20 años de criopreservación de embriones
Septiembre de 1993. Diez años después que en el resto del mundo, la entonces Unidad de Medicina Reproductiva de Clínica Las Nieves logra con éxito el primer embarazo con un embrión criopreservado en Chile, que terminó en un parto en junio del año siguiente. Hoy esta técnica permite 40 mil embarazos cada año en el mundo, reduciendo las tasas de multigestación.
"Estaba confiado en que los embriones descongelados lucían muy sanos. Cuando el embarazo fue confirmado estaba extremadamente feliz, como todos mis colegas. Sabía que era el inicio de un nuevo método en la medicina reproductiva", dice a Tendencias, el biólogo australiano Alan Trounson.
Era 1983. Habían pasado sólo cinco años desde el nacimiento de Louise Brown (la primera guagua por fertilización in vitro) y la ciencia buscaba la forma de resolver uno de los principales problemas de la fertilización asistida. Por ese entonces, la estimulación ovárica a la que es sometida la mujer generaba varios embriones que debían ser usados inmediatamente y el embarazo múltiple implicaba no sólo riesgo para la madre, sino también para los niños.
Trounson y su equipo ya habían probado la técnica de criopreservación en animales. "Miles de embriones de ratones y ganado fueron descongelados y transferidos a sus madres, produciendo camadas normales", recuerda. Eso, entre 1974 y 1977. Pero a mediado de 1983 llegaba la prueba más importante. Un embrión humano de ocho células (72 horas después de la fecundación) había permanecido sumergido en nitrógeno líquido a -196 ºC durante cuatro meses. Fue descongelado, implantado en el útero materno y el resultado que arrojó el test les dijo que se encontraban ad portas de ser los protagonistas de un hito científico. "Lamentablemente, a las 20 semanas de gestación, el embarazo se detuvo. Estábamos muy decepcionados, sobre todo porque no había nada malo en el bebé, parecía completamente normal", dice Trounson, ahora presidente del Instituto de Medicina Regenerativa de California (EE.UU.). Un año después, lo lograrían, casi a la par que el grupo dirigido por el doctor G.H. Zeilmaker, de Rotterdam. Pero mientras el equipo holandés conseguía el nacimiento de gemelos a través de la criopreservación, los australianos comunicaban el parto exitoso de una niña llamada Zoe Leyland.
La expansión de esta técnica a nivel mundial fue cuestión de tiempo. En junio de 1986 el diario Los Angeles Times anunciaba el nacimiento del primer niño en Estados Unidos mediante de este procedimiento. Lo mismo en España un año después.
En Chile, llegaría una década más tarde. Exactamente, en septiembre de 1993. Mientras los diarios estaban enfocados en cubrir la apertura del Alto Las Condes o la última parada militar de Patricio Aylwin, en la Clínica Las Nieves, el entonces director de Unidad de Medicina Reproductiva, el doctor Ricardo Pommer, lograba el primer embarazo de una chilena a través de un embrión criopreservado y que culminó con un parto exitoso en junio de 1994. En la actualidad, son más de 40 mil los embarazos que se consiguen cada año con esta técnica en el mundo.
UN LARGO CAMINO
Lograr buenos resultados no fue fácil, dice Pommer. El especialista recuerda que en ese tiempo el embrión se congelaba a las pocas horas de ser fecundado. Era el embrión de primer día o pronúcleo, mientras que ahora es al quinto o sexto día en estado de blastocisto. (Ver recuadro). "Como eran tan chicos, no sabíamos si era la técnica que empleábamos la que bajaba los números de éxito o era la expresión de la biología de los pacientes. Hoy sabemos que de cada 10 embriones naturales que las mujeres pueden generar en su trompa, con suerte van a haber tres o dos blastocistos, embrión de quinto día, pero en ese tiempo no lo sabíamos", comenta Pommer, actual jefe de la Unidad de Medicina Reproductiva de Clínica Monteblanco y director del Instituto de Investigaciones Materno Infantil (IDIMI) de la U. de Chile.
Dos años antes habían partido tímidamente con un plan piloto, tras traer desde afuera el equipo necesario para la congelación.
Sin embargo, no fueron los únicos que indagaron en esta técnica. "La persona que introdujo en Chile la idea de empezar a criopreservar embriones fue el doctor Carlos Crisosto, director de la desaparecida Clínica Clíndigo. En ese entonces se compraron las máquinas para criopreservación lenta que tiene pasos de congelación muy distintos a los actuales", recuerda Begoña Argüello, actual embrióloga de Clínica Monteblanco y quien trabajó en el grupo de Crisosto.
