Harald Beyer: "El de Bachelet es un liderazgo de mentira"
El destituido ministro de Educación, cuestiona la lealtad de la ex presidenta, a quien ayudó durante su gobierno integrando tres comisiones asesoras. Acusa "hipocresía" en el debate sobre el lucro, critica a la Confech y dice que la clase política pasa por un "mal ciclo".
Aunque reconoce haber vivido momentos complicados, Harald Beyer luce tranquilo el día después de haber sido destituido, producto de la acusación constitucional aprobada por el Senado. "Cuando uno cree y está convencido de que lo ampara la verdad, uno duerme más tranquilo", señala el ex ministro de Educación, sentado en la céntrica oficina que arrendó desde que el libelo fue visado por la Cámara Baja, hace tres semanas.
El economista aún no ha zanjado lo que hará en el futuro inmediato. Pretende tomarse un par de meses sabáticos e instalarse en una biblioteca de alguna universidad de Estados Unidos, para estudiar "algunas materias que me interesan tanto en educación como en otras áreas que yo he trabajado. Después veré lo que hago". Aunque no tiene contemplado aceptar la oferta de Andrés Allamand para integrarse a su comando presidencial, sí está dispuesto a colaborar con su campaña. "Si puedo respaldar a Andrés, lo voy a hacer personalmente y directamente, pero no a través de mi participación en el comando", sentencia.
Beyer -quien se convirtió en el 15º ministro de Educación en los últimos 23 años- asume que la acusación crispará el clima político, aunque también ve un lado positivo en lo sucedido en las últimas semanas. "Veo que ha generado un poco de mística en el sector. Pero eso pasa también con las sensaciones de injusticia, que al sector que se siente afectado por ese acto lo aglutina y le da ganas de trabajar más", sentencia.
¿Con qué impresión se queda? ¿A qué atribuye su destitución?
No sé. Supongo que esto, más que hacia mí, es hacia el gobierno. Es una forma de bloquear al gobierno en esta área. La candidata con mayores posibilidades de la Concertación ha hecho de este punto, de la educación, un tema central de su campaña. Creo que detrás de esto hay un ataque, más que a mí, al gobierno. Y no importan mucho los medios: hemos visto que, finalmente, el fin los justifica.
La ministra Matthei responsabilizó a Michelle Bachelet por su destitución. Dijo que ella, con un dedo meñique, podría haberla detenido. ¿Comparte ese juicio?
Indudablemente, si la ex Presidenta hubiese hecho una declaración de apoyo a mi persona, el escenario político habría sido otro. Ahora, ¿por qué ella lo iba a hacer? Uno supone que en política los líderes tienen cierta lealtad a gente que ha colaborado con ella. Y, por lo tanto, esa señal tampoco habría sido inadecuada de su parte.
Porque usted colaboró en su gobierno...
Uno espera de los líderes políticos lealtad hacia la gente que de alguna forma ha contribuido con ellos. Yo no contribuí en una pequeña dimensión, sino que estuve en tres comisiones y creo que mi rol fue, desde el punto de vista de sus intereses y de lo que ella buscaba, bien importante. Eso ya es leche derramada, no me interesa hacer mayores olas, pero indudablemente que si ella hubiese hecho un gesto, creo que la votación hubiera sido distinta, porque acá la Concertación se alineó políticamente, salvo una persona, que creo que rescata el valor de la política.
Esta falta de lealtad que según usted tuvo Bachelet, ¿qué le provoca?
Me decepcionó. Y la sensación de que es un liderazgo de mentira. De un líder político, uno esperaría que tuviera capacidad de mirar con más distancia, con una perspectiva más de largo plazo, y eso es lo que yo no vi. Pero esa es mi opinión, tampoco esperaba ningún favor en particular de ella o de ninguna otra persona. Yo lo que esperaba es que se analizaran los antecedentes en su propio mérito.
¿Cuándo se dio cuenta de que iba a perder?
Yo llegué con la sensación de que perdía, pero hacia el final hubo una pequeña esperanza de que eso podía cambiar. Más bien, fue en algún momento un poquito de esperanza, en la parte final, pero iba con la sensación de que iba a perder.
Esa esperanza se la dio el DC Patricio Walker, a las 20.30 horas, cuando anunció su voto en contra de los tres capítulos. ¿Fue una sorpresa?
