¿Por qué hiciste esto? La historia detrás del primer juicio por crímenes de guerra en Ucrania
Este lunes se espera el veredicto del juicio al sargento ruso Vadim Shishimarin. El testimonio de testigos reconstruyó los hechos que llevaron al asesinato de un civil.
Los cinco soldados rusos acababan de doblar una esquina –huyendo de las fuerzas ucranianas, en un Volkswagen gris que iban conduciendo–, cuando vieron a Oleksandr Shelipov. Eran cerca de las 11 de la mañana, el 28 de febrero, y él estaba en el camino cerca de su casa, en la localidad de Chupakhivka, a 200 millas de Kyiv, con su celular en la mano.
Un oficial desde el asiento delantero le dice a Vadim Shishimarin, un sargento de 21 años de una unidad de tanques, que dispare.
El sargento Shishimarin, sentado tras el conductor, dudó, de acuerdo al testimonio en corte de múltiples testigos.
Otro soldado en un asiento delantero comienza a gritarle al sargento Shishimarin, diciendo que si no disparaba, ese hombre les informaría de sus posiciones a los ucranianos.
Una ráfaga de arma automática salió del rifle del sargento Shishimarin.
Shelipov fue baleado en la cabeza. Murió en el mismo lugar, donde su esposa lo encontró pocos minutos después.
Los eventos de esa caótica mañana en Chupakhivka son ahora el sujeto del juicio por crímenes de guerra más seguido en años.
Este relato, basado en el testimonio dado por el sargento Shishimarin, más otro soldado ruso, la viuda de Shelipov y un vecino de los Shelipov, en un juicio que duró una semana, encadenan la serie de eventos que llevaron a la muerte del ucraniano. Los cargos que se le atribuyen al sargento Shishimarin son de asesinato premeditado y violación de las leyes internacionales de la guerra.
Su caso es el primer juicio a un soldado ruso por crímenes de guerra desde que empezó la invasión a Ucrania, el 24 de febrero, y el primer indicio de cómo lo hará Ucrania para administrar justicia en tanto el conflicto sigue.
El veredicto se espera para este lunes.
“La pérdida de mi esposo lo es todo”, dijo en su testimonio la semana pasada Kateryna Shelipova, la viuda de Shelipov: “Era mi defensor”.
El sargento Shishimarin admitió haber asesinado a Shelipov, y dijo que aceptaría la sentencia, cualquiera que fuese esta. “Me arrepiento sinceramente”, dijo en la corte: “Estaba bajo muchísimo estrés, no quería matar”. Su abogado arguyó que no había disparado con la intención de matar y que, por lo mismo, no es culpable de asesinato premeditado, el más serio de los cargos que enfrenta.
Para las fuerzas rusas de la unidad del sargento Shishimarin, el día fue desastroso desde el inicio. La noche anterior, un miembro de su equipo había pisado una granada de aturdimiento en su campamento en la región de Sumy, al norte de Ucrania, y tanques habían disparado en su dirección como respuesta, hiriendo a cuatro de sus propios soldados, de acuerdo con el testimonio de Ivan Maltisov, un soldado raso en la división de Shishimarin.
En la mañana, un convoy de cinco vehículos –uno médico, dos camiones de reportaje y dos tanques al frente– fue puesto para devolver a los heridos de vuelta a Rusia. Tanto Shishimarin como Maltisov eran parte de ese convoy.
Luego de que el convoy anduvo 15 millas, fue alcanzado por fuego ucraniano.
“Un proyectil pesado cayó en el primer carro”, dijo Maltisov en el juicio: “El primer y segundo carro fueron destruidos de inmediato. Entonces todos empezaron a saltar”.
Los sobrevivientes saltaron a una zanja cerca del camino y comenzaron a retroceder el camino que ya habían hecho. Anduvieron cerca de una milla cuando vieron un auto de pasajeros aparecer, contó Maltisov. Un capitán ordenó a sus hombres que dispararan, y muchos empezaron a hacerlo.
Cuando los soldados llegaron al auto, estaba vacío, y un capitán le ordenó a Shishimarin que entrase. Le dijo que no sabía conducir, y un soldado cerca se ofreció para ponerse al volante. Tanto Shishimarin como Maltisov se sentaron en los puestos traseros. Un oficial y otro soldado –cuyo rango no conocían ni Shishimarin ni Maltisov– se sentaron al frente, y un teniente mayor se metió en el maletero, que quedó abierto.
Ya llevaban un tercio de milla al interior de Chupakhivka cuando el auto rechinó, y los soldados se dieron cuenta de que la rueda izquierda delantera estaba pinchada, quizás por ellos mismos. Luego doblaron a la izquierda y encontraron a Shelipov.
El sargento Shishimarin indicó que el soldado al frente suyo “se volvió atrás y empezó a amenazarme con que disparara”, diciendo que estaban en peligro y que no podrían volver con las otras tropas rusas.
“Hice un disparo corto”, dijo: “Fue rápido. Casi ni lo veo”.
Para el 28 de febrero, los residentes de Chupakhivka estaban acostumbrándose a la actividad militar a su alrededor. Los aviones rusos habían bombardeado un aserradero local y parte de una fábrica de azúcar. La noche del 27 de febrero, contó Shelipova, los tanques pasaron por su usualmente tranquila calle. Shelipova, de 61 años, pasó la noche en la bodega con algunos vecinos. Su esposo, un conductor de tractores, hacía guardia afuera, contó Shelipova a la corte.
