Cuando la ciencia se une: el año del contagio científico
Desde hace 14 meses que los profesionales de la ciencia y los académicos del país vienen realizando asociaciones inéditas en el combate a la pandemia. Laboratorios unidos en red, consorcio de universidades y pruebas de vacunas dentro y fuera de Santiago son la foto de un momento sin precedentes en la historia local.
El 10 de enero de 2020, cuando no había transcurrido todavía un mes desde el paciente cero en Wuhan, científicos chinos realizaron la primera secuenciación genética del virus que causa el Covid-19. En ese momento la enfermedad ni siquiera tenía nombre ni tampoco se había decidido llamar Sars-CoV-2 al agente patógeno. Contra todos los antecedentes y a una velocidad inesperada, se logró identificar la estructura interna del flagelo que hasta hoy mantiene a la población mundial en un compás de incertidumbre, crisis y, en los peores casos, tragedia.
Al mismo tiempo que el Covid-19 comenzaba a expandir su sombra por el mundo, cientos de científicos en parte importante del orbe decidieron realizar una carrera desde el lado opuesto del campo de batalla, uniendo voluntades y recursos como nunca antes. Identificar el genoma es el primer paso para conocer al enemigo y se sabe que las guerras las ganan quienes mejor detectan las fortalezas y debilidades de sus oponentes. En este caso la batalla ha sido rápida y con tácticas frenéticas, sin demasiado espacio al ensayo y la estrategia.
Los ejemplos de colaboraciones en el planeta sobran: de acuerdo con la revista Nature, las universidades de Australia destinarán mil millones de dólares a la investigación en 2021. Ese país ha sido uno de los modelos del mundo en contención y manejo de la pandemia, ubicándose en la cara opuesta a Estados Unidos, donde al menos durante la administración de Donald Trump la imagen de la ciencia era más bien secundaria: ver las continuas desautorizaciones que el entonces Presidente republicano le propinaba su principal asesor en salud, el doctor Anthony Fauci, era una rutina de las noticias semanales y hasta diarias.
En la nación del norte al menos se privilegió un plan de rescate económico de 2.300 millones de dólares, monto que puede haber estado en desmedro de la inversión científica. No deja de ser sintomático que quienes primero responden y nunca bajan la guardia a nivel de investigación acostumbran a sortear mejor la tormenta. No está demás recordar que los que pusieron en línea la secuencia genética un día después del hallazgo del 10 de enero eran científicos australianos y chinos.
Según informó esta semana la Organización Mundial de la Salud (OMS), ya se han administrado mil millones de vacunas en el mundo. Eso sí, Estados Unidos y China concentran la mitad de esas dosis. En este mapa mundial y según los números de Our World in Data de la Universidad de Oxford, Chile se ubica entre los primeros 10, específicamente en el puesto 8, con un 41,6% de la población que al menos ha recibido una dosis. A la hora de las dos dosis, el país sube al segundo puesto, con 33,8%, detrás de Israel, que tiene el 58,7%.
Consorcios y redes en carrera
En Chile, la asociación entre diferentes organismos comenzó antes incluso del primer brote del Covid-19 el 3 de marzo de 2021. La doctora Claudia Saavedra, docente de la Universidad Andrés Bello (UNAB) y presidenta de la Sociedad de Microbiología (Somich), participó de las primeras gestiones al respecto. “En enero del año 2020, junto con la Sociedad de Bioquímica, le escribimos una carta al Ministerio de Ciencia y Tecnología (Mincyt) para ponernos a su servicio y poder colaborar en todo lo que fuera posible. Ya en febrero esto se hizo público y lo distintos laboratorios comenzaron a realizar testeos en todo el país”, explica.
La experiencia de la Red de Laboratorios Universitarios, conformada por 33 organismos, se extendió hasta diciembre asociada al Mincyt. “En ese momento, los laboratorios más productivos y asociados a lugares importantes del país fueron traspasados al Ministerio de Salud (Minsal)”, agrega la microbióloga de la UNAB.
Aunque la actividad en conjunto es basal en la ciencia (“los investigadores debemos, por naturaleza, publicar los resultados y contrastarlos”, dice la doctora Saavedra), en esta oportunidad hay un evidente cambio en relación a lo que normalmente se hacía en Chile. O al menos en relación a la intensidad y velocidad con que se hacía. Paralelamente a la creación de la red, se desarrolló un consorcio de varias universidades en el país para la prueba de vacunas.
El doctor Miguel O’Ryan, médico de la Universidad de Chile, miembro del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia y líder de los ensayos de la vacuna Janssen de Johnson & Johnson en el país, lo analiza en estos términos: “Tengo 30 años de experiencia en la investigación y creo que estamos viviendo un momento inédito en nuestra disciplina. Lo he vivido en carne propia y me atrevería a decir que es una auténtica revolución en la investigación biomédica en Chile. No hay precedentes al respecto, sobre todo si consideramos que se trata de trabajos autogenerados, espontáneos, todos desarrollados en un período de apenas un año”.