Fue una sorpresa. Ahora, yo había visto su actuación hace mucho tiempo, así que tenía la esperanza de que él fuera una de las personas que podría hacer una evaluación en su propio mérito de la acusación. Fue para mí, por lo menos, una esperanza, porque más allá del resultado y a pesar de estas coyunturas, hay políticos que están dispuestos a cumplir con un papel de jurado, aunque eso les traiga enemistades con su sector político.
¿Pensó en renunciar? Carlos Bianchi lo propuso a cambio de evitar la destitución.
Cuando se entra en política o se participa en el debate público, uno respeta las instituciones y no se presta para un juego que hubiera sido un arreglín. En ninguna parte se sostiene que si uno renuncia se detiene la acusación. Eso significaba que los senadores iban a cambiar su voto respecto de lo que tenían pensado, y eso a mí me parece que es una pésima práctica. Yo prefiero perder, pero que las instituciones cumplan con el papel que tienen.
¿Cómo fueron estas dos semanas entre la aprobación en la Cámara y la votación en el Senado? En el gobierno había posiciones divididas en cuanto a si usted debía o no dejar antes su cargo.
A mí siempre se me dejó en libertad de acción para tomar la decisión que yo quisiera. No hubo nunca presión de nadie para que yo cambiara mi postura. Por lo menos hacia mí no hubo nunca esa presión. El Presidente dijo: "Vamos a hacer lo que usted quiera". Me sentí apoyado en todo momento por él.
El miércoles, usted dijo que quería que los acusadores "dieran la cara".
Esta va a quedar como una acusación muy injusta en el tiempo. Es la sensación que yo tengo. Yo no soy un ministro muy popular, pero hoy día la gente se me acerca, me palmotea la espalda, me da la mano, me abraza. Eso es una sensación muy especial, y creo que detrás de eso es la sensación de que esto fue muy injusto. Y en el ser humano, la sensación de injusticia genera mucha solidaridad.
Esa noche se le vio emocionado...
Me quebré un poco en el discurso final pero, básicamente, porque había generado un muy buen vínculo con el equipo del ministerio y veía sus caras llorando. No soy de fierro, y en ese momento me quebré un poquito. Pero en general la sensación, después de lo del Senado mismo, es más bien de rabia, de desilusión, de decepción, de frustración ante argumentos que realmente no se sostenían.
¿Por qué sus abogados no hicieron ver en la Cámara el error que había en la acusación constitucional?
¿Qué habría pasado si se denuncia eso? Probablemente se retira la acusación, pero se reescribe y se presenta de nuevo.
Pero políticamente se hubiera debilitado...
Probablemente se debilita, pero realmente lo que había era una voluntad de avanzar, así que da lo mismo.
¿Cree que lo iban a acusar igual?
Sí. Había ánimo de acusarme constitucionalmente, y no porque fuera yo, sino porque era el ministro de Educación. De hecho, yo llevaba tres meses en el cargo y ya se hablaba de una acusación.
Usted hablaba de decepción. ¿Qué político lo decepcionó más?
No quiero hablar de nombres. Vimos mucha demagogia en muchos. Si uno lee los discursos y ve ese proceso final, donde se me acercan personas y parlamentarios para decirme: "Mire, ministro, si usted renuncia, nosotros vamos a votar en contra", me parece poco serio. Más bien, fue un comportamiento de manada, y más que denunciar a alguien en específico, yo creo que lo que denuncio es el comportamiento de mandada. Eso decepciona.
Dijo que Bianchi fue demagogo.
Sí, por supuesto. Dio un discurso donde no cita nada de la acusación ni de la defensa, y donde termina diciendo: "Salvemos a este hombre, pidámosle la renuncia". ¿Eso no es demagogia? Además, saltándose toda la institucionalidad... Lo grave no es solamente el comportamiento de él, es la joya de la corona. El comportamiento fue tremendamente demagógico porque ni siquiera se prestó para contrastar los datos (…). Creo que, en general, el análisis que hicieron fue muy pobre, tratando de satisfacer a la galería, pero no a sus conciencias.
Tras la votación en la Cámara, recordó que en sus investigaciones planteaba que los políticos chilenos eran un poco superiores a los del resto de América Latina. ¿Se le cayeron ahora?
