La brecha digital de los adultos mayores en pandemia
Cuando estar separados es la clave para prevenir contagios de coronavirus, la tecnología abre una ventana para que las personas se reencuentren con sus seres queridos sin salir de casa. Pero para quienes nacieron antes de que la televisión llegara a Chile puede no ser fácil. Cuatro adultos mayores comparten sus éxitos y tropiezos con la tecnología en medio de la cuarentena.
Hace cinco años Sonia Titze (66) se metió a un computador por primera vez. Trabaja en Las Ursulinas de Maipú, colegio en el que desempeña como profesora desde hace 43 años y del que ella misma egresó. Es la docente que más tiempo lleva en el establecimiento. Por esta razón, dice que siempre la han regaloneado. La secretaría subía las notas por ella al sistema, y sus amigas le hacían las presentaciones en PowerPoint. Ella se limitaba a enchufar los cables en la sala de clases. Pero la pandemia cambió todo. La secretaria le pregunta cómo va a hacer sus clases online. La profesora responde a modo de broma que la solución sería tener una secretaria privada, porque la tecnología no es lo suyo.
Titze estudió pedagogía cuando a los profesores de básica se les enseñaba a escribir letras con palitos de helado y tinta china. Para ella no hay nada como las clases presenciales. Le gusta mirar la cara de las niñas de primero y segundo básico a las que les hace clases de alemán, arte, orientación y ciencias naturales y sociales. Dice que solo así puede conocerlas realmente y saber qué les pasa. Ahora, debido a la pandemia, solo puede verlas a través de Zoom.
Mi hija me explica, lo anoto. Y después lo vuelvo hacer, lo intento. Pero no me siento cómoda con el tiempo que gasto
Sonia Titze (66)
A la sexagenaria no le gusta la tecnología, nunca le ha gustado. Su hija la metió a Facebook e Instagram, pero no usa las aplicaciones. Sabe guardar archivos en una carpeta virtual, pero prefiere las archivadoras. Sus hijos la incentivan a que cambie de celular para que se modernice. Le dicen que será más fácil, pero ella lo pone en duda. Tiene un teléfono touch desde hace poco y reconoce que le ha costado usarlo. Aunque no quiere, debe pasar buena parte del día frente al computador, "el aparatito" que no le gusta nada. Según un estudio de la Subsecretaría de Telecomunicaciones presentado en 2018, el 60% de las personas entre 60 y 75 años nunca ha utilizado un computador.
Aunque admite que las clases online no se le han hecho tan difíciles debido a que recibe ayuda de otros profesores y también de sus hijos, Titze siente impotencia debido al tiempo que pierde al preparar sus clases. "Si supiese que esta tecla se aprieta aquí, que sale esto, que abres una ventana... Mi hija me explica, lo anoto. Y después lo vuelvo hacer, lo intento. Pero no me siento cómoda con el tiempo que gasto", comparte la profesora. Durante estos meses, se ha quedado despierta hasta la 1:00 am para preparar sus clases del día siguiente. Ella estaba acostumbrada a hacer todo en el colegio. Llegaba a las 7:00, atendía apoderados, preparaba sus clases, y entre las 14:30 y las 15:00 se iba a su casa.
La docente confiesa que en ocasiones se siente insegura, por temor a hacer el ridículo en cámara o a que no le resulte lo que tiene planeado. El geriatra de la Clínica Las Condes Felipe Salech explica que es clave considerar la accesibilidad de los aparatos tecnológicos en su interacción con adultos mayores. "Si tú les das una interfaz en que la información se abre a través de pop ups y tienen letras pequeñas, poco contraste, mucha información en un espacio muy pequeño, en general, las personas mayores no tan acostumbradas al uso de la tecnología tienden a confundirse", plantea el profesional. La reacción a esa confusión suele ser el miedo y el rechazo a usar nuevos aparatos.
Gracias a la ayuda de su hija de 30 años, Sonia Titze es capaz de meterse a Zoom sola. Reconoce que sus clases podrían ser mejores, pero asegura que hace lo mejor que puede. "Yo creo que todas las veces va mejorando más. Las niñas también se van adecuando más al cuento. Se miran en las cámaras, hacen caritas, las bien portadas se sientan ordenaditas", cuenta. Como solo alcanzó a conocerlas por dos semanas, consiguió fotos de las niñas, quienes se refieren a ella como "frau Sonia", para lograr reconocerlas. La profesora dice que este será su último año en el colegio, pero es algo que ya ha dicho en años anteriores y no se ha cumplido.
Los primeros pasos
Una máscara de soldadura y guantes son los instrumentos que Camilo Torres (73), soldador, necesitó durante toda su vida profesional. Su oficio era más práctico que teórico, por lo que durante la mayor parte de su vida se mostró reacio a sumarse a los avances tecnológicos. No le interesaba, porque él sabía hacer bien su trabajo con sus manos y su cabeza. Así lo había hecho siempre y estaba conforme.
