La soledad de los que se quedan: la otra cara de la migración venezolana
Un venezolano de 83 años cuyo hijo y nieto partieron a Bogotá, un exchavista desesperanzado y una jubilada que vio partir a sus dos hijos rumbo a Chile, cuentan sus penurias y las bajas esperanzas respecto a un cambio de rumbo en el corto plazo.
Un pequeño balcón enrejado es la ventana al mundo para Orencio Mariñas. Cada día este jubilado venezolano, de 83 años y origen español, toma varias fotografías a sus macetas y al cielo de Caracas y las cuelga en las redes sociales, en las que tiene millones de seguidores. “Como no tengo otra cosa que hacer, me distraigo en internet”, dice mirando la pequeña pantalla de su celular. “Eso me mantiene con esperanza, me mantiene con sueños y eso es lo que me da a mí la vida”, cuenta.
Orencio padece de soledad, como miles de venezolanos de la tercera edad. Su hijo, técnico en comercio internacional, y su nieto, migraron hace siete años a Bogotá en busca de las oportunidades que no hay en Venezuela debido a la crisis económica y política. Orencio se alegra mucho, porque les va bien. Él también fue migrante, allá por 1958, escapando de las penurias de la España de la posguerra, pero se le aguan los ojos cuando piensa en cómo sería la vuelta de sus seres queridos al país después de más de cinco años sin verlos.
“Sería como una renovación para mi vida. Si iba a vivir diez años, pues yo creo que podría vivir 15 años más. Se me vienen las lágrimas a los ojos pensando en el regreso de mi hijo y mi nieto ya adolescente”, dice.
Más de 7,7 millones de venezolanos han abandonado el país desde hace dos lustros según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Casi 2,9 millones están en la vecina Colombia, el país que más alberga. En Chile hay alrededor de medio millón, cifra similar a la de España. Hay grandes comunidades de migrantes también en Perú, Brasil, Estados Unidos y Argentina.
Ese traslado masivo -el segundo mayor en el mundo en la actualidad- ha dejado millones de familias rotas y personas solitarias.
“Hace 15 días tuvieron que venir los bomberos a abrir la puerta del vecino de al lado, que lleva viviendo aquí como 45 años, porque olía fuerte y creían que llevaba cinco días fallecido. Estaba solo, viviendo solo y su familia está en el exterior. Es parte de lo que sucede con los que nos quedamos solos”, se lamenta Orencio.
Todo el contacto que la mayoría tiene con sus familias es a través de videollamada en esa ventanita de conexión que es internet. “Nos acostumbramos a hacerlas, y ahí veo los progresos de mi nieto, cuando va a natación y le dan premios, o toca la música y se va desarrollando, que lo está haciendo mucho mejor que como lo estaría haciendo aquí. Nos da mucho dolor en el corazón, pero satisfacción en la mente”, narra.
Además de una suerte de influencer, Orencio es un crítico del gobierno de Nicolás Maduro, conocido por haber denunciado la expropiación de cinco empresas, la última de ellas un negocio textil con el que daba empleo a una treintena de obreros. “Se perdieron esos empleos para darle mala habitación a unas 15 personas que ahorita malviven en un edificio industrial”, critica.
No es optimista con el retorno de los migrantes, aunque cambie la situación a corto plazo. Él sabe bien lo que es decidir marcharse y sembrar raíces en otro país. La situación ahora en España es mucho mejor que la de 1958, cuando la miseria era el día a día de buena parte de la población, pero él no volvió cuando las cosas comenzaron a mejorar. “Quizás haya tres millones que no regresarán o, si lo hacen, será muy esporádicamente porque sus vidas ya las tienen hechas fuera del país. Todos están construyendo sus vidas, como yo construí mi vida”.
