El Funicular a los ojos de su maquinista
En 2013, 375 mil personas abordaron este ascensor. Luis Arriagada es uno de los que permiten que éste suba por el San Cristóbal y lleve a sus pasajeros hasta la cumbre.<br><br>
Mientras más de 200 personas hacen fila en la entrada y 40 brasileños, estadounidenses, europeos y algunos chilenos abordan uno de los carros de este medio de transporte, Luis Arriagada (42) recuerda cómo llegó a trabajar al Funicular del San Cristóbal. "Mi hermana era funcionaria del Parque Metropolitano y me contó que necesitaban a alguien en el Teleférico. Estuve un rato corto en esa pega y luego, hace 23 años, llegué acá", cuenta.
En ese entonces, el actual jefe de los maquinistas del ascensor santiaguino, de profesión electromecánico, tenía 19 años y en todos estos años nunca ha pensado en cambiarse a otro trabajo, porque, dice, cada mañana cuando llega a su puesto se transporta a otra época, "una donde casi no existe el estrés y estás al aire libre".
Luis menciona con entusiasmo cada detalle del funcionamiento del Funicular, que durante 2013 recibió más de 375.000 visitantes y desde marzo de ese año es operado por la empresa Turistik, después de que expertos de la U. Federico Santa María le hicieran una completa revisión y posterior arreglo de algunos componentes (ver recuadro).
Con precisión, detalla cuál es la función de los maquinistas y cuál la de los conductores: los primeros, se ubican en la sala de máquinas que está en la cima del cerro, en el sector del Santuario de la Virgen. Desde ahí operan los carros, los echan a andar o detienen su marcha cuando llegan a alguna de las tres estaciones, la de la entrada al Parque Metropolitano -por calle Pío Nono-, la del zoológico y la de la cumbre.
¿Cómo saben ellos cuándo deben hacer cada cosa? "Los conductores, que van en los vagones, son los ojos del maquinista. Chequean visualmente que todo funcione bien en la vía y les indican cuándo deben parar, avanzar o retroceder", puntualiza.
A pasar de que Luis lleva más de dos décadas en este trabajo, todavía se maravilla con la forma en que se comunican, un sistema que data desde los orígenes del ascensor: arriba del carro, el conductor lleva una varilla con la que acciona un circuito eléctrico. Este, a su vez, activa una campanilla que suena y avisa en la sala de máquinas. "Una campanillada significa detenerse; dos, partir", acota Juan Díaz, uno de los colegas de Luis.
Arriagada afirma que este es el ascensor más seguro del país, a pesar de que su mecanismo es casi el mismo desde 1925. Cuenta que en 2005 se incorporó un sistema de comunicación adicional, por radio, que el primer lunes de cada mes cierran para mantenimiento y que todos los meses se realizan simulacros de rescate. "Incluso, conservamos algunas de las herramientas originales, que aún usamos en su mantenimiento", explica el profesional.
Hasta los cortes de luz están previstos: cuando ello sucede, los carros -uno que sube y el otro que baja- avanzan usando su propio contrapeso hasta llegar a un lugar seguro y poder evacuar ahí a los usuarios.
Es tanto su apego a este medio de transporte que él mismo se detiene y les explica a los turistas los secretos del trayecto vertical, que en total demora siete minutos. "El 60% de ellos son brasileños, por eso he ido aprendiendo algo de portugués", revela.
Y a pesar de que aún es joven, ya piensa en un sucesor. Ninguno de sus dos hijos ha manifestado interés por trabajar en el Funicular del cerro San Cristóbal, pero sí uno de sus sobrinos. "El estuvo trabajando con nosotros mientras estudiaba Mecánica en el Duoc. Me ha comentado que le encantaría volver", finaliza.
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