De El Huaso a El Edificio de los Chilenos: los álbumes familiares en el documental
El jueves se estrena El huaso, cinta donde Carlo Proto describe cómo su padre enfrenta un eventual diagnóstico de Alzheimer.
Dos carreras de obstáculos contra el tiempo se cruzan. Un padre quiere terminar con su vida antes de que el Alzheimer lo deje tan inválido como un lactante. Su hijo, al mismo tiempo, lucha por concluir el documental sobre esta figura paterna testaruda y determinada. Ambos encontrarán el camino común en un viaje a Chile, que permitirá a Gustavo Proto montar a caballo como en su adolescencia y a su hijo Carlo recordar el paisaje agreste de sus días infantiles, antes de que todos se fueran a Canadá. La película que los reúne es El huaso, sombrío retrato que el documentalista Carlo Proto realiza sobre su progenitor, un suicida en potencia.
La cinta, auténtico ejemplo de filmar la muerte en directo, se estrena el próximo jueves en varias salas del país. No deja de ser ventajoso que El huaso viaje más allá de Santiago, considerando su título y que muchas escenas transcurren en los rodeos y las parcelas de la Quinta Región. Ahí pasó su infancia Gustavo Proto, un chileno que arribó a Canadá en 1972, en busca de mejores ofertas de trabajo y golpeado, a su vez, por el suicidio de su propio padre.
"Somos todos gente que tiene que pasar por la adaptación. Mi abuelo Guillermo llegó de Italia a Chile y no tenía nada. Luego, mi padre vino a Canadá sin nada tampoco. Finalmente, yo me he desplazado desde Toronto, una ciudad muy aburrida y ordenada en Canadá, a Montreal, donde no se habla inglés, pero hay más emoción y desafíos", cuenta Carlo Proto, para quien el inglés es su primera lengua y el español sólo su idioma secundario. Su primer largometraje escapa a la lógica del cine tradicional para entrar a los terrenos de la intimidad, las confesiones en pantalla y la catarsis.
Más que un documental tradicional, es una experiencia. El mismo realizador lo concede: "No le aconsejo a todo el mundo que filme su vida. A mí me puede haber servido, porque en mi caso era una necesidad, no una opción". Durante 78 minutos, la película se mueve al ritmo angustiante de Gustavo, un hombre consumido por los malos presagios y la sensación de que su destino de suicida es hereditario. Hay una dialéctica frenética entre él y las palabras de su hijo, que una y otra vez lo insta a reconsiderar su medida, a tratar de disfrutar su vida, a no dejar huérfana a la familia.
Una escena es tétrica: Gustavo Proto aún siente pavor al recordar la muerte de su padre, Guillermo, el abuelo de Carlo. En cámara y mientras visitan el nicho de Guillermo, Gustavo le dice a su hijo: "¿Te imaginas como será poner la cabeza en las vías del tren como lo hizo él? ¿Te imaginas cómo fue el día en que murió, desde que se levantó de la cama, con todo planificado?".
La película se exhibió en varios festivales antes de que llegara a la televisión canadiense, en junio del 2012. "Uno de los mayores cumplidos fue de mi propio padre: a él le gustó mucho la película. Sé que puede sonar cliché, pero fue así", comenta el director.
DIRIGIR COMO NECESIDAD
Carlo Proto dice que en el género documental, a diferencia de la ficción, es la historia la que elige al cineasta y no al revés. En su caso, eso es una verdad incontestable. "Estaba tan decidido a terminar esta película que tendrían que haberme matado para impedirlo", comenta. En un viaje al Festival de Lima, en el 2012, Proto conoció a María Paz González, ganadora de Fidocs en el 2011 con su cinta Hija, que describe sus propias experiencias buscando a su padre y a su abuelo en Chile. Lo hace con su madre, desde Temuco hasta Antofagasta y a bordo de un viejo escarabajo Volkswagen.
