Corazón valiente
En un partido que entrará en la historia, donde el resultado no puede ser lo único que quede, Chile estuvo más cerca que nunca de hacer propia la cima inexpugnable.
Guarde esta fecha. 28 de junio de 2014. Sí, más de alguno dirá que se perdió. La historia dejará marcado a fuego este triunfo por penales de Brasil sobre Chile, que deja a la selección nacional fuera en octavos de final. Cuatro de cuatro en Copas del Mundo. El Scratch parece una montaña inexpugnable para cualquier generación de futbolistas nacionales. Incluso para ésta, encabezada por Alexis Sánchez, Gary Medel y Arturo Vidal.
Que basta de triunfos morales, acusará otro. Y tendrá razón, porque las ilusiones quizás apuntaban más alto. Empezando por las de Jorge Sampaoli, derramando lágrimas de hombre al borde de la cancha, también. O las de sus colaboradores, que dejaron la piel para preparar a esta selección de hombres. Por allá está Marcelo Díaz, buscando una explicación para tamaña amargura. Medel llora de dolor y de tristeza.
Sí, Chile regresa a casa en la misma fase de Francia y Sudáfrica. Sin embargo, nunca se vivió un partido ante Brasil en el escenario de un Mundial como el que se protagonizó en el Mineirao. Ni en 1962, ni en 1998 ni en 2010. Jamás. Con el condicionante que, además, se jugó en la casa de los pentacampeones, contra 55 mil fanáticos que hicieron sentir hostil hasta al más neutral, pifiando el himno chileno desde el inicio. Y por si fuera poco, con Gary Medel y Arturo Vidal jugando en una pierna cada uno, con todo lo que eso representa frente a figuras de la talla de Neymar.
En el papel, la "Roja" era el bocadillo perfecto de la cena de festejo que tenía preparado Luiz Felipe Scolari. Pero estos jugadores fueron criados de otra manera. Y aprendieron a vivir esta profesión distinto, desde las enseñanzas de José Sulantay, el padre de muchos de estos chicos. Nada apagó el fuego sagrado de un equipo que se despide del Mundial con la frente en alto y bajo el aplauso de más de 17 millones de compatriotas.
Sí, se perdió una vez más. Pero en el fútbol no todo es ganar o perder. También está el legado. El hecho de traspasar algo a las generaciones que viene. Por eso lo de hoy sí deja enseñanzas. Es valorable. Rebelarse ante la adversidad y abrazar el escudo, como le gusta decir a Sampaoli. Esos, los jugadores lo expresaron en su grado máximo.
Ahí está Medel. Lo buscan en todo momento dentro de la cancha pese a sus evidentes complicaciones físicas. Ven a través de su esfuerzo las gotas de energía que escasean. Chile se entrega al máximo ante las pifias de la fiebre amarilla que tiñe el Mineirao. No deja de sobrecoger lo que hacen los soldados de Sampaoli.
Brasil, ese equipo plagado de estrellas, que se tomó hasta con humor el partido, sólo quiere que acabe el calvario. Pese a la victoria, sufren. Son sometidos a la peor de las pesadillas futbolísticas que se recuerden en años. Allí, refugiados en su arco, debajo de los hombros de Thiago Silva y David Luiz, los dos que sostienen el barco amarillo. Hasta Neymar, el niño mimado de la afición, busca refugio en las dos torres defensivas.
Con lo que le queda va Chile, buscando tocar el cielo con las manos. Hacer patria justamente en la patria del fútbol. Ante la mirada temerosa de más de 200 millones de brasileños que desea que acabe todo rápido. No aguantan más. La pesadilla les come el cerebro.
Para fortuna de los locales, Dios les devuelve la fe con los penales. Entre las manos de Julio César y la mala ejecución de Pinilla, Sánchez y Jara, salvan al dueño de casa. Sí, nuevamente la suerte se ensaña con los chilenos, que lloran desconsolados. No lo pueden creer. Valdivia prefiere taparse la cara de dolor y angustia. Todos intentan consolar a Jara, que no sabe todavía lo que sucedió.
El Mineirao por fin explota. La tristeza vuelve a ser chilena. Pero que va. Lo de este sábado es imborrable. Se construyó un camino que debe seguir recorriendo. El aplauso del propio público brasileño conmueve tanto como el chileno.
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