Barahona, Claro y Von Appen: Nómadas por la nieve
Los chilenos consiguieron en los Mundiales de 2015 resultados para estar alerta. Aquí cuentan su particular día a día.
En los Juegos de Torino en 2006, Noelle Barahona hacía su debut olímpico a los 15 años y llevaba frenillos en los dientes cuando se paró al lado de la campeona olímpica croata Janica Kostelic. "Tuve posters de ella en mi pieza durante toda mi vida. Cuando completé mi primera bajada, ella me dijo: 'qué orgullo representar a tu país tan joven; estoy muy feliz por ti'. Casi lloré", recuerda.
A sus 24 años, Barahona ya cuenta tres citas olímpicas (junto a Vancouver 2010 y Sochi 2014) y fue en febrero la luz de Chile en los Mundiales de esquí alpino de Vail/Beaver Creek (Estados Unidos) junto a Eugenio Claro (21) y Henrik Von Appen (20). En un deporte donde el promedio de edad de los mejores del mundo es de unas 30 primaveras (o inviernos), la nacional terminó 22 en el súper combinado y 33 en el slalom súper gigante, cosechando los mejores resultados de su carrera.
Claro también llegó a su récord al terminar 34º en el slalom, siendo el mejor chileno en la prueba más difícil. A su vez, Henrik terminó 32º en la categoría súper combinado, sumando el logro al mismo puesto en el súper gigante de Sochi (fue el mejor latinoamericano de la prueba en Rusia) y el galardón de mejor esquiador de montaña de 2014 por el Círculo de Periodistas de Chile.
Todos dieron sus primeras patinadas en la nieve apenas unos años después de dar sus primeros pasos. Noelle aprendió a esquiar a los 3 años, y Eugenio a los cuatro. Hijo del mundialista en vela Dag Von Appen, Henrik comenzó a los cuatro inviernos junto al ex seleccionado nacional Arnaldo Rotela. "Mi papá me insistió un poco con su deporte, pero nunca mostré mucho interés", dice.
Los tres comenzaron su trayectoria competitiva entre los 9 y 13 años, y actualmente llevan una vida nómada entre Chile, Estados Unidos y Europa. Viven en Santiago unos seis meses al año aprovechando la Cordillera y entrenando en gimnasios. Durante el verano chileno suelen instalarse en Estados Unidos y/o países europeos como Francia o Italia, permaneciendo allá más o menos hasta marzo o abril entre prácticas y competencias.
En la pista, deben contemplar mucho más que los tiempos: practican su forma de pararse, de mover su cuerpo para una curva, trabajan las sensaciones para controlar los tiempos… Cada curva es una batalla entre la mente y la física. "Se siente adrenalina, suben las pulsaciones. Hay que trabajar la confianza en lo que uno hace", cuenta Eugenio. "Antes de una partida, tu cuerpo anticipa toda la emoción que ejerce una pista", agrega Noelle.
Y más allá del zigzag en la nieve, el esquí también se basa en trabajar la costumbre y el contacto con familiares y amigos. Claro está tan habituado a su entorno y sus viajes que vivió su último verano en Chile hace ocho años, y ni se acuerda cómo es. Los tres llevan fluidas relaciones con sus padres, hermanos y amistades a través de redes sociales, hablando siempre que pueden. Aun así, para Noelle esa lejanía es lo peor de la disciplina: "Extraño a mi familia y amigos cada minuto, aunque puedo tenerlos a la distancia de una pantalla. Si no hubiera esa tecnología, habría dejado el esquí hace tiempo".
Henrik ve un lado bueno, pues dice que "se gozan mucho más los tiempos juntos". A pesar de todo, sus familias los apoyan y los visitan en torneos. "No se pierden ninguna de mis competencias más importantes. Son un buen fan club", resalta la esquiadora.
Cuando están en Chile, sus agendas cobran intensidad incluso bajo el deshielo de la montaña. Noelle estudia Matemáticas y Estadística, y Eugenio cursa Ingeniería Comercial, ambos en la Universidad Católica. "Allá te permiten justificar inasistencias y rendir pruebas. Faltas a clases casi la mitad del semestre, pero rindes pruebas cuando estás en Chile", explica el esquiador.
"Los estudios son importantes para tener un plan B, pero para mí el esquí va primero. Siempre puedo volver a estudiar si dejo el esquí, pero no al revés", explica Von Appen, estudiante de Ingeniería Comercial en la Universidad de Chile. Curiosamente, él y Claro congelaron un año de carrera para deslizarse en hielo.
Y aunque no sean profesionales, la pasión se mantiene. "De seguir proyectando con resultados que puedo llegar a vivir de esto, puedo esperar", dice Eugenio. Porque a pesar de las dificultades, el esquí tiene un lado romántico que rebasa todas las adversidades.
Para ellos, los segundos de buena bajada en la nieve compensan las horas de clases perdidas y los kilómetros de distancia familiar. "No hay nada que me guste más que bajar una pista pensando, '¿Cuánta gente se atrevería a hacer esto?' No mucha", asegura Barahona. Para Von Appen, "el esquí permite conocer paisajes increíbles, estar siempre en contacto con la naturaleza". "Y que sea tan mental lo hace único… Eres tú en la pista al frente tuyo, y nadie más", añade.
De esas pequeñas cosas sacan la fuerza para buscar cada vez más. Prudente, Eugenio aspira a lo más alto que pueda en la Copa del Mundo y a representar bien a Chile en otros Mundiales. Barahona se guarda sus metas, pero le encantaría un top 10 en un certamen mundial o en el ranking internacional. Y Henrik se ilusiona con una medalla olímpica. Son elevados pensamientos, pero en la pista han mostrado que no temen a las alturas.
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