Sin embargo, con el pasar del tiempo, la tecnología revolucionó la soldadura. Sus colegas le comentaron que un computador podía hacer un dibujo técnico de los que él hacía con lápiz y papel con ciertos parámetros ya establecidos. "Uno estaba acostumbrado a hacerlos físicamente, en terreno, llevando las medidas, buscando todos los medios que uno creía", recuerda Torres. Ver que otros podían hacer sus diseños en un computador de forma más rápida lo motivó a probar. Se decidió a tomar un computador por primera vez a sus 68 años. Lo intentó, pero no le gustó. Prefiere su técnica, manual, porque es el terreno el que marca el camino a seguir de sus proyectos.
Aunque el dibujo técnico virtual no lo satisfizo, no se detuvo ahí. Sus tres hijos, de 43, 42 y 32 años, se han encargado de explicarle si tiene dudas con su celular o su computador y lo han incentivado a usar internet y aplicaciones móviles. Gracias a ellos aprendió a hacer transferencias electrónicas. Agradece eso, porque ahora no tiene la necesidad de exponerse a contagios al ir al banco, ni tiene que cargar plata en sus bolsillos.
Camilo Torres recuerda a tres pacientes de más de 90 años que ha podido controlar a través de videollamadas que ellos mismos efectúan.
Los incentivos han funcionado, pues hoy está muy interesado en buscar información sobre los medicamentos que toma a raíz de un accidente cardiovascular que tuvo en 2007. Cuando un médico le receta un nuevo medicamento, le gusta ver videos en YouTube de doctores o pacientes que comparten sus experiencias. También le interesa leer las contraindicaciones que el fármaco podría provocar. Así siente que está mejor preparado para su siguiente cita con un especialista.
Los tres hijos de Torres viven en Santiago. Ellos le enseñaron a usar las videollamadas de WhatsApp antes del confinamiento. De esta forma, puede ver a través de la pantalla de su celular a sus siete nietos y dos bisnietos. Con su nieta menor, de cuatro años, siempre prefiere la videollamada, porque a ella le alegra mucho ver a su abuelo, a quien no puede visitar por ser población de riesgo. A comienzos de este mes, también en una videollamada, pudo ver a su bisnieto menor, de un año, dar sus primeros pasos.
El doctor Salech, quien también se desempeña como investigador en la Red Trandisciplinaria sobre Envejecimiento de la Universidad de Chile, sostiene que la tecnología abre nuevas opciones de interacción entre un médico y su paciente. Durante la pandemia, al geriatra le ha tocado atender adultos mayores por videollamadas. Sin embargo, descarta que sea una novedad propia de los tiempos de cuarentena. Lo que hizo la pandemia fue aumentar el uso de este tipo de interacción. El profesional recuerda a tres pacientes de más de 90 años que ha podido controlar a través de videollamadas que ellos mismos efectúan.
Un grupo heterogéneo
Olga Faúndez (82) vive en una casa en San Miguel con tres de sus hermanas, que van desde los 80 hasta los 64 años. Juntas cuidan a su mamá, de 102. Aunque es la mayor, ella es la encargada de enseñarle a una de sus hermanas menores cómo funciona un computador o un celular. Le gusta la tecnología, desde joven le ha gustado. Ríe cuando cuenta que su primer acercamiento a los computadores fue tardío, pues, dice, ella es de la época de los teléfonos a cuerda, los que se movían con una manivela.
La octogenaria era profesora normalista, de las escuelas normales extintas en 1974, y también de inglés. Fue cuando enseñaba un segundo idioma a los niños del Colegio Cambridge, en Providencia, que le tocó enfrentarse a un computador por primera vez, en 2002, tres años antes de terminar su carrera profesional. Le tocó estar a cargo del laboratorio de idiomas, aunque poco sabía de tecnología, pero eso no la detuvo. "Los profes siempre nos la hemos tenido que arreglar para aprender casi solos", asegura Faúndez.
“Hice el Instagram de pura pesada que soy, porque mi sobrino decía que no era para mí. Siempre desafiamos a los cabros más jóvenes”
Olga Faúndez (82)
La mujer se considera autodidacta. A ella le interesaba usar el computador para hacer pruebas bonitas a los niños a los que les hacía clases. Se las ingenió para cortar y pegar dibujos en ellas. Y lo hizo sola. Recuerda que el profesor de Computación del colegio se mostraba reacio a que ella interviniera. "Típico de los varones que creen que ellos saben más cosas y que las viejas no servimos para nada. Yo peleaba mucho con él, le decía que estaba equivocado, que las viejas sí servimos. Terminó convenciéndose de que era cierto", dice entre risas.
