Relatos y dolores en la Franja de Gaza
Dos chilenos y un palestino describen la situación que se vive en el territorio desde que estalló el conflicto entre Hamas e Israel. Un tío, una esposa y un padre detallan la incertidumbre que los acompaña hace dos semana. Y aunque ese sábado 7 octubre los tomó por sorpresa, aseguran que la repentina escalada es algo que internamente siempre supieron que podía suceder.
Incertidumbre y temor. Eso define en parte la situación en la Franja de Gaza. Saber que todo podrá cambiar de un momento a otro es el pensamiento común en ese territorio palestino. Tras el ataque terrorista de Hamas contra Israel y la posterior represalia israelí, las últimas dos semanas han sido de particular dolor, sufrimiento y la poca certeza de que varios ciudadanos vinculados con Chile puedan sobrevivir a bombardeos constantes. Eso, a ninguna de estas tres personas entrevistadas por La Tercera les deja dormir. La reacción de Gustavo, Beatriz y Kayed, al enterarse de que su sobrino, su esposo y sus hijos estaban en medio de los misiles, hoy los tiene desamparados.
Más de 10 mil chilenos viven en Israel y cerca de 3 mil en territorio palestino, lo que ha derivado en que la Cancillería enviara cuatro vuelos humanitarios que rescataron a al menos 400 de esos ciudadanos nacionales que quedaron atrapados en medio de la escalada del conflicto entre Hamas e Israel desde el 7 de octubre.
Pero hay otros que no lograron salir. Y, por eso, las alertas siguen latentes, sobre todo de sus familiares residentes en Chile, quienes han intensificado sus llamados en redes sociales para dar con el paradero de sus seres queridos, los que, en el mejor de los casos, se encuentran en medio de un fuego cruzado que, por ahora, no tiene un final cerca.
A través de un video de menos de un minuto viralizado en los últimos días en WhatsApp, Gustavo Zehnder, -chileno residente en Santiago- hizo un llamado: “Soy tío de Ghassan Sahurie, un niño de siete años que está en Gaza. No sabemos qué le sucede, por temas obvios no hemos podido contactarnos”, dice.
El hermano de Gustavo falleció hace cuatro años y en su video explica que su cuñada -llamada Narme- decidió llevarse a su sobrino de nacionalidad chilena a Palestina cuando tenía tres años. Hasta hoy, la última información que tiene es de hace dos días y con temor ahora cuenta que estos datos “pueden ir cambiando en cualquier segundo”.
Pero Zehnder no es el único que está pendiente desde Chile. En Santa Juana, Beatriz Soto sufre por su marido. “Perdí todo el contacto con ellos, estoy desesperada, no hallo a quien comunicar”, dice. Su esposo Yusif Abdul Hadi (79), el cual adquirió la nacionalidad chilena en 2012 y con quien ha vivido durante 55 años, estaba de visita por segunda vez en su vida en territorio palestino desde febrero de este año.
Con la voz quebrada, Beatriz expresa que “es difícil pensar que un día perderás completamente el contacto con tu esposo”. El último llamado fue después de tres días de iniciado el conflicto y lo que supo es que la casa de Yusif quedó devastada por los bombardeos. Y aunque está acompañado, su preocupación está en que su marido requiere de atención médica constante, ya que es un adulto mayor.
Kayed Hammad, un palestino que ha vivido por más de 40 años en Gaza, no se muestra menos apesadumbrado por conocer el territorio ni menos por haber convivido hace años con la tensión. Cansado y con la voz seca, explica que actualmente se encuentra en la casa de su hermana, junto a sus tres hijos y su esposa. Desde ahí asegura que desde ese lejano y cercano a la vez 7 de octubre a veces no tienen luz y el agua dejó de ser potable. “Tiene un sabor a mar” cuenta, antes de resumir que los afectados por el conflicto entendían hace rato que esto podría pasar en cualquier momento, ya que las tensiones en el territorio vienen desde mucho antes de que su familiares llegaran a vivir en el lugar.
De hecho, Gustavo, el tío del pequeño Ghassan, insitió en que la mejor medida era alejar a su sobrino del territorio, “pero esto siempre fue una decisión que tenía que tomar mi cuña”, detalla. Ante esto, cuenta que “de cierta manera estaba preparado, sabía que un día me iba a despertar en la mañana y alguien me iba a preguntar si me enteré de lo que está pasando en Gaza”. Por lo mismo, su sobrino tiene un pasaporte transitorio que, advierte, “está a pocos meses de vencer”.
La situación de Beatriz es distinta. Dice que nunca imaginó que iba a vivir una situación así. Y es que aunque anteriormente su marido quedó atrapado en 2017 durante nueve meses en la Franja de Gaza debido a un aumento del conflicito, gracias a la gestión realizada por Cancillería en esa oportunidad logró salir a través de un avión comercial. Beatriz sabe que la situación actual no es la misma, aunque, reconoce, ha tenido “todo el apoyo de las instituciones, pero hasta el momento no hay novedad”.
“La guerra se ha vuelto costumbre para algunos”, se resigna, por su parte, Kayed. Este ciudadano palestino explica que “pese a que el tema esté apareciendo en los medios de comunicación, esta no es la primera vez para nosotros”. Sólo a modo de ejemplo: uno de los hijos de él ha vivido siete escalamientos en los 15 años que tiene en la actualidad. “La normalidad para ellos es distinta a la de una persona normal”, señala frustrado.
Hoy por hoy, la vida adentro del territorio de Gaza cada vez es más compleja, desde dormir en el piso de los hospitales a estar semi despierto ante un inminente bombardeo. “Atienden a las personas en el suelo, operan sin anestesia, faltan todo tipo de medicamentos y estamos utilizando los congeladores de los supermercados para guardar los cuerpos de las personas que no han sido reconocidas”. Ese es el duro relato de Kayed.
Traslados constantes
La historias de estas tres personas tienen algo en común: la viviendas de sus familiares han quedado completamente destruidas, al punto de que movilizarse de casa en casa para evitar ser bombardeados es una costumbre. Al menos 98 mil hogares en la zona de Gaza están destruidas o dañadas, según indicó la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU.
“Estos días he cambiado de casa cuatro veces”, cuenta Kayed, quien hace unos días vivía en una torre de 12 pisos, pero por seguridad se cambió al hogar de su hermana. Al día siguiente de irse del lugar fue en busca de enceres que quedaron en las repisas de la cocina, los que jamás pudo retirar: cuando llegó vio que la torre estaba desplomada en el piso, por lo que agradece no haber estado en el lugar cuando se derrumbó. “Cuando este termine, lo más probable es que yo y mi familia estemos en la calle”, se resigna.
Resignación que, por cierto, se contrasta con una luz de esperanza que guarda Gustavo, al tener cierta información de que su sobrino Ghassan podría estar en el Hospital Al-Shifa. “Uno intenta no estar de brazos caídos”, dice. Y es que aunque no es información oficial, algunos cercanos le han dicho que el menor podría estar en el principal y más grande recinto sanitario del territorio de Gaza, acompañado de su madre, sus abuelos y del esposo de Narme.
Por su parte, Beatriz siente que la lejanía con su marido tras 28 años junta justamente es lo que más le angustia. No tener claridad de su ubicación es lo peor de todo, más que esté en el conflcito mismo. La mujer señala que en el último contacto con la hija de su marido se enteró de que podrían estar siendo trasladados al sur de la franja de Gaza por seguridad. “Lo único que espero todas la noches cuando estoy acostada es que estén abrigados y con alimento, nada más”, se esperanza, a pesar de que el miedo se ve expresado en su relato.
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