¿Cómo afectará a nuestro clima el aumento en las temperaturas del océano?

Antártica
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Expertos de la UNAB, la Universidad de Chile, el Instituto Antártico Chileno y el Ministerio de Medio Ambiente, entre otros, explican los efectos del calentamiento global y como un Niño que aún no se puede predecir del todo podría traer más precipitaciones y más frío que el año pasado. En la Antártica, en tanto, el cambio climático también deja su huella y proyecta futuras complicaciones en nuestras costas.



Los últimos registros de temperatura del agua en la Antártica constatan aumentos que sólo se esperaban para cien años más. Efecto directo del calentamiento global, que nos pone a prueba incluso con los deshielos antárticos porque somos un país, no sólo vecino del continente blanco, sino uno particularmente vulnerable en todo sentido. Esto, por un lado. Por otro, en marzo pasado la Administración Nacional Atmosférica y Oceánica de Estados Unidos (NOAA) anunció el fin del fenómeno La Niña. Es decir, se nos viene ahora El Niño, después de casi tres años y medio, justo para un invierno que podría traernos más agua, pero que, dadas las condiciones impredecibles del planeta, es de esperar que no nos sume más problemas. Por falta o por exceso.

La situación de Chile no es muy positiva. Carlos Neves, oceanógrafo y académico del Centro de Investigación Marina CIMARQ de la Universidad Andrés Bello (UNAB), indica que en las últimas décadas hemos visto un incremento en los episodios de marejadas extremas y un descenso en los cursos de agua y napas freáticas (acumulación de agua subterránea), como en el caso de Petorca, lo que conlleva un avance del proceso de desertificación hacia el sur. También, alteraciones en los cambios estacionales. “En los años 70-80 teníamos en la zona central cuatro estaciones bien marcadas; actualmente son prácticamente dos: un otoño tardío más o menos crudo, dependiendo de los episodios Niña o Niño, y un período estival. Un ejemplo son los azahares de cerezos, que solían florecer a mediados o fines de septiembre y que hoy lo hacen en agosto. Es decir, la primavera se adelanta en un mes”.

El académico destaca también, entre los fenómenos más verificables, las anomalías atmosféricas asociadas a viento o granizo; las pequeñas trombas marinas o microtornados de baja escala; el retroceso progresivo de playas expuestas a oleajes o marejadas; el cambio en la sedimentología de playas, y el aumento en episodios de crisis respiratorias en infantes y tercera edad en las grandes urbes.

QUÉ PASA EN LA ANTÁRTICA

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El borde del glaciar Vanderford, uno de los principales glaciares de salida que parece adelgazarse y retroceder en Wilkes Land, Antártica oriental. Foto: Richard Jones

Manuel Paneque, académico del Departamento de Ciencias Ambientales y Recursos Naturales Renovables de la Universidad de Chile, dice que la Antártica, que funciona como un regulador del clima del planeta, es una de las regiones que ha sufrido el calentamiento más rápido. “En sólo 60 años, su temperatura media ha aumentado casi 3 ºC, lo que impacta en los glaciares y significa que todas aquellas plataformas de hielo estables ahora corren peligro”.

El aumento de las temperaturas en el continente helado tiene repercusión a distintos niveles, desde el deshielo de los glaciares hasta el riesgo para la supervivencia de especies vitales para el ecosistema antártico. También se ha evidenciado que la vegetación ha crecido cada vez más rápido allí en las últimas décadas como consecuencia del cambio climático.

César Cárdenas, doctor en Biología Marina e investigador del Instituto Antártico Chileno (Inach), indica que, en términos de temperatura, el patrón en la Antártica es bastante especial, porque si bien ha habido calentamiento en algunas de sus zonas, éste ha sido más lento que en el promedio de las aguas de los océanos del planeta. Mientras hay masas de agua que han subido su temperatura, otras la han bajado. Sin embargo, las aguas profundas sí se han temperado más rápido y son éstas, precisamente, las que están provocando los mayores cambios. “Estas masas de agua que vienen de la profundidad emergen al llegar a la costa de la zona antártica y esto hace que esta temperatura más cálida produzca el derretimiento de los glaciares o la pérdida de hielo marino. Así se dio especialmente este último año, cuando se batió el récord de menor extensión de hielo marino en el océano Antártico”.

Los organismos que viven allí, que han crecido y evolucionado en un ambiente muy frío y estable, no están preparados para responder de buena manera a las alzas de temperatura. “El krill se ha visto afectado; de a poco está migrando hacia el sur, donde están las aguas más frías, en circunstancias de que antes se distribuía ampliamente a lo largo de la península, incluso hasta el Arco de Scotia por el norte. Esto tiene efecto sobre otros organismos que dependen de él, como el pingüino Adelia, uno de los grandes perdedores por estas alzas de temperatura. Habrá muchos cambios en el ecosistema marino antártico”, puntualiza el investigador.

Acota que se espera que en un escenario de bajas emisiones de CO2 la temperatura del océano Antártico en promedio suba en 0.5 grados, mientras que en un escenario de altas emisiones podría subir en 1.7 grados. Esto, proyectado al año 2100.