Cerca de las 10 de la mañana, su esposo dijo que había escuchado que un tanque había volado cerca y que quería echar un vistazo.
“Le rogué que no fuera”, dijo Shelipova en la sala de audiencias: “Y él dijo ‘todos están yendo a mirar, voy a ir también’”. Shelipov partió en su bicicleta.
Poco después de que fuese, Shelipova escuchó disparos, pero que sonaron muy a lo lejos, y continuó con sus quehaceres. Mientras se acercaba a un pozo para conseguir agua, escuchó un disparo, mucho más cerca esta vez.
“Abrí la puerta y vi un auto pasando y traqueteando”, dijo ella: “Estaba este joven, el acusado, que estaba con un cañón de ametralladora cuando abrí la puerta”. Ahí cerró la puerta de nuevo y se agachó tras un pilar.
Su vecino, Igor Ivanovych Deikun, también oyó el sonido de disparos automáticos. Miró hacia la calle y vio el Volkswagen gris en dirección a él a 25 millas por hora, con su rueda pinchada golpeando sobre el pavimento.
“Vi humo saliendo de un rifle automático, que estaba apuntando a la casa donde mis vecinos, los Shelipov, vivían”, dijo durante el juicio. El maletero estaba abierto. Vio el uniforme verde oscuro del ejército ruso cuando el auto pasó, en dirección al lago, en el centro del pueblo.
Luego escuchó a la señora Shelipova gritando. A medida que se acercaba, vio que ella estaba apuntando al lugar donde el cuerpo de su marido yacía en el camino. Un pedazo grande de su cráneo no estaba, recordó Deikun. La bicicleta y el celular de Shelipov estaban al lado suyo.
Los vecinos trajeron una sábana para cubrir a Shelipov, y luego lo movieron a una mesa en su jardín. Estaba lloviendo, y pusieron una lona de plástico para mantener la sábana seca.
Luego del disparo, dijo Maltisov, el sargento Shishimarin estaba “preguntándose para qué era todo esto, preguntándose si podría no haber obedecido la orden”.
“Tenía miedo”, contó: “No quería hacerlo”.
El oficial de mayor rango en el Volkswagen gris era el teniente mayor, que estaba en el maletero. Cuando escuchó el disparo, y vio a Shelipov caer, Maltisov relató, el teniente preguntó: “¿Por qué hiciste esto?”.
“No lo entendía”, dijo Maltisov. Luego el teniente ordenó a todos en el auto que pusieran el seguro a sus rifles.
El auto siguió repiqueteando hacia el puente con su rueda pinchada. Cuando cruzaron el puente, otro auto vino en la dirección contraria. El oficial salió del puesto delantero, paró el auto y sacó al conductor. Los soldados rusos entraron y siguieron el camino.
Mientras llegaban al otro lado del puente, sin embargo, se vieron bajo fuego de nuevo: esta vez por un grupo local de cazadores, de acuerdo a los fiscales en el juicio. El soldado que le había gritado a Shishimarin fue alcanzado por un tiro, y el auto comenzó a doblar hacia la derecha. Los otros soldados saltaron –Maltisov y Shishimarin por encima del maletero– y corrieron hacia el bosque, recordó Maltisov en el juicio. El conductor aún estaba vivo, pero el teniente mayor dijo que no serían capaces de salvarlo. Lo dejaron en el puente.
Los cuatro soldados caminaron el resto de la tarde a través de un terreno mitad congelado, mitad pantanoso. Eventualmente, llegaron a una granja de cerdos, donde el teniente dijo que podrían pasar la noche.
Esa noche, un guardia que cuidaba la granja encontró a los soldados. El teniente mayor le habló, prometiendo no hacerle daño, señalaron Shishimarin y Maltisov en su testimonio.
Luego de secarse cerca de una estufa, el sargento Shishimarin fue mandado a chequear dónde estaba el guardia, y se dio cuenta de que se había ido. Preocupados de que los reportaran, los soldados se encaminaron al interior del bosque.
“Caminamos toda la noche por los campos”, contó Maltisov en el juicio. “A la mitad del pueblo, el teniente mayor vio a un civil en un banco. Lo saludó y el civil le devolvió el saludo”.
Se acercaron al civil y se rindieron, cediendo sus armas y uniformes, “esperando mantener la vida”, dijo Shishimarin: “Luego de eso, fuimos llevados a las Fuerzas Armadas ucranianas”.
El soldado alcanzado por un tiro en el puente murió. Los otros dos soldados en el auto fueron enviados de vuelta a Rusia hace más de un mes, como parte de un intercambio de prisioneros, de acuerdo a los fiscales ucranianos.
El destino del sargento Shishimarin se decidirá en un panel de tres jueces. Los fiscales pidieron una vida en prisión, la pena más dura posible bajo la ley ucraniana, indicando que no fue el jefe directo de Shishimarin quien le dijo que disparase. La señora Shelipova indicó que también le gustaría ver a Shishimarin en la prisión de por vida, aunque también aceptaría si terminase como parte de un intercambio de prisioneros.
Shishimarin, mayor de cinco hermanos, dijo que firmó el contrato militar para apoyar a sus padres. Añadió que solo se le había enseñado lo básico de las leyes internacionales de la guerra durante su servicio.
También contó que no pretendía matar a Shelipov, pero no ofreció mucho más en su propia defensa.
“No niego mis acciones”, señaló el sargento Shishimarin: “Voy a entender lo que ustedes decidan”.
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