El lado B del Maratón de Santiago: Las verdaderas metas
Ganar no es el único fin de los competidores. Hay quienes corren porque quieren cumplir nuevos objetivos y porque así darán un vuelco definitivo a sus vidas. Aquí hay algunas historias de ellos.
A las 7.30 de la mañana las calles del centro de Santiago presentan un aspecto distinto. Basta con recorrer algunos minutos las principales arterias de la capital para comprender que algo grande se está gestando, que algo de extraordinarias dimensiones está a punto de pasar.
28.000 corredores se hacinan en la línea de salida ante la impaciente mirada de aficionados al atletismo, familiares y amigos. En el cielo, todavía negro, los curiosos drones se confunden con palomas.
Un puntual cañonazo pone fin a la creciente expectación y comienza el espectáculo. Sobre el trazado urbano, pero también sobre balcones y veredas. Porque un maratón se distingue de una simple carrera por el sencillo hecho de que lo corren todos, y cada uno a su manera.
El populoso y homogéneo grupo que había tomado la salida en masa, no tarda demasiado en fragmentarse porque pese a su aspecto lúdico, el certamen santiaguino reserva un premio al ganador. Tal vez por eso, alcanzado el ecuador de la prueba, uno de los favoritos decide desmarcarse del resto con un soberbio cambio de ritmo que sus inmediatos perseguidores no son capaces de soportar . Se trata del keniata Luka Rotich Lobuwan. Sus sensaciones son mejores que las del resto y el maratón, como la vida, se rige por sensaciones.
Sensaciones tan poderosas que permiten a los amantes de este deporte globlal sentirse como el propio Lobuwan, haya o no una medalla en juego.
Desde los omnipresentes ciclistas, que acompañan de manera incondicional a los maratonistas en su particular lucha contra sí mismos; hasta los insobornables perros, que pese a las restrictivas medidas de seguridad interpuestas se niegan a dejar de sentirse como en casa en plena calle. Pero sobre los miles de agitadores anónimos, de animadores urbanos que, en definitiva, se dedican a combatir con sus vítores y aplausos la soledad del corredor de fondo.
Otros vencedores
Dos horas y media después de la mediática proclamación de Lobuwan como vencedor del MDS, contiúan llegando a la meta nuevos ganadores. Como Rubens Camilo, corredor brasileño de 72 años para quien la edad no supone un impedimento a la hora de afrontar nuevos desafíos deportivos diariamente. O Daniel López, ex atleta federado chileno que mantiene la misma pasión del primer día en su decimoctava participación en un Maratón. "Venía con una alumna, al mismo ritmo, por lo que no me preocupa mucho el tiempo que hice. Lo lindo aquí es disfrutar de esto, vivirlo, y que pueda servir para sacar a los jóvenes de la drogadicción y tantas cosas", confiesa el deportista de 54 años, con una amplia sonrisa en su semblante.
Igual de contenta que Dany, pero víctima de un ataque de emoción incontrolable que le impide dejar de llorar, se encuentra Gemma González tras detener el cronómetro por debajo de las cinco horas. "Ésta es la tercera vez que lo intento y la primera que consigo terminar", comienza a relatar la maratonista, antes de explicar las razones por las que, a su modo de ver, "la perseverancia siempre da sus frutos": "Yo llevo sólo siete años corriendo. Era obesa mórbida y decidí hacer un cambio en mi vida y empecé con el deporte. Esto demuestra que querer es poder".
Tras ella, cruza la meta Jorge Zapata Díaz, enfundado en su disfraz de Chapulín Colorado con el que compite desde hace años. "No estoy ni cansado", confiesa el corredor de 56 años, sin dejar de escuchar por sus audífonos CCR, el grupo que pone la banda sonora a todos sus maratones.
Cinco horas después de la largada, y tras una colectiva participación en postas, cruzan la meta de la Moneda familiares y amigos de Joaquín Riveros. Es uno de los momentos más emotivos de la jornada. Los compañeros del joven, fallecido el pasado jueves en un accidente de tránsito ocurrido en la rotonda Pérez Zujovic de la capital, lucen lienzos y camisetas en recuerdo de Joaquín, quien se entrenaba para completar el recorrido de 42 kilómetros del Maratón. Son alrededor de 60 y no corren para cruzar una meta, sino para cumplirla. Al igual que tantos otros participantes, que cada año atraviesan corriendo la gran alameda que les separa de sus objetivos.
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