Faúndez considera que es "una vieja intrusa" y "competitiva". Su sobrino (26) se creó una cuenta en Instagram y no quería que su familia viera su perfil. Ella se metió al computador, investigó y lo encontró. Y después se hizo su propia cuenta. "Si me dicen que no puedo hacer algo, yo lo hago", advierte. "Hice el Instagram de pura pesada que soy, porque mi sobrino decía que no era para mí. Siempre desafiamos a los cabros más jóvenes", señala. Así aprendió a usar redes sociales y a comprar por internet. Instagram le cuesta un poco, porque no sabe qué subir. A veces sube fotos por accidente. Ella explica que tiene los "deditos gordos" y que ha perdido sensibilidad. En ocasiones se encuentra de sorpresa con una videollamada que hizo por accidente.
En los últimos tres meses, se ha esforzado en explicarle a su hermana menor, de 80, que la tecnología facilitaría algunos aspectos de su vida. "Ella se niega a aprender todo, no quiere saber nada. Apenas se maneja con el teléfono, se equivoca". Faúndez le insistía desde antes de la pandemia que sacara una cuenta corriente para poder hacer transferencias electrónicas y no tener que ir al banco, pero no había querido. "Ahora es un problema salir a cobrar un cheque. Recién la convencimos de que sacara cuenta rut", cuenta. Faúndez la ayudó a lograrlo a través de internet.
Paradójicamente, lo que tienen en común las personas de la tercera edad es que son muy distintas entre ellas. Lo que para alguien mayor de 60 puede ser rutinario, para otros puede ser imposible, pues el segmento se caracteriza por ser heterogéneo. El doctor Salech postula: "Podría haber una persona mayor completamente autovalente, que trabaja, que viaja en Transantiago, que hace todas sus cosas. Pero en ese mismo grupo etario podría haber una persona que le diagnosticaron Alzheimer hace 10 años y estar en una etapa avanzada de la enfermedad y con mucho deterioro cognitivo. Cuando uno habla de la población mayor, todo depende".
El estereotipo de abuela
Carcajadas deja oír al teléfono Patricia Correa (64) cuando recuerda que su nieta menor le decía que ella no podía ser abuela, porque tenía celular. A la niña le llamaba la atención que Correa usara un teléfono móvil tan activamente como sus padres. Desconocía que la tecnología no era nada nuevo para su abuela.
Patricia Correa se desempeñó como enfermera por 40 años, hasta enero del 2008. Empezó a usar computadores activamente en el hospital San Juan de Dios, cuando fue enfermera supervisora, en 2002. Admite que sintió susto al principio, pues no quería meter la pata con alguna tecla. "Típico que uno como defensa dice: '¡No sé qué hizo!', pero es uno que hace las cosas mal, hasta que poco a poco se va agarrando confianza mientras más se va usando", sostiene Correa. El doctor Salech explica que la mayoría de las personas que tienen entre 60 y 65 años se desenvuelve muy bien con la tecnología, porque se la han podido introducir en sus vidas en los últimos años y la manejan.
“No salgo a pagar cuentas, no salía antes ni salgo ahora tampoco”
Patricia Correa (64)
Correa estaba a cargo del personal y era fundamental saber hacer plantillas en Excel. Recuerda que antes era todo manual. Los datos de atención eran pequeñas cartas de cartón de forma cuadrada. Al final del turno de 12 horas, tenía que contar uno por uno, y a mano, todos los procedimientos que se habían hecho durante la jornada. "Invertías parte del turno en entregar esa contabilidad, para luego pasarlo a otro libro también escrito", refiere.
Desde las plantillas no se detuvo. Actualmente tiene WhatsApp, Instagram, sabe hacer videollamadas, ordena sus cuentas en planillas Excel y las paga a través de aplicaciones. Descarga las apps y las usa hasta manejarlas completamente. Todo lo hace por su cuenta. Solo ha necesitado ayuda de uno de sus hijos para guardar un respaldo de sus fotos en la nube. "No salgo a pagar cuentas, no salía antes ni salgo ahora tampoco", dice Correa. Para pasar la cuarentena, se entretiene con Netflix y con la app de Sudoku en su celular. Le encantaría y no descarta aprender a usar aplicaciones de animación que mezclen audio y video.
Patricia Correa se caracteriza por ser sociable. Dentro de su grupo de amigas, hay una señora, 10 años mayor que ella con la que es más complejo mantener el contacto en cuarentena. "Es súper cariñosa, pero ella no sabe mandar WhatsApp. Los lee, pero no le gusta, no sabe, le cuesta más, no sé. En ese caso, yo la llamo, trato de llegar a ella. Me preocupó y llamo yo", cuenta Correa. Incluso ha visto personas menores que ella que le tienen miedo a la tecnología, pero afirma que todos pueden si se lo proponen.
La abuela intenta evitar las videollamadas con sus hijos y nietos, porque le da pena no poder tenerlos cerca. Sin embargo, esa regla no corre con sus amigas, casi todas de la tercera edad. Se reúnen en videollamadas de WhatsApp o Zoom para hacer de la cuarentena algo más agradable.
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