Almorzando con Orson Welles

My lunches with Orson es un libro de comentarios hechos por el cineasta a un amigo entre 1983 y 1985, año de su muerte.




George Orson Welles murió de un ataque al corazón el 10 de octubre de 1985. Tenía 70 años y en los últimos 13 no había podido hacer una película, es decir, comenzarla y terminarla. Cargaba también con el estigma del genio maldito de Hollywood que, tras hacer y protagonizar Ciudadano Kane, vivió el calvario del patito feo. Y en esos días finales su segundo hogar se llamó irónicamente Ma Maison ("Mi casa"), un restorán de Los Angeles donde almorzaba, charlaba, tomaba vinos selectos, fumaba puros y trataba de convencer a posibles financistas de las bondades de películas que no llegarían a hacerse.

En Ma Maison, uno de sus interlocutores habituales era su amigo, colega y admirador Henry Jaglom. Con él departía frecuentemente y con él estaba cierta tarde cuando apareció Richard Burton, se acercó a la silla de Welles y le dijo: "Elizabeth (Taylor) está conmigo. Tiene tantas ganas de verte. ¿La puedo traer?". Y Welles respondió: "No. Como puedes ver, estoy en medio de un almuerzo". Y Burton se retiró cual cachorrito golpeado, en palabras de Jaglom, quien reprocha a su amigo un comportamiento grosero. "Por todo comentario de la situación, Welles dice, sin arrugarse, que 'Burton tenía un gran talento, pero lo ha arruinado'".

Lo que Burton no sabía, ni nadie más en Ma Maison, es que había una grabadora escondida en un bolso. El propio Welles no quería mirarla y la idea era que registrara las conversaciones que sostenía con Jaglom desde 1983, de modo que fueran la base de una autobiografía. Pero Welles murió, la autobiografía fue olvidada y también las horas de cinta, que fueron a parar a una caja de zapatos dentro de un garaje.

A tres décadas de iniciadas las grabaciones, el material figura en un libro que sale a la venta el 16 de este mes: My lunches with Orson cuenta la historia de Burton y muchas otras, fruto de una conversación informal y amistosa donde las maledicencias y el chismorreo en principio no llegarían a ser conocidos por el público.

Hay quien describió este volumen como Esperando a Godot, donde Godot es un financista europeo, o Jack Nicholson o un fabricante de comida de perro o cualquiera que pueda darle dinero para filmar. Su editor, Peter Biskind, plantea que estas conversaciones revelan a un Welles desconocido, que habla íntimamente de los altibajos de su carrera, de la gente que conoció y de temas muy variados.

Tragedia con humor
Autor de Moteros tranquilos, toros salvajes, celebrado retrato del Hollywood de los 70, Biskind cuenta a La Tercera que supo por largo tiempo de las cintas, pero que tenía dudas de su contenido. "Pero cuando leí las transcripciones, advertí el tremendo material que había en ellas, incluso si la calidad del audio era pobre".

Agrega Biskind, sobre el Welles que asoma en el libro, que "es claro que sentía amargura y desilusión en ese punto de su vida. Básicamente, su carrera había ido cuesta abajo desde Ciudadano Kane. Pero retuvo su sentido del humor y tuvo siempre la esperanza de dar un giro. Es una historia trágica".

Puede pensarse que el hombre habla por la herida. A Charles Chaplin, quien lo dejó fuera de los créditos de M. Verdoux, lo califica de "arrogante". Respecto de Alfred Hitchcock, que tuvo todo el éxito comercial que a él le faltó, dice que nunca entendió el culto a sus películas y que La ventana indiscreta es "una de las peores" que nunca vio. En cuanto a Laurence Olivier, actor shakespeariano como él, lo moteja de "tonto".

"En lo que toca a actores y directores, fue duro de lado y lado, aunque había algunos que admiraba, como Carol Reed y Joseph Cotten", complementa Biskind. "Prefería a Buster Keaton antes que a Chaplin, le encantaba Carol Lombard y admiraba a Elia Kazan, aunque le disgustaba por haber colaborado con la lista negra de Hollywood".

Remata el editor diciendo que, ya antes de enfrentarse al material, sabía que Welles era un brillante contador de historias. Pero que le sorprendió la amplitud de sus conocimientos (arte, política, etc.), así como su inteligencia. Más allá de la muerte, los cuentos y decires del viejo Orson siguen haciendo su efecto.

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