Bartabas, director de El Centauro y el Animal: "El caballo es un bailarín más de la obra"

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Ritmada por extractos de Los cantos de Maldoror, del poeta francés Lautréamont, la escenografía minimalista de El centauro y el animal es habitada únicamente por Bartabas, Ko Murobushi y Horizonte, Soutine, Pollock y Le Tintoret, los cuatro caballos de la compañía Zingaro que viajaron desde Francia especialmente para tomarse el Teatro Municipal. La conjunción de elementos no deja de ser sorprendente en el marco de una obra que propone una exploración escénica de la noción de animalidad.

El centauro y el animal es el punto de encuentro de dos grandes personalidades: por un lado, Ko Murobushi, heredero de las enseñanzas del maestro japonés y creador de la danza butoh Tatsumi Hijikata. Por el otro, Bartabas, creador del denominado teatro ecuestre, un tipo de arte escénico en el que los caballos participan activamente de las obras y cuya presencia tiene la misma relevancia que la de un actor o un bailarín.

"Murobushi es alguien que ha encarnado la animalidad de una manera bastante espectacular, y eso me interesaba, porque el tema del espectáculo es la noción de animalidad, la búsqueda de los orígenes, un encuentro entre el instinto y el intelecto", señala Bartabas.

La obra, visualmente impactante, deja también un espacio para la poesía: "Al inicio buscaba un texto que hablara de la animalidad y que a la vez fuera como una música. Cuando descubrí Los cantos de Maldoror me di cuenta que el texto estaba perfectamente en sintonía con lo que yo quería hacer. Es una poesía animal que es bastante particular, que no actúa sobre el intelecto, sino sobre el instinto", cuenta el director.

Uno de los momentos más impresionantes de la obra es la fusión completa entre el hombre y el animal, la aparición literal del centauro en escena. "Es muy particular como trabajo, no hay equivalente. El público va a sorprenderse mucho, positivamente espero, pues van a ver algo que nunca han visto antes", dice Bartabas.

Caballos que bailan

Con más de 25 años de experiencia a la cabeza de la Compañía de Teatro ecuestre Zingaro, Bartabas es un convencido de que "educar al caballo es, de alguna forma, quitarle su animalidad. Mi trabajo consiste en eso, y se logra a través del ejercicio, el entrenamiento, la respiración y la descomposición del gesto. Es un trabajo que se basa mucho en la escucha del caballo, pero también en el hecho de considerar el animal como un miembro más de la compañía, como un bailarín, como un actor más. La única diferencia con un ser humano es que el animal no eligió estar ahí, y por ello le debemos mucho más respeto, escucha y amor".

Sobre su técnica de adiestramiento, Bartabas señala que "el objetivo es lograr encontrar la energía en la relajación, que el caballo utilice el mínimo de fuerza necesario para realizar un movimiento, lo que permite hacerlo trabajar en un espacio bastante reducido, como es un escenario, sin que él se sienta incómodo. Hay también un trabajo con la inmovilidad, al igual que ocurre con el butoh".

El centauro y el animal pone en escena un nuevo lenguaje carente de palabras, una comunión entre el hombre y el animal, donde la literatura se transforma en música. Lejos de ser una obra narrativa, se trata más bien de un cuidado trabajo de sucesión de imágenes. "Mis espectáculos son sucesiones de cuadros, de visiones, y es el espectador quien construye la historia. No es mi tarea el dar una interpretación. La idea es que el espectador pueda entrar en las visiones propuestas, viajar al interior de ellas y apropiárselas", afirma Bartabas, quien concluye: "La obra es una invitación a descubrir algo único".

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