AMLO-Sheinbaum y los casos de “traición” en la sucesión presidencial
La historia reciente en América Latina demuestra que no siempre la sucesión de mandatarios de la misma ideología termina de la mejor manera. Traiciones, críticas y convivencias complejas han marcado la relación entre “delfines” y mentores. La nueva dupla mexicana pondrá a prueba si habrá continuidad o si eventualmente se terminará quebrando la relación.
Alianzas, traiciones y reconciliaciones. En los últimos años, la relación entre mandatarios y sus “delfines” en América Latina no siempre ha sido fluida e incluso en algunos casos han terminado en un estrepitoso quiebre. El recambio en el poder nunca ha sido fácil.
Si bien en la región se han dado casos de respeto mutuo y fidelidad política a toda prueba -como Lula con Dilma Rousseff- hay otros casos donde las rivalidades se han expuesto de manera feroz pese a compartir la misma ideología, como ocurrió con Cristina Kirchner y Alberto Fernández, y como pasa ahora con Evo Morales y Luis Arce.
Además de Argentina y Bolivia, hay otros casos que ilustran este conflicto: en Colombia la relación entre Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos se quebró cuando este último renunció a la política de “mano dura” con las guerrillas que había tenido como ministro de Defensa. También en Ecuador la relación entre Rafael Correa y Lenín Moreno se desangró tras la aplicación de políticas públicas contrarias al modelo correísta.
Ahora, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y Claudia Sheinbaum escribirán en México un nuevo capítulo de herencias políticas presidenciales en la región, con una pregunta incómoda: ¿Será Sheinbaum solo una continuación del mandatario mexicano o correrá con colores propios? ¿Se retirará López Obrador de la vida pública, tal como prometió? ¿El oficialista partido Morena saldrá fortalecido o terminará dividido?
Si bien el historial de Sheinbaum con AMLO -ambos fundadores de Morena- acumula más de dos décadas de alianzas políticas, el escenario cambiante y complejo que podría enfrentar la futura Presidenta podría alterar el tándem. En pandemia, sin ir más lejos, se le vio a ella -de formación científica-, con una florida mascarilla, y a López Obrador alegando que era inmune por haberse contagiado, a boca descubierta. Incluso posaban para fotos así, uno al lado del otro. Más de un mexicano se preguntó si habría una ruptura, lo que fue descartado por la entonces jefa de gobierno de Ciudad de México. “No van a encontrar una confrontación entre el presidente y yo, jamás”, dijo.
Según Forbes México, un miembro del equipo de la mandataria electa aseguró que ambos “tienen una relación colaborativa, no de sumisión”, añadiendo que “es muy injusto que digan que será una marioneta, porque en los cinco años de gobierno de la Ciudad de México hizo cosas muy diferentes al presidente”.
“Yo soy quien gobernará”, añadió la propia Sheinbaum ante las dudas que se han levantado.
Sucesiones complejas
Quizá la más gráfica de las relaciones presidenciales rotas es el citado caso boliviano, protagonizado por Evo Morales (2006-2019) y Luis Arce (2019-presente). Fue tras 14 años en el poder y mientras Morales estaba en Argentina en calidad de refugiado que su partido definió, inesperadamente, a su ministro de Economía por más de 11 años como su “delfín”. No pocos especularon que se trataba de un intento por mantener la silla presidencial mientras lograba volver al país, sin embargo, una larga disputa entre ambos hicieron que esa puerta quedara virtualmente cerrada.
Carlos Cordero, analista político boliviano, planteó a La Tercera que la unión entre ambos “duró desde la campaña electoral hasta el primer año de gobierno de Arce. Por un lado, se alimentó la imagen de un presidente en la sombra y Arce casi títere de Evo Morales”.
Quedaban todavía dos años del gobierno arcista cuando Evo anunció su intención de volver a la Presidencia. “Me han convencido, voy a ser candidato, me han obligado, la gente quiere”, dijo pocos días antes del congreso del MAS, instancia a la que se preveía que solo llegarían sus seguidores. El cisma dentro del partido ya había dividido las aguas entre los “arcistas” y los “evistas”. De ahí en más, la situación solo escaló.
Morales incluso presentó su postulación, la que fue rechazada por el Tribunal Constitucional y, de paso, barrió la posibilidad de una pronta reconciliación.
Entre las razones de tamaña gresca, destaca la desoída petición de Evo para que Arce cambiara algunos ministros. Esto incluso causó una rebelión entre los congresistas leales a Morales, que se alinearon con la derecha en algunas votaciones.
“En ningún momento Morales reconoció la inevitable y necesaria autonomía del gobierno, sino la evidente autoridad del partido y Evo. Fue el presidente Arce quien fue mostrando, poco a poco, en eventos oficiales, un estilo propio y decisiones sin consultar la opinión de Morales”, explicó Cordero.
En Ecuador la situación no fue muy distinta hace unos años. De hecho, el salto fue desde la promesa del “socialismo del siglo XXI”, propuesta por Rafael Correa (2007-2017) —hoy condenado a 8 años por cohecho—, al fin de más de 40 años de subsidios a los combustibles, política llevada adelante por su sucesor y delfín, Lenín Moreno (2017-2021), y que llevó a protestas masivas en octubre de 2019.
Si bien fueron una serie de decisiones las que generaron el quiebre, la ruptura definitiva llegó a fines de 2017, tras una sentencia judicial. Cuando Jorge Glas, vicepresidente del gobierno de Correa como en el primer año de mandato de Moreno, fue asociado a la trama de corrupción de Odebrecht, este último no dudó en removerlo del cargo. Y esto no gustó nada al anterior mandatario.
