Los rostros de la diáspora venezolana y su renovado drama
Desde 2010 la llegada a Chile de personas provenientes de Venezuela comenzó a masificarse, con algunas olas muy marcadas y que en algunos casos han coincidido con hitos políticos de ese país, como la primera reelección de Nicolás Maduro.
Habían transcurrido más de seis horas cuando Narsoris González (33) decidió dejar de hacer guardia frente a la Embajada de Venezuela en Chile, en calle Bustos, Providencia. El miércoles 31 de julio había llegado a eso de las 11 de la mañana a consultar sobre el estado del pasaporte de su pequeño de seis años para salir del país en noviembre próximo con destino a Maracaibo.
“En la página web de la embajada sale que el documento de mi hijo está listo, pero no me arroja cita en el sistema para retirarlo. Vine presencial a buscar respuestas, pero parece que fue en vano”, dice, frustrada porque el cierre de su embajada dispuesto esta semana por el régimen de Nicolás Maduro la golpea directamente y no podrá llevar a su hijo a Venezuela, país al que no ha vuelto desde que llegó a Chile en 2019, en medio de un éxodo de compatriotas que, como ella, cambiaron estas tierras por la propia.
Esa fue, acorde a los expertos, una de las grandes olas migratorias venezolanas, que coincidió con la primera reelección de Maduro en 2018, y ya varios signos de crisis. Por ese entonces, además, se dejó sin efecto el tratado de extensión de visas entre Chile y Venezuela y se comenzó a solicitar a los venezolanos visa de turismo para ingresar a suelo chileno. Ambas razones, aparentemente, confluyeron para empujar el arribo a Chile de venezolanos formal e informalmente.
“Entre el 2019 y el 2020 a mucha gente que ya tenía a sus familiares viviendo en Chile se les cerró este proceso de tramitación de las visas, por lo que empezaron a venir de manera irregular”, explica la abogada experta en Derecho Migratorio y CEO de Legal Global con 20 años en carrera diplomática, Soledad Torres.
Gastón Passi, académico de la Escuela de Gobierno de la U. Central, asegura que “la primera ola es más ideológica, la segunda ola es más transversal y la tercera, que se inició alrededor de 2015 con la intensificación de los conflictos internos, fue más amplia y general, de diversos estratos sociales, en donde ya no solo está lo ideológico, sino que también el deterioro económico”.
La crisis social, política y económica que vive Venezuela desde que Maduro asumió como Presidente en 2013 ha desencadenado una salida permanente de venezolanos hacia el resto del mundo. Según cifras de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela, a mayo de 2024 eran 7,77 millones los venezolanos que han salido del país. Y de ese total, aproximadamente 6,59 millones se encuentran entre el Caribe y América Latina, siendo Chile uno de los principales destinos.
Los datos oficiales indican que hasta 2022, 532.000 venezolanos residen en el país, los que hoy, fruto del cese indefinido de los trámites, viven días de incertidumbre. ¿La razón? El martes pasado Maduro ordenó la salida de sus misiones diplomáticas de Chile y otros seis países luego de que -el Presidente Gabriel Boric entre ellos- cuestionaran la transparencia del proceso y la veracidad de los resultados entregados por el Consejo Nacional Electoral que dio a Maduro como ganador por sobre el candidato opositor Edmundo González.
Algunos, incluso, con la convicción de que se vendría un cambio político en el país, alcanzaron a adquirir boletos para retornar. “Hace dos meses compré un pasaje de avión por Latam hacia Caracas para viajar con mi esposa e hijo. La vida en Chile, económicamente, se había puesto compleja, así que decidimos retornar y comenzar de cero”, dice Walter Quevedo (35).
Pero con el cierre de la embajada el papeleo quedó en el aire. La esposa de Walter y su pequeño perdieron el vuelo programado para este jueves 1 de agosto. Y él tampoco podrá volar este lunes. “El gobierno (chileno) dice que uno podrá viajar sea cual sea su situación, pero son solo palabras. Las aerolíneas no nos dan respuesta”, sostiene.
Walter y Narsoris no son los únicos en esa incertidumbre. Esta semana, cerca de 50 venezolanos se congregaron a diario en su embajada en Providencia desde la madrugada esperando ser recibidos. Otros, incluso, estuvieron desde el lunes haciendo fila, y lo único cierto a esa altura es lo que presenciaban: autos entrando y saliendo por el portón trasero de la sede, con computadores y cajas blancas con hojas y hojas de documentos. Pero ninguno de esos funcionarios dirigió la palabra a sus connacionales. Y a nadie se le recibió esta semana.
