¿Adiós al cine? La meditada y trascendental nueva vida de David Lynch
Dejó los rodajes para dedicarse casi en exclusiva a difundir la Meditación Trascendental.
Fue un 1 de julio de 1973, alrededor de las 11 de la mañana, cuando David Lynch vio la luz. Había escuchado hablar del gurú Maharishi Mahesh Yogi, y de cómo los Beatles habían ido con él a la India para meditar hace unos años. "Pensé que era una verdadera tontería", dijo. Pero hubo una frase que en ese momento escuchó del gurú y lo cambió todo: "La verdadera felicidad no está disponible, la verdadera felicidad se encuentra dentro".
Desde entonces, este director de culto, autor de icónicas cintas como Terciopelo azul, Twin Peaks y Mullholland drive, comenzó a practicar la Meditación Trascendental, una técnica difundida por el Maharishi desde la década del 50, la cual consiste en la repetición constante de un mantra. El resultado es un momento de relajo, de descanso mental, que luego despierta nuevas perspectivas. Con más rigurosidad, el mismo Lynch lo explica en un documental de 2012 titulado Meditación, creatividad, paz. "Es la conciencia pura, que va más allá del pensamiento", señala ahí el cineasta.
Son 40 años de práctica. Pero hace una década que Lynch se tomó esto en serio, levantando una fundación con su nombre que aboga por expandir el método. Como lo señaló un ácido reportaje de The New York Times en febrero de este año, escrito por Clarie Hoffman, su misión es que la disciplina traiga "la paz mundial". Para ello, el cineasta busca que los colegios integren en sus programas la enseñanza de esta metodología. También, él mismo comanda charlas. Pero para todo esto necesita financiarse.
Una ambiciosa misión que no ha estado exenta de suspicacias. Alrededor de mil dólares cuesta asistir a una charla de Lynch en las lujosas oficinas de su fundación en Nueva York. Con fama de reservado, Lynch ahora sorprende con el desplante que exhibe en sus talleres, ofreciendo una "iluminación" donde acuden estrellas como Gwyneth Paltrow, Katy Perry y Ellen DeGeneres. Una forma de financiamiento similar a la que tenía el Maharishi (fallecido el 2008), quien cobraba un millón de dólares para pasar un mes con él. Lynch pagó ese monto en 2002.
Quien se enfrentó a esto fue el documentalista David Sieveking, el que estrenó el 2010 David Wants to Fly, donde muestra su experiencia meditando con Lynch. Habla con él y busca encajonarlo, mientras el filme muestra toda una industria millonaria detrás de las profundas palabras de Lynch.
Aun así, el director sigue adelante. "Esto me hace sentir bien. Yo sólo soy el mensajero. Sólo estoy diciendo lo que Maharishi me dijo", señaló a The New York Times. El mantra no para e incluso lo ha llevado a organizar grandes eventos para recaudar fondos. El más mediático fue uno del 2009 donde reunió nada menos que a a los ex Beatles Paul McCartney y Ringo Starr, dos ex discípulos del Maharishi.
El arte sigue ahí
Antes del mencionado y proselitista documental -muy alejado de su particular estilo-, su último filme de ficción fue Imperio, hace ya siete años.
El 2011, su amigo, el director Abel Ferrara, relató que "no quiere hacer más películas". En junio de este año, Lynch se mostró defraudado por el estado actual del cine, "es deprimente", dijo. "La verdad es que no tengo idea cuál es mi futuro en el negocio", agregó. Pero hace un mes, en una conferencia en Madrid, señaló que "he escrito algo, y estoy contento con eso", dando esperanzas, aunque sin dar ninguna fecha.
Pero a falta de cine, otras inquietudes artísticas ha seguido desarrollando. La música, la pintura y la fotografía han ocupado su tiempo.
Son dos los discos que ha publicado: Crazy Clown Time (2007) y The Big Dream (2013). Ambos proyectan un rock atmosférico que la crítica ha tratado de manera dispar. Y el año pasado fue invitado a exponer en Paris Photo, el festival más importante de fotografía del mundo. Además, ya ha expuesto sus cientos de pinturas en París y Nueva York. Obras que poseen esa extrañeza y seducción de su cine. Para que sus deudos no pierdan la fe.
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