Proyecto USS permite que alimentos donados por empresas sean entregados a poblaciones vulnerables
Uno de los graves problemas que enfrenta la humanidad es el desperdicio de comida. Con una inflación que está golpeando al planeta, a nivel mundial se contabilizan 2.500 millones de toneladas que son eliminadas. En Concepción, estudiantes y académicos de la U. San Sebastián, están profesionalizando el rescate de comida en el marco de la colaboración activa que mantienen con el Banco de Alimentos Biobío Solidario.
El noble trabajo del Banco de Alimentos Biobío Solidario ha transformado a esta instancia humanitaria en un referente nacional a la hora de recuperar o “rescatar” comida en excelentes condiciones de empresas que antes eliminaban.
Esta labor requiere de personas comprometidas, todas voluntarias, entre las que se encuentran estudiantes y académicos de la sede de Concepción de la Universidad San Sebastián (USS).
Bautista Espinoza es académico de Vinculación con el Medio (VcM) de la Escuela de Nutrición y Dietética, y trabaja desde 2015 en este exitoso proyecto social. Dice que los alimentos que obtienen son totalmente aptos para el consumo, pero que son apartados de la venta por diferentes razones, como malformaciones, tamaños diferentes, proximidad de vencimiento, entre otros factores, y se distribuyen a organizaciones más vulnerables. Lo que se dona no son alimentos vencidos.
El docente afirma que “generalmente, los supermercados sacan de las góndolas alimentos que están a 15 ó 20 días de vencer, como arroz, fideos, azúcar; y como no pueden comercializarlos, se lo entrega al Banco de Alimentos para ser distribuidos a los beneficiarios, con el compromiso de que ese producto se consuma dentro del plazo que establece la etiqueta. Si bien hasta hace unos años atrás, solo aportaba jugos, bebidas, lácteos, frutas y verduras, hoy se reciben donaciones de empresas de carnes, pescados y congelados. Entonces, nosotros, entre otras cosas, los asesoramos técnicamente para repartirlos y resguardarlos”.
Es en este soporte que, desde el 2017, muchas carreras de la USS se han sumado, desde su área del conocimiento: Nutrición, Trabajo Social, Administración Pública, Ingeniería en Energía y Sustentabilidad, incluso programas de postgrado han aportado cada vez más soluciones a este voluntariado.
Pero el inicio no fue fácil. Comenzaron tímidamente cosechando en campos agrícolas, principalmente frutas desechadas por gramaje o malformaciones. Pero, el voluntariado de la USS hoy ya se ha posicionado a nivel de asesores, investigadores y actores importantes en la labor del banco.
Bautista Espinoza, emocionado, cuenta que “en los primeros años, íbamos a la Vega Monumental y capacitamos a los locatarios para que aquellos alimentos que no se comercializaban, por ejemplo, los plátanos con pintas cafecitas, no los botaran, que los guardaran para donarlo al banco. Junto con ello, los alumnos y académicos de la carrera de Trabajo Social hacían perfiles de los beneficiarios, definiendo si eran personas de bajos recursos o de poblaciones vulnerables para poder acceder a estos beneficios, aprendieron de la administración y logística. Y la carrera de Administración Pública, por su lado, ayudaba a las organizaciones a que sacaran personalidad jurídica, pues sin esto, no podían ser beneficiarios, entre otras cosas. Es decir, nos fuimos transformando en un aporte integral de esta iniciativa social”.
Sumado a esto, los voluntarios de la USS han realizado caracterizaciones de cumplimientos de normas sanitarias a las organizaciones beneficiarias del banco de alimentos, capacitaciones a los manipuladores de alimentos y, durante la pandemia, realizaron cápsulas educativas audiovisuales que se han enviado a través de las redes sociales al banco de alimentos y a los operadores, con el fin de guiar y ayudar a aprovechar al máximo los alimentos que circulan.
Junto con ello, se crearon aplicaciones de internet para medir cuánto alimento se desperdicia a nivel domiciliario, con el fin de concientizar a las personas, en términos monetarios, llegando a una cifra de hasta $8.000 mensuales por familia”.
Los desafíos de las empresas
El desperdicio de alimentos es un asunto desafiante a nivel global, con graves consecuencias al medio ambiente, como la utilización de recursos como la tierra, el agua y la energía a la hora de producir alimentos. Es por esto por lo que, uno de los indicadores en los que está trabajando la USS, tiene que ver justamente con la investigación de la huella de carbono que emiten cada una de las donaciones al banco de alimentos, con el fin de impactar de manera propositiva a la concientización de la comercialización y consumo, dando un argumento poderoso a las empresas que efectúan reportes anuales de sostenibilidad.
Recientemente, la USS comenzó a tomar muestras de cuatro alimentos que se estaban botando para identificar y dimensionar su huella de carbono. Este resultado, aún en proceso, tendrá un impacto importante en el rubro.
En ese mismo sentido, se ha comprobado que la mayor pérdida de alimentos se genera a nivel de producción primaria y a nivel domiciliario. Esto significa que, en cuanto al primero, se requiere implementar más tecnología y mejorar el transporte y las cadenas de frío. Con respecto a los hogares, el académico Bautista Espinoza comenta que “hay poco conocimiento en torno a lo que se puede hacer con los alimentos. Tenemos que, primero que todo, dejar de discriminar estos “alimentos feos”, como las zanahorias que crecieron chuecas, y comenzar a considerarlas como igual a cualquier otra. Y segundo, tenemos que avanzar en educación”.
Si bien la industrialización del proceso productivo ha permitido alimentarnos a todos, las personas han ido perdiendo el vínculo con el alimento. Por ejemplo, hoy, los niños pueden botar cosas a la basura y no darse cuenta del valor que tienen, porque no saben lo que es cosechar o lo que vale una fruta o verdura y lo que genera desecharlo.
Es más, según el último informe WWF, la contribución, a nivel mundial, del desecho de comida a vertederos, aporta un 10 por ciento de todas las emisiones de gases de efecto invernadero, equivalente a casi el doble de las emisiones anuales que producen todos los autos que circulan en Europa y Estados Unidos.
En Chile, el desafío que viene es poder transformar toda la materia desechada en compostaje o alimento para los animales y, así, lograr cerrar el círculo completo en el rescate de alimentos.
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