Ese escenario, en todo caso, también se ha vivido con la embajada operando normalmente.
Omar Sáez (25) llegó a Santiago exactamente hace un año, en una de las últimas llegadas masivas de venezolanos a Chile. Lo hizo el 1 de agosto de 2023. La violencia en Caracas, dice, sumado a la falta de comida que comenzaron a experimentar y la inseguridad en las calles llevaron a que sus padres lo obligaran a dejar el país por una vida mejor. “En una semana me montaron en una agencia que nos recogió a mí y 30 personas por bus, de ahí pasamos por Colombia, Bolivia y Perú hasta llegar a Chile. Fue un viaje de 10 días sin saber si en un país nos deportarían o no”, relata.
En Chile, asegura, nunca logró regularizar documentos en su embajada: “Era tiempo perdido. Sacaba cita en la mañana, llegaba acá y de la nada decían que ya no atendían gente. Nunca funcionó”, asevera.
Pero ni siquiera la indocumentación parece detener los deseos actuales de Omar. La desesperación es tal que lo que venga es un riesgo que está dispuesto a tomar con tal de regresar a Venezuela. Hoy, con Maduro por ahora ratificado en el poder, el joven ansía volver porque teme por la seguridad de su familia y cree poder hacer más por ellos estando allá. Su incertidumbre está en si, sin pasaporte, lo dejarán ingresar a Venezuela. “Es un riesgo que estoy dispuesto a correr. Ya no tengo nada que perder acá”, señala.
A Sáez ni siquiera lo convence el hecho de que en medio de la angustia y la desesperación de la comunidad venezolana que busca regularizar sus papeles, esta semana el Servicio Nacional de Migraciones saliera al paso y autorizara la posibilidad de salir del país con el pasaporte o el documento de viaje vencido. “Esto independiente de la situación migratoria en que se encuentre la persona”, según confirmó el director Luis Eduardo Thayer.
La realidad de Chile hoy, distinta a las primeras olas, dice que en el país hay un número indeterminado de indocumentados y con evidencia de venezolanos protagonistas de hechos delictuales. “Eso es algo reciente. En las últimas olas migratorias es donde se ve una expansión, no solo venezolana, sino que en términos generales, donde se perdieron los controles migratorios y bandas internacionales venezolanas u otras ven la posibilidad de insertarse y generar redes en distintos territorios”, dice Passi, quien agrega que podría haber otra ola. “Sería eventualmente una movilidad migratoria con un componente más económico y de estratos sociales amplios, del medio hacia abajo”.
Una década lejos de casa
La llegada masiva de venezolanos a Chile se inició hace cerca de 14 años, en 2010, cuando por ese entonces Hugo Chávez presidía el país y la crisis interna comenzaba a ser palpable.
“Esa primera ola llegaba a Panamá, luego a Costa Rica, Colombia, Ecuador y finalmente a Chile. Los primeros venezolanos eran gente letrada, con grandes estudios, que veían en el país una oportunidad para reactivar sus empresas”, señala la abogada Torres, con quien coincide el académico Passi: “Con el deterioro económico que se ve posterior a 2010 se observa un aumento gradual de una élite más general, de profesionales universitarios que van buscando nuevos destinos, y entre ellos Chile se posiciona como un destino muy interesante. Probablemente sea entre 2015 y 2017 el período más fuerte”.
Lía Lezama (42) fue parte de esas primeras olas. Llegó a Chile hace 10 años luego de ejercer como periodista en Radio Caracas Televisión. Tras estudiar en Europa, se radicó en Chile junto a su esposo, madre y padre. Formó una vida y hoy trabaja como periodista de una empresa de tecnología. Si bien volver a Venezuela ya no es opción, aún le duele no estar cerca de su familia en Caracas. “Mis sobrinos dicen que no quieren una tía online. Es un dolor no estar en nuestro país, porque pese a que tenemos una vida acá, no es lo mismo, los venezolanos seguimos buscando esa contención de casa”, señala.
Según el director de Incidencia y Estudios del Servicio Jesuita a Migrantes, Ignacio Eissmann, los años en que Lía llegó a Chile coincidieron con la crisis política y humanitaria, con condiciones de alta vulnerabilidad, que provocaron que en ese periodo la gente que salía de Venezuela lo hacía aspirando a mejorar su calidad de vida. “A medida que pasa el tiempo las personas van siendo más vulnerables, están teniendo condiciones de fragilidad más altas para desarrollar estos proyectos migratorios, que es cuando ya la situación también se va agudizando en Venezuela”, afirma.
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