Noble cosecha
Con pala en mano y la ayuda de Fundación Huertas Comunitarias, los vecinos de la población Bajos de Mena acaban de construir el primer invernadero de emergencia. Un proyecto que nace como complemento alimentario a las ollas comunes por la crisis sanitaria y que busca impactar a comunidades vulnerables dándoles un espacio que no solo será efectivo en este periodo de pandemia sino que vendrá a cambiar para siempre la forma de alimentarse y convivir con la tierra a los habitantes del sector.
Según el último informe de la FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, actualmente en Chile hay 3 millones de personas que padecen inseguridad alimentaria moderada o severa.
“Estos números aún no reflejan el impacto de la pandemia por Covid-19. A nivel global estimamos que entre 83 y 132 millones de personas más padecerían hambre por la pandemia en el mundo”, dijo la representante de la FAO en Chile, Eve Crowley.
Si a esa cifra le sumamos que el valor de las canastas familiares en nuestro país aumentó 1,2% del 2019 al 2020, la realidad es aun más preocupante.
Para hacer frente a la crisis económica y alimentaria por la pandemia se ha activado una motivación por cultivar alimentos para el autoconsumo y, según expertos de la ONU, puede ser el puntapié inicial para que las ciudades implementen huertos comunitarios y particulares.
Autosustentables
En urbes tan distintas como Sevilla, Vancouver y Ciudad de Guatemala las autoridades están fomentado la realización de huertos familiares, y en Santiago, Chile, ya comienzan a visualizarse iniciativas que están dando sus frutos, como la campaña “#MultiplicaTuImpacto”, gracias a Fundación Huertas Comunitarias. “Hemos impulsado el proyecto Invernaderos de Emergencia, con el que buscamos brindar alimentos saludables de forma sostenible en el tiempo a comunidades vulnerables, afectadas por la crisis sanitaria. Esto a través de técnicas productivas y eficientes de siembra y cultivo”, cuenta Anita Cortés, a cargo de la Dirección Estratégica y Proyectos de la fundación.
La idea, explica, es ser un complemento de las ollas comunes que los municipios, con la ayuda de particulares, están proporcionando a las distintas comunidades. “El primer proyecto que acabamos de implementar hace una semana es en Bajos de Mena, específicamente en la Villa Marta Brunet, Puente Alto, en un terreno de la junta de vecinos de la zona. Son 136 m2 cultivables de hortalizas, entre invernadero y bancales exteriores, donde se pretende cosechar 1,3 toneladas anuales de verduras varias que complementan hoy más de 1.000 raciones de almuerzos diarios, más variedad de frutales y corredores biológicos (diversidad de flora nativa y otros)”, especifica Anita.
En carpeta ya hay varios terrenos que están siendo postulados y puestos a disposición como alternativas para seguir multiplicando el impacto de Huertas Comunitarias en comunas como Renca, La Pintana, Huechuraba y Estación Central, entre otras.
“Las técnicas de cultivo agroecológico no dañan nuestros ecosistemas, permiten obtener cultivos ricos en nutrientes y con menor huella de carbono, que generan, a su vez, impactos positivos en nuestra salud y la de nuestras comunidades”.
Fundación Huertas Comunitarias nace el 2015 y hasta la fecha han impactado 10 comunas, con más de 15 proyectos de huertas. Su misión es implementar huertas que fortalezcan las relaciones comunitarias, el sentido de pertenencia en el barrio, el vínculo con el medioambiente y se capacite en torno al manejo de cultivos. Con esto se busca que la recuperación de espacios a través del encuentro y el trabajo en la tierra sea sostenible en el tiempo. Involucrar a la comunidad en los proyectos de principio a fin es una de las claves para que esto se mantenga vivo en el tiempo. El proceso lo realizan en conjunto con la comunidad, desde que levantan el invernadero hasta que plantan los plantines, diseñan el riego y participan en los talleres de capacitación que comprenden plantación de frutales, cosecha, almácigos y compostaje, entre otros. “En Buin, por ejemplo, creamos una huerta comunitaria que está emplazada justo en la esquina de una calle abierta, sin reja, y las personas que transitan por ahí nunca han tocado nada, porque cuando una comunidad está afiatada se cuidan y se protegen”, asegura Anita Cortés.
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