El profesor de la U. de Chile también especifica la dinámica de trabajo bajo las condiciones de la crisis sanitaria. “Somos alrededor de 10 universidades en el consorcio y nos juntamos por lo menos cada 15 días para ir compartiendo experiencias y hasta ensayos clínicos. Esto es totalmente nuevo en el país”. Y aclara qué acontece con asuntos como los celos profesionales y las competencias tradicionales pre-pandemia: “Todos los investigadores siempre estamos motivados por hacer nuestros hallazgos y por publicar primero que otros, pero en esta oportunidad hemos dejado a un lado los intereses personales o institucionales para allanar el camino a la colaboración. Puede haber una sana rivalidad histórica entre la Universidad de Chile y la Universidad Católica, pero eso no importa ahora. Tanto el doctor Alexis Kalergis, de la UC, como yo, somos parte del Instituto Milenio. Nos toca hablar casi todos los días”.
Fue justamente el doctor Alexis Kalergis, director del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia, quien dirigió los estudios de la primera vacuna en Chile contra el Covid-19, la CoronaVac de los laboratorios chinos Sinovac. “El rápido avance en el desarrollo de vacunas contra SARS-CoV-2, resulta de un trabajo científico, clínico y regulatorio de gran asociatividad y colaboración”, comenta el académico de la Universidad Católica.
“Pero también importan los esfuerzos gubernamentales y la disponibilidad de financiamiento para su desarrollo. Esto es el reflejo de una labor mancomunada para encontrar pronto soluciones a la pandemia que estamos viviendo, así como el ir comunicando de manera activa los avances”, añade, no sin recalcar el factor de la motivación: “Los procesos científicos asociativos y colaborativos son más estimulantes para el desarrollo y la formación de jóvenes científicas y científicos, quienes están haciendo aportes notables en la búsqueda de soluciones para la pandemia”.
Investigación descentralizada
El llamado consorcio de universidades es una iniciativa que al mismo tiempo permite monitorear y entregar respuestas de acuerdo a lo que pasa en todo el país. Lo que puede servir en Santiago no necesariamente funcionará en Atacama o Puerto Montt. “Desde hace mucho antes de la pandemia, desde el año 2011 más o menos, en el marco del debate sobre la educación superior, ya se había tomado la decisión de que en un país pequeño como Chile era mucho más valiosa la colaboración que la competencia entre universidades”, afirma el doctor Flavio Salazar, vicerrector de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile y director adjunto del Instituto Milenio.
En otras palabras, nadie se puede dar el lujo de investigar solo. Hay enfermedades específicas donde se necesitan aportes de todos lados. “Para las investigaciones sobre el cáncer de vesícula biliar, desde hace bastante tiempo hemos creado redes de trabajo junto a la Universidad Católica, la Universidad de la Frontera de Temuco (UFRO) y la Universidad Austral de Valdivia (UACH). Esta enfermedad tiene una alta incidencia en la población de origen mapuche y se concentra en las zonas de Los Ríos, la Araucanía y Los Lagos. Chile tiene una masa crítica pequeña de investigadores y no hay ninguna universidad que por sí misma pueda dar respuesta a todos los fenómenos locales”, explica Salazar.
En el contexto de la pandemia, las universidades regionales se movilizaron en este gran consorcio nacional y así es como, por ejemplo, en la UFRO de Temuco se comenzó a realizar el estudio de la vacuna CanSino, que es dirigido por los académicos Fernando Lanas y Sergio Muñoz. “Muchos de nosotros nunca habíamos estado trabajando en un esfuerzo colaborativo de estas características. Por el contrario, nos desempeñábamos de manera aislada, en nuestra región”, dice el investigador Sergio Muñoz.
El doctor en Bioestadística contrasta además con la realidad de su zona: “La región de la Araucanía es la más pobre de Chile, con servicios de urgencia muy al límite y una cuarentena que no logra los resultados esperados. En ese sentido, la información y los datos que logremos nosotros acá son muy valiosos para todo el país”. El estudio de la UFRO de la vacuna CanSino es, según Muñoz, la que cuenta con más voluntarios en el país, superando las 3.500 personas.
“No creo en esa dicotomía de científicos buenos y políticos malos en esta emergencia mundial. Los investigadores no son ajenos a lo que pasa en el mundo ni a la política”.
Doctor Flavio Salazar
Desde Valdivia, las asociaciones se han desarrollado a nivel universitario, pero también con privados. La Secretaria Regional Ministerial (Seremi) de Ciencia y Tecnología de la Macrozona Sur, Olga Barbosa, cuenta una particular experiencia. “Se desarrolló un programa de vigilancia activa que se llama Vigía, a cargo de un equipo liderado por el doctor Claudio Verdugo de la Universidad Austral. Se realizaron en establecimientos con mucha población reunida, entre ellos los hogares de ancianos o las cárceles y se lograron resultados muy precisos a través de testeos con PCR. Para esto se llegó a tener el apoyo financiero de 600 millones de pesos de la organización de privados Reactivemos Los Ríos. En este momento los principales clientes de esta iniciativa de la UACH son las empresas de la zona. Lo interesante es que es una alternativa híbrida, con financiamiento estatal, académico y privado”.
