Valle de Joux: El corazón de la precisión en la más alta relojería
Además de sus quesos y chocolates, Suiza es reconocida mundialmente por su intrincada y precisa relojería mecánica. La nieve, el invierno y diferentes condiciones históricas llevaron a que algunos lugares florecieran más que otros a la hora de engendrar a las más míticas firmas. Un pasado rico en historia e innovación es el principal legado del Valle de Joux, cuna de experimentados artesanos e invenciones únicas.
Los suizos llevan en su ADN ese orgullo por la precisión, por las cosas bien hechas y con pasión..., algo que va más allá de un nacionalismo como cualquier otro. En Suiza toman una industria y la convierten en algo perfecto, pero sin deshumanizarlo.
Y es que es cosa de mirar de cerca los relojes de este origen para darse cuenta de la artesanía, la dedicación y la laboriosa perfección que lleva hacer que cada pieza encaje con la siguiente casi como si fuera un designio de la madre naturaleza. Es esta misma naturaleza, a veces amable y otras cruel, la que se encargó de moldear el espíritu e historia de los relojeros suizos y su reconocida manufactura.
El Valle de Joux, en el oeste de Suiza, a unos 70 kilómetros de Ginebra, es uno de esos lugares que se pueden considerar entre mágicos y de ensueño. Con sus paisajes perfectos, cielos azules, gente cálida y una tranquilidad interrumpida ocasionalmente por el tic-tac de los relojes.
Valle de Joux: La reforma y la nieve
Se dice que el boom de la relojería comenzó en Suiza luego de que, en el siglo XVI, el teólogo francés y uno de los gestores de la Reforma Protestante, Juan Calvino, prohibiera la joyería, lo que obligó a los orfebres de la época a buscar nuevos horizontes en otros oficios.
Mientras esto sucedía, los protestantes que huían de la persecución en Francia llegaban a establecerse en Ginebra y sus valles cercanos, trayendo sus habilidades relojeras e iniciando el legado de Suiza como cuna de la relojería de excelencia.
Son variados los valles entre Ginebra y Basilea que hoy son sede de las más prestigiosas firmas relojeras, cada una con sus propios museos dedicados al tema y una rica tradición en la manufactura; pero la historia del Valle de Joux es especial, y es que aquí la gran responsable del desarrollo de la alta relojería fue nada más ni nada menos que la nieve.
"Estamos a unos mil metros de altura, en invierno todo cerraba por la nieve y la gente se quedaba atascada. ¿Y qué tenían para hacer? ¿Ordeñar una o dos vacas? En invierno no hay nada más que hacer. Así que poco a poco se organizaron. En casi todas las granjas había un taller y todo el mundo trabajaba: desde los niños hasta los abuelos", aseguraba Philippe Dufour, relojero de profesión, en una entrevista con la BBC. Este artesano es, además, responsable de uno de los relojes más complejos fabricados en el mundo, uno que se tarda nueve meses en estar listo y que cuenta con 57 complicaciones y 2.826 piezas.
El duro invierno que azota a esta zona de Suiza hizo que la relojería se ligara al ADN de la zona, para más tarde convertirse en sede de algunas de las más prestigiosas firmas del mundo. Jaeger-LeCoultre, Vacheron Constantin, Breguet, Audemars Piguet..., todas tienen en común el Valle de Joux como centro de operaciones, sin olvidar a los cientos de relojeros independientes, como Dufour, que solo reciben pedidos especiales que pueden tardar hasta nueve meses en ver la luz.
Maquinaria de números
La vista del Valle de Joux es, como en la mayoría de los valles helvéticos, casi una postal de otro mundo. El lago del mismo nombre domina la zona, que día a día recibe a miles de personas que cruzan la frontera para trabajar en diversos ámbitos de la producción de relojes.
Se calcula que unas 6.500 personas residen permanentemente en esta zona, que además es el lugar predilecto de los lugareños para seguir su carrera. Aquí permanecen varios de los 50 nuevos relojeros suizos que cada año se gradúan de la prestigiosa Escuela Técnica de Relojería del Valle de Joux.
Muchos aseguran que este es el mejor lugar para aprender de relojería, otros prefieren el oficio por su precisión y otros simplemente por la paz y tranquilidad que ofrece el mundo de la relojería.
Aun cuando la crisis del cuarzo casi desbarata la industria relojera suiza en los 70 y 80, eliminando casi un tercio de los puestos de trabajo, poco se demoraron los locales en reivindicar su arte, dando vida a Swatch, enfocándose a un público más generalista y logrando que volviera el interés hacia los relojes mecánicos como objetos de colección y de estatus.
El año pasado la industria relojera suiza creció un 6,3% (US$ 21 mil millones). Así, un 95% de las piezas correspondieron a relojes de muñeca, siendo los de movimiento mecánico los de mayor auge, según la Federación de la Industria Relojera Suiza FH.
Es cierto que nadie necesita realmente un reloj mecánico, pero eso no parece perturbar la paz y la precisión de los artesanos del Valle de Joux.
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