Se trata del mismo político que en abril de este año desató la tensión entre México y Ecuador, luego de que la policía de este último país ingresara a la fuerza en la embajada mexicana para ingresarlo a prisión.
Correa acusó a su antiguo delfín de traicionar a su partido, Alianza PAIS, al “pactar con la partidocracia” y de querer “volver a las políticas de viejo país”. De ahí en más, “traidor” y “golpista” fueron epítetos recurrentes del ahora exiliado expresidente para con su antiguo delfín.
El caso argentino
Otro país que sabe de “delfines”, o como ellos le dicen, “dedazos”, es Argentina. María Lourdes Puente, directora de la Escuela de Política y Gobierno de la UCA, explicó a La Tercera la cultura de la delegación del poder es una práctica recurrente: “A Cristina la eligió Néstor Kirchner, y Néstor fue también una designación de Eduardo Duhalde. Salvo la competencia que hubo en el peronismo entre Santiago Cafiero y Carlos Saúl Menem, donde hubo una interna real, los candidatos tienden a ser elegidos por el que está liderando”.
Y el penúltimo mandatario argentino no fue la excepción. Fue Cristina Kirchner (2007-2015) quien eligió a Alberto Fernández (2019-2023) como la carta oficialista, y si bien el quiebre no fue tan definitivo —se criticaban y se amistaban cada cierto tiempo—, sí hubo periodos de meses en los que Presidente y vicepresidenta no se dirigían la palabra.
En septiembre de 2021, cuando el oficialismo sufrió una durísima derrota en las elecciones de medio mandato, fueron varios los ministros del ala kirchnerista que presentaron su renuncia al Ejecutivo. “No es este el tiempo de plantear disputas que nos desvíen el camino”, escribió Fernández en el entonces Twitter, y la réplica de su vice no tardó en llegar.
Mediante una extensa carta se evidenció el quiebre entre ambos. La exmandataria aseguró que en el gobierno había “funcionarios y funcionarias que no funcionan” y que “uno escuchaba a algunos funcionarios y parecía que en este país no había pasado nada, fingiendo normalidad y, sobre todo, atornillándose a los sillones”.
En aquella administración, cree Puente, “ni Alberto Fernández ejerció el poder ni lo quiso ejercer con toda su magnitud, y Cristina no quiso quedar pegada a su gobierno. Esto tuvo muchos efectos negativos, porque Fernández no solo no tenía su propia base de sustento, sino que era la de Cristina. Al negarle el apoyo, terminó siendo un presidente muy debilitado”.
¿“Marioneta” de Uribe?
Colombia es un caso especial. Basta con mirar las últimas décadas de elecciones presidenciales en Latinoamérica para notar una tendencia particular: el efecto péndulo, con gobiernos alternados entre la derecha y la izquierda. Pero en Colombia, durante muchos años eso no ocurrió.
Antes de la llegada del actual mandatario, Gustavo Petro, nunca un presidente izquierdista se había sentado en la Casa de Nariño. Sin embargo, hubo dos que, pese a su sucesión, se enfrentaron debido a miradas diametralmente opuestas. Se trata de Álvaro Uribe (2002-2010) y Juan Manuel Santos (2010-2018).
En el quid de la disputa está que el segundo, que ofició como ministro de Defensa del primero con mano dura frente la batalla contra las guerrillas, llegó a la presidencia y tuvo una postura en las antípodas a lo que venía desarrollando en la cartera.
La politóloga colombiana Paola Montilla explicó a este periódico que “la designación del expresidente Santos como candidato se realizó en el marco de una convención del Partido de la U, en la que el exmandatario, gracias a su reconocimiento político, obtuvo el apoyo de la mayoría de los delegados. La candidatura de Santos siempre contó con el respaldo de Uribe, quien en varios espacios públicos lo catalogaba como el más claro defensor de su política de seguridad democrática”.
Es más, ya durante la campaña, Santos aseguró que continuaría la llamada “política de seguridad democrática” con “mano dura”. Pero no pasó mucho tiempo, una vez instalado en la presidencia, para que normalizara las relaciones con Ecuador y Venezuela y alcanzara un polémico acuerdo con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
“Pese a que muchos electorales votaron por Santos para darle continuidad a la política de Álvaro Uribe, principalmente en su ofensiva contra las FARC, el inicio de los diálogos de paz marcaron una ruptura entre los dos líderes políticos”, explicó la académica. Junto a ello, Santos inició las negociaciones con el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Pese a que el acuerdo con las guerrillas no fue ratificado en un posterior plebiscito, le valió el Premio Nobel de la Paz, en 2016.
Con Iván Duque (2018-2022), sucesor de Santos, la situación fue distinta. En un principio, sus detractores incluso lo tildaron de ser la “marioneta” de Uribe. Según Montilla, “el apoyo de Uribe fue una variable decisiva en su elección, dado su reducida trayectoria política y el bajo nivel de reconocimiento nacional con el que contaba”. Y si bien el predecesor de Petro tomó distancia en algunos puntos de su padrino político, “en sucesivos pronunciamientos Uribe respaldo las posiciones de Duque”, dijo la politóloga.
Brasil, por último, cuenta con uno de los casos de sucesiones más tranquilos de la región, al menos en cuanto a la relación entre ambos. Así fue el caso con Lula (2003-2011 y 2023-presente) y Dilma Rousseff (2011-2016), donde el actual mandatario incluso la defendió en las múltiples ocasiones en que Rousseff se vio presionada políticamente.
Donde sí tuvo roces fue con sectores del Partido de los Trabajadores (PT) que querían postular a Lula como su candidato para las presidenciales de 2014, lo que, finalmente, no ocurrió. “Dilma es la candidata más importante que tenemos, la mejor”, llegó a decir el actual presidente.
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