El chileno anti Trump que jugó con Federer

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Adrián Escárate jugó el domingo 2 con el suizo Roger Federer antes de que éste ganara la final de Miami. Tras el hecho se escondía otra historia. La de un chileno 22 años indocumentado en EE.UU., que lleva varios años de lucha para que gente como él -los Dreamers- sea reconocida como ciudadanos estadounidenses. Hoy, vive con el temor post Trump de que las reglas migratorias cambien.




Adrián Escárate (28) nunca lo pensó. Una noche de viernes en Miami estaba en una fiesta cuando, a las 11, recibió un llamado. Tenía que presentarse la mañana siguiente en un hotel de South Beach a jugar con el suizo Roger Federer, quien el domingo 2 jugó la final del Masters de Miami con el español Rafael Nadal.

Escárate, un chileno que ha vivido 22 años indocumentado en Estados Unidos, dejó todo. Y partió a su casa para presentarse en la las mejores condiciones posibles. Jugar con Federer era una oportunidad única.

Para los que no saben, el suizo, al menos en números, es el mejor jugador de tenis de la historia. Es el que más Grand Slams ha ganado y el que más semanas ha estado ocupando el número 1 del ranking.

Escárate fue y jugó con su ídolo. Hablaron algo y al día siguiente conversarían un poco más. Lo que Roger Federer nunca supo es que Adrián Escárate tuvo una larga lucha. En los 22 años en que estuvo indocumentado, nunca pudo visitar Chile, país que había dejado a los tres años con sus padres, por no tener los papeles necesarios que le aseguraran volver a Estados Unidos. Y en esos años y en ese proceso, mientras Escárate solucionaba su vida, se convirtió en un activista pro migrantes.

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Las razones de la familia de Adrián Escárate para irse de Chile tenían que ver con probar suerte. La idea era trabajar algunos años en Miami y volver al país con dinero ahorrado. Rodrigo (57), su padre, llegó a Estados Unidos unos meses antes, a trabajar en la compañía de limpieza de pisos que creó junto a uno de sus hermanos. Adrián Escárate, su madre Jessica (53) y su hermano mayor, Rodrigo (31), llegarían en noviembre del 91.

Adrián tenía tres años.

Como muchos, la familia Escárate arribó como turista. Por eso, quizás, nunca empezaron a tramitar los papeles para conseguir la nacionalidad. Y como el padre tenía una compañía junto a su hermano -que sí tenía papeles-, nunca los necesitó realmente. Al menos durante la década de los 90, cuando las cosas eran más flexibles. Adrián y su hermano pudieron entrar al colegio en Miami sin problemas e, incluso, sus padres pudieron sacar permiso para conducir.

"Mis viejos no se asesoraron bien al principio para sacar la residencia y después la ciudadanía", cuenta Escárate desde Miami. "Pasó el tiempo y de repente quedamos fuera de estatus, indocumentados", remata.

Todo se hizo aún más complicado con el atentado a las Torres Gemelas en 2001, recuerda Escárate. Desde ese año se hizo virtualmente imposible conseguir una residencia y, menos, la nacionalidad.

Rodrigo Escárate, el padre, cuenta que por años Adrián no sabía que estaba indocumentado. Iba al colegio y la vida le parecía normal. "Eso hasta que murió mi padre, en 2001", cuenta Escárate padre. "Adrián no entendía por qué mi hermano iba al funeral y yo no podía. Irme significaba no poder regresar", señala.

Más tarde, Escárate, quien juega tenis desde los cinco años, empezó a vivir la pesadilla de no tener papeles en carne propia. De partida, no pudo seguir escalando en los rankings junior por no poder salir a jugar fuera de Estados Unidos. Eso le restó roce y empezó a afectar su posicionamiento. Tampoco pudo jugar los torneos más grandes dentro de Estados Unidos, por no ser residente. "A Adrián le tocó la peor parte", dice su padre. "Cuando él estaba entre los primeros del ranking junior en Florida le empezaron a pedir residencia para jugar los torneos más importantes, los que no pudo jugar. Quizás, si lo hubiera hecho, habría llegado a profesional".

