Latente obsesión

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Dicen que un artista tiene que vivir con un poco de obsesión para hacer su trabajo. Nosotros creemos que es cierto, y esta casa así lo demuestra. Fernando Cifuentes Soro, pintor chileno con una vasta carrera, creó este espacio como reflejo de su arte y su pasión por su libertad creativa. Reflejo de su alma y de su espiritualidad, una casa de formas arquitectónicas complejas, pero que hace un pacto con su vida.




Esta es una casa rara, excéntrica tal vez. Formas geométricas como hexágonos definen sus líneas arquitectónicas. Y aquí vive Cifuentes Soro, un hombre, pintor, de casi 60 años, excéntrico también, envuelto por su obra de pies a cabeza. Él mismo dice que no se imagina viviendo en otro lugar. Él medita a diario, él inhala y exhala junto a la naturaleza fantástica que se resume a los pies de los enormes ventanales de su casa.

Cifuentes Soro no se define –y no define su obra– bajo un solo estilo. Claro, no es figurativo, es abstracto. Pero según nos cuenta, la invención, como concepto, en su vida es la clave. De formación arquitecto, siempre ha seguido en su forma de trabajar y de vivir, la invención. "Picasso decía yo no busco, yo encuentro. Él encontraba a través de su experiencia, encontrando cosas. Yo en cambio, ni busco, ni encuentro, yo invento. Siempre estoy en una suerte de alquimia buscando algo", explica el artista. Y así es como pinta, y así es como se define su casa, radiante, enorme, sorprendente.

El laberinto

Si uno se sitúa en la entrada de la casa, no puede dilucidar nada. No ves el living ni el comedor, solo ves recovecos, una altura impresionante de los cielos, y la naturaleza que entra a través de los ventanales. Escaleras; distintos niveles, rampas que conducen a lugares desconocidos desde nuestros ojos. "La casa tiene algo de galería. Encontré una casa que espacialmente es superrara. Si me compraba una casa de Christian de Groote no me hubiera servido, es más para una familia. Aquí te encuentras con espacios que tienen 5 m x 30 m. En este espacio –uno cerca de la entrada, una especie de galería– aquí yo saco lo que voy pintando para verlo de otra manera. Es una propia exposición, y para la gente que viene también. Si la sacas y la cuelgas –la obra–, el acto te puede indicar si está terminada o no. La pintura se muestra con el tiempo, a veces no es inmediata. A veces la tengo colgada un mes y digo, 'algo le falta' y le pego un pincelazo. La voy cerrando aquí", cuenta.

La razón arquitectónica

"Cuando me compré la casa estaba superabandonada. Había alas que estaban abiertas, antes había sido habitada pero por áreas; había zonas que no se habían metido, entonces yo la cerré, esa fue la primera intervención arquitectónica", explica.

En total la intervino 5 veces. Modificó los niveles de los pisos y las ventanas, rehízo algunas vigas de las ventanas, cambió a termopanel. "La cocina estaba arriba así que había que bajar por una escalera, lo que era una lata. Subí entonces todo este piso del comedor y lo ajusté al nivel de la cocina".

Luego resolvió separar el living del comedor, el comedor acercarlo a la cocina y conectar con una rampa el comedor con el living, y que visualmente no se perdiera la amplitud. "Me gusta tener una intimidad en el living, no tenemos una lectura de lo que pasa en el comedor ni lo que pasa en el resto de la casa; sin embargo, si te empiezas a asomar un poco, toda la casa se junta. Entonces es una totalidad, pero una totalidad que tiene sus partes definidas. Van apareciendo partes a través de la arquitectura, así es como se va mostrando la casa", agrega.

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Taller, el corazón

"A veces para inventar tienes que pintar de una manera distinta. Einstein decía, 'si yo invento algo tengo que pensarlo de una manera distinta, si no, no encuentro algo nuevo'. Y aquí estamos, y a veces no me resulta. Estoy trabajando formas, aparecen cosas con el óleo. Aparecen olas, paisajes y mundos que yo no los hago, el chiste es hacer aparecer".

El taller es donde se cocina todo, el corazón de la casa. Sin él, la casa no existiría, no tendría razón de ser. Una inmensa luz natural que llega desde el sur ilumina toda la atmósfera suave, sutil. Los cerros del Arrayán entran al espacio; se mete, difusa, la espiritualidad del cielo. Aquí el pintor se mueve, hace gestos corporales a la usanza de bailes, usa sus manos, escucha música y la siente, la percibe, la oye. Toma sus espátulas que parecen catanas y las lanza sobre la tela; asesina colores y revive otros. Se pone uno de sus trajes, se ajusta los cordones de sus zapatillas especiales para pintar y se entrega a su obra. Luego o antes, medita. Su corazón lo deja ahí. Y más tarde, a la mañana siguiente, cuando el sol vuelve a nacer, se reinventa, como su obra. cifuentessoro.cl

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