La doctora en Ecología Olga Barbosa recalca que, además, los laboratorios de la UFRO en Temuco, la UACH en Valdivia y la Universidad San Sebastián en Puerto Montt se asociaron para colaborar con las salmoneras Mowi y Aqua Chile.
El ministro de Ciencia, Andrés Couve, destaca que la comunidad científica del país ha hecho “una gran diferencia” en cómo ha respondido Chile a la pandemia, y que su “espíritu de colaboración y el trabajo con el mundo público y privado ha sido excepcional”.
“A través de distintas iniciativas el conocimiento y el talento local han contribuido a la comprensión del virus y su impacto, y a la generación de redes y capacidades que servirán también para otras emergencias”, acentúa el secretario de Estado.
Ciencia versus política
En el año y un mes que ha pasado desde que la OMS decretó la pandemia, se ha perfilado de manera particular el rol de los científicos e investigadores en el concierto mundial. Su trabajo ha sido vertiginoso y a contrarreloj, siempre privilegiando la labor comunitaria, aunque no necesariamente con una recepción abierta de parte de las autoridades y los tomadores de decisiones. El conocido historiador y divulgador israelí Yuval Harari sostuvo en febrero en el periódico The Financial Times que el 2020 fue un año de logros científicos y fracasos políticos.
Es probable que aquel juicio estuviera guiado por el ejemplo de Estados Unidos. Según la mirada del doctor Flavio Salazar, la cuestión no es un problema de apenas dos dimensiones, no es en blanco y negro. “No creo en esa dicotomía de científicos buenos y políticos malos en esta emergencia mundial. Los investigadores no son ajenos a lo que pasa en el mundo ni a la política a pesar de que tal vez no sean totalmente conscientes de ello. Lo que falta es que los científicos se politicen y que los políticos basen sus estrategias en la evidencia y la verdad”, comenta.
Desde ICOVID Chile, iniciativa de académicos y profesionales que agrupa a la U. de Chile, U. Católica y U de Concepción con la colaboración el Mincyt y Minsal, el doctor Cristóbal Cuadrado tiene un diagnóstico complejo sobre el lazo de científicos y políticos. “Ha variado de país en país. Hay casos emblemáticos de muy buena sincronía, empezando por Nueva Zelandia. En Alemania también, donde la política de la canciller Merkel ha considerado muy activamente al mundo científico en la toma de decisiones. En el otro extremo están el Estados Unidos de Trump y el Brasil de Bolsonaro. En mi opinión también me parece que en Chile las voces de los investigadores han sido desoídas. Con esto último me refiero a que en Chile ha existido una excesiva politización de la pandemia, manejado con las lógicas partisanas de un lado a otro”.
El llamado consorcio de universidades es una iniciativa que al mismo tiempo permite monitorear y entregar respuestas de acuerdo a lo que pasa en todo el país. Lo que puede servir en Santiago, no necesariamente funcionará en Atacama o Puerto Montt.
La relación de los investigadores con los políticos es crucial en la medida que los presupuestos y los recursos siempre partirán desde las decisiones de los últimos. Hace 20 años se producían vacunas en Chile y hoy no. La Universidad de Chile tiene un proyecto de creación al respecto en el Parque Académico Carén y la Universidad de Antofagasta también trabaja en la misma dirección. Cualquier viabilidad y éxito dependerá del compromiso del Estado y en ese sentido hay opiniones diversas.
El doctor Sergio Muñoz, de la UFRO, estima que es factible, mientras que el médico Miguel O’Ryan de la U. de Chile prefiere mantener cautela. “No me parece que sea tan costoso o complejo en términos financieros. Desde el momento en que las vacunas se logran crear, la manufactura del producto se puede resolver en países como China o India, abaratando los costos”, puntualiza Muñoz. “No es llegar y producirlas. Es una tarea de altísima complejidad que implica desde la buena factura para ser aceptado internacionalmente hasta la colaboración con otros organismos. De lo contrario la costo-efectividad no es óptima”, concreta O’Ryan.
Pero cualquier discusión al respecto solo tiene sentido si es que hay espaldas económicas que sostengan los esfuerzos. En Chile, la ciencia sólo cuenta con el 0,38% del presupuesto nacional versus el 2,4 promedio de los países OCDE o el 4% de Israel y China. El doctor Salazar lanza una alerta: “Hay varias peleas pendientes. A pesar de la evidencia de la importancia de la investigación científica, la ciencia ni siquiera está en el debate de las necesidades del país. En un año de elecciones casi no se menciona la investigación entre las propuestas de los candidatos”.
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