Eso hizo que Escárate quedara estancado entre los 30 primeros de Florida, lo que igualmente le valió conseguirse media beca en la universidad de North Florida, en Jacksonville. El problema es que solo pudo estudiar como alumno internacional, lo que hacía que su tuición subiera a 20 mil dólares anuales, tres veces más que un estudiante con ciudadanía. El problema es que, a mitad de temporada, un head coach argentino le dijo que ya no seguía. Con eso se caía la beca y se hacía imposible pagar la universidad. "A mí se me cerraron muchas puertas por estar indocumentado", recuerda Escárate.

Su salida de North Florida hizo que se fuera a probar suerte a Saint Thomas, una universidad privada a 45 minutos de Miami. Tuvo que jugar un partido contra el número 1 de la universidad y le ganó. Le dieron una media beca deportiva por 10.500 dólares. La otra mitad la consiguió por rendimiento académico. Jugó tres años como número 1 y terminó su carrera de Periodismo. Durante toda la universidad siguió pagando tres veces más que un ciudadano estadounidense por estudiar.

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Cuando Escárate estaba en el colegio, en un barrio de clase media de Miami llamado West Kendall, se unió a una organización de estudiantes indocumentados. "Nosotros lo llamábamos salir de las sombras en cuanto a nuestros estatus", explica. Unirse respondía a la necesidad de luchar para cambiar su precaria situación migratoria.

A mediados de 2010 se unió a Dreamers, que es un grupo de inmigrantes ilegales que agrupa a quienes llegaron a Estados Unidos antes de los 16 años, que han vivido muchos años en el país y que exige que se le regularicen los papeles. La lucha de los Dreamers se ha visto reflejada en el Congreso. Escárate lo explica: "El Dream Act es una propuesta de ley que han tratado de pasar desde el 2001, que es para cabros como yo, que llegaron a Estados Unidos antes de los 16 años, que han vivido acá continuamente por más de cinco años, que están o estuvieron en secundaria, que postularon a la universidad o college o el servicio militar. Si el Dream Act se hubiese pasado, nos hubieran dado la residencia permanente y después de cinco años podríamos haber postulado a la ciudadanía".

La ley de la que habla Escárate ha estado a punto de ser aprobada en varios momentos de los últimos 15 años, pero todavía no se concreta. Por eso, Escárate sigue perteneciendo e incluso lleva un tatuaje en el brazo derecho que lo identifica como Dreamer.

A pesar de las decepciones, algo se ha logrado. Obama había anunciado un nuevo trato en 2010, pero no hubo noticias de la ley. Dreamers siguió protestando, entrando incluso a la Oficina Oval en la Casa Blanca para ejercer presión. En 2012, antes del término de su primer mandato, Obama pasó una acción ejecutiva bypasseando al Congreso. La ley pedía los mismos requisitos que el Dream Act, pero no otorgaba residencia permanente a los indocumentados. En su lugar, daba permiso para trabajar y también un número de seguridad social. Deferred Action for Childhood Arrivals se llamó lo que en Estados Unidos se abrevia como Daca. "Fue un triunfo de nuestro movimiento", dice Escárate. "Ese año, Obama iba a la reelección y había prometido hacer algo por los inmigrantes y no había hecho nada. De hecho, Obama ha sido el presidente con más deportaciones en la historia de Estados Unidos, pero las protestas y acciones de desobediencia civil terminaron pagando".

Con la elección de Donald Trump, Escárate admite haberse involucrado aún más con Dreamers. Ahora va a protestas mucho más seguido que en los tiempos de Obama. "Cuando no estoy en la cancha o dando clases, voy a las protestas, a marchar, a cantar, pero no ando con la molotov. Soy activista cuando puedo", dice.

