Enrique Osses, juez y parte del fútbol chileno

El controvertido árbitro chileno muestra su lado más humano y analiza la otra cara de una profesión tan vilipendiada como esencial dentro del mundo del fútbol.




Cuesta imaginarse a alguien que haya saltado al césped de los estadios de medio continente; que haya estado presente en partidos de definición de Clausura y Apertura durante más de dos décadas; que haya tomado parte en finales de la Copa Libertadores y de la Copa Sudamericana; que haya vivido en primera persona el Mundial de Brasil; que haya defendido siempre la misma camiseta y que no haya dejado indiferente a nadie. Cuesta imaginarse que esa persona  haya vivido siempre en la comuna santiaguina de Maipú. Pero lo que más cuesta imaginarse, es que haya logrado todo eso, sin ser ni haber sido nunca futbolista profesional.

Su nombre es Enrique Osses, juez y parte del rompecabezas del fútbol chileno.

El árbitro elegido para representar al país en la cita planetaria celebrada en Brasil el pasado año, abre a La Tercera las puertas de su casa en Santiago, custodiado en todo momento por Chocolate, un perro marrón de raza teckel, que no asusta tanto. "Tenía alrededor de 22 años cuando me di cuenta de que el tren del fútbol profesional me había abandonado. Escuché en un comercial radial que había muy pocos árbitros en ese tiempo, y que si te querías dedicar a la actividad  y salías favorecido, la propia radio te pagaba el curso. Así fue como empezó todo", comienza a relatar el hoy juez FIFA, a propósito del inicio de una meteórica escalada profesional que concluiría con su debut en Primera División en el año 2000.

Quince años después, Osses se sincera, analizando los momentos más importantes de su carrera, compartiendo su visión sobre el estado actual del arbitraje y dejando entrever al hombre que se esconde tras la figura del réferi.

Prestigio e impopularidad

El nombre de Enrique Osses ha suscitado siempre controversia. Importantes reconocimientos internacionales -como la designación de mejor árbitro de América, en 2012-, y célebres polémicas suscitadas por su desempeño en partidos de suma trascendencia, han contribuido, en partes iguales, a forjar la popularidad de la que actualmente goza. Pero él, que reconoce que "el arbitraje vende en la medida en que existen polémicas", no duda a la hora de indicar a qué se debe la fama que le persigue: "Uno es un árbitro polémico cuando está donde las papas queman y toma decisiones que de repente no son muy populares", sostiene. Una impopularidad que a punto estuvo de acabar con su carrera en 2005, cuando en el transcurso de un partido entre Unión Española y Unión San Felipe, el entonces golero del conjunto hispano, el argentino Ignacio González, fue castigado con 22 partidos por agredir al juez en plena cancha.

"Fue muy duro, porque uno como árbitro se va preparando para situaciones futbolísticas que pueden pasar, pero en el caso de una agresión, tú nunca estás preparado para eso. Estuve mal durante un tiempo, cuestionándome si realmente valía la pena seguir en esto", confiesa el árbitro internacional, quien finalmente decidió continuar adelante, y quien reconoce que las penalizaciones establecidas por la ANFP a los jueces por sus desempeños en el campeonato nacional, son muchas veces difíciles de asimilar: "A nadie le gusta que le digan que hizo un mal trabajo públicamente, que lo sancionen, pero la sociedad hoy en día reclama mayor transparencia, y hay que asumirlo y adaptarse a las reglas", afirma.

El otro Osses

"Un árbitro nunca debiese vivir 100% del arbitraje, porque el arbitraje dura hasta los 45 años, y si tienes una mala tarde, te pueden hasta bajar de categoría. Yo creo que ningún árbitro es solamente árbitro", reflexiona el maipucino, haciendo buena su propia afirmación con su trabajo de representante comercial de una empresa eléctrica.

Osses, padre de tres hijos, coleccionista de balones que recuerdan sus éxitos profesionales y amante confeso de los rompecabezas, no tiene Twitter ni Facebook, pero es consciente de que la gente habla, y bromea. "Sé que se generan bromas en las redes sociales, pero me las tomo como lo que son, humoradas", reconoce el árbitro chileno, que prefiere una novela de Ken Follett a una crónica de prensa, y que le cuesta tanto elegir a su grupo favorito -probablemente Los Fabulosos Cadillacs- como seleccionar un momento concreto de su carrera. Finalmente accede a lo segundo: "La final de la Copa Libertadores de 2012, entre Boca Juniors y Corinthians, en la Bombonera. Un clásico sudamericano que fue una fiesta del fútbol. Ese me queda en la retina como un partido que yo le voy a mostrar a mis nietos diciéndoles: 'Mira, tu abuelo dirigió este partido. Revísenlo. Fíjense quién era el árbitro'. Ese, o más recientemente, una anécdota vivida en el Mundial de Clubes, en el que uno de mis asistentes, Sergio Román, se despedía del fútbol", prosigue. "Jugaba el Real Madrid y al terminar, (Carlo) Ancelotti se enteró de que era el último partido de Sergio. A los 10 minutos llegó personalmente al camarín a entregarle un presente y a agradecerle su dedicación a este deporte", desvela.

Reconocimientos que suelen escasear en el mundo del arbitraje profesional, y que tal vez por ello, obligan a los árbitros de fútbol a vivir en todo momento con los pies en la tierra: "Creo que me van a recordar como un árbitro conflictivo, un árbitro polémico, un árbitro que suspendió un montón de partidos y que se equivocó en otros tantos, pero me gustaría que me recordaran como un tipo que entró a la cancha a hacer su trabajo lo mejor posible".

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