La clínica, ubicada en la calle La Concepción, estuvo un año probando en ratones el equipo traído desde afuera. Otra bióloga que participó en el equipo inicial fue Martha Valdivia, actual jefa de laboratorio de Fisiología de la Reproducción de la Universidad de San Marcos, en Lima. Recuerda que en ese tiempo hasta a los mismos doctores les llamaba la atención la técnica. "Los médicos llegaban al laboratorio y miraban los vapores de nitrógeno líquido, los aparatos, el software que controlaba la temperatura. Todo era novedoso, les llamaba la atención que la célula expuesta a tan baja temperatura pudiera vivir después".
Clíndigo, sin embargo, nunca logró resultados en humanos, según recuerda Arguello: "Se hicieron dos o tres casos. Fueron en etapas muy incipientes del desarrollo, pronúcleo (embriones de primer día), pero el resultado no fue bueno. No hubo embarazo", dice Argüello, quien luego se fue a trabajar a Clínica Las Nieves.
DEL LABORATORIO AL CONSULTORIO
"¿Y eso existe?". Era la pregunta que solía escuchar Pommer de sus pacientes, cuando les ofrecía participar en este nuevo plan piloto del que poco se sabía.
"¿Provoca algún daño?", era la segunda pregunta que venía a renglón seguido. "Nosotros le decíamos que en otros países como Suecia o Finlandia, que tienen súper buena experiencia, nunca, hasta el día de hoy, se le ha atribuido un daño o menoscabo físico o intelectual a la criopreservación".
Y después de eso preguntaban por el costo. Algo tan nuevo, tan tecnológico, tenía que ser caro, pensaban. Nuevamente la referencia venía de afuera. El procedimiento abarataba costos, porque en caso de no resultar una primera transferencia de embriones, o de querer tener un segundo hijo más adelante, las parejas podían usar los embriones congelados sin tener que gastar dinero nuevamente para la estimulación ovárica ni pasar otra vez por el estrés del procedimiento.
En 1995 el equipo de Pommer transforma el plan piloto en un programa y comienza a registrar los resultados. Ese mismo año, el último reporte a nivel mundial ya registraba 80 mil embriones congelados y la técnica empezaba a ser noticia en el continente. "En ese año, un total de 23 instituciones reportaron estos procedimientos y nacieron 48 bebés. En Clínica Las Condes se registran los primeros nacimientos en 1997 producto de congelación y descongelación de cigotos, y recién en 2003 se comienza a criopreservar embriones", comenta Fernando Zegers, director del Registro Latinoamericano de Reproducción Asistida (Redlara).
En 1999, Pommer presenta ante sus pares, en el XXVIII Congreso Chileno de Obstetricia y Ginecología, la experiencia clínica de cinco años con criopreservación de pronúcleos humanos. Fueron 55 parejas que durante todo ese tiempo descongelaron sus embriones y 17 niños habían nacido con el método. El primer parto dentro de ese programa se registró en febrero de 1998.
La criopreservación de embriones dejaba de ser algo ajeno para las parejas que sufrían infertilidad en Chile, para convertirse en una opción de tratamiento. Y los datos lo avalan: entre 1997 y 2010, en Chile se transfirieron 2.319 embriones descongelados.
DOS DECADAS DE HISTORIA
Gloria (37) y Alberto (40) pensaron que luego de que a ella le extrajeran 15 óvulos, obtendrían 15 embriones. Con este procedimiento esperaban cumplir el objetivo de tener hijos. Pero, después de cinco años de tratamiento y de 10 buscando un hijo, no tuvieron el resultado esperado.
La realidad los aterrizó de golpe. "Fue muy duro. Me hace mal hasta recordar porque es un gran estrés", dice Gloria. Es por esto que en algunos programas de los centros que realizan este tratamiento cuentan con el acompañamiento de un sicólogo. "La parte sicológica busca que acepten adecuadamente el tratamiento, que ya no será con sus características genéticas totalmente, y que manejen las expectativas reales", explica Carlos Troncoso, director de IVI Santiago.
Es que las expectativas de los pacientes son altas. Llegan con mucha ansiedad. Y aunque los números son buenos, hay que mantener las expectativas a raya.
Carlitos y Mario son mellizos, tienen dos años y medio y son la cara exitosa de esa estadística. Cada vez que su madre, Evelyn Marín (matrona, 37), llega de su trabajo invaden su pieza para ver al Oso Agente Especial en el canal Disney Junior. Todo comenzó en 2009, cuando un doctor que trabajaba con Evelyn le comentó que la infertilidad de su pareja tenía solución: sólo había que sacar los espermios por un conducto alternativo. Esa respuesta le abrió el mundo a la pareja.