NUESTRA VULNERABILIDAD

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El oceanógrafo Carlos Neves dice que existe evidencia científica sobre un aumento gradual de la temperatura media del planeta desde el inicio de la era industrial a la fecha, situación que no se ha logrado revertir. “Este aumento, sólo en décimas de grados, provoca la exacerbación gradual y anómala de eventos extremos, temperaturas más bajas y altas de lo usual en atmósfera y medios acuáticos, lo que modela el clima generando situaciones extremas de vientos, como ciclones, huracanes, tifones y trombas, y también marejadas de alturas mayores y un aumento del nivel medio del mar, entre otros efectos”.

La ministra del Medio Ambiente, Maisa Rojas, coincide y señala que las proyecciones indican que los eventos climáticos extremos serán cada vez más frecuentes e intensos. Un efecto doloroso es la sequía, “sin duda el principal impacto que vivimos en el país, la más intensa de los últimos mil años si consideramos su duración y extensión territorial”. Si a ello le agregamos las olas de calor, aluviones, incendios forestales y aumento del nivel del mar, entre otras consecuencias que estamos experimentando, caemos en una gran verdad: Chile es un país vulnerable. La ministra especifica: “De hecho, poseemos siete de los nueve criterios de vulnerabilidad establecidos por la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Por eso cobra importancia que tengamos una Ley Marco de Cambio Climático, una normativa que establece un norte claro: ser carbono neutrales y resilientes al clima a más tardar al 2050″.

En ese sentido, detalla, hay que entender que el desarrollo sostenible no es una opción, sino una condición en sí. “No podemos seguir con un modelo que, para aumentar el bienestar de las personas, dañe el medioambiente. Tenemos que dejar atrás la falsa dicotomía entre crecimiento y naturaleza, y posar la mirada más allá del tamaño de la economía -afirma-. Es una transformación que, para tener éxito, debe integrarse en el ADN de las decisiones y a todo nivel: debe ser empujada por todas y todos, incluidas las empresas, los municipios, las organizaciones y, por supuesto y con mucha fuerza, el Estado en su conjunto”.

Manuel Paneque destaca que desde hace 50 años las precipitaciones en la zona central han disminuido 5% por década, y ese es uno de los primeros efectos del cambio climático en Chile. La mala noticia es que la proyección indica que esto se irá profundizando.

El académico y su equipo analizaron las tendencias de temperaturas y precipitaciones en 400 puntos del país para todo el siglo XXI (https://doi.org/10.1007/s00382-020-05231-4). Los resultados les permitieron identificar las señales de cambio climático en las distintas macrozonas de Chile, bajo distintos modelos de simulación, para tres períodos: 2016-2035, 2046-2065 y 2081-2100.

“En cuanto a temperaturas mínimas y máximas, se proyecta un aumento de hasta 2 °C para todo Chile en el período 2016–2035, aunque hay algunos modelos que determinaron un incremento de hasta 4 ºC en la temperatura máxima en la época invernal en la zona centro del país bajo el escenario más pesimista -describe Paneque-. Es importante destacar que esta situación ya está ocurriendo. El año 2019 se registró una temperatura máxima 1ºC superior al promedio, mientras que la temperatura mínima fue 0.6ºC más alta que el promedio”.

En cuanto a estimaciones de precipitaciones, a nivel general se prevén disminuciones de entre un 20% y un 80% entre las regiones de Valparaíso y Aysén, siendo mayor entre las de Coquimbo y O’Higgins. También se aprecia un incremento leve en las precipitaciones estivales en el Altiplano, que podría llegar hasta un 20% o un 40% en el período estival.

EL NIÑO

El ítem ‘agua’ preocupa especialmente este año, cuando estaremos con el fenómeno del Niño. ¿Habrá más precipitaciones? Y de haberlas, ¿implicarán algún grado de peligro? Diego Campos, meteorólogo de la Oficina Servicios Climáticos de la misma institución, expresa que los inviernos bajo el efecto del Niño suelen estar relacionados con un aumento de lluvias, pero eso ya no está tan claro. “La relación entre El Niño y las precipitaciones se ha debilitado en los últimos años. Por ejemplo, dos eventos El Niño muy intensos, en 1997 y 2015, tuvieron un impacto muy distinto en las lluvias invernales. Mientras el invierno 1997 fue uno de los más lluviosos en el registro, el de 2015 se sumó a la megasequía a pesar de su presencia. Esto genera mucha incertidumbre a la hora de los eventuales impactos. No se sabe realmente si este año puede ser similar a los años lluviosos en los Niños de hace un par de décadas”.

Patricio González, agroclimatólogo y académico de la Universidad de Talca, aclara que El Niño traería un invierno de menores temperaturas que 2022 y la posibilidad de una mayor cantidad de lluvias, pero siempre dentro de un fenómeno que podría tener características de débil a moderado.

Añade que aunque aumenten las precipitaciones, se descarta que esto ponga fin a la sequía que se registra en el país por cerca de 15 años. “Desde que comenzaron el cambio climático y la megasequía, pareciera que El Niño ha perdido intensidad, por lo que no hay que tener mucha esperanza de que este evento vaya a tener lluvia de consideración o que se pueda romper este ciclo de escasez hídrica”.

Los efectos del Niño se comenzarían a sentir a fines del primer semestre. “Hay una probabilidad sobre el 60% de que se perciba desde julio hasta finales de año. En esta etapa vamos a estar en un fenómeno de transición, en lo que se llama ‘Niño neutro’. Esto significaría que lo más probable es que tengamos baja pluviometría durante el otoño. Vamos a tener bastante frío y heladas que van a empezar en el mes de mayo y se extenderán por junio y julio, junto a la baja temperatura”, puntualiza el científico.

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