Los ritos para sepultar a los cuerpos ausentes de Caleta Tumbes
La comunidad ubicada a 12,1 kilómetros al norte de Talcahuano recuerda a los pescadores perdidosen el mar con una ceremonia que combina la espera de la búsqueda y los recuerdos tangibles de la persona ausente. Una tradición que data de 1700 y que marca a fuego la identidad de sus habitantes.
Desde que tiene memoria, Juana Labraña (59) recuerda cómo su papá y abuelos se embarcaban hacia altamar en la península de Tumbes para conseguir la mejor pesca que pudiesen vender en la caleta, ubicada a 12,1 kilómetros al norte de Talcahuano, Región del Biobío.
Tal como otros pescadores de la caleta, buscaban jaibas, jurel, reinetas, sardinas o caballa industrial.
Esas escenas se repitieron por más de 25 años, hasta que una tragedia marcó de golpe a Juana y su familia. El jueves 16 de diciembre de 1982, a través de la radio local, la Armada de Chile informó la pérdida de la embarcación pesquera “Chungaray” y de los 12 pescadores que iban a bordo, producto de una tormenta que volcó y hundió el barco. Entre ellas estaba su hermano mayor, Adolfo Labraña Daza. Tenía 28 años.
“En ese momento comenzó una búsqueda exhaustiva por parte de la Armada y vecinos del sector durante siete días. Pero como en ese tiempo los protocolos de búsqueda no eran tan avanzados, el encontrar con vida a los pescadores era casi imposible. Se logró dar con personas lesionadas y cinco fallecidos. Pero el cuerpo de mi hermano fue el único que nunca apareció; quedó como un náufrago en el mar”, relata Juana.
14 años después de la desaparición de Adolfo, la mujer perdió en el mar a Luis Roger, otro hermano que tenía 29 años al morir. En 1996 le ocurrió lo mismo a su sobrino Danny Cerda (23).
Junto a su hermana Rosa, Juana forma parte de “Deudos del Mar”, una agrupación que reúne a mujeres, hombres y familiares de pescadores de Tumbes que se han perdido en las aguas de la península. Con el fin de entregarles un recuerdo digno a sus seres queridos, esta se encarga de realizar rituales con las pertenencias que quedaron de los pescadores para luego enterrarlos en urnas ubicadas en un terreno en el extremo de la península de Tumbes, el que fue donado por la Armada de Chile.
“La urna no será habitada por un cadáver, sino por la ropa que mantiene una relación con la persona. Es la representación del desaparecido. Esto consiste en volver a presentar, poner en el presente lo que ya no está aquí ni ahora”, explica Berta Ziebrecht, co-autora del libro Cementerios Simbólicos Tumbas Sin Difunto: Pescadores Artesanales de la Región del Biobío.
Con una data histórica que sitúa a estas prácticas cerca del año 1700 -y que ha sido mantenida por las viudas y familiares del lugar- el pasado lunes 7 de octubre la ministra de las Culturas, el Arte y el Patrimonio, Julieta Brodsky Hernández, y la subsecretaria del Patrimonio Cultural, Carolina Pérez, entregaron el reconocimiento de Patrimonios Inmateriales de Chile a “los saberes y prácticas de la comunidad de Caleta Tumbes, asociados al rito fúnebre ante la desaparición de pescadores en el mar”.
Un sello distintivo del Biobío
El rito funerario que se realiza a los pescadores desaparecidos es una tradición que supera los tres centenios y que marca la identidad de los cerca de 1.344 habitantes de Caleta Tumbes.
Pese a que expertos han mencionado que sus características son similares a un velorio o funeral católico, en la península del Biobío poseen una característica diferente.
Al hundirse una embarcación se espera un tiempo cercano a los tres días. Si no aparecen los náufragos, se les vela 48 horas o más. Para ello se confeccionan pequeñas urnas de madera de cerca de 50 centímetros de longitud. En lo general, estas las fabrican familiares, carpinteros de ribera, y son compradas por la familia en alguna funeraria de la zona o donada por la empresa de Astillero y Maestranzas de la Armada (Asmar).
Tras ello, se reúnen las pertenencias que asocian la existencia de la persona desaparecida a objetos representativos que lo ligaron con su vida terrenal y sus seres queridos: ropa, juguetes, peluches y fotografías. La selección le corresponde la mayor de las veces a la madre, las hermanas y la esposa del difunto, pero hay excepciones en que participan personas que no tenían una relación directa con el fallecido.
“Aquí es muy relevante la cultura onírica que existe en torno a las ceremonias, pues a través de los cantos y oraciones, las viudas creen que los pescadores se aparecerán en los sueños para relevar su ubicación”, explica la historiadora Ziebrecht.
El rito continúa en la casa de algún familiar, donde en una habitación se coloca una mesa y en ella se suele poner una foto o dibujo del difunto y se deja la ropa en el medio, como si cubriera los restos del desaparecido. Alrededor se disponen velas y algunos objetos religiosos, dependiendo de la fe que profesen los deudos. Mientas tanto, la búsqueda de los desaparecidos continúa por las orillas del borde costero, en caso de que el mar pueda devolverlos.
“Dentro de nuestra comunidad la fotografía de los pescadores perdidos es muy relevante, pues sirve como un instrumento recordatorio de un ‘afín’ ausente. Esto recrea, simboliza y recupera una presencia que establece lazos entre la vida y la muerte. Representa la memoria de un pescador, hombre y familiar que no veremos más”, dice Teresa Bécar, exdirigenta social de Tumbes.
Tras cinco días, una vez finalizada la búsqueda, y si es que esta no tiene éxito, los familiares y cercanos caminan desde la casa del velorio hasta el cerro donde se ubica el cementerio de Tumbes. Los hombres llevan el “ataúd” vacío, mientras las mujeres caminan detrás de ellos con las pertenencias del pescador.
Tumbas sin difuntos
Estos ataúdes sin difuntos son depositados en un cementerio simbólico, considerado un lugar sagrado de veneración y de donde fluye protección para los habitantes de la caleta.
El terreno está ubicado en lo alto de la comuna, donde actualmente yacen 21 tumbas de pescadores. Desde ahí se ven con claridad las lanchas y botes que se multiplican cerca de la caleta y que se construyen mediante la carpintería de ribera a orillas del mar. “En este territorio se genera una unión familiar y una memoria colectiva entre todos los habitantes de la zona. Pese a que el terreno nos fue donado por la Armada, como familiares aún sentimos abandono social y humano”, dice Juana.
Gracias al cementerio, la comunidad de Caleta Tumbes comparte un sentimiento de pertenencia heredado por generaciones con el fin de recordar y dar un lugar físico a los náufragos que se han perdido en el mar.
“Hace años que no tenemos un naufragio en la zona, pero no nos cerramos a la idea de que vuelva a pasar. Mientras tanto el cementerio simbólico se ha vuelto parte de nuestra historia. Es el lugar en donde encontramos consuelo para una herida que nunca podremos cerrar”, concluye.
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