Fuenzalida: El cuico que desmontó los prejuicios del fútbol

José Pedro Fuenzalida

José Pedro Fuenzalida se ha convertido en el arma secreta de la UC en este 2016, con goles que han devuelto la sonrisa y los títulos a Las Condes. Nacido precisamente en el barrio alto, en el seno de una familia acaudalada, el Chapita ha tenido también que aprender a nadar a contracorriente. La suya no es una historia de supervivencia, sino de amor por el fútbol.




No habrá en esta historia Ferraris estrellados en las cunetas, persecuciones con amenazas de muerte a bordo de un Dodge, ni peleas matinales con jugadores de fútbol amateur. No habrá asados intempestivos, declaraciones arrogantes, robos de nueces, ni reventas de televisores. No habrá tampoco -cómo podría haberlo en una sociedad tan dual, tan contrastada, tan asimétrica- toda esa mística que rodea a los jugadores nacidos en las entrañas de una población marginada. No habrá, por tanto, en esta historia, niños jugando en los pasajes ni endureciéndose en canchas polvorientas. No será ésta la historia de un chico que promete a su familia sacarla del barrio pobre pateando una pelota. No tendrá ese tinte épico, esa manida moraleja, porque será una historia de fútbol y no de supervivencia.

La historia de un jugador nacido hace 31 años en el barrio alto de Santiago, allí donde las calles lucen limpias, asfaltadas y desiertas. El segundo de nueve hermanos de una familia que llega a fin de mes holgadamente. José Pedro Fuenzalida, el Chapita de los goles decisivos y el de los títulos que vuelven, el perfecto biotipo cruzado, el ABC1 de cuna que enamora en la precordillera.

Es sábado y a las 11 de la mañana la calle Waterloo de Las Condes, en la que Fuenzalida pasó sus primeros años de vida, continúa sumida en un letargo absoluto. No hay niños jugando en las veredas ni actividad humana alguna frente a la casa familiar color mostaza que hoy ha sido convertida en una tienda de venta de lámparas. Allí creció el guatón, como todavía le llaman cariñosamente sus parientes más cercanos. "La familia de José Pedro es una familia muy tradicional y estable, una familia católica", explica, de forma introductoria, María Jesús Herrera, la esposa del jugador desde hace seis años, su polola durante los siete anteriores y la madre de sus tres hijos.

A algunos kilómetros de allí, en pleno camino del alba, rebasada ya la famosa cota mil que divide la ciudad en dos mitades cada vez más diferenciadas, se encuentra el hogar en donde el Chapita vivió toda su infancia, a los pies casi de la imponente cordillera y a menos de cinco minutos caminando de San Carlos de Apoquindo, su otra casa. El feudo de Universidad Católica, un club profesional de primer nivel -tantas veces vinculado a la clase alta- pero en el que no resulta fácil, especialmente en etapas formativas, ser diferente, sea por el motivo que sea. "A él le costó al principio porque no le daban pase. Hubo un poco de discriminación en el sentido de que a él le costó más entrar en el equipo. Luego, con la madurez, eso fue cambiando" , rememora su esposa, antes de precisar: "A él no le molesta que le digan cuico, porque no siente que haya diferencia en el fútbol entre alguien cuico y alguien que venga desde más abajo o que le haya costado más surgir".

José Pedro Fuenzalida cursó todos sus estudios en la escuela Cordillera de Las Condes, un colegio particular pagado de línea católica y administrado por el Seduc, es decir, ligado al Opus Dei, que encabeza desde hace años el ranking nacional de puntajes PSU. Un centro educativo con una colegiatura mensual superior a los 400.000 pesos, no apto para cualquiera. Allí imparte clases todavía Alejandro Leyton, profesor del Chapita en cuarto medio. "Él estaba entre los tres o cuatro mejores del curso. Y tenía una formación integral, tanto en la parte científica, en matemáticas, como en la parte humanista. Sus cuadernos de clase eran impecables", recuerda el docente.

"Entonces tuvimos una reunión con los padres para hablar sobre su futuro, porque el fútbol es algo muy incierto y él era muy buen estudiante. Dio la PSU y le fue muy bien. No recuerdo el puntaje exacto, pero estuvo alrededor de los 800 puntos, por lo que podía estudiar la carrera que él quisiera", agrega.

Pero Fuenzalida, el joven que jugaba al vóleibol en la selección del colegio, el que tocaba la guitarra y cantaba en su banda musical, y el que podía elegir qué hacer exactamente con su futuro y dónde, terminó decantándose por el fútbol.