Se me cayeron muchos. Yo entiendo que estos son ciclos y estamos pasando por un muy mal ciclo, y eso se nota en el desprestigio que se ve en las encuestas. Por lo tanto, el llamado a los políticos es a no caer en lo que ocurrió en Latinoamérica, porque en muchos países, finalmente, los partidos han terminado desapareciendo. Eso le hace muy mal a la democracia y deja el campo libre a los caudillos.
¿Se salva alguien de esta crítica? Porque asociado a esto estuvo el caso de Pedro Velásquez, a quien la Alianza apoyó en busca de respaldos frente a la acusación.
Yo creo que los dos casos dejan mal a los políticos. Yo no supe de esas gestiones y tengo entendido que eran compromisos que venían de antes, pero me parece que salvarme a mí a cambio de eso no habría correspondido.
¿Debió haberse inhabilitado Soledad Alvear?
No. No creo que nadie se debería haber inhabilitado. Lo que es lamentable en su intervención es, básicamente, usar un argumento que fue totalmente invalidado por la defensa el día anterior y no hacerse cargo de aquello. El argumento que ella usó fue muy pobre y a ella, como abogada, como conocedora de estos temas, uno le habría pedido un poquito más.
Hosaín Sabag estaba claramente incómodo, pero finalmente apoyó el libelo.
El ha dicho posteriormente que la presión política era muy grande y yo entiendo ese argumento. No lo comparto, pero por lo menos es transparente y honesto. Los demás han sido unas gárgaras respecto de temas que no tenían ninguna validez y votaron a favor, y probablemente la razón era la misma del senador Sabag.
Llamó la atención que, en su defensa, usted dijera que así como la suya, la acusación a Yasna Provoste en 2008 tampoco correspondía.
Yo no era tan conocido en 2008, pero en algún momento alguien me preguntó sobre esa situación y dije que el problema no es del ministro, sino que del diseño del sistema de subvenciones, y a cualquier ministro le podría haber pasado lo mismo. Así que lo que dije es consistente con lo que yo he sostenido siempre.
¿No generó ruido en su sector, considerando que ese fue un claro hito?
Nadie me dijo nada.
Se interpretó como un guiño suyo para obtener votos DC...
No, no lo fue. Los que conocen mi trayectoria saben cuál era mi opinión en esta materia. Yo creo que lo que traté de hacer con ese punto es que no podemos convertir a la educación en un campo de refriega política, donde los ministros caen por distintas miradas respecto de cuál debe ser la política educacional, y eso es lo que yo saqué que me estaba pasando a mí.
¿Cuánto influyó en su caída el rol de la Confech, que buscaba su destitución?
Sería lamentable que los senadores se hubieran sentido presionados por dirigentes estudiantiles, que son un grupo de presión más. La sociedad tiene distintos tipos de presión y los dirigentes estudiantiles son grupos muy importantes, pero sus intereses no necesariamente coinciden con los del país. Lo que le corresponde a un parlamentario es deliberar respecto de si sus demandas realmente satisfacen al interés general. Sería muy lamentable que se dejaran presionar por eso, pero yo creo que efectivamente algo de eso ocurrió, se dejaron presionar por los estudiantes.
Pero hubo coordinación entre la Confech y diputados de oposición.
Sí, eso está acreditado y es lamentable. ¿Por qué los profesores de liceos rurales no tienen el mismo acceso a los parlamentarios? Porque no son un grupo de interés relevante. Entonces, me parece una responsabilidad de la función legislativa ese acceso tan desigual de grupos de interés solamente porque tienen mayor capacidad de movilización. Eso es dañino para la democracia.
¿La Concertación intentó congraciarse con los estudiantes?
No sé si toda la Concertación, pero varios parlamentarios sí... y de una forma un poquito ridícula.
Respecto de la Confech, Lavín intentó entenderse con ellos; lo mismo Bulnes. La impresión es que usted no les dio la misma importancia. ¿Se arrepiente?
No, para nada. Yo sostengo que la Confech es un grupo de presión más en el país y, por lo tanto, lo que corresponde es que como otros grupos de presión vayan a hacer sus planteamientos, pero no tienen que tener un trato privilegiado. Tienen que hacer sus aportes en el Congreso y, eventualmente, reunirse con el ministro, pero no tienen por qué tener un trato privilegiado respecto de otros actores. Un ministro tiene que reunirse con todos, ellos buscaron un trato privilegiado y creo que no corresponde, y por eso al final del día no quisieron reunirse conmigo. No es que yo me haya negado al diálogo con ellos, pero ellos entendieron claramente que eran un grupo más, que no tenían un privilegio más, y frente a eso no quisieron reunirse.