Sí cree que uno de los motivos de que la situación económica del país no haya empeorado más ha sido precisamente la migración. “Que se haya ido un 20% de la población es muy significativo y son personas que han dejado de exigir servicios que no se van. Si ahora ya escasea, por ejemplo, el agua, si esos 7 millones estuviesen aquí, menos agua habría. Igual con la gasolina”.
No cree, además, que la situación vaya a cambiar pronto. Tampoco varios estudios de opinión. El 25% de los venezolanos continúa pensando en emigrar, según una encuesta reciente de la firma Delphos. De ellos, solo el 47% pondría freno a sus planes en caso de una victoria opositora.
En estos momentos continúa habiendo decenas de miles de personas en Venezuela guardando la mayor parte del dinero que ganan o vendiendo sus pertenencias para salir del país. La mayor parte, como es usual, son personas de entre 25 y 49 años, es decir, la fuerza productiva del país y en muchos casos también las más preparadas.
Son los efectos de un descenso pronunciado en el PIB del país desde 2014 y de un sistema laboral al que muchos denuncian que no se puede acceder si no se tienen conexiones.
Una gran oportunidad
José Contreras es un profesor jubilado residente en la parroquia San Juan, uno de los antiguos bastiones chavistas de Caracas. No siempre ha vivido ahí. Tuvo que mudarse al barrio desde una localidad del exterior por las condiciones económicas por las que ha atravesado el país.
Contreras, cuyos familiares más cercanos partieron a España, era chavista hasta hace unos años y la migración de sus seres queridos ha sido uno de los motivos de peso para cambiar su preferencia política. “Nos faltan los abrazos y tenemos toda la esperanza puesta en que nos vamos a volver a encontrar con nuestros seres queridos. Yo creo que esta elección es una gran oportunidad para hacerlo”.
No es el único motivo. Cree que la evolución del movimiento que antes apoyó no ha sido la correcta. “Este gobierno ya se ha quitado la careta y la parte de lo que es democracia y ahora es dictatorial. Nos han conculcado nuestros derechos y tenemos que esgrimir nuestra libertad, nuestro pensamiento democrático”, asegura.
La plaza de Las Mercedes, un barrio acomodado de Caracas, estaba abarrotada este jueves durante la concentración de cierre de campaña opositora. Allí, sentada en un escaloncito, estaba Iboe Rojas, una jubilada ajena al ambiente de júbilo del acto. Mientras la mayoría levantaba sus banderas y cantaban arengas, ella miraba al horizonte. Estaba presente, pero quizás con la cabeza en otro sitio.
A Iboe le es imposible llegar a fin de mes con su pensión. De mes, y se podría decir que hasta de día. “Yo estoy ganando de pensión 130 bolívares, unos 3,5 dólares, que no alcanzan para nada”. Por eso se ve obligada a continuar trabajando. “Uno tiene que buscar qué hacer porque no te puedes quedar muriéndote. Algunas veces cuido niños y otras vendo tortas. Yo cuando pensaba en estar jubilada no pensaba en estar en esta condición”.
Como muchos otros, Iboe siente la soledad. Sus dos hijos están fuera, a miles de kilómetros de distancia, en Chile. La crisis se los llevó, como a millones. Hace siete años que no les ve.
“Hay que ser fuerte para poder soportarlo todo. Nos vemos por videollamada, pero cuando te sientes mal tienes que ser fuerte para no transmitirles a ellos también lo mal que uno se siente. Y me imagino que ellos sentirán lo mismo, porque cuando uno está fuera de su país es como estar huérfano de todo”.
No cree que las cosas se vayan a arreglar a corto plazo, y piensa por eso en el futuro de sus nietos, más que incluso en el de sus hijos.
Numerosas oenegés esperan una nueva explosión de la migración venezolana en caso de que el estado de cosas siga el rumbo actual. La mayoría ahora va rumbo al norte, a Estados Unidos, pero las recientes restricciones o una victoria del candidato Donald Trump podría volver a empujarles masivamente rumbo al sur.
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