Había ingresado en las series menores de la UC en 1996, a la edad de 11 años, apenas algunos meses después de que Raimundo Tupper, el futbolista atípico e ilustrado del conjunto de la franja, uno de los últimos ídolos de clase alta del club, pusiese fin a su vida arrojándose al vacío desde el hotel de concentración del equipo en Costa Rica. Sus rasgos físicos, su rubia cabellera, sus raíces acomodadas, su carácter introvertido, sus precoces inquietudes intelectuales y hasta su forma de jugar, recordaban al Mumo.

"Su caso es atípico porque él tuvo todas las posibilidades para estudiar una carrera común, porque se desenvolvió y se sigue desenvolviendo en un ambiente distinto, y terminó dedicándose al fútbol. Todos sus amigos son profesionales y si tú miras las estadísticas, son pocas las personas que viniendo de ese medio terminan siendo futbolistas", reflexiona al respecto Diego Rosende, compañero de Fuenzalida durante más de seis años en las series menores de la UC y hoy futbolista de Palestino.

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José Pedro Fuenzalida

Un bicho raro

Pese a proceder de un estrato socieconómico alto, de esos en donde el fútbol continúa siendo sólo un pasatiempo y no una cuestión de vida o muerte, el perfil de José Pedro Fuenzalida sigue ha sido bajo. Al menos eso es lo que reiteran hasta la saciedad todos sus allegados. "José Pedro no es nada ostentoso, no le gustan las joyas ni los relojes ni los autos. Él, por su familia, tuvo a lo mejor facilidades para viajar, pero tiene, por ejemplo, un auto común y corriente, un Volvo, que igual es un auto rico, pero que no es tan lujoso como el de otros", explica María Jesús Herrera. "Es alguien que sabe desenvolverse en todos los ámbitos. Y cuando uno se comporta como uno más, lo tratan como uno más", añade Rosende.

En 2004, el hoy seleccionado nacional realizó su debut con el primer equipo de Universidad Católica, pero tan solo tres años después, cuando de nuevo su vida parecía solucionada, decidió anunciar su retiro. Tenía 22 años, pero no se sentía completamente realizado. Lo hizo para retomar sus estudios universitarios de ingeniería comercial en la PUC (ya había iniciado antes los de civil en la Universidad de Los Andes), pero el fútbol pudo más y transcurridos sólo seis meses regresó a las canchas. "Su caso llama la atención porque generalmente en Chile los grandes jugadores, en un porcentaje muy alto, son de estratos sociales bajos. Y entonces a alguien que lee mucho, que le gusta otro tipo de música, que se interesa por otro tipo de cosas, lo ven como un bicho raro", manifiesta Mario Lepe, técnico del futbolista en las series menores de la UC.

Tras regresar al fútbol profesional, el Chapita firmó por Colo Colo, "un equipo asociado a un estrato social más bajo, pero en el que él, viniendo de una clase media-alta y de un clásico rival, llegó a ser incluso capitán", rescata Rosende. Después, en 2014, se produjo su salto a Boca Juniors y ahora, por fin ahora, su consolidación definitiva. En su barrio. En su equipo. Ante su gente.

Porque no cabe ya ninguna duda de que 2016 está siendo el año del Chapa. Un gol suyo permitió a la UC conquistar el esquivo título de Clausura luego de cinco años de sequía y apenas algunos meses después de su retorno. Con otro, los cruzados se impusieron a la U en la final de la Supercopa y con él en cancha -erigiéndose en la revelación del plantel- Chile alzó al cielo de Estados Unidos su segunda Copa América consecutiva. Su actuación en la última fecha del Apertura, ante Unión, o su incidencia (provocó el penalti del 1-0) en la ida de los cuartos de final de la Copa Chile (que se resolverá esta tarde), así lo acreditan. El Chapita está de vuelta y ha venido para quedarse.

El guitarrista amante de Metallica, Guns 'N Roses y Arjona, el padre 24 horas al día "que ama a su mujer sobre todas las cosas", que veranea cada año en la casa de la abuela en Las Cruces y que atesora biblias e imágenes de la virgen en su morada del extrarradio de Santiago, es hoy el talismán de su equipo de siempre. El cuico que se adueñó de la precordillera. "Es posible que a los jugadores que proceden de estratos altos les cueste más convertirse en ídolos, porque el hincha valora otro tipo de cosas, como la garra, y suelen encasillarlos. Pero el Mumo, que era un tipo distinto, o Milo, que también lo era, pasaron a ser ídolos de la Católica. Con José Pedro podría pasar lo mismo, si es que no ha sucedido todavía", sentencia Mario Lepe.

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