea, no tiene ni la mitad de sangre en sus manos que yo”, replicó Truman. También le habría pedido que compartieran los conocimientos con otras naciones.
Tras esa reunión, la salud del científico empeoró considerablemente, comenzando a perder peso y a verse pálido. Truman, por otro lado, lo apodó como el “científico llorón”.
De vuelta a Einstein, la relación entre ambos estuvo marcada por el período del “temor rojo”, cuando el anticomunismo era pan de cada día en Estados Unidos. Fue en ese contexto en que, durante una reunión entre ambos en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, el brillante teórico de la física alemán le recomendó irse de Estados Unidos, puesto que creía que su par norteamericano era demasiado ingenuo políticamente hablando.
La Comisión de Energía Atómica lo estaba investigando por supuestamente traicionar a la patria en favor de la Unión Soviética, que finalmente lo llevó a ser declarado como persona non grata y que, solo 55 años después de la muerte de Oppenheimer, fallecido en febrero de 1967, fue enmendado.
Sin embargo, en la mencionada reunión el científico estadounidense se negó a huir, afirmando que podía aportar más desde adentro que desde afuera. “Ahí va un narr”, habría dicho Einstein a su secretaria, algo así como “tonto” en alemán. La decisión de quedarse, de una u otra manera, marcaría el resto de los días de Oppenheimer.
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