Pablo Camus, historiador ambiental: “Los años muy secos son años críticos en la historia”

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Próximo a publicar un libro sobre la incidencia del fenómeno de El Niño en dos siglos de historia chilena, el académico de la U. Católica pone en perspectiva la crisis climática y el quehacer humano. “Los tiempos humanos son más rápidos que los de la naturaleza: las acciones políticas, los proyectos que emprendimos hace 100 o 150 años, recién hoy se están expresando en todo su impacto”, plantea.


Correlación, se nos ha enseñado, no es causalidad, sino probabilidad de causalidad. No porque se produzcan paralela o consecutivamente dos hechos, dos fenómenos, uno es causa y el otro efecto: puede haber entre ambos, eso sí, más de un vínculo. Los historiadores profesionales parecen tenerlo más que claro, entre ellos Pablo Camus, docente de la Universidad Católica dedicado a una rama disciplinar no muy visible, pero que lleva décadas de desarrollo en Chile: la historia ambiental.

Estudioso de la historia de los bosques, la piscicultura, las invasiones biológicas y un largo etcétera, Camus lo es también de las relaciones entre clima, sociedad y crisis sistémica. En calidad de tal, está terminando un libro que vuelve a asociarlo con el premio nacional de Ciencias Naturales Fabián Jaksic: Clima y sociedad. El fenómeno de El Niño en la historia de Chile. Y si bien no habla de causalidades, constató durante la investigación conducente a este volumen más de una “coincidencia increíble”.

Un ejemplo de lo anterior está en un artículo de Camus y Jaksic aparecido en el último número de la Revista de Historia y Geografía de la UCSH -”Los temporales de 1982 y la crisis económica, política y social de la dictadura en Chile”-, donde se asocian las jornadas de aquel junio a una “crisis socioecológica” a la que se hizo frente a través de ollas comunes que, a su vez, incentivaron la creación de lazos sociales que en algo podrían explicar las protestas del año 83.

PEÑUELAS.
Peñuelas

Cuenta vía Zoom el autor de Ambiente, bosques y gestión forestal en Chile, 1541-2005, que la idea del nuevo libro es ver cómo puede un fenómeno climático acotado reflejarse en la historia republicana. Con ese fin confeccionaron una base de datos alimentada principalmente con las precipitaciones de Santiago, en Quinta Normal, entre 1820 y el 2020. “Y resultó que las coyunturas más importantes de la historia de Chile coincidían con periodos de sequías o inundaciones”, ya se tratara de El Niño o de La Niña.

En la misma tecla, no es que alguien les atribuya a las enormes inundaciones de 1877 y 1878 la ocurrencia de la Guerra del Pacífico, pero queda por establecer su aporte a la crisis económica que Aníbal Pinto denunciaba en el mensaje presidencial de 1878, que a su a vez resultó decisiva a la hora de la guerra con Bolivia. “No estamos diciendo que la inundación y las lluvias determinaron la guerra, sino que fueron un factor coadyuvante”, explica Camus, quien también ha observado que el muy acontecido 1924 (con el ruido de sables y la renuncia de Alessandri Palma incluidos) fue también el años más seco de todos los que estudiaron. Y ni decir de la sequía de 1968, con una reforma agraria que “empieza a repartir tierras, pero no agua”. Y así sigue.

¿Cómo inciden hoy los factores climáticos?

Los historiadores necesitamos una mínima distancia en el tiempo, es cierto, pero estamos también en una megasequía, y 2019 fue muy seco. El 2020 fue muy seco, pero no tanto, y ahora está sequísimo, y estamos en una tremenda crisis, aun si el Covid no tiene que ver. Los años muy secos son años críticos en la historia.

Del reciente informe de los expertos de Naciones Unidas se extrae que es muy probable que la última década sea la más calurosa del planeta en 125 mil años y que los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera no habían sido tan altos en al menos dos millones de años. ¿Qué impresión le dejó el informe?

Es lapidario, dentro de lo poco que uno puede decir. Hay toda una línea de investigación en ciencias sociales que habla del Antropoceno -que esto es culpa del hombre, de su acción sobre el planeta-, pero hay otra línea que está hablando del Capitaloceno: los que están emitiendo todos estos gases son contados países. Es súper fácil de hablar del Antropoceno y del hombre “malo”, pero el 80% de la humanidad está viviendo las consecuencias aun si tiene una incidencia mínima. El problema no se da en todas partes por igual: hay ciertos sectores del planeta donde hay que intervenir con más fuerza, que son los que están en esta economía desde hace 200 años. No somos todos, por decirlo de algún modo, aunque todos tenemos responsabilidades. A esta altura, estamos todos involucrados.

LAGUNA ACULEO
Laguna Aculeo

¿Qué puede aportar un historiador ambiental cuando es llevado de golpe al presente?

Un aporte que podemos hacer es el de la mirada de larga duración. Los tiempos humanos son más rápidos que los de la naturaleza: las acciones políticas, los proyectos que emprendimos hace 100 o 150 años recién hoy se están expresando en todo su impacto. Y lo que en algún momento se pensó que era bueno para restaurar ecosistemas, y que se hizo con la mejor de las intenciones, puede tener efectos que sólo vemos un siglo después. Aunque cada vez sabemos más, somos bastante ignorantes respecto de cómo funciona la naturaleza, de qué impactos podemos provocar en ella.

¿Qué problemas produce el divorcio entre los tiempos humanos y los de la naturaleza?