El historiador Tony Judt hace una fuerte crítica al movimiento estudiantil europeo. Dice que esa movilización fue adquiriendo una especie de narcisismo y que, en vez de acordar soluciones con sus gobiernos, defendieron posturas impracticables; que sólo levantaban el ego de sus dirigentes. Judt concluye que el ánimo era mantener vivo el movimiento, más que llegar a acuerdos que beneficiaran a los estudiantes. ¿Comparte el juicio de Judt llevado a la realidad chilena?
Así es. Creo que hay una irresponsabilidad de los dirigentes estudiantiles de querer buscar una solución que no es buena para el país, que no reconocen lo que el país es hoy día y que tiene una suerte de infantilismo revolucionario. Que no corresponde realmente a lo que un país democrático con gobiernos cortos, que requiere acuerdos, necesita.
¿Es posible avanzar en la gratuidad de la educación?
Siempre es posible, la pregunta es si es conveniente. En Argentina, donde hay gratuidad para las universidades estatales, cuesta US$ 1.250 millones. Pero a esas universidades van en general los estudiantes que no necesariamente son los más vulnerables. ¿Por qué quiere uno darles gratuidad en un país tan desigual como el nuestro? A mí me parece que es mucho más prioritaria la educación parvularia, desde el punto de vista de la equidad, y la educación escolar.
"Yo creo que lo que ha pasado en educación es que estamos llenos de eslóganes, y cuando el eslogan empieza a superar la evidencia, estamos ad portas de la demagogia. Yo creo que el debate en educación ha sido muy demagógico", reflexiona el ex ministro.
¿El fin al lucro es un eslogan?
Es otro de los eslóganes, porque de repente todas las instituciones privadas buscan lucro y solamente las universidades del Consejo de Rectores son las impolutas, y eso sabemos que no es cierto. Disparar al voleo es propio de la demagogia. Mi política fue "distingamos las cosas, investiguemos seriamente, construyamos una institucionalidad que evite que en aquellos casos donde existe este riesgo, porque existe, podamos controlarlo". Pero tampoco tenemos que ser hipócritas...
¿Hipócritas por qué?
Porque tenemos un sistema de educación superior que se construyó sobre la base de inversión privada y eso se aceptó, y se aceptó políticamente por un gran espectro de la sociedad chilena. Se permitió que hubiese aportes de capital, inmobiliarias que aportasen los edificios y las universidades pagaran los arriendos. Esa es la verdad, todo lo demás es música. Yo creo que es una irresponsabilidad olvidarnos de todo eso y tener una especie de actitud hipócrita respecto de lo que sucedió en Chile, que se permitió que sucediera por buenas razones, porque era una forma razonable de aumentar la cobertura. Ahora, ese sistema tiene riesgos y requiere de mayor regulación, y ese ha sido nuestro tratamiento. Requiere mayores exigencias de calidad, regulación y transparencia. Esa es la verdad, pero pensar que uno va a desandar el sistema y va a volver atrás, eso no ocurre en ninguna parte del mundo (...). La hipocresía es que permitimos, y estábamos todos contentos, un desarrollo del sistema privado a través de esta vía, donde los que aportaban capital eran las sociedades relacionadas y había una corporación que prestaba el servicio y les pagaba a las inmobiliarias los edificios.
Si la inmobiliaria que arrienda los edificios tiene los mismos dueños de la universidad, entonces estos dueños sí están lucrando...
A través de inmobiliaria... ¿y eso dónde dice que es ilegal en Chile? Lo que dice la ley es que la universidad no puede lucrar, pero ahí hay una confusión en el debate. Ahora, estoy de acuerdo en que eso se puede discutir, pero hoy día no es ilegal. Hay que hacer las distinciones: hay sociedades incubadoras de innovación y otras que son de prestación de servicios y arriendos inmobiliarios. Hay distintas sociedades relacionadas y cada una de esas hay que regularlas de forma distinta y, en algunos casos, a lo mejor hay que poner una muralla. Requerimos de una regulación mucho más precisa.
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