En abril de 2010 se implantó tres embriones en la Clínica de la Mujer, de Viña del Mar. Uno quedó en el camino. Los otros dos ven TV en su pieza. Aún le quedan dos congelados. "¿Qué pienso hacer? Intentar embarazarme otra vez, pero quiero esperar a que los niños estén más grandes. Todavía son muy dependientes de mí. Queremos darles una diferencia de, al menos, cuatro años", cuenta.
Como matrona, Evelyn sabe que el tiempo corre en su contra, que mientras más tiempo pase, más difícil será embarazarse. ¿La donación? No está en sus planes, por ahora. "Si me pasara algo, una cuestión médica que me impidiera intentarlo de nuevo, por ejemplo, hablaría con mi marido. Pasar por esta lucha para tener hijos da otra mirada para ayudar a otras parejas a que sean papás", dice.
Es que todos los centros utilizan los embriones con fines reproductivos. Carlos Troncoso explica que los marcos regulatorios de los centros que trabajan en criopreservación apuntan a la protección de los embriones. "Si no pueden ser utilizados por sus padres, la mejor forma de protegerlos es donarlos. En Chile no existe ley de medicina reproductiva, pero la forma de trabajo es bastante rigurosa", explica.
De hecho, los consentimientos que firman las parejas chilenas cuando aceptan la preservación tienen leves diferencias entre una clínica y otra, pero todos apuntan a lo mismo: estimular el uso en los años posteriores.
Clínica Las Condes (según su página de internet) estipula que "la transferencia de las células" se usará máximo dos años después de la fecha de parto. En Monteblanco, los pacientes deben decidir el destino de los embriones congelados en un plazo también de dos años, aunque pueden prorrogar (pagando una mantención de $ 8 mil mensuales) o donarlos. Un protocolo similar tienen en Clínica de la Mujer: "Al cabo de tres años pueden prorrogar el plazo, pagando una mantención, o donarlos", explica el doctor Diego Masoli. En caso de donarlos, tanto en Monteblanco como en Clínica de la Mujer se deja claro que se mantendrá el anonimato de quienes donan y que será un acto altruista. En la Clínica IVI Santiago, en tanto, los embriones que no se implantan serán congelados mientras dure la vida fértil de la mujer. Pero si no se ocupan, la pareja firma un consentimiento para que sean donados únicamente con fines reproductivos.
En países como Estados Unidos hay recomendaciones nacionales, pero cada estado tiene su propio reglamento. Silvina Bocca, profesora del Departamento de Obstetricia y Ginecología en el Instituto Jones de Medicina Reproductiva, explica a Tendencias que las parejas tienen la posibilidad de elegir a quién donar e, incluso, pueden poner requisitos, como cierta religión o nivel educativo.
Eso fue justamente lo que pidieron Martina (44) y Raúl (43) (nombres cambiados). "¿Podrán parecerse a nosotros? ¡No nos vayan a salir rubios si nosotros somos morenos!", le dijo Martina al doctor Diego Masoli, de la Clínica de la Mujer cuando les ofreció recibir embriones donados. Minutos antes, el especialista les había explicado que, por la baja calidad de espermios de él y por la edad de Martina, era la mejor opción.
La embriodonación es la excepción de la regla. De hecho, según cuentan en Monteblanco, Clínica de la Mujer e IVI, en estos años, no más de 40 embriones han sido dados en adopción. "En general, si hay un problema con alguno de los gametos, se opta por donación de óvulos o de espermios, de modo que se conserve un 50% de los genes de la pareja. La embriodonación se acepta sólo cuando hay un problema en ambos gametos, que no es lo más frecuente", dice Masoli.
Martina y Raúl eran parte de esa excepción. Porque era la última oportunidad que se daban para poder formar una familia. "No queríamos sufrir más", recuerda ella. Habían sido nueve años de intentos infructuosos: no les había resultado ni la donación de espermios ni la adopción de un niño (por no tener el ingreso familiar suficiente para postular), ni recibir la donación de un embrión en el sistema público.
En Estados Unidos, donde las parejas también deciden qué hacer con estos blastocistos, el 88% está guardado para poder formar familia. Sólo el 2,3% tiene como destino la donación, según una encuesta de la Corporación Rand realizada a más de 340 instituciones del país que tenían almacenados más de 396 mil embriones criopreservados.
Martina y Raúl no podían dejar de preguntar: "¿Están en buenas condiciones? ¿Son sanos? ¿Vienen de una pareja joven?". Masoli les explicó. "Ya con eso nos quedamos tranquilos. No quise preguntar más. Para mí era lo mismo que adopción, con la diferencia de que podía vivir el embarazo. Sé que por el gesto de esa pareja tengo la oportunidad de ser mamá", dice ella.
Hoy Martina está embarazada de gemelos.
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