Con el Daca en mano, a Escárate se le abría la posibilidad de viajar a Chile por primera vez. Antes, como indocumentado, salir de Estados Unidos podía significar no volver a entrar. "Ir fue un sueño", dice. Pero salir no era simple. Escárate tuvo que probar que venía a Chile por temas laborales o educacionales o a alguna emergencia familiar. Para eso, se contactó con Robinson Gamonal, ex tenista y amigo de la familia, que tiene una academia de tenis en el club Palestino. Gamonal envió una carta a migración certificando que Escárate venía un par de días a trabajar a su academia en Chile. "Los Escárate son una familia famosa por su vinculación al tenis chileno en Miami", dice Gamonal. "Yo los conocí cuando trabajaba en el rancho de Nick Bolletieri y siempre me llamó la atención que Adrián fuera tan fanático de Chile, cuando prácticamente no había estado. Cuando finalmente volvió era como ver a un cabro chico disfrutando".

Escárate recuerda las fechas exactas: "Después de 23 años y cinco meses llegué a Chile el 16 de abril de 2015. Mi última vez había sido el 16 de noviembre de 1991. Obviamente, no me acordaba de nada".

Lo primero que hizo al llegar fue ir a un partido de la U, equipo del que es fanático. Fue un partido que el equipo perdió por la Libertadores contra Internacional, pero a Escárate no le importó, porque "vi a la hinchada alentar los 90 minutos. Fue impresionante, todavía tengo la entrada".

Santiago era una ciudad que no imaginaba. Viajó al norte, al sur y el país le gustó tanto, que el año pasado volvió dos veces.

Ahora las cosas no son tan simples. "Desde que asumió Trump no se sabe qué puede pasar", dice Escárate padre. "Está la posibilidad de que el Daca lo retiren en cualquier momento. Lo hemos conversado y Adrián no va a salir de Estados Unidos mientras esté Trump", cuenta.

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No tener papeles no impidió que en la familia Escárate se respirara tenis. Desde que tenía cinco años que va al torneo de Miami, para muchos "el quinto Grand Slam". Estuvo en el estadio cuando Marcelo Ríos llegó a ser número 1 contra André Agassi. Tenía nueve años y no le tomó mucho el peso a lo que pasaba. "Cuando miré a mi padre y a mi hermano llorando entendí que había pasado algo increíble", recuerda.

Cuenta también que Nicolás Massú se quedó un par de veces en su casa en Miami cuando empezaba en el tenis. "Siempre me codeé con los jugadores chilenos y me preguntaban cuándo iba a ir a jugar a Chile, pero por mi situación no podía", señala.

La oportunidad de jugar con Federer se dio por otro lado. Una amiga suya que trabaja en ING, una de las marcas que organiza el torneo, le escribió preguntándole si quería ser sparring del torneo. Escárate solo estaba dando clases en la universidad, pero se animó a ir a unas pruebas. Llegaron 10 tenistas y escogieron a cinco, Escárate fue uno de ellos. "Me ayudó ser el único zurdo", asegura. Durante el torneo peloteó con varios hombres y mujeres, incluido Nicolas Mahut, antes de que jugara con Nadal, y Martina Hingis, que aún juega dobles.

Ese sábado 1, en un hotel de South Beach, Escárate jugó unos 15 minutos con Federer. El suizo quedó conformé. "Nos vemos mañana en el estadio", le dijo a Escárate.

Al día siguiente, Escárate llegó más temprano con un amigo y se puso a raquetear "para no cagarla una vez que estuviera con Federer en el estadio".

A las 10 y media se encontraron y jugaron unos 25 minutos. Después de jugar se juntó en camarines con el suizo para que le firmara unas pelotas que le habían pasado algunos de sus estudiantes. Mientras Federer firmaba, hablaron de tenis. Escárate le dijo que sus jugadores favoritos de siempre eran Marcelo Ríos y el estadounidense Michael Chang. Federer le respondió que le encantaba ver a Ríos y se acordó de un Orange Bowl del 98 en que le ganó la una final a Coria. "Me dijo que estaba Fernando González, Nalbandian y se acordó de todos los que habían jugado, fase por fase", cuenta.

Un poco más tarde, Federer le ganaría la enésima final a Rafael Nadal. El suizo tomaría un avión a su siguiente torneo, mientras el chileno Escárate manejaría a su casa con una gran sonrisa que, hasta que las leyes migratorias cambien a su favor quedará atrapada dentro de los límites de Estados Unidos.

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