Los dos directores son ejemplos recientes de cineastas que indagan en la historia personal y familiar. ¿Catarsis, confesiones, representación a escala de la sociedad chilena? Un poco de todo, quizás. "Con las películas familiares hay mucha catarsis, porque involucras muchos sentimientos. Se gatillan cosas en personas cercanas. Es una carga fuerte con la que se aprende a lidiar", explica María Paz González.
"El documental, por otro lado, es el género más económico y más rápido para contar este tipo de historias", agrega Proto.
El huaso es sólo el caso más reciente. "Es una película muy valiente. No tiene que ver con la memoria, sino con enfrentar la realidad", dice la realizadora Maite Alberdi, responsable de la premiada El salvavidas (2011). Alberdi estrenará en los próximos meses su cinta La once, donde su abuela es una de las protagonistas. "Ella y un grupo de amigas son el eje. Se juntan a tomar té. Pero mi cinta se dispara hacia otro lado. La podría haber dirigido otra persona: la relación con mi abuela no está explicada en pantalla", explica Alberdi.
Quien sí tiene un profundo vínculo con sus largometrajes es Macarena Aguiló, responsable de El edificio de los chilenos (2010), que indagaba en su infancia en Cuba junto a un grupo de muchachos, hijos de exiliados latinoamericanos. En la película también se rememoraba un duro episodio de su infancia: a los tres años fue secuestrada por agentes de la Dina, que así buscaban que su padre, el dirigente del MIR Hernán Aguiló, se entregara. Finalmente y tras pasar por Villa Grimaldi, entre otros sitios, su abuelo logró rescatarla.
Hoy, Macarena Aguiló prepara el documental La causa, que seguirá de cerca este capítulo de su vida. La película parte de la premisa de la reapertura de la causa judicial en contra de los efectivos de la Dina.
También con este organismo de inteligencia de la dictadura se relaciona Sin chapa Adriana, trabajo de Lisette Orozco, sobre su tía, ídolo de infancia con pies de barro: ahora está en Australia y es prófuga de la justicia. Se la acusa de secuestro y asesinato en sus días de secretaria en la Dina.
Otra tía era la que motivaba la historia de Sibila (2012), película de Teresa Arredondo, acerca de la tempestuosa relación con su tía Sybila Arredondo, antropóloga chilena que pasó 14 años encarcelada en Perú, por sus nexos con Sendero Luminoso.
A diferencia de El huaso, donde la circunstancia política no existe, muchos de los documentales chilenos en primera persona nacieron con ese motivo bajo el brazo. Es más, puede que sea su razón de ser. Así sucedió con Reinalda del Carmen, mi mamá y yo (2007), cinta de Lorena Giachino, que trataba de hallar las piezas de un rompecabezas familiar. Son, básicamente, los intentos de la directora por reconstruir los lazos de amistad de su madre y su amiga Reinalda. Su madre perdió gran parte de su memoria tras una enfermedad y Reinalda es detenida desaparecida desde 1976. "Es difícil clasificar. Hay muchas películas en primera persona. Algunas son tremendamente fuertes, como es el caso de Tarnation (2003), de Jonathan Caouette. Otras son más reflexivas y ofrecen una mirada a la sociedad que te toca vivir. Tal vez ese sea el caso de Reinalda", dice Giachino, que explica que, a diferencia de Proto en El huaso, el filme no le significó una catarsis: "Por el contrario. Quedé aún más aproblemada, con más preguntas que hacerme".
Probablemente, también muchas preguntas tendrá La otra cara de la moneda, cinta que Marcia Tambutti prepara hace seis años sobre su abuelo, el Presidente Salvador Allende. Este trabajo tiene como subtítulo La búsqueda de mi abuelo Allende y por lo que se desprende del trailer que circula en YouTube, intenta descifrar la intimidad del político.
En fin, la lista de películas que indagan en la familia es larga, desde la próxima Genoveva, de Paola Castillo, al trabajo que preparan los hijos del asesinado sociólogo José Manuel Parada, en el caso degollados de 1985. La hora de mirar el viejo álbum familiar llegó para quedarse.
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