La temporalidad, en el fondo, es una forma de análisis. El tema con los bosques en Chile, por ejemplo, es que había que solucionar el problema de la erosión: se les ocurrió plantar pinos, y 200 años después se transformaron en una especie de tragedia. Quizá en lugares extremadamente erosionados los pinos habrían sido una buena solución, pero cuando esto se masificó a gran escala, se perdió el sentido. Entonces, tienes un problema, aplicas una política y ves su resultado en el tiempo largo. ¿Cómo se ve eso hacia el futuro? Quizá la reconversión eléctrica de toda la industria automotriz hoy parezca una panacea y en 100 años más van a decir que la cagamos. Que no era la electricidad. Uno no sabe.

El climatólogo Raúl Cordero dijo que hay una generación de nacidos en el siglo XX que vamos a morir con un clima significativamente distinto al que teníamos cuando niños. ¿Qué le dice esto del modo en que nos relacionamos con la variable climática?

Hay historiadores que plantean una aceleración de la historia que se vería reflejada en este cambio tan increíble, pero hay también una explicación a través de la tecnología. No sólo el clima, todo está cambiando brutalmente. Ahora existe una mirada para la cual la meteorología siempre está cambiando y, por lo tanto, no habría que alarmarse. Si miras las tablas de lluvia que hicimos, siempre hubo años de sequía en Santiago. Vicuña Mackenna [en su Ensayo histórico sobre el clima de Chile (Desde los tiempos prehistóricos hasta el gran temporal de julio de 1877)] establece que el clima de Chile es más o menos como lo estamos viendo ahora: años de extrema lluvia, probablemente por el fenómeno El Niño, y muchos años de sequía. Es complicado saber cuán definitivo es este cambio. Desde el punto de vista de la historia, uno ve que la caída del Imperio Romano ha sido explicada por un período de lluvias.

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El historiador ambiental Pablo Camus

El desarrollo de una “conciencia ambiental”, ¿cambia el escenario?

Históricamente ha habido conciencias ambientales que han cambiado cosas. Hubo dos leyes sobre los bosques en 1871 y 1872: ya estaban preocupados de la devastación forestal en Chile. Hay una ley sobre la corta de bosques en ciertos terrenos que impiden cortar los árboles cerca de las quebradas y los cursos de ríos. Después viene Federico Albert, este señor alemán que va generando una nueva conciencia que se expresa en la Ley de Bosques de 1931. Sin duda, los años 60 marcan un punto de inflexión, con personajes clave como Rafael Elizalde. En 1973, Arne Naess escribía sobre la “ecología profunda”. Muchos lo vieron como un loco, hasta hoy, cuando se habla de los rojos transformados en verdes, de los fundamentalistas. Hay una visión medio peyorativa, aunque hay algo que lentamente ha ido tomando mucha fuerza. Quizá muy lentamente. La función de la historia es hacerle preguntas al pasado para entender lo que está pasando ahora y, sin duda, hay una preocupación ambiental creciente. Sobre todo en los muchachos, que nacieron un poco con la crisis. Hay una demanda de conocimientos. Por otro lado, este tipo de historia está un poco más al servicio de otras disciplinas: a los ecólogos les interesa mucho, a los ingenieros forestales, a los agrónomos, a los geógrafos. A veces, la historia queda entrampada en temas muy interesantes, pero que no despiertan la atención del resto de las disciplinas, o del resto de la sociedad. En ese sentido, se está despertando mucho más interés en el conocimiento del pasado ambiental que en temas clásicos, como la construcción de Estado nacional.

¿Qué significa hoy tener esa conciencia ambiental?

Es complicado el tema. Yo mismo me pregunto, al final qué saco con ir a dejar al reciclaje el tarro de cerveza. ¿Cuánto impactará? Bueno, la suma de todas esas acciones comienza a impactar. Pero no basta con la conciencia del acto pequeño: hay que darse cuenta de que hay una crisis más global que nuestras pequeñas intervenciones. Por otro lado, hay autores como Julian Simon que han dicho ¿por qué nos preocupamos, si el hombre, con su inteligencia y creatividad, va a solucionar el problema? Él tiene esta lógica productivista, más liberal, de que vamos a salvarnos con más tecnología. Me caben dudas con eso.

Que sea una solución...

Claro. Ahora, la solución de la ecología profunda es más o menos que todos nos quedemos mirando las plantas y volvamos a un indigenismo. Bueno, uno dice… tampoco.

La idea de volver a economías pastoriles no parece muy integradora de la experiencia humana, ni muy practicable.

Por supuesto. No podemos desandar la historia. Hay muchas tecnologías que son muy útiles y están muy bien, y así es como podemos tener esta reunión por Zoom. Acá vamos al tema de la administración, de la gestión. ¿Quién gestiona qué y bajo qué supuestos éticos? Creo que por ahí va. No vamos a volver al pasado, pero si seguimos haciendo lo mismo y gestionando los bienes comunes del mismo modo en que los estamos gestionando, ahí sí que no hay retorno. Tiene que haber un cambio de perspectiva.

En 1974, el historiador Emmanuel Le Roy Ladurie constataba una serie de “calamidades naturales”, pero denunciaba los peligros de caer en un discurso apocalíptico o alarmista. ¿Qué puede pensarse hoy a ese respecto?

Primero, que la noción apocalíptica es muy antigua. Basta pensar en el libro de Georges Duby sobre el año 1000, o en las predicciones de Thomas Malthus sobre la población. Dicho eso, la situación actual es seria: es tal el afán de rentabilizar todo, que finalmente nos estamos quedando sin nada. Yo creo que el hombre tiene la capacidad de cambiar. No sé si vamos a terminar en Blade Runner, pero no creo. Me parece que se ha ido tomando una conciencia y que hay que sentarse a conversar, y convencer a los dueños del mundo de que